Internet, la gran conversación

 

 

Comunicación tradicional y comunicación

virtual en el universo de la red de redes

 

Raúl Trejo Delarbre

 

Veinte años después de haber comenzado a expandirse y a una década del surgimiento de las páginas Web, la Internet ocupa ya un sitio propio entre los medios de comunicación. Todavía se debate si es una amalgama de los medios convencionales o la anticipación de un nuevo espacio multimedia y omnipresente. Como quiera que sea, la red de redes forma parte de la vida contemporánea y su aún insuficiente cobertura es uno de los desafíos principales para los países donde el desarrollo de la Internet ha sido balbuceante o desigual.

No ha pasado mucho desde que en 1982 el equipo encabezado por Bob Kahn y Vinton Cerf desarrolló el protocolo TCP/IP, que sería el lenguaje común a las computadoras conectadas a la red de redes (PBS, 1997). Ese año se empleó por primera vez el término Internet para designar al entramado de sistemas de cómputo cuyo entrelazamiento había comenzado años antes a partir de un proyecto militar del gobierno estadounidense. Tampoco ha transcurrido demasiado desde que en 1991 Tim Berners Lee creara en Ginebra el protocolo que permitiría desarrollar la World Wide Web, el espacio audiovisual que se constituyó en la esencia de la Internet. El desarrollo de la red de redes en apenas una década ha sido el más intenso que haya experimentado medio de comunicación alguno en la historia de la humanidad, aunque aún existen amplias zonas donde la red es casi inexistente o constituye un privilegio para grupos muy acotados dentro de la sociedad.

"El medio" en la primera crisis del siglo XXI

Conforme la Internet desarrolla sus características y se distingue de la radio, la televisión y la prensa, tienden a quedar atrás las discusiones sobre si la red de redes es o no un medio de comunicación. La Internet está ocupando un sitio propio al lado de los medios tradicionales a los cuales no desplaza, aunque tampoco depende de ninguno de ellos para ser reconocida como vía, espacio e instrumento de comunicación.

Todos los medios, incluso la red de redes, quedaron a prueba cuando ocurrió la tragedia del 11 de septiembre de 2001. La necesidad de información de millones de personas en todo el mundo saturó los sitios de noticias y los buscadores más conocidos de la Internet a tal grado que algunos de ellos, como Google y Altavista, colocaron avisos invitando a sus usuarios para que buscaran información en la televisión y la radio. En las horas iniciales después de los ataques terroristas, la red sirvió para encauzar a sus usuarios a que sintonizaran los medios tradicionales. Pero una vez que se había conocido la caída de las Torres Gemelas y el ataque al Pentágono la Internet asumió y potenció sus propios rasgos. Mucha gente encontró allí información sobre los grupos a los que se atribuían los atentados o pudo expresar, sin restricción de ninguna índole, sus sentimientos ante ese terrible suceso. Otros pudieron colocar avisos sobre el rescate de víctimas o recaudar fondos para aquellas tareas.

La Internet fue espacio, durante días y semanas, para que se manifestaran consternación, indignación, temores, dudas, recelos, ayuda y solidaridad en torno a la tragedia del 11 de septiembre. Con razón la fundadora de The Webby Awards (que han llegado a ser en la Internet el equivalente a los Oscares en la industria del cine) decía a fines de 2001:

"A través de los últimos meses, la red ha brillado como un medio fundamental para la comunidad, la comunicación y la información. Todos los tiempos de guerra tienen un medio que los define y que les permite a los civiles experimentarlos desde la seguridad de sus hogares. La Guerra Civil tuvo a la fotografía, la Segunda Guerra Mundial a la radio, Vietnam a las cadenas de noticias, la guerra del Golfo a la CNN y las noticias por cable. La ‘Guerra contra el Terrorismo’ tiene a la red. Realmente ha desempeñado y continúa jugando un papel crucial. La red ha hecho nuestra información más global, suministrando a los americanos acceso a perspectivas extranjeras, perspectivas alternas desde diferentes países y puntos de vista religiosos. Ha facilitado la comunicación, las condolencias y la asistencia. La gente volteó a los foros de la red para compartir pensamientos. Los soldados están enviando correos electrónicos y empleando sitios Web para comunicarse en tiempo real con sus familias y amigos en casa, permitiéndoles permanecer más conectados diariamente. La infraestructura para la donación en línea establecida después del 11 de septiembre propició donativos de millones de dólares en las semanas posteriores a los ataques. Además, los homenajes en línea crearon un espacio común para que se reunieran personas que pudieran no estar en el mismo punto geográfico a recordar y compartir sentimientos acerca de la vida de sus seres queridos" (Shlain, 2001).

Aún es pronto para advertir con precisión los alcances de esta guerra y los atributos mediáticos que a la postre se le hayan de reconocer, aunque ha quedado claro el intenso empleo de los medios tanto por parte del terrorismo como del gobierno de Estados Unidos. En varios momentos los medios de mayor cobertura han quedado acaparados por las imágenes y el discurso suscitados por uno u otro de esos actores desde los atentados del 11 de septiembre (fecha a partir de la cual hemos visto centenares de veces las siempre crispantes imágenes de los aviones estrellándose contra las torres neoyorquinas), hasta la propagación de los videos que mostraron a Bin Laden arengando o ufanándose de aquellos acontecimientos.

La polarización mediática ha sido determinada tanto por el enorme dramatismo de tales hechos como por la censura y las exigencias del gobierno de Washington que ha presionado especialmente a los grandes medios en Estados Unidos. En ese panorama la Internet ha sido un espacio propicio para que se conozcan y confronten otras voces, capaces de contribuir a establecer un panorama menos esquemático y más útil para entender esta nueva guerra.

Así que de la misma manera que horas y días después de los atentados del 11-S la Internet afianzó sus rasgos como espacio de expresión abierta y diversa ­y también informadora y solidaria­, gracias al interés de millones de usuarios que se asomaron a ella para decir sus inquietudes y conocer las de otros, esa capacidad fue manifiesta delante de la parcialidad de los medios de comunicación convencionales.

