Es la televisión la que define el juego
¿Existir es aparecer en la radio o en la televisión?
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Pierre Bourdieu |
Actualmente, nadie puede iniciar una acción sin el apoyo de los
medios. Tan simple como eso. El periodismo termina dominando toda la vida
política, científica o intelectual. Habría que crear instancias en las cuales investigadores
y periodistas se critiquen mutuamente y puedan trabajar en conjunto. No
obstante, los periodistas son una de las categorías más susceptibles: se puede
hablar de los curas, de los patrones e incluso de los profesores, pero sobre
los periodistas es imposible mencionar las cosas que llegan a hacer...
¡Es el momento de decirlo!
Hay una paradoja de base: es una profesión muy poderosa, compuesta
por individuos muy frágiles. Allí se produce una notable discordancia entre el
poder colectivo considerable y la fragilidad estatuaria de los periodistas,
que se encuentran en una posición de inferioridad tanto respecto de los
intelectuales como de los políticos. A nivel colectivo, los periodistas
arrasan. Desde el punto de vista individual, están en constante peligro.
Constituye un oficio muy duro no por azar hay allí tanto alcoholismo y los
jefecitos son terribles. No sólo se quiebran las carreras, sino también las
conciencias, lamentablemente. Los periodistas sufren mucho. Al mismo tiempo se
vuelven peligrosos: cuando un ámbito sufre, termina transfiriendo su dolor
hacia afuera, bajo la forma de la violencia o el menosprecio.
¿Podría haber reformas en esa esfera?
La coyuntura es muy desfavorable. En el campo del periodismo
existe una competencia furiosa, en la cual la televisión ejerce una coacción
terrible. Podrían ofrecerse miles de índices, como el de la transferencia de
periodistas televisivos a la cabeza de órganos de prensa escrita. Es la
televisión la que define el juego: los temas de los que hay que hablar, qué
personas son importantes y cuáles no. Con todo, la televisión, alienante para
el resto del periodismo, está ella misma alienada, puesto que vive muy
particularmente sometida a las imposiciones directas del mercado. (De manera
general, si el sociólogo escribiera la décima parte de lo que piensa cuando
habla con los periodistas por ejemplo, sobre la fabricación de los programas,
éstos lo denunciarían por haber tomado partido y por su falta de objetividad,
por no hablar de su arrogancia insoportable...). El que pierde dos puntos de rating se queda afuera. Esta violencia que pesa
sobre la televisión contamina todo el campo de los medios. Se transmite incluso
a los espacios intelectuales, científicos, artísticos, que estaban construidos
con base en el desprecio del dinero y a una indiferencia relativa a la
consagración masiva. ¿Se imaginan a Mallarmé
esperando ser reconocido en las calles y aplaudido en los meetings?
Y sin embargo, esos pequeños universos, como la literatura o las ciencias, en
las cuales se podía vivir como un desconocido y en la pobreza con la condición
de ser estimado por algunos y hacer cosas dignas de realizarse, están
actualmente bajo amenaza.
¿Cree que en las condiciones actuales de competencia los
medios pueden escuchar sus razones?
Sé que puedo parecer un sabiondo que
viene a predicar la moral en un momento en que hay que salvarse como sea y en
que el patrón de Libération [diario de gran
circulación, vinculado al Partido Socialista. (N. del E.)] debe
preguntarse todas las mañanas si habrá suficientes anunciantes para publicar su
próximo número. Pero es precisamente esa crisis y la violencia que exacerba
la que lleva a ciertos periodistas a pensar que estos sociólogos no están tan
locos como parecían. Entre los periodistas son siempre los jóvenes y las
mujeres los más afectados: me gustaría que comprendieran un poco mejor por qué
les pasa eso, que no existió necesariamente un error del jefecito el cual, por
su parte, no es demasiado sagaz, pero por eso se lo eligió, sino que hay una
estructura que los oprime. Esta toma de conciencia puede ayudar a soportar la
violencia y a organizarse. Tiene la virtud de desdramatizar y proporcionar
instrumentos para una comprensión colectiva.
Usted describió los campos del arte y de la ciencia como
universos que poco a poco van elaborando reglas. ¿Cómo puede ser que el
periodismo no haya podido encontrar las suyas?
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Foto: Médias |
En el universo científico, en efecto, hay mecanismos sociales que obligan
a los sabios a comportarse moralmente, sean ellos "morales" o no. El
biólogo que acepta dinero de un laboratorio para escribir una publicación sin
ningún valor... Hay una justicia inmanente. Aquel que transgrede
ciertas prohibiciones pierde. Se autoexcluye, se desacredita. Mientras que, en
el campo del periodismo, ¿dónde puede localizarse un sistema de sanciones y
recompensas? ¿Cómo va a manifestarse la estima hacia el periodista que cumple
bien con su trabajo?
Seguramente alguien lo acusará de querer un sistema
dirigista, un comité central de los medios...
Lo sé. Pero es todo lo contrario. La autonomía que predico
ensancha la diferencia. Y es la dependencia la que genera uniformidad. Si las
tres revistas francesas L'Express, Le Point y Le Nouvel Observateur tienden a ser intercambiables, es porque
están sometidas aproximadamente a las mismas coacciones, a las mismas
encuestas, a los mismos anunciantes, que los periodistas se pasan unos a otros,
y se roban entre sí temas o portadas. Cuando en realidad, si ganaran mayor
autonomía respecto de los anunciantes y de su propio ranking, la
cantidad de ejemplares vendidos, respecto de la televisión, que impone los
temas importantes, se diferenciarían enseguida. Para limitar los efectos
funestos de la competencia, llegué a sugerir, por ejemplo, que los periódicos
crearan instancias comunes, análogas a las que se conforman en casos extremos como
en los raptos de niños, cuando todos se ponen de acuerdo para hacer el blackout de la información. En estos casos extremos,
los medios dejan a un lado sus intereses competitivos para salvar una suerte de
ética común. Para otros temas que sólo se tratan porque otros lo hacen
podríamos imaginar una especie de moratoria. En el caso de los libros, el
fenómeno es asombroso. Muchos periodistas culturales están obligados a hablar
de libros que desprecian, únicamente porque los demás los mencionaron, lo cual
contribuye bastante al éxito irresistible de libros lamentables...
Frente a estos medios que le disgustan, usted parece
adoptar una actitud que puede criticarse: la del desdén. ¿Por qué?
Una actitud de repliegue, más bien. Pero no es mía exclusivamente.
No conozco a ningún gran sabio, ni gran artista ni gran escritor que no sufra
en su relación con los medios. Es un verdadero problema, porque los ciudadanos
tienen derecho a escuchar a los mejores. Sin embargo, los mecanismos de
invitación y de exclusión hacen que los telespectadores se encuentren casi
sistemáticamente privados de lo mejor.
Pierre Bourdieu, filósofo francés, murió el pasado 23
de enero. Poco antes de esa fecha sostuvo un diálogo con François
Granon, del cual reproducimos un fragmento que fue
publicado originalmente en la revista Télérama.