JUAN CHOW: SIN CONCESIONES

 

                                          Fernando Vallejos Suàrez

 

 

La verdad es que nos da mucho gusto poner al alcance de ustedes amigos y amigas del ciberespacio la producción literaria de Juan chow, digo esto,porque en un momento creí que se incomodaría por el hecho de publicar su obra en internet, pero ha sido precisamente su colaboración con esta página web, lo que permitió esto que le estamos presentando, ojalá sepan valorarla  en su real dimensión.

 

Si la aspiración de un poeta y escritor consumado es ser fiel a sí mismo, ese es Juan Chow. Su quehacer literario y su actitud personal, ponen de manifiesto un espíritu descontento con el tiempo que le tocó vivir, o para decirlo más propiamente, es la rueda que no encaja en el engranaje que a diario carcome la poca pizca de creatividad que queda. Chow, dispara directo a la cultura del conformismo que lamentablemente prevalece en la sociedad y eso trae como consecuencia que muchas puertas se le cierren, pero lo que no está en duda es su fidelidad y el comprimiso de ejercer su oficio literario con plena libertad.

 

Chow no quiere dar su brazo a torcer y hoy lo vemos recorriendo calles y avenidas de la capital con su cartapacio alimentando ilusiones y atisbando la posibilidad de ver surgir nuevos valores literarios no contaminados por el tufillo acrítico que se ha propagado aceleradamente en amplios círculos intelectuales.

 

Dejo con ustedes "La Paja en el Ojo", buen provecho.

 

                    1 de abril de 2004            

 

 

 

 

 

 

Índice de La paja en el ojo

                             Juan Chow

I        Prólogo:

1......Perdamos la inocencia

II      La paja en el ojo

A:   Panorama de la literatura nicaragüense

2......Sin forma no hay fondo

3......Del Modernismo a la modernidad alfonsina

4......Nuestra Generación Perdida  (Joaquín Pasos, Manolo Cuadra y Ge Erre Ene)

5......Carlos Martínez Rivas:  El último innovador

6......Conspiración contra el admirable Ernesto Mejía Sánchez

7......La Generación de los 60 (Beltrán Morales, Ana Ilce y Leonel Rugama)

8......¿Y la Novela Nicaragüense?

B:   Panorama de la pintura nicaragüense

9........Peñalba, maestro de la técnica

10......Armando Morales, prestidigitador de bambalinas

11......La aspereza figurativa de Leonel Vanegas

12......Sobalvarro pinta el sueño

13......La pintura solar de Alfonso Ximénez

14......Escultura de Aparicio Arthola:  Expresionismo de lo grotesco

III    La técnica sirviendo al talento

15......Carpintería alfonsina

16......Los orfebres del arte

17......El tambor griego de Rubén Darío

IV    No aleguemos demencia

18......La escasez de comprendedores de arte

19......¡Salvemos el gusto artístico!

20......No aleguemos demencia

21......El chiste del arte

22.....¡Manos a la obra!

 

 

 

I        Prólogo:

 

 

 

Perdamos la inocencia

 

 

 

 

Trataré con estas páginas, abiertas a criterios conscientes de que algo anda mal en nuestra historia literaria, de contribuir al saneamiento del  proceso del arte nacional; mismo que hasta la fecha ha conducido una embustera historia  oficial. Un oficialismo más ideológico que estético, que arrancó por generación espontánea en 1927;  año crucial que enrumbó, en espíritu y pensamiento, por veredas provincianas el ritmo natural de nuestras manifestaciones artísticas.  Viendo la paja en nuestros propios ojos,  podremos desalojarla  para que todo regrese al sendero dialéctico que se nos confiscó.  Para eso compilo este libro crítico, con trabajos que, en su mayoría,  publiqué en las revistas de arte Ojo de Papel primero y, luego, en Las palabras sobran. He hecho algunos ajustes necesarios para imprimirles el formato propio de un libro.  Quiero comenzar pleonásticamente, por el principio.

 

La historia de la literatura nicaragüense que, con Darío, estrenaba una tradición de calibre universal a principios del siglo pasado, desapareció misteriosamente en la torre de la iglesia La Merced de la ciudad de Granada, dando paso a una historia oficial escrita por una élite de poetas aristocratizados, quienes se atrincheraron en un movimiento literario, más bien ideológico, que denominaron Vanguardia Literaria Nicaragüense (1927-1934).

 

 Tras la muerte de Darío, en 1916, luego de haber echado al cesto la concepción estática de la Real Academia Española que detuvo la evolución de la literatura de la lengua de Cervantes, intentando reproducir un nuevo Siglo de Oro;  la literatura hispanoamericana inaugurada, como tradición, por el Modernismo, sufrió  otra forma de peste del cliché: el eclipse dariano. De esta manera las academias escolásticas que saltaron en astillas,  fueron reencarnadas por frustraciones posmodernistas que quedaron como náufragos, sin madero de salvación en el atolladero formal, donde permanecíeron incapaces de dar con el acento de la Modernidad.

 

Contrario a su objetivo de libertad, la forma poética dariana se volvió una nueva camisa de fuerza. Los poetas que no comprendieron que su hazaña no fue una cuestión de forma, sino de idea, habida cuenta de que estaba en juego la existencia misma del idioma español;  entendieron que la forma musical  fue todo.  No se percataron de que la armonía de caprichos con que descartó el conjunto de reglas académico,  proponía la libertad creadora que reivindicaría los nuevos contenidos de la Modernidad, para los poetas venideros, porque él no fue Moderno, no tuvo tiempo...fue Modernista. Y se quedaron moribundos en las aguas almidonadas de la forma poética.

 De ahí la vital importancia de las vanguardias poéticas hispanoamericanas, que se dieron a la tarea de ponerse adelante de la tradición literaria,  encontrando en el arsenal dariano, la llave para dotar de una conciencia moderna a nuestra literatura, laborando sin ínfulas, dialécticamente.

 

No sucedió así en su país natal. Los del  movimiento de vanguardia que surgió en Granada,  concluyeron en el folklorismo de ignorar la performance del indio chorotega, y “avanzaron” como si nunca hubiera ocurrido, porque no soportaban que alguien con un apellido inventado, Darío, fuese superior al apellido de la aristocracia criolla. Entonces planearon un Panorama de la Literatura Nicaragüense a su imagen y semejanza, del que expulsaron a Darío para que no les hiciera sombra, argumentando, chauvinistamente, que como le cantó al cisne y no al zopilote, no podía ser considerado uno de los nuestros. Desde entonces caminamos provincianamente en todas las disciplinas artísticas.