La red de redes: sitio, espacio y medio

La Internet propaga mensajes similares, o idénticos, a los que suelen distribuirse por los medios convencionales. Además difunde contenidos que habitualmente no encuentran cabida en la televisión, la radio o la prensa industriales. Es un medio de comunicación pero además es un lugar o un conjunto de sitios que pueden ser visitados, creados o incluso modificados por sus usuarios. Y también es un espacio social (Poster, 2001: 176) en donde convergen las más diversas expresiones.

¿Qué define a un medio de comunicación? Vale la pena recordar, aunque parezca un tanto obvio, que los medios comunican a partir de sus capacidades para llevar mensajes de un sitio a otro. Pero el acto de comunicar no se resuelve en la mera transmisión de un mensaje sino cuando es recibido. Para que haya comunicación, como establecieron los viejos patriarcas del estudio de esta disciplina, se precisa la existencia de emisor y receptor. Muchos incluso, consideraban que el acto de comunicar solamente se realizaba cuando el receptor podía, a su vez, responder al mensaje que recibió.

Si no hay comunicación sin receptor es preciso advertir que la forma en que un mensaje es entendido ­decodificado, como gustan decir algunos autores­ depende entre otros factores del contexto del receptor. Una noticia sobre secuestros de aviones la entenderé de manera distinta si estoy a punto de tomar una aeronave; el reporte del clima en Hamburgo me resultará indiferente si no conozco a nadie o no pienso viajar a esa ciudad; si tengo el televisor encendido al mismo tiempo que desayuno y leo el periódico la atención a lo que allí se dice resultará mucho menor a la que tengo cuando no hago más que contemplar y escuchar los mensajes que surgen de la pantalla. El acto de comunicar se resuelve de maneras diferentes y un mismo mensaje adquiere implicaciones y significados según la situación ­física, emocional, cognitiva, etcétera­ de quien lo recibe.

La comunicación implica un continente, es decir, el mecanismo merced al cual un mensaje es enviado; en segundo término requiere de un contenido que es aquello que se comunica. Muchas de las descripciones tradicionales del proceso de comunicación se agotan en el acto en el cual un mensaje es propagado (es decir, en la caracterización del continente y el contenido). Pero la relación emisor-receptor depende, para ser tal, del estado en el que ese mensaje será recibido y, entonces, entendido.

En otras palabras, la comunicación es mensaje y además, parafraseando a Ortega y Gasset, el receptor es él y su circunstancia. Para que el proceso de comunicación culmine y a fin de que sea posible entender cómo se desarrolla hay que tomar en cuenta, además del continente y el contenido, al contexto en el cual un mensaje se decodifica.

Ilustración: Wired

Esa circunstancia es creada, en parte, por las características técnicas del medio (la televisión reclama la mirada y el oído, el diario requiere que abramos sus páginas manualmente, etcétera) y por condiciones materiales y anímicas del receptor. Cada medio tiene lenguajes y estilos que condicionan las maneras como sus mensajes pueden ser aprehendidos. La televisión, exigente con sus audiencias, impone una atracción magnética; la radio envuelve a través del oído y provoca la imaginación; la prensa obliga a un esfuerzo de concentración peculiar con la vista y la atención fijas. Todo esto es muy evidente. Pero hasta ahora se ha reflexionado poco acerca de las condiciones que la Internet produce como medio de comunicación y que, a su vez, condicionan las maneras en que sus mensajes son percibidos.

Cibernautas del multimedia y el hipertexto

La singularidad de un medio de comunicación depende de las capacidades que tenga para interesar e involucrar a los destinatarios de sus mensajes. Por ejemplo, la proyección de una película en una sala cinematográfica es envolvente y la pantalla, iluminada en medio de un entorno oscuro, nos obliga a supeditarnos a la sucesión de imágenes que desfilan sobre ella. La televisión requiere que nos coloquemos frente a ella y su eficacia radica en la combinación de imágenes y sonido que se sobreponen a su entorno ­si queremos conversar con alguien es preciso reducir el volumen del sonido y si la charla es algo más que casual debemos apartar la mirada del televisor para ver a nuestro interlocutor­.

¿Cuál es el contexto que establece la comunicación a través de la computadora y específicamente la Internet? ¿Qué exigencias y condiciones implica esta forma de comunicación? En la red se pueden reconocer la atracción visual, de intensidad que llega a ser hipnótica, que tiene la televisión. También tenemos texto e imágenes fijas como en la prensa y sonido igual que en la radio.

Inclusive algunos de los hábitos en el consumo de los medios tradicionales se reproducen en la Internet. Igual que pasamos las páginas de un diario podemos recorrer una página en la red deslizando el cursor. Así como hacemos zapping delante del televisor es posible brincar de uno a otro sitio Web. De la misma manera que podemos leer una revista mientras escuchamos un disco de música, podemos acompañar nuestra exploración en la Internet con sonido de fondo. Todas esas son rutinas en el empleo de los medios convencionales que ha sido posible trasladar al uso de la Internet. Pero la red de redes no se singulariza por su atracción visual ni por la posibilidad de incorporar sonido ni por su capacidad para propagar imágenes y texto. Lo que distingue a la Internet de otros medios es la amalgama de todos esos formatos y recursos y su carácter abierto tanto en la variedad de contenidos como en las opciones que ofrece para que sus consumidores interactúen ­o no­ delante de ellos. Se trata de un instrumento multimedia y con capacidades de intercambio recíproco.