 

La cúpula de esa vanguardia eran hijos de hacendados o similares, y no sólo tuvieron privilegios de educarse en el extranjero......contaron con sus propios medios de comunicación impresa. Los principales fueron los granadinos Pablo Antonio Cuadra y José Coronel Urtecho, y el chinandegano venido a menos, Luis Alberto Cabrales;  quienes, para no chocar con piedras en su proyecto reaccionario, por muchos años, casi tres décadas, nos ocultaron una proeza literaria que, escrita y publicada por Alfonso Cortés en el mismo 1927, La canción del espacio, nuestro primer gran poema moderno; hubiera echado por la borda su idea de que para que alcanzáramos una voz propia y moderna en la poesía nacional, teníamos que deshacernos de ese afrancesado. 

 

Queda por ver si aquel movimiento nació por entusiasmos estéticos de esos muchachos un poco locos, como los calificó el mismo Coronel,  o si fue la cobertura de una ideología que inventó el slogan coroneliano de Somoza forever, para las pretensiones presidenciales de  Somoza García, el asesino de Sandino, cuando fungieron como avanzadilla de la España franquista, en el tenebroso fanatismo de los camisas azules.

 

Nosotros matamos al mesías, confesó, refiriéndose al asesinato de Sandino,  el único de los tres que murió sosteniendo: ¡Soy fascista!,  Luis Alberto Cabrales;  mientras sus camaradas  disimulaban su traición,  en la Procesión Anual de Varones Católicos, marchando por las calles granadinas, con una velita encendida en sus manitas, todos los primeros de enero, como insuperables marianos.

 

Así arranca una historia hechiza, llevándose por delante el desarrollo normal del espectro estético nicaragüense.  Ninguna disciplina artística nuestra escapa a su oficialista golpe de estado. Sus herederos, que los preparó muy bien, intentan  absolverlos afirmando que tanto Cuadra como Coronel, arrepentidos, terminaron aceptando a Darío como un poeta universal nicaragüense. Y es cierto. No podían tapar el sol con un dedo. Pero si lo aceptaron, dejaron intacto el desorden que ocasionaron en casa, el que ahora aprovechan quienes  temen que los artistas nicaragüenses perdamos la inocencia. 

 

 

 

II      La paja en el ojo

A:   Panorama de la literatura nicaragüense

 

 

 

Sin forma no hay fondo

 

Rubén Darío falleció el seis de febrero de 1916 en León, cuando su reloj Ingersol marcaba para siempre las diez y quince de la noche, desencadenando la perpetua evolución de la forma poética, que haría posible la expresión de la Modernidad.  Algo que por años no comprenderían cabalmente la mayoría de nuestros mejores escritores;  incomprensión que explica el eclipse literario que cubrió los bisoños cielos hispanoamericanos.

 

Darío se dio a la tarea de construir una nueva forma poética frente a la exigencia de los pensamientos de la modernidad, que no hallaban en el idioma con qué manifestarse. No nacían porque no existía una forma. De ahí que alguien pudiera decir fuera de contexto, que Darío fue superficial. Dentro de contexto hubiera sabido que su empresa fue una labor vital. Él tuvo que librar, virtualmente a solas, como un titán, la impostergable batalla de la consecución de una nueva forma poética, para que pudiéramos profundizar en el pensamiento contemporáneo.  Fue, el Modernismo, imprescindible para que los hispanohablantes no enmudeciéramos merced a una lengua que tuvo su Siglo de Oro cervantino, pero que, debido a las imposiciones policíacas de la Real Academia Española, se encontraba, a finales del siglo diecinueve, en su fase terminal para devenir una lengua muerta. Fue el Modernismo pues, una cuestión de fondo.

 

La anquilosis formal encierra la anquilosis mental, manifestó. Quería que comprendiéramos que el contenido, significado o mensaje, nace por su expresión. Sin una forma no existe un fondo. El fondo mismo es una forma. Uno lanza al tapete el concepto de fondo, y la imaginación del espectador lo aprehende en una forma. El idioma español, maniatado de clichés provenientes del Siglo Diecisiete que derrochó fulgor, se entumía dentro de una mortaja académica, incapaz de comunicarse con la modernidad, que requería sus propias formas expresivas;  urgía un genio que, primero, lo desentumiera para echarlo a andar sobre su curso dialéctico. Y Darío no sólo lo puso de pie para que pudiera caminar de nuevo, sino que le imprimió a su andar la fluidez artística del pensamiento musical.   He allí esa gran libertad, como calificó Jorge Luis Borges al Modernismo dariano.

 

Antes nada estaba hecho de cara al porvenir literario.  La desesperación  intelectual de finales del diecinueve, atontada por el deslumbrante avance capitalista, auguraba el fin de la forma poética.   Darío (Metapa,antes Chocoyos y hoy Ciudad Darío, 1867) les dijo que la forma poética estaba llamada, antes bien, a extenderse.

 

Frente a esta situación de emergencia de un idioma entero, dueño de una tradición universal que estableció sus fronteras en antes y después de Miguel de Cervantes Saavedra;  nuestro héroe nacional de la inteligencia, ensayó, sobre los viejos temas, una forma novedosa que, luego, abriría todas las puertas al pensamiento de las futuras generaciones, para que profundizaran en su contenido. Por eso, el que sus temas fueran mascaradas dieciochescas, fue lo de menos.  Sus contenidos de sangre azul fueron sus conejillos de India...¡sus sirvientes! ¡Un indio chorotega servido por una princesa! Lo esencial de su empresa fue la forma con que envolvió esas causas; una forma que, luego, le serviría para cantar al indio americano, con la misma grandeza con que Homero cantó a los mitológicos héroes grecolatinos.    Y, yo afirmaría, con mayor grandeza; pues en  sus poemas encontramos al Toqui blandiendo el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.   Hizo de la forma un fondo. Su revolución formal fue una cuestión de idea... Más bien, de vida o muerte. Desde entonces existe un antes y después de Rubén Darío.  

 

 

 

 

Del Modernismo a la modernidad alfonsina

 

                                                                                                 

Tres cuartetos eneasílabos consonantes, evolucionados de la estética modernista,  solucionaron el poema alfonsino Un detalle, en una época (primer tercio del siglo veinte) en que semejante hazaña, revestida de una fluidez individual, era considerada una utopía por los poetas locales, atascados en la depresión posmodernista de un Darío declamativo, que no les permitía la consecución de una voz personal.

 

Los aristocratizados poetas granadinos no se resignaron a ser adocenados por lo que se conoció como el eclipse dariano. Un complejo de inferioridad se apoderó de ellos, y, a aquel indio chorotega,  decidieron sacarlo del juego de los poetas locales;  bajo el xenófobo argumento de que era un afrancesado, le negaron su cuna espiritual.

 

Para poder alzar la cabeza en el Panorama de la Literatura Nicaragüense, lo ignoraron como poeta nacional y, a su Modernismo, como el universal inicio de nuestra tradición literaria. Fueron antidialécticos y, un día de 1927, encerrados en una  torre de crucifijos gamados, decretaron el nacimiento de lo que erradamente bautizaron, con tono jocoso y regionalista,  Vanguardia Literaria Nicaragüense; dando por sentado  que así salvaban el curso de nuestra literatura, inaugurándola como tradición.

 

Esta historia se oficializó: primero como dogma predicado por las vacas sagradas, y luego, al desvanecerse la era de los dones, por dos o tres razones que desembocan en la inseguridad que tienen de ellos mismos, los poetas aplaudidos por ese panorama.

 

Debí contar esto para retornar al atropellado Alfonso Cortés, quien nació un nueve de diciembre de 1893, en León, en uno de cuyos balnearios, precisamente en 1927, se volvió loco por una pedrada en su cabeza; una locura violenta llamada vesania científicamente. Murió a los 76 años, en 1969. ¿Podía en sus condiciones mentales, de breves ratos lúcidos y creativos, bregar en la lucidez sistemática de una concepción filosófica? Ernesto Cardenal dice de él que su poesía es quizás la única verdaderamente metafísica que hay en castellano.

 

 

Y esta creencia intelectual arrastró a Cardenal y a José Coronel Urtecho, en un acto de vandalismo, a cambiarle el nombre a Un detalle porque consideraron que le era más apropiado el de Ventana -dijeron-, por su naturaleza metafísica(?). Alfonso,  encadenado en el manicomio, les reclamó, pero no le hicieron caso y, en la Editorial Hilo Azul de  Cardenal, en la primera edición, 1952, de los admirables Treinta Poemas de Alfonso Cortés, el poema aparece con el estático nombre de Ventana sin que nadie protestara por el atropello. Más bien continúan reproduciéndolo como Ventana.

 

 

Alfonso reclamó como artista y lo manosearon como filósofo. El poema es una pintura enamorada del rostro de Angélica, en el lienzo del universo. El detalle es el azul de sus ojos, más intenso que el azul del cielo. Los alfonsinos ojos del amor buscan con qué comparar a esa mujer y, ante los gestos (Gestos) preciosos de su dama inalcanzable, el poeta loco enloquece; mas no hallando en el mundo tangible nada digno con qué semejarla, recurre a lo desconocido, lo incomprensible e impalpable donde siente  que estando aquí, ¡de allá me llaman!

 

Sí, hay metafísica allí, pero no como una concepción filosófica, sino como un recurso artístico. Cortés parece metafísico por el poder de su intuición poética.  ¿No tiene toda intuición algo inexplicablemente metafísico? Un detalle es un poema de amor maravillado de intuiciones, al extremo de que así como pudo ser escrito para esa anónima  Angélica, pudo ser escrito para  la poesía.  Poesía eres tú, escribió Bécquer a una mujer.

 

Y para cerrar:  Alfonso Cortés es la feliz demostración de que una tradición literaria no surge por generación espontánea, como  el caso granadino; sino que más bien es un proceso que una vez abierto funciona por evolución, y no se detiene sino que revoluciona para continuar su infinita espiral, y esta marcha dialéctica la desarrolla no  sin aparentes estancamientos, mismos que se tornan patéticos en un mundo contemporáneo donde el Género Humano parece haberse dado por vencido, humillado por la invulnerabilidad de las cosas, reducido a lanzar lo que teme podría ser su último clamor, inscrito en esa maravilla de la modernidad alfonsina que se llama La canción del espacio desde hace, irónicamente, 75 años, cuando aseguraron que eso era imposible: Y quién sabe hasta cuándo aprenderemos/ a vivir como los astros/ -libres en medio de lo que es sin fin/ y sin que nadie nos alimente.

 

Así Cortés, sin negar a Darío para ser él mismo, trascendió batallando con fervor artístico en el marasmo posmodernista, hasta alcanzar la modernidad poética  como un producto dialéctico  del Modernismo, dentro del cual  abordar temas como la relatividad del tiempo y el espacio, o la condición  de la existencia humana  condenada al hambre y el frío metálico de los calendarios,  no tuvo asideros reales.

 

 

 

-

Nuestra Generación Perdida:

 

Joaquín Pasos

                                                                                                                                      

 

 

Si hubo entre los nuestros un admirable poeta que se pudiera considerar de la Generación Perdida, porque tuvimos una, ése es Joaquín Pasos; no sólo porque, espíritu de entreguerras, nació en Granada con la Primera Guerra Mundial, en 1914, y murió en Managua,  en 1947, a escasos dos años, luego del estallido genocida de la Bomba Atómica.

 

Murió de tristeza, alcoholizado de terror, a los 32 años, habitando un mundo que amenazaba volar en pedazos, en donde robó tiempo al tiempo para escribir ese gran poema de aliento universal: Canto de Guerra de las Cosas, que me pareció, y me sigue pareciendo, mejor logrado, en su composición, que La tierra baldía de T.S.Eliot, otro poema inmenso que, como el de Pasos, realiza una radiografía cinematográfica del  mundo en esa época incierta.  Ambas piezas son increíbles, casi inverosímiles; sólo que Canto de guerra de las Cosas  redondea su pensamiento; mientras su mellizo en infortunios mundiales, se sale por los bordes, ganando en vida real lo que pierde en simetría esférica.