El profesor Charles Soukup ha identificado las actitudes más frecuentes en la aproximación de los estudiosos de los medios a la comunicación mediada por computadora (CMC): "En general, los investigadores y teóricos se han acercado a la CMC desde tres amplias perspectivas. Primero, un grupo pionero de investigadores vio al contexto de la CMC como impersonal, técnico y distante. En respuesta a esa investigación temprana, un segundo grupo de investigadores miró a la CMC como personal, normativa y compleja. En tercer término, muchos académicos críticos y retóricos han ofrecido su análisis de las implicaciones sociales de la CMC. Desafortunadamente esas perspectivas a menudo han sobre enfatizado los códigos textuales de la CMC y han fracasado al registrar las complejas aplicaciones multimedia" (Soukup, 2000: 411).

La red de redes se apoya en formatos multimedia y sus contenidos se relacionan de manera versátil y flexible a través de enlaces de hipertexto. La multimedia implica la fusión de recursos de los medios tradicionales audio, texto, video­ gracias a la digitalización de la información. El hipertexto resulta del empleo de programas de cómputo para ofrecer distintas opciones de recorrido "a partir de un texto principal, donde el usuario puede vincular información secundaria o explorar referencias cruzadas de manera no lineal" (Regil, 2001: 23). Las ligas que aparecen en una página Web nos permiten saltar a otro lugar de ese sitio o a un domicilio diferente dentro de la red de redes de tal manera que tenemos la capacidad de organizar nuestra lectura de acuerdo con nuestros intereses y prioridades.

Cuando leemos un libro nos ajustamos al recorrido que su autor ha establecido previamente. Cuando pasamos por las páginas de una revista elegimos en qué textos o fotografías detenernos pero siempre dentro de los confines de esa publicación impresa. En la Internet en cambio según nuestros caprichos o inclinaciones podemos organizar nuestra lectura, dicho sea de la manera más amplia porque en la pantalla no leemos sólo caracteres lingüísticos sino además imágenes y sonidos ­y ya se incursiona en la incorporación de sensaciones táctiles y olfativas e incluso sabores que podrán ser percibidos a través de instrumentos incorporados al ordenador­.

La organización multimedia de los contenidos en la red de redes no propone caminos únicos sino tantas rutas como quiera el afán exploratorio del consumidor de esa información. Desde luego casi siempre hay opciones que sus editores proponen para aprehender los contenidos de un sitio Web, especialmente aquellos que reproducen contenidos de los medios tradicionales. La página en Internet de un periódico que además circula de manera convencional imita la lógica de la edición impresa: primera plana, secciones de finanzas, deportes, comentarios, etcétera. El usuario puede seguir ese orden tradicional o modificarlo, de la misma manera que quienes prefieren comenzar por la sección deportiva del diario. Pero a diferencia del lector de la edición en papel y tinta, el consumidor de la versión electrónica puede volver o avanzar a cualquier zona del periódico sólo con hacer click en una liga de hipertexto.

El consumo de contenidos en este formato exige de un comportamiento más activo que el de quien mira el televisor o pasa las páginas de un diario. A diferencia de la lectura lineal, la comunicación hipertextual asume características de un viaje. Con razón, al uso de la Internet se le llega a denominar navegación. Nadie habla de navegar a través del televisor pero sí mediante la red de redes.

No hay telenautas pero sí cibernautas: esa connotación de desplazamiento y migración se la confieren a la Internet y a sus usuarios tres características: a) las dimensiones de la red de redes, b) la ubicuidad constante de sus sitios independientemente del emplazamiento desde donde los rastreemos gracias a nuestro navegador, y c) la posibilidad de brincar de un sitio a otro en un recorrido que trasciende entonces la lógica del desplazamiento lineal y territorial que hasta ahora había sido convencional.

Multimedia + interacción = hipermedia

Otra diferencia definitoria y esencial entre la Internet y los medios convencionales radica en la cuantía de los canales emisores y en las dimensiones de los contenidos. La televisión, incluso actualmente cuando es posible la recepción de centenares de canales a través de una sola antena satelital o por un solo cable, tiene una capacidad limitada: no podemos recibir más señales que las que pasan por el traspondedor del satélite o las que pueden ser conducidas en la fibra óptica. Un diario o una revista son acotados por el continente de sus mensajes que son las páginas en las que puede imprimir.

En cambio en la Internet el continente y los contenidos tienen capacidades cuantitativamente ilimitadas ­o casi­. La cantidad de sonidos, imágenes fijas o en movimiento, texto y cualquier tipo de archivos digitalizados que puede albergar la red es tan amplia como la capacidad de almacenamiento de las computadoras que alojan páginas y sitios Web.

Navegar por la Internet es, potencialmente al menos, una aventura que puede cursar por senderos versátiles, exuberantes e incluso inesperados. El formato multimedia enriquecido por las características digitales ­aunque con la limitación que todavía significa el llamado ancho de banda al que nos referimos más adelante­ amplía las capacidades que cada medio tiene por separado. Ese atributo, al amalgamarse con la vasta capacidad de almacenamiento que le confiere su condición de red de redes, sin un centro único y diversificada en centenares de miles o millones de computadoras que alojan contenidos, permite que la Internet sea un medio de medios: el multimedia que alcanza la condición de hipermedia.

El hipermedia mezcla atributos de los medios convencionales, propone opciones versátiles para la apropiación de los mensajes y exige una atención e incluso un compromiso intenso por parte de sus usuarios. Por hipermedia se entiende el: "Sistema informático de combinación de texto, imagen y audio, diseñado y producido con intenciones determinadas, que ­en términos generales­ pueden ser: educar, entretener o informar. Una vez producido, las formas de interrelacionar los elementos del conjunto, dependerán de la capacidad de interacción usuario-contenido. Su característica fundamental, y quizá la más revolucionaria, es la posibilidad de enlace entre diferentes medios que lo componen (texto, imagen y audio). Particularidad que permite la ruptura de la estructura lineal, presente de hecho, hasta hace poco, en todos los medios" (Regil, 2001: 50).

Foto: 24 Hours in Cyberspace

Los medios tradicionales difunden hacia públicos masivos, en tanto que la Internet propaga sus contenidos a audiencias de lo más diversas ­independientemente de que sean abundantes o limitadas­. Esos contenidos son finitos en los medios tradicionales pero la Internet prácticamente no tiene barreras para albergar toda clase de mensajes. A los medios convencionales se les suele consumir en localidades específicas (con excepción de casos peculiares como el que constituye la CNN, de alcance planetario o casi) y a la Internet se puede acceder donde quiera que haya computadora, módem, línea telefónica u otra clase de conexión a la red de redes.

En algunos aspectos la Internet supera características de los medios tradicionales. En otros, no. De hecho, ponerla en contraste con ellos no constituye la mejor manera de entenderla. Si estamos de acuerdo en que la Internet es un medio de comunicación específico, distinto a otros aunque tenga rasgos de los medios tradicionales, también podremos admitir que no es necesario encontrarle ventajas sobre ellos para advertir sus posibilidades distintivas.

Sin embargo, el discurso más frecuente acerca del futuro de la Internet como medio de comunicación sugiere que sólo alcanzará sus capacidades plenas cuando haya podido fusionarse con la televisión. Pareciera que los promotores industriales y los diseñadores técnicos de la red de redes no estarán satisfechos sino hasta que la Internet desplace a la televisión tal y como la conocemos hasta ahora.

Posiblemente con el tiempo, además del desarrollo tecnológico y su propagación entre la gente, la Internet quede incorporada a un sistema de comunicaciones que se difunda por canales de información digital diseminados a la manera en que ahora funciona la red de redes. La televisión, o el dispositivo multimedia que la sustituya, será una de las vías de salida, aunque no la única, de los contenidos que ahora conocemos a través de la Internet y de los muchos más que serán elaborados y colocados en línea. Pero es difícil hacer pronósticos tajantes, de la misma forma que resulta apresurado decir que la Internet no se realizará como medio de comunicación sino hasta que esa simbiosis tenga lugar.

La Internet seguirá siendo la Internet

Lo que ha venido ocurriendo es que la Internet se está singularizando y alcanza un sitio propio junto a los medios convencionales sin tener que sustituirlos y sin ensamblarse con ellos. El sociólogo Manuel Castells así lo reconoce en su libro La galaxia Internet:

"La convergencia entre los medios y la Internet y la utilización de las tecnologías de la realidad virtual digital se suponía que iban a satisfacer la promesa del multimedia: el surgimiento de un hipertexto electrónico en una escala global. Sin embargo, tanto como podemos advertir, eso no está ocurriendo al comienzo del siglo veintiuno y dudo que vaya a ocurrir pronto Permítanos asumir, a favor del análisis, que podemos extrapolar las tendencias actuales y que la Internet seguirá siendo la Internet en tanto que los sistemas multimedia continúan interoperando sus componentes de comunicación unidireccional sin integrar realmente a la Internet excepto como herramienta y plataforma para recomendar y guardar algunos juegos interactivos de realidad virtual en línea" (Castells, 2001: 201).

La Internet, en efecto, seguirá siendo la Internet. Para extenderse y desplegar sus mejores potencialidades no necesita apoyarse en la televisión, por mucho que el futuro de la comunicación incluya la asociación de los medios y contenidos a los que ahora se accede por separado.

Reconocer la singularidad de la Internet ha sido difícil incluso para quienes la han empujado con más entusiasmo. Sin embargo, al menos desde el último lustro del siglo XX los analistas de las nuevas tecnologías más atentos a la evolución de su presencia social que a los intereses de las empresas informáticas, advertían el papel de la red de redes como un medio en sí misma. El español Luis Angel Fernández Hermana, cuyo sitio enredando.com es referencia indispensable para la discusión de la Internet en castellano, escribió a mediados de 1996:

"Cada vez se escuchan más voces que auguran la explosión definitiva de Internet cuando la red logre instalarse en el salón de los hogares. El matrimonio entre PC y TV será la ceremonia definitiva que sellará la consagración del nuevo medio de comunicación digital. Profetas y comerciantes, analistas y filósofos, no dudan en apuntar a esta combinación como el salto definitivo hacia la Sociedad de la Información. Puede ser. Pero las cosas no están tan claras como para imaginar un camino trillado no sólo hacia la creación del nuevo híbrido (PC-TV), sino, sobre todo, hacia su entronización en el ámbito doméstico hasta ocupar el lugar que hoy corresponde al televisor. Lo primero es un complejo problema técnico, algunas de cuyas posibles ­y todavía remotas­ soluciones comienzan a avizorarse. Lo segundo es una cuestión social para la que no tenemos suficientes precedentes que nos permitan imaginar cómo se resolverá, a pesar de la nutrida experiencia que nos ha proporcionado la televisión, el primer artefacto cultural que ha conseguido convertir en círculo familiar oral en un semicírculo audiovisual" (Fernández Hermana, 1998: 80).

Ese semicírculo no ha dejado de tener como foco a la televisión. En torno a ella se congregan familias de todo el mundo, en un ejercicio que tiene mucho más de contemplación que de convivencia. En cambio el uso de la Internet sigue siendo fundamentalmente individual. A la televisión se le puede mirar al lado de otros; a la radio se le escucha independientemente del entorno en donde es sintonizada. En cambio al periódico y la revista se les lee a solas, igual que la navegación por la Internet es fundamentalmente un ejercicio personal. Tanto así que el hecho mismo de iniciar una sesión en la red es entendido como un acto que implica una participación individual específica. Los usuarios dicen, al menos en español, "voy a conectarme a la Internet" en vez de anunciar "voy a conectar la computadora con la Internet". En cambio jamás hemos escuchado decir "voy a conectarme al televisor".

A la Internet se entra como un acto personal donde la individualidad de cada quien determina los sitios a los cuales accederemos y el tiempo que estaremos en cada uno de ellos. Cada viajero del ciberespacio improvisa su propia carta de navegación de tal suerte que cada sesión es personalísima e irrepetible.