 

Desde este párrafo puedo aseverar que  Pasos no pudo pertenecer  de manera alguna –espiritualmente-  al grupo mentalmente chauvinista de la Vanguardia Granadina, misma que, pese a haberse opuesto a la universalidad, por su olor a Darío, reclamó en su panorama al autor de una poesía que, como la del Canto de Guerra de..., prendía su mirada más allá de sus narices provincianas. Reclamaban, y aún reclaman a través de sus herederos intelectuales, para su jactancia, lo contrario que solicitaban en su manifiesto, con el que llamaban a cantar lo nuestro con el lenguaje nuestro. Geográfica y cronológicamente estaban en ventaja: Joaquín nació granadino y, por más señas, coincidió en su época  a los dieciséis años, cuando lo reclutaron. Aunque artísticamente nada lo identificaba con sus reclutadores. Joaquín nació poeta desde siempre.

 

Con observar que si cantó al indio, lo hizo como parte de la humanidad, y no como pieza curiosa de lo nuestro; lo cantó sin complejo de inferioridad, humanizando su desgracia. Esa india  asesinada por el hambre en el mercado,  no ha de haber sido del agrado de quienes llamaban a cantar al indio en un contexto festivo, donde no existiera ni migaja de reclamo social.  Querían indios descalzos, alegres como barcos ebrios de quinta categoría, para que pudiéramos saber que eran pendencieros, vivianes, borrachos, burlescos, asesinos, dignos de lástima. Pablo Antonio Cuadra escribió entonces, como amo paternalista:  La amistad del pobre es la honra de mi casa. El pobre es el pobre indio.  El pobrecito los indios sucios, borrachos, descalzos de la ideología de Cuadra y Coronel,  hábiles cantores del árbol, la hamaca y los caites nacionales; no fue el indio de Joaquín, pidiendo a los ojos turistas, ávidos de postales folklóricas, que terminen de abrirle el estómago donde no encontrarán nada, sólo hambre y misterio.

 

En sus poemas de viajero imaginario, evidencia un espíritu abierto al cosmopolitismo y los idiomas extranjeros, porque en su conciencia la cultura es todo lo que ha hecho el género humano  para ser el Género Humano. No se encerró en su aldea para mofarse de los analfabetas peones; y, aunque sus opiniones políticas fueron claramente fascistas, como las de sus coetáneos vanguarderos, su vanguardia estética fue cualitativamente opuesta. Una vanguardia estética, modernistamente moderna, un canto mundial de su contemporaneidad flagelada... Definitivamente no pudo haber pertenecido, poéticamente, a la Vanguardia Granadina que, nadando contra la corriente de su propia estética  ideologizada, para saludar  con sombrero ajeno, a falta de sombrero propio, lo ha embarcado en su panorama como parte de la pandilla.   

 

                                              Manolo Cuadra

 

Lo mismo hicieron con el poeta Manolo Cuadra, otro de la Generación Perdida, granadino de Malacatoya (1907), que también coincidió en su tiempo; muriendo en Managua, víctima del exilio y el cáncer, en 1957;  siendo uno de los poetas buenos que creó algunos poemas  admirables, como el  cinematográfico Perfil, contradiciendo, por todos los costados, la proclama de la  granadina iglesia La Merced, desde donde llamaban a sus miembros a ignorar la violenta realidad nacional;  querían, a toca costa, un paisaje sin historia.  Y Manolo cantó la lucha de Sandino (Contra Sandino en la montaña), pintando un conflictivo paisaje de opresores y oprimidos en los mismos campos de batalla, o en las clandestinas noches subversivas de Almidón.

 

El evidente logro de este poeta marginado, se evidenció en el terreno de la prosa narrativa local, que seguía sujeta al costumbrismo regional;  en Almidón asistimos a la eclosión de una narración salpicada de humor, nacida en una ciudad que resentía su atmósfera tiránica. Sacó la prosa de su provincia pintoresca, poniéndola al servicio de las experiencias  sociales, donde se batían a muerte oprimidos y opresores. Por fin la realidad nacional encontraba una ruta moderna de expresión.

 

Como ni Joaquín ni Manolo Cuadra correspondieron, en el terreno estético, como debió ser, a los lineamientos miopes de los caciques de la tribu, no hay manera de que pudieran pertenecer a su vanguardia. Pertenecieron a la Vanguardia de la literatura hispanoamericana. Poéticamente propusieron un paisaje con historia.

 

                                           Ge Erre Ene

 

Y no olvidar al fino humorista de nuestra Generación Perdida, es un deber: Gonzalo Rivas Novoa, Ge Erre Ene, nació en Masaya en 1906, y murió en  Managua, por cáncer como Manolo, en 1958. Es el autor de MORADO, esa ingeniosa parodia que popularizó al autor de AZUl..., contra todos los augurios de una élite intelectual, que  calificaba de imposible semejante empresa.

 

Tras la olímpica expulsión granadina de Rubén Darío, de la justa de los poetas nacionales, se propagó la tesis de que la obra dariana jamás sería asimilada por el entendimiento popular. Convirtieron su Modernismo en una lectura de biblioteca, y le permitieron al populacho su faceta declamativa. Fue precisamente esta faceta la que le facilitaría a Ge Erre Ene, el cumplimiento de su misión.  De ahí que la intelectualidad de salón, hipócritamente enfadada lo acusara de estar haciendo chacota de Rubén Darío;  originando su respuesta dodecasílaba modernista, que echa por tierra la parafernalia de la doble moral:

 

                                      Pero, le respondo, ¿quién hay que demarque

                                      cuál es la frontera de la devoción,

                                      si Rubén Darío se exhibe en un parque

                                      con cuatro mujeres y...en camisón?

 

                                     Y en León, no lo tienen en un cenotafio

                                     que más que una tumba parece un desplante;

                                     donde en interlíneas se lee este epitafio:

                                     Aunque no esté muerto, que no se levante.

 

Vivió los sobresaltos de una época accidentada, cuando sus compatriotas casi enmudecían. Manolo Cuadra escribió de él,  que había conseguido hacer reír a un pueblo que, a fuerza de tragedia, casi ha olvidado  la técnica de la risa.

 

Cierto lunes que Manolo publicó  un artículo contra Somoza García, éste lo mandó a echar preso, sin poderlo localizar.  Lo iban a cazar, y lo buscaron  por aire, mar y tierra...y nada. A  los días Ge Erre Ene publicó en su magistral Semana Cómica:  Esta mañana abandonó el país  el poeta Manolo Cuadra, rumbo a Costa Rica, escoltado por dos militares. Cuando interrogado por la guardia somocista sobre los dos traidores, respondió que realmente el poeta había pasado la frontera con el mayor sigilo y el general beneplácito.

 

En verdad que le devolvió la risa a un pueblo vapuleado políticamente, y confiscado culturalmente; al que el conocimiento de Rubén Darío le estaba vedado.

 

.Ge Erre Ene fue contundente con su ironía, de manera que cuando el pueblo llano leía gozoso sus parodias darianas, sentía el efecto inmediato de conocer los originales,  e iba y los conocía,  reapareciendo su risa con mayor fuerza, porque el inalcanzable se les volvía familiar. Ésta es la historia;  lo demás es cuento.

 

 

 

 

Carlos Martínez Rivas:

               

                                    El último innovador*

                                                                                                  

 

El 12 de octubre de 1924  nace en Guatemala, de padres nicaragüenses,  nuestro  segundo gran poeta desde Rubén Darío,  Carlos Ernesto Martínez Rivas, quien, despojándose del Ernesto, es respetado como Carlos  Martínez Rivas, cuyas iniciales, CMR, devinieron un sello de calidad. Transformó la más reciente historia de la literatura hispanoamericana, imponiendo con el esplendor de su precisión verbal,  un punto de  vista revolucionario que nos devolvió bella la fealdad

 

En La insurrección solitaria brillan esos felices ejemplos de cómo lo ordinario y zafio se vuelve poesía, tornando poético lo antipoético.  Su concepción de la belleza rebasó al enorme César Vallejo, quien hizo con lo cotidiano una humana poesía con momentos quejumbrosos, al extremo de que llegamos a sospechar  que Vallejo fue un llorón disculpado por su genio.

 

Nuestra tradición literaria hispanoamericana arrancó con la exquisitez estética y mental de Rubén Darío, ese aristócrata...pero del pensamiento;  y avanzó con la exquisitez de la imaginación de Jorge Luis Borges, nuestro Poe;  pero fue Vallejo quien poetizó la cotidianidad humana,  a la que  la élite intelectual de su contemporaneidad, por atavismo ideológico, calificaba de mal gusto. Y puso sobre la mesa del pobre-pobre, como un bouquet, un pan tremendo.

 

Por esta poesía de lo cotidiano  andaba nuestra tradición, cuando  en 1953 apareció La insurrección solitaria, LIS, colocándola un paso adelante: en la cotidianidad de lo cotidiano, consciente de que la fealdad es parte de la realidad y no puede ser ignorada, puesto que el arte refleja creativamente toda la realidad, y ésta no puede ser sólo exteriorista, o sólo interiorista;  sólo cielo o sólo infierno. Es lo uno fusionado con lo otro, en una combinación dialéctica semejante a la vida.

 

 

En Hogar con luz roja, poema dedicado a Pilar y las chicas, lo encontramos celebrando los escalones de madera de un burdel, con tan cínico fulgor que uno no podrá encontrar canto mejor para las escaleras de mármol. En Eunice Odio ejecuta una comparación  inopinadamente erótica:  Sólo en el vientre, el vello./Creciendo allí tal vez por la misma/secreta razón –aún sólo sabida por él- del musgo. Y de pronto, hasta el grotesco gruñido se torna, atrapado en las cosas, arte: Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua. Mientras lo que le pareció un poco de saliva ciega y moho,  se le transforma en la crisálida de una abeja en su célula. CMR reivindica, estéticamente,  lo inconfesable... , y lo ridículo; saca luz de la vulgaridad humana, y, aunque asegure ser el ojo que sólo ve, sin opiniones, no disimula su excelente disgusto con lo establecido. Beltrán Morales decía que LIS era la crítica a la burguesía desde el mismo seno de la burguesía.   Quizá  debiera detenerme un poco sobre este ángulo de su actitud, porque  después de todo es lo que determinará, artísticamente, su autenticidad.  CMR, a diferencia de Ernesto Cardenal que se disfrazó de pobre para  justificarse, arremetió ácidamente contra la mediocridad burguesa,  aceptando sus vinos;  detestó la estupidez viniera de donde viniera, y centró su armonía  en nuestras confesiones inconfesables,  como un mortal que sabía,  engendro del lodo, que podía ser capaz de bajas pasiones: Yo, que tantas veces he traicionado.

 

La grandeza de su poesía apenas se empieza a vislumbrar. Pocos días antes de morir  Beltrán Morales, a un periodista que le preguntó su opinión sobre lo que diferenciaba a CMR de Ernesto Cardenal,  le respondió: Creo que  Ernesto Cardenal es una divinidad continental, y Carlos Martínez Rivas, una divinidad local; pero estoy seguro que más temprano que tarde las divinidades locales se volverán continentales, y las continentales locales.

 

*Escrito y publicado meses antes de morir CMR, en Managua, el 16 de junio de 1998.

 

Conspiración contra el admirable

Ernesto Mejía Sánchez

                                                                                                                

 

Contigo han conspirado para que llegue tarde la noticia,  pareció escribir, como si se dirigiera a sí mismo,  el poeta Mejía Sánchez, quien nació en Masaya en 1923,  y murió en Yucatán en 1985; habiendo publicado en vida el breve pero bellísimo poemario Recolección, que hizo exclamar  a Julio Cortázar: Por una pluma se conoce al águila.

 

Quizá sea la más sentida víctima del Panorama oficial de nuestra literatura, donde no sólo se ocultó su admirabilidad, sino que, prácticamente, se le negó su jerarquía con la maniobra de los Tres Ernestos o Los Tres Grandes del 40.  Vieja práctica vanguardera que, en los años 20, hizo otro tanto con la admirabilidad de Alfonso Cortés, metiéndolo en un mismo saco con dos poetas buenos, Salomón de la Selva y Azarías H. Pallais; etiquetándolo dentro de los primeros Tres Grandes del mismo panorama. Alfonso Cortés es un poeta fuera de serie, me confesó Carlos Martínez Rivas. Ese primer triángulo fue fruto de la insidia, como fruto de la perversidad fue el segundo, con el cual lograron imponer a Ernesto Cardenal como un gran poeta, encima del grande Carlos Martínez Rivas, de nombres Carlos Ernesto, y Ernesto Mejía Sánchez;  siendo en justicia, como Salomón de la Selva, un poeta bueno con momentos admirables. Pero Alfonso Cortés y Ernesto Mejía Sánchez,  esencialmente fueron admirables, como Joaquín Pasos. Mejía Sánchez llevó la peor parte en esta geometría panorámica. Por años la conspiración de la intelectualidad granadina funcionó.