Las peculiaridades técnicas de la Internet y la posibilidad de que nuestros pasos por ella queden registrados, tanto en el servidor a través del cual nos conectamos como en los que alojan los sitios Web por los que transitamos, acentúan ese carácter personal de la cibernavegación. Cada recorrido depende de las búsquedas, necesidades, aficiones, inquietudes o gustos que apetezcamos satisfacer en la red. En cambio sintonizar la televisión o la radio nos lleva a compartir la recepción de señales que son vistas o escuchadas por varios miles de personas más. En la contemplación visual o auditiva de esos contenidos de los medios tradicionales, cada uno de nosotros es uno entre muchos. En la navegación por la Internet cada quien hace el menú personal de sitios y contenidos a los que va accediendo.

Por eso no parece que la Internet vaya a desplazar a la televisión como centro del interés familiar. Ello no le quita un ápice de su importancia, ahora mismo y en el futuro. La red de redes tiene ya una contribución muy relevante en los campos de la educación, la información y el entretenimiento. Pero sigue anclada debido a dos limitaciones fundamentales: las barreras tecnológicas que aún impiden la transmisión de contenidos en volúmenes equiparables a los que se difunden por los medios convencionales, y la insuficiente presencia social de la Internet especialmente en los países en desarrollo.

Angosto ancho de banda y extensa brecha digital

Aunque al terminar el primer año del siglo XXI la capacidad de la red de redes es notablemente superior a la que tenía una década antes, cuando surgió la World Wide Web, todavía es casi imposible recibir a través de la Internet mensajes audiovisuales de un tamaño similar a los que obtenemos a través de la televisión. Quienquiera que haya visto televisión difundida por Internet conoce su deficiente calidad, resultado tanto de la velocidad con que se envían por la red los paquetes de información como de la memoria no siempre óptima de los equipos de cómputo que empleamos para conectarnos a ella. El desarrollo de las comunicaciones electrónicas llegará a ofrecer velocidades muy superiores pero para ello faltan varios años, incluso con la propagación de conexiones satelitales que son notoriamente más rápidas pero de mayor costo que las que se apoyan en la línea telefónica o en el cable coaxial.

El "ancho de banda" (bandwith), como se le llama a la cantidad de datos que se pueden transmitir por una línea conectada a la Internet, aún no permite la difusión de señales audiovisuales de calidad equiparable a la que tenemos en la televisión convencional. Sin embargo ya es usual la difusión por Internet de estaciones de radio con un sonido de calidad digital aunque eventualmente interrumpido por las desconexiones o las alteraciones en el enlace de un equipo de cómputo a otro.

La escasez del ancho de banda se resolverá conforme se desarrolle la tecnología, lo cual irá acompañado de inversiones financieras que harán posible esa evolución. En cambio para solucionar la otra gran limitación que tiene la Internet y que es su pobre presencia en la mayor parte de los países, se requieren tecnología y dinero, pero también políticas estatales que no siempre cuentan con la permanencia, la solidez, los recursos y la visión de futuro que se necesitan para la propagación de la red de redes. En tanto que en los países más desarrollados en América del Norte y Europa los usuarios de la Internet a fines de 2001 alcanzan ya a la cuarta parte de la población y en algunos casos llegan a la mitad o más, en el resto del mundo representan unos cuantos puntos porcentuales.

En el umbral de 2002 en Australia 26% de la población tiene conexión a la Internet, en Bélgica 26%, en Canadá 45%, en Finlandia 39%, en Francia 18%, en Alemania 31%, en Irlanda 25%, en Italia 19%, en Japón 18%, en Noruega 49%, en Holanda 43%, en Portugal 20%, en España 18%, en Suecia 51%, en Suiza 47%, en Reino Unido 55% y en Estados Unidos 61%.

En América Latina, en Argentina tiene acceso a la Internet 5.5%, en Brasil 3.5%, en Chile 12%, en Colombia 1.7%, en Cuba 0.4% y en México 2.5%.

Esa situación no mejora en otras zonas del mundo. En China solamente tiene acceso a la Internet 1.7%, en Egipto 0.65%, en India 0.5%, en Filipinas 2.4%, en Marruecos 0.17% y en Rusia 5.2%, para no referirnos a la mayoría de los países de Africa o Asia. Estos porcentajes los hemos calculado a partir de la información, originada en numerosas fuentes, que compila y actualiza regularmente el INT Media Group (CyberAtlas, 2001). Estos datos cambian constantemente y en algunos casos no se trata de los más recientes, pero dan una idea de la dispar distribución del acceso a la Internet en el planeta.

La brecha digital como la han denominado numerosos investigadores y activistas preocupados por el insuficiente crecimiento del acceso a la Internet en el mundo menos desarrollado no se resolverá pronto ni de manera uniforme. Se trata de la expresión informática de las desigualdades que cruzan al mundo y también, de las que existen en cada país. Es pertinente reconocerla para acotar los alcances de la Internet como medio de comunicación. Sin demérito de las capacidades que tiene en sí misma, la red no puede comunicar nada en donde no hay equipo ni condiciones técnicas para conectarse a ella.

El siguiente cuadro ha sido elaborado con porcentajes calculados a partir de una fuente distinta de la anterior y por eso la proporción de usuarios de Internet respecto de la población no coincide con las cifras que mencionamos líneas atrás. Los datos de este cuadro son previos a los que registra la fuente mencionada en los párrafos anteriores pero permiten comparar la gran diferencia que hay entre el acceso a la red de redes y el consumo de otros medios ­el teléfono y la televisión­ en algunos países de América Latina.

Es difícil estimar a cuánta gente sirve un televisor o una línea telefónica pero es usual considerar que si se encuentran instalados en una vivienda son aprovechados por entre cuatro y cinco personas en promedio. Eso indicaría que en casi todos los países mencionados en la tabla anterior la televisión tendría una cobertura casi completa entre la población, en tanto que la telefonía alcanzaría cerca de 50% en la mayoría de ellos, sin contar la existencia de teléfonos celulares que se están convirtiendo en una alternativa de gran crecimiento frente al servicio alámbrico en casi todos los países de la región. En todo caso, la tabla permite apreciar el abismo que se mantiene entre el uso de la televisión y el acceso a la Internet. La cantidad de usuarios de la red de redes ha crecido de manera muy notable particularmente a partir de 1998, pero es posible que ese ritmo de expansión se detenga dentro de pocos años.

Virtualidad en tres tiempos

A lo virtual se le entiende como implícito, aquello que es tácito o está sobrentendido: "que tiene virtud para producir un efecto aunque no lo produce de presente que tiene existencia aparente y no real", señala entre otras acepciones el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia. Lo virtual es algo que no alcanza su plenitud: aquello que todavía no es del todo.

Foto: 24 Hours in Cyberspace

Ante datos como los que mencionamos en páginas anteriores y que dan cuenta de la desigual inserción de la Internet en el mundo ­y entre otras regiones en América Latina­ es posible considerar que la comunicación a través de la red de redes es virtual en más de un sentido. Lo es en la acepción más frecuente que califica como virtual a la comunicación de carácter digital que no tiene densidad física y que articula mensajes y contenidos a partir de la combinación de bytes organizados merced a un programa de cómputo.

Pero esa comunicación en un mundo donde la Internet se ha desarrollado de manera heterogénea, muy concentrada en el norte y dispareja en el sur, también resulta virtual debido a su todavía insuficiente cobertura entre la población.

En una tercera acepción, podemos considerar que la que se efectúa a través de la Internet es una comunicación virtual porque no siempre se completa el camino de ida y vuelta que define al proceso comunicacional cuando existe de manera completa. Los medios tradicionales fallan en ese aspecto porque propagan mensajes enviados por pocas personas hacia muchos destinatarios, los cuales no tienen oportunidad de replicar.

La comunicación, decíamos antes, existe cuando hay receptores y la comunicación plena se realiza cuando los receptores pueden responder a los contenidos que han recibido. En tal sentido la Internet parecería el medio de comunicación por excelencia: cualquier usuario puede ser, a su vez, productor de mensajes. Por eso la In ternet ha sido, en sus fundamentos, la realización de las utopías comunicacionales que, en sus críticas a los medios convencionales, siempre deploraron la imposibilidad práctica para que los ciudadanos contasen con vías expeditas y permanentes para expresarse delante de los contenidos de la televisión, la prensa o la radio industrializadas.

En la Internet existe la posibilidad, al menos hipotéticamente, para que los destinatarios de un mensaje respondan a él. Ante los contenidos que miramos o recibimos al abrir una página Web casi siempre hay cauces para que manifestemos nuestra opinión, o para que los completemos o maticemos con nuestras propias elaboraciones o respuestas a través del correo electrónico, en los foros de discusión (chats o tableros electrónicos) o inclusive colocando nuestras propias páginas en la red. Sin embargo esa es una oportunidad que pocos usuarios de la Internet aprovechan.

Aunque sus características técnicas y su esquema descentralizado permiten que la Internet sea un mecanismo de comunicación de ida y vuelta, no es frecuente que esa opción sea utilizada por la mayoría de los cibernautas. La navegación en la red de redes suele ser fundamentalmente contemplativa y sólo en pocos casos se convierte en participativa.

De esta manera la comunicación en la red es virtual no sólo porque los contenidos que se difunden en ella carecen de la corporeidad o densidad física que tiene la realidad, o debido a su insuficiente cobertura en la sociedad. Además se le puede aplicar ese adjetivo porque no llega a ser una comunicación en donde los receptores se asumen como emisores.

Ilustración: Newsweek

Incluso cuando aprovechan las capacidades de la red para hacerse oír y ver y no solamente escuchar y mirar lo que dicen otros, los internautas tienen pocas posibilidades de ser atendidos. A menudo colocar una página Web es como echar una botella al mar. Un usuario de la Internet puede armar su propio sitio, contratar un servidor en dónde alojarlo y esperar infructuosamente a que sea visitado porque la oferta de contenidos en la red se encuentra dominada por las páginas con mayores recursos para publicitarse y para ofrecer materiales más vistosos y abundantes.

La diferencia, si acaso, radica en que podemos saber si esa botella que hemos arrojado al océano de las redes es recogida por alguien, siempre y cuando el servidor en el que alojamos nuestra página registre las visitas que recibe. Además quien lo desee puede replicarnos por e-mail.

No hay acuerdo acerca del tamaño de la Internet porque las metodologías para evaluarlo son distintas. Las empresas y los centros de investigación que han empleado rastreadores para identificar cuántos sitios se encuentran alojados en los servidores conectados a la red suelen contabilizar domicilios registrados pero que en ocasiones no tienen contenido, o que repiten el contenido de otros. Un acercamiento más reciente al tamaño de la red de redes ha sido emprendido por el Online Computer Library Center de Ohio, que estimó la existencia de ocho millones 745 mil sitios Web a mediados de 2001 (OCLC, 2001). Esa cifra se refiere a los sitios y no al número de páginas Web ­un sitio está conformado por una o por más páginas­ y es muy baja en comparación con otras evaluaciones del tamaño de la World Wide Web, pero constituye una plataforma mínima para apreciar el crecimiento de la red. Si comparamos esos datos con la cantidad de usuarios de la Internet en todo el mundo tenemos que cada vez hay, proporcionalmente, menos sitios.

Con el propósito de contrastar los datos sobre sitios Web que manifiesta la fuente antes mencionada con la cantidad de usuarios que ha tenido la red, acudimos a las estimaciones demográficas de la empresa Global Reach. De esa comparación provienen los resultados que mostramos en la siguiente tabla.