Y lo más mortificante, con su venia......¡de ahí la sensación que lo suma al contigo!

 

Acostumbrados oficialmente a verlo en ese trío, donde, junto a Martínez Rivas, poco se le notaba; no pudimos apreciar a tiempo su verdadera estatura.  Mas la irreverencia genial de Martínez Rivas, y la desobediencia brillante de Beltrán Morales, operaron semiclandestinas, sacando finalmente a ambos poetas de sus provincianos sacos. Entonces comenzó a resplandecer la estrella de Mejía Sánchez. Sin embargo, la noticia había llegado muy tarde, y quedaron  en casa suficientes cabos sueltos para continuar el perjuicio.

 

Por mucho que me afirmen que la reedición aumentada de Recolección, bajo el titulo Recolección  a Mediodía,  publicada apresuradamente luego de su muerte,  fuera preparada personalmente en vida por el mismo autor, no lo voy a creer. Sus últimos días fueron desagradables, y un espíritu como el suyo, que organizó en silencio Recolección, publicado en 1972 por la UNAN de León , tiene que ser el de un orfebre de la inteligencia. Y, desgraciadamente, Recolección a mediodía,  publicado postmortem en México y, seguidamente,  en Nicaragua,  asoma ensombrecido de lamentables altibajos que desdicen la pluma de águila  que extasió al autor de Rayuela.

 

Esto no es epitafio ni elegía, había escrito. Tuvo razón, fue irrespeto a su belleza artística nacida en su naturaleza: Yo no tuve la culpa de soñarte. Su diáfana oscuridad contiene un oráculo del corazón humano en soledad, lejos del cursi sentimentalismo: Se ha muerto mi niñez de un solo golpe. Allí oscuridad y luz son mellizas.  Cuando lo leí en su individualidad, me pregunté: ¿Quién es este adivino que permanece traspuesto en un triángulo mentiroso? ¡Ah, el solitario que se echa con la muerte y se levanta viudo!  ¡Pero si es el tercer vértice de una pléyade de memorables poetas nacionales, que debería estar iluminando, con sus hermanos de sangre: Alfonso Cortés y Joaquín Pasos, nuestra provincia  con su luz universal!

 

Él no pudo compilar ese adefesio de Recolección a mediodía, donde, si bien es cierto aparecen muchos extraordinarios poemas que confirman su dimensión, además de los propios de Recolección; no es menos grosero que circulan en  sus páginas poemas ocasionales, de álbumes condescendientes, olvidables en su retórica, que poco, o ningún favor, más bien daño, le hacen a su memoria.  Las manos entusiastas que publicaron  a este contradictorio Mejía Sánchez, realizaron el chapucero milagro  de cruzar una pluma de águila con una de zopilote.

 

En general su prosa es sólidamente poética.  Hay en ella un pensamiento de fondo oculto en un pensamiento estético, que deja  el misterioso sabor de una ausencia en la conciencia del lector. Sugiere, como sus versos,  un presente que no pudo nacer de la casualidad;  afirmando que uno es lo que ha sido y, también, lo que será, como un eclesiastés que emerge de las sombras, con una flor sangrienta en el ojal.   Bajo la camisa de pétalos trae sus novedosos poemas en prosa, sus prosemas que fulgen como espadas finas,  pulidas de humor negro que nos regresa a los callejones de la vida real: Los nicaraguones venceremos a los americones. 

 

En uno de sus prosemas trata, con una sonrisa maliciosa,  el papel de los artistas frente a la realidad mercantilizada: Yo los he visto –lamen la cadena o se ahorcan con ella, pagados siempre de la simple caricia o la pobre opinión, asidos, prendidos a ellas como al leño del náufrago. Yo los he visto amantes: aman la vida y la libertad y sólo son felices en la postración y la muerte. Nadie diga que no son generosos.

 

En una ocasión un artista joven,  paradójicamente amigo de la crítica, señaló  que las obras de Martínez Rivas y Mejía Sánchez no necesitaban reivindicadores,  porque se defienden solas.  Y es verdad en cuanto a que son obras que tarde o temprano sostendrán  el cielo hispanoamericano. No tengo duda. Pero, mientras tanto, ¿quién reivindicará a las generaciones de lectores de poesía, que no tendrán el placer de gozarlas hasta el día de su inevitable reivindicación,  quizá dentro de medio o un siglo, ¡a saber!; o a los venideros poetas inmediatos, o los que ya empiezan a caminar, que se ahorrarán,  desdichadamente para su necesaria formación, el disfrute de su magisterio?

 

La conspiración contra Mejía Sánchez, es, no lo dudemos, contra el desarrollo literario nicaragüense; y está hartamente probado y comprobado, desde hace 75 años, que éste urge de reivindicadores. ¡Y pronto!  

 

 

 

 

La Generación de los 60:

 

Beltrán Morales, Ana Ilce  y Leonel Rugama                                             

 

 

Después de los 40, es decir, de Carlos Martínez Rivas y Ernesto Mejía Sánchez, si somos estéticamente rigurosos, nos resta afirmar que en los 60 emergieron tres poetas buenos con asomos admirables: Beltrán Morales, Ana Ilce Gómez y Leonel Rugama. Aparecieron para quedarse, y hoy reclaman su espacio en mi panorama personal de la literatura nicaragüense:

 

                                      Beltrán Morales

 

El 14 de mayo de 1986, de madrugada, solitario en una cama del manicomio de Managua, prácticamente murió, a los 41 años de edad,  Beltrán Morales (Jinotega, 1945). La literatura nacional perdía así a uno de sus auténticos militantes, y la crítica ganaba a su mejor mártir. Él abrió una compuerta para que el pensamiento literario local, dirigido provincianamente desde 1927,  fluyera independiente en los sesenta,  marcando una diferencia peligrosa para los mayores de la tribu, quienes temiendo el derrumbe de su reinado,  cerraron filas para neutralizarlo, declarándolo loco con el auxilio de sus problemas maníaco-depresivos.

 

Entró armado de inteligencia a esa década, en la que, con el surgimiento del Frente Sandinista de Carlos Fonseca, comienza en la provincia tiranizada política y culturalmente, la conciencia de la disensión en el pensamiento de una clase media intelectual. A los que cuestionaron políticamente, se les respondió con fuego; a quienes, como Beltrán, lo hicieron culturalmente, se les chantajeó con la  muerte civil. Yacíamos a merced de programas de estudios oficiales, que no eran más que la reproducción de las orientaciones, renovadas por sus herederos, de la Vanguardia Granadina.  En medio de este stalinismo mental, como un golpe de dado temerario, Morales publicó, en 1975,  su  desobediente volumen de crítica literaria, Sin páginas amarillas. Algo distinto había comenzado en provecho del criterio personal de cada artista.

 

Su libro causó tal escándalo en el statu quo de las jerarquías poéticas impuestas desde la Calle Atravesada, que no les quedó más que sumarle al calificativo de loco, el de malcriado. Aparecían en él,  a niveles de genios, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Mejía Sánchez. Se ironizaba a poetas intocables como Salomón de la Selva, Ernesto Cardenal o Pablo Antonio Cuadra; se mostraba la blandura poética de sus críos, a quienes llamaba en diminutivos, como Rochita, o aplastaba con una página blanca, como a Fernando Silva. Contra lo que pudiera pensarse, reconocía sus virtudes sin omitir sus defectos. Sin páginas amarillas estableció un precedente que nos devolvió el derecho a pensar por nosotros mismos en las esferas culturales. Allí se reconoció como a un verdadero poeta al guerrillero sandinista Leonel Rugama. Fue el comienzo del fin de la  ciega obediencia intelectual, que indispuso a su autor con una clase social dominante, misma que no le perdonaría,  ni aun  muerto, su osadía. Un heredero de ésta expresó, mientras acariciaba su ataúd: ¡Ya Beltrán descanza en paz; y nosotros también. Mucho jodía! 

 

Como su ironía lo había salvado de ser consumido por las llamas católicas de la Era de las vacas sagradas, y del provincianismo clasista del Panorama oficial, no tuvieron otra que matarlo de tristeza, en contubernio telepático con sus crisis cerebrales.

 

A la par de la revolución  armada, inició, prácticamente solo, la revolución cultural nicaragüense; invitándonos a las nuevas generaciones a reescribir, sobre la base del talento personal, y no de las simpatías o antipatías sociales, el Panorama confiscado de la literatura de la tierra de Rubén Darío.  Desgraciadamente, la Revolución que soñó, en los 80 complació a la vieja falange intelectual, quienes coparon ministerios educativos y culturales con una pañoleta rojinegra al cuello. Nunca consiguió tragarse la pastilla de los nuevos escritores sandinistas. El tiempo le dio la razón. Fue su última crítica. En el solar devastado por las componendas y las traiciones, todavía se escucha su premonitorio poema: Las plantas trepadoras conversan de política.

 

                                              Ana Ilce

 

Es una menos entre el montón de poetas nacionales de finales de siglo. No  apareció con el turbio pleito de la poesía femenina. Sabe que lo suyo es una cuestión de talento. Vino a cumplir una misión artística mostrando la belleza de la intimidad en un mundo que pretende anular, precisamente, la intimidad humana. Ana Ilce, quien nació en Masaya, su querida provincia, en 1945, se protegió con un silencio personalísimo  de la polución del boom criollo, y terminó haciéndose poesía.

 

Ana y Beltrán Morales, nacidos el año de la Bomba, conforman, junto con Leonel Rugama, el trío admirable de poetas menores  nacionales que conquistaron, desde los 60, la última mitad del  siglo pasado. Por la concisión brillante de sus pensamientos,  crea piezas memorables, tan deliciosas que no se lo terminamos de agradecer. Sus poemas sólo en apariencia física son epigramáticos.  En realidad son el diálogo de pequeños universos enteros que, uno, al entrar en ellos y  notar un gesto inevitablemente familiar,  respira la inmensidad construida por la artista, en una silenciosa ceremonia sanguínea:  su libro de páginas vivientes.

 

No ha escrito mucho, se comenta;  mejor decir que no ha publicado mucho. Su único libro de poesía, Las ceremonias del silencio, 1975, El pez y la serpiente;  reeditado con un leve aumento en 1989, Editorial Vanguardia;  está destinado a ser, para los amantes de la buena poesía, un frecuentado oasis.  No plantea un tema, sino una forma poética que rodea un asunto íntimo, con la naturalidad de quien no ignora el fuego, donde no caben vencedores ni vencidos, y se solazan los que perdieron su paraíso porque alguna vez, al menos,  lo tuvieron.

 

Cuando apareció en la palestra nacional, alarmó mucho a sus contemporáneas, quienes de entrada convirtieron el inteligente oficio de la sensibilidad poética, en un reducto áspero que hizo del movimiento literario de las nacientes poetisas, una trinchera de la guerra de los sexos.  Sus poemas alcanzan, frecuentemente, momentos dramáticos que nunca sueltan la ironía: En Yo he militado dice: Porque mi arte no fue inútil/ni siquiera contigo,/contigo que jurabas no conocerme/pero que un día llenaste/la ciudad entera con mi nombre. O como expresa en Inscripción a la orilla del camino:  Yo que un hermoso día triunfé/en el amor y que esta triste tarde/no puedo sobrevivir al olvido.  O invita a su lector a tocar la desmoronada corona de mi júbilo. No escapa de la vida real, va a su encuentro; no reniega despechadamente de la felicidad del amor, asume su alto precio. Para ella  la literatura es un mundo privado. No conoce la vanidad; sigue siendo un espíritu solitario. A la belleza de sus poemas en versos, añadamos la belleza de sus poemas en  prosa. Beltrán Morales notó su dominio en ambos terrenos, dentro de los que encontraba  la eternidad del tiempo y la fugacidad del amor... Dominio que, entre otras cosas, asegura la permanencia de Ana Ilce Gómez.