Las cifras son, en todo caso, indicativas. Pero muestran una tendencia sugerente. Desde luego cada vez hay más sitios y más usuarios de la Internet. Pero todo parece indicar que los sitios aumentan proporcionalmente menos que la cantidad de internautas, de tal manera que cada vez tenemos más usuarios por cada sitio en la World Wide Web. A diferencia de 44.6 usuarios por sitio, en promedio, que se registraban en 1997, cuatro años más tarde tuvimos 56 usuarios por cada sitio en la red. La cantidad de sitios en la red creció 557% pero los usuarios aumentaron 700%.

Ese dato confirmaría la tendencia a la concentración de las páginas, especialmente las de mayor audiencia, en menos manos. Además se verifica un comportamiento cada vez menos activo de los usuarios de la Internet.

Aparentemente, aunque sus usuarios eran menos, en los primeros años de la red de redes había mayor interés e intensidad participativas en comparación con el panorama que se dibuja al comienzo del siglo XXI. Los pioneros en el uso de la red tenían mayor disposición a la interactividad que muchos de los internautas que en los años recientes se han incorporado a la Internet.

La red le quita audiencia a la televisión

La singularidad que la Internet adquiere delante del resto de los medios lleva a la gente a elegirla junto con, y no en lugar de otras opciones de comunicación. La amalgama de la red con los medios convencionales, según comentamos antes, está lejos de realizarse. En vez de ello la Internet está moldeando nuevos hábitos en el aprovechamiento de los medios.

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Hours in

Cyberspace

Por lo general los usuarios de la Internet han sido más activos que el resto de la población en el consumo de medios. Esa ha sido al menos la experiencia que se ha registrado entre los usuarios en Estados Unidos que hace cinco años constituían 75% de los internautas en todo el mundo y ahora son cerca de 35%. El auge de la red en ese país, sus raíces en el universo de la academia y luego su paso al ámbito comercial, permitieron que el comportamiento de sus usuarios fuese registrado desde los primeros momentos. Actualmente la gran mayoría de los estudios acerca de la gente en y respecto de la Internet siguen realizándose en Estados Unidos y de allí es la mayor parte de las fuentes de investigación disponibles. En la Universidad de California, en Los Angeles, el Centro para Política de Comunicación realiza una encuesta sobre hábitos de los internautas estadounidenses que ha confirmado que el consumo de medios suele ser más alto entre los usuarios de la red que entre quienes no lo son. Pero además esa investigación ha encontrado que paulatinamente, el uso de la Internet está quitándole seguidores a la televisión.

Los usuarios de Internet leen más libros y publicaciones impresas, dedican más tiempo a los videojuegos, escuchan más música y radio e incluso hablan más por teléfono ­aunque sea con diferencias pequeñas­ que quienes no son navegantes de la red. Sin embargo unos y otros miran la televisión en las mismas proporciones (gráfica 1).

También hay diferencias entre quienes son usuarios experimentados y aquellos que recientemente se incorporaron al empleo de la Internet. Los primeros acompañan el uso de la red con otros medios en mayor medida que quienes tienen una antigüedad más reducida como cibernautas. Casi cinco de cada diez usuarios con cinco o más años de estar en la Internet escucha música mientras navega por las redes. Más de 30% mira la televisión al mismo tiempo que está delante de la computadora conectada a la Internet (gráfica 2).

Incluso cada vez más usuarios de la red, viejos o nuevos, consulta medios electrónicos a través de la Internet. Distintas actividades de información y entretenimiento que antes se hacían directamente en el formato tradicional de cada medio ahora se hacen en la red. La encuesta de la UCLA encontró que en promedio los internautas estadounidenses dedican casi una hora semanal a escuchar música en línea, casi tres cuartos de hora a participar en juegos en línea y menos tiempo a leer, oír radio o incluso mirar televisión en sitios Web (gráfica 3).

Entre quienes usan la Internet y aquellos que se mantienen apartados de ese recurso hay diferencias apreciables en la atención que dedican a los medios convencionales. Los internautas consagran menos tiempo a leer libros, revistas o periódicos que aquellos que no se conectan a la red. Incluso invierten menos tiempo en escuchar la radio o hablar por teléfono. Es decir, si bien crece el consumo de contenidos mediáticos difundidos a través de la Internet, el tiempo que los internautas destinan a los medios convencionales se va reduciendo.

Solamente en un rubro, el empleo de videojuegos y compujuegos, los usuarios de Internet gastan más tiempo que los no usuarios. El gran contraste se encuentra en la sintonía de televisión. Los internautas dedican, en promedio, 12.3 horas semanales a mirar la TV en tanto que quienes no emplean la red destinan 16 horas y media a la televisión (gráfica 4).

Así que la Internet sí compite con los medios tradicionales en el plano que más inquieta a la industria de la comunicación: en la disputa por las audiencias. El hecho de que los usuarios de la red destinen a mirar televisión casi una cuarta parte menos del tiempo que los no internautas destinan a ese medio seguramente comenzará a preocupar a las empresas televisivas. Lejos de unirse en un solo formato como se ha llegado a sugerir, la televisión y la Internet tienen planos y funciones distintas. Pero como el tiempo que los consumidores pueden destinar a su ocio mediático es limitado y en la red encuentran contenidos que en ocasiones están restringidos o encubiertos en los medios tradicionales, ya comienzan a quitarle horas a la TV, la radio y la prensa para ocuparlos en la cibernavegación.

Internet delante de los otros medios

La Internet seguirá definiendo sus propias características que la distinguirán de otros medios de comunicación. Gracias a ello se ampliará la oferta de contenidos entre los cuales los públicos de los medios pueden elegir sus opciones de entretenimiento, ilustración, información o incluso educación. Paso a paso, aunque se trata de

trancos que da con gran rapidez, la red precisará los rasgos mediáticos que comparte y sobre todo aquellos que no ofrecen otros medios.

El continente de los mensajes en la Internet es claramente distinto: se trata de paquetes de información digitalizada que son conducidos a través de una estructura reticular, a diferencia de la transmisión o edición centralizadas que define a los medios tradicionales. Ese formato nos permite acceder a contenidos muy diversos, casi ilimitados, desde donde sea y en cualquier momento: sin restricciones espaciales ni temporales.

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in Cyberspace

El contenido es en parte el mismo de los medios convencionales pues las empresas mediáticas, salvo excepciones, no han sabido diseñar mensajes peculiares para la red de redes. Al menos en una fase inicial la han concebido solamente como un espacio adicional para propagar el material que difunden a través de los canales tradicionales ­es paradójica, digámoslo sólo de paso, la inhabilidad de los grandes consorcios de la comunicación para entender a la Internet como un medio singular que amerita y exige contenidos, lenguaje, cadencias y estilos distintos a los que definen a medios como la televisión y la prensa­. Junto a esos contenidos se encuentran muchos otros, menos respaldados por la promoción de los sitios con mayor sustento comercial pero de imaginación, originalidad, versatilidad y abundancia prácticamente inagotables. Se trata de sitios y páginas Web colocados con el afán de comunicar de la manera más elemental: sus autores, simplemente, dicen allí sus verdades e inquietudes buscando suscitar el interés de otros. Se trata del mismo procedimiento con que se busca iniciar una conversación en la vida fuera de línea. En ese sentido a la Internet se le puede considerar como el espacio oceánico donde se despliegan innumerables pláticas en busca de interlocutores. De sus usuarios depende que la Internet se convierta en una inagotable y estéril suma de diálogos de sordos, en simple cháchara inservible y baladí o, como sería deseable, en una conversación ilimitada.

El contexto que la Internet les impone a sus usuarios y aquel en el que se desarrolla como medio, también está en construcción. Por lo pronto se ha afianzado como instrumento de consumo personal donde la socialización ocurre gracias a las redes que nos comunican con otros pero no delante de ellas (como cuando miramos la televisión junto con otros) ni sólo como consumidores pasivos de lo que otros dicen como cuando leemos en los diarios las ideas o informaciones de otros. Las vías técnicas para apropiarnos de los contenidos de la Internet evolucionarán de manera drástica y constante. Pero en lo fundamental, todo parecería indicar que seguirá siendo esa colección de espejos de la realidad que ha cautivado e inquietado en los primeros diez años de existencia de la World Wide Web, cuya estructura descentralizada y reticular le confiere una flexibilidad y agilidad que no tienen los medios convencionales. Tanto o más que respecto de cualquier otro medio en la Internet se cumple el diagnóstico del canadiense Marshall McLuhan: las características merced a las que se propaga contribuyen a determinar el contenido, el medio es el mensaje.

La gran pregunta que podemos seguir haciéndonos delante de la Internet es para qué nos sirve la sofisticación tecnológica que nos permite hurgar en el contenido depositado en las computadoras más remotas, explorar archivos textuales, icónicos o multimedia, charlar en tiempo real con gente de la que jamás nos hubiéramos enterado de otra manera, discutir sobre temas en los que somos reputados expertos o sobresalientes ignorantes y colocar lo mismo la información más útil para algunos que la más anodina o agresiva para muchos.

Pero esa es una pregunta que sigue siendo pertinente para todos los medios y nos la hacemos cada vez que constatamos la programación baladí e irresponsable que caracteriza a la televisión comercial en todo el mundo, o las prácticas abusivas que la prensa mercantil suele desplegar para vender ejemplares.

La Internet, como colección de espejos que es de la realidad, también reproduce errores, necedades y excesos de los medios convencionales. Quizá alcance a ser útil para atemperar, analizar y entender esos rasgos y en vez de solamente remedarlos pueda contribuir a superarlos. Si la red sirve, entre otros propósitos, como espacio para la discusión, la vigilancia, el contraste y el uso creativo de los medios de comunicación tradicionales podría llegar a ser un espacio auténticamente hiper mediático: no más allá del resto de los medios ni sobre ellos, sino capaz de llevarlos a estar al servicio del diálogo entre la gente para aclarar, distender y entonces resolver sus conflictos y carencias.

En un mundo creciente y constantemente comunicado, pero donde siguen ausentes explicaciones muy elementales y en el cual las personas y los países suelen recelar y arremeter antes de dialogar, esa es la gran conversación que sigue pendiente.

Granja de la Concepción, ciudad de México,

diciembre 31 de 2001

 

 

 

Libros y sitios consultados

Manuel Castells, The Internet Galaxy, Oxford University Press, 2001.

CyberAtlas, "The world’s online populations", http://cyberatlas.internet.com/big_picture/geographics/article /0,1323,5911_151151,00.html, lectura tomada en diciembre de 2001.

Luis Angel Fernández Hermana, En.red.ando, Ediciones Zeta, 1998. El texto que citamos fue inicialmente publicado en mayo de 1996.

Global Reach, "Evolution & proyections of online populations", www.glreach.com/globstats/evol.htm, consultada en septiembre de 2001.

Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, México en el mundo, México, 2001.

Online Computer Library Center, "Web characterization", http://wcp.oclc.org/, consultada en diciembre de 2001.

Mark Poster, What’s the matter with the Internet, University of Minnesota Press, 2001.

Public Broadcasting System, PBS Life on the Internet, www.pbs.org/internet/timeline/index.html Datos de 1997.

Laura Regil Vargas, La caverna digital. Hipermedia: orígenes y características, México, Universidad Pedagógica Nacional, 2001.

Tiffany Shlain, "State of the Web: Glass half full", entrevista en la página de Cnet.com: http://news.cnet.com/news/0-1014-201-8159417-0.html, diciembre 2001.

Charles Soukup, "Building a theory of multimedia CMC", en New media and society, vol. 2, núm. 4, december 2000.

UCLA, The UCLA Internet Report 2001 ­ "Surveying the Digital Future" www.ccp.ucla.edu

 

Raúl Trejo Delarbre es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

Correo: [email protected]

Página Web: http://raultrejo.tripod.com/

Este ensayo se publicó originalmente en la revista Iberoamericana, del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín, en enero de 2002.

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3 DE ABRIL DE 2003

 

 

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