 

                      Leonel Rugama

 

El 15 de enero de 1970, sin llegar a cumplir los 21 años de edad, cayó combatiendo contra todo el ejército somocista, dentro de una casa capitalina, junto con dos jóvenes revolucionarios,  el poeta Leonel Rugama, quien viniera a la vida en un valle de Estelí, en 1949.  Fue un poeta que, evidentemente, no tuvo tiempo para la literatura. Tomó tan en serio la vida que escogió el camino del martirologio  de los santos, para enderezar un mundo hostil; hundiéndose en las catacumbas de la clandestinidad  militante, del sandinismo revolucionario de los años 60.

 

Poco o nada se sabía de Rugama. Un poeta guerrillero era impensable; sin embargo, allí estaba la prueba de lo que él mismo quiso demostrar: Los intelectuales socan. Para demostrarlo, un día abandonó la protección de las catacumbas, y entrevistó a varios de ellos, proponiéndoles conformar un Comando Guerrillero de Poetas, que asaltaría bancos y colocaría bombas en la embajada estadounidense.

 

Casi todos lo vieron como loco; sólo Beltrán Morales le confesó con seriedad que no serviría como guerrillero, y que su papel estaba en la literatura; al punto que cuando una mañana, en el cafetín de la UCA, Leonel le aconsejó que hiciera ejercicios físicos; le respondíó que los había comenzado, y ya levantaba una silla con  una mano, mientras levantaba realmente una silla con una mano.

 

Rugama creó, en escasos veinte años, como un  irónico matemático que ha sentido en carne propia la belleza de las brasas, extraordinarios poemas como La tierra es un satélite de la luna, Como los santos, Las casas quedaron llenas de humo y otros que lo convierten en un caso singular de la literatura hispanoamericana...¡un raro!  Cantó,  siendo uno de ellos,  la moral de los héroes: Porque los héroes nunca dijeron que morían por la patria, sino que murieron. Un verso de este aliento, epopéyicamente homérico,  es invaluable, como invaluables son varios suyos, digamos el que afirma que los pobres  no nacen por hambre y tienen hambre de nacer para morirse de hambre.

 

Cuando cayó desarmado de su fusil, hacía tiempo que estaba armado por la gracia; porque Leonel Rugama no fue un guerrillero que se volvió poeta, antes bien, fue un poeta que se volvió guerrillero.

 

 

 

 

¿Y la Novela Nicaragüense?

                                     

En una conversación privada con aspirantes a novelistas nacionales, en los ochenta, el célebre escritor inglés Graham Greene les manifestó algo que mejor callaron: Puedo morir tranquilo sabiendo que en Nicaragua Rubén Darío tiene su confirmación en Carlos Martínez Rivas;  pero no puedo decir lo mismo de su prosa; todavía no ha nacido el Rubén Darío de la novela nicaragüense.

 

Aquella opinión no salió de allí. Era muy dura para los entonces escritores oficialistas que, a toda costa, querían producir un best seller novelístico. Y tal vez ése siga siendo su problema;  quieren publicar una novela y no un libro, como el Quijote: esa novela con aliento de libro. Trabajamos bajo parámetros provincianos.

 

La historia de la narrativa local ha sido, tras la expulsión del ejemplo prosístico universal de Darío, manifiesto en Azul..., Los Raros y sus crónicas literarias; la historia de su contenido y no de la estética del mismo. Por ello, los esfuerzos narrativos que escasamente han sido felices, no nos han proporcionado una obra que dé la cara por la Novela Nicaragüense.

 

                                      Manolo Cuadra

 

Si partimos con Darío como nuestro primer narrador universal, ¿con quién iniciaríamos nuestra narrativa local? Demasiada responsabilidad para un criterio ético.  Me atrevo a mencionar a Manolo Cuadra, quien viró radicalmente nuestra cuentística regional, al cuento testimonial novelado: Itinerario de Little Corn Island(1936), Contra Sandino en la montaña y Almidón(1945).

 

La historia oficial comienza nombrando a ociosos narradores de temas histórico-costumbristas, es decir, paisajistas folklóricos en una tierra sin historia. Por sus pasarelas hollaron damas melancólicas y escenarios librescos...y abundante moda europea. Esto a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. En la época precolombina hubo una narrativa oral muy nuestra, que luego fue procesada por la escritura del mestizaje colonial. El teatro callejero, los cuentos de camino y la poesía popular sobrevivieron oralmente. Esta narrativa oral sería el inicio de nuestra tradición literaria en prosa, de haber sido asimilada. Pero el colonialismo español atrasó la evolución de la inteligencia nacional, aprovincianizándola. De manera tal que a finales del siglo veinte nuestros narradores modernos se cuentan con tres dedos de una mano, y la esperada Novela Nicaragüense sigue en veremos.

 

La influencia provechosa que pudo provenir de la narrativa dariana, fue echada al cesto por una mezquindad intelectual clasista, que nos empantanó en el complejo de inferioridad frente a la metrópoli conquistadora. Manolo Cuadra es el primero que abandona, como artista, este complejo; aunque su temática de testimonio novelado, salpicada de humor citadino, pese a haber soltado las amarras del pensamiento provinciano, interpreta más bien a una Nicaragua a solas en el mundo: Contra Sandino en la montaña.

 

Nuestra experimental narrativa del siglo veinte, que acogió primero al campesino como personaje, y al campo como curiosidad literaria, en un afán de registrar lo "nuestro" como souvenir, y firmar lo folklórico; no demoró en ideologizarse por la fuerza de una historia oficial que, a través de los programas de estudios ministeriales, tenía, y aún conserva, en la preferencia de los lectores locales, la Vanguardia granadina.

 

El campesino y el campo se convirtieron en una lastimosa tarjeta postal, que no dejó traslucir a los campesinos de Contra Sandino en la montaña. Los poetas caciques así lo mandaban. No se escapaba de su código sin un rasguño; a lo más que se llegaba era a un costumbrismo social, como en Bananos de Emilio Quintana, o Cosmapa de José Román, quien es el primero que latinoamericaniza el habla nicaragüense. Y si nos acercamos más a nuestros días, vemos que en El comandante (1969),  Fernando Silva  más bien hace una apología al barbarismo de la lengua local, en una zona semirrural enmarcada por un puerto y un castillo. Por un asunto de tema, no de forma artística, Juan Aburto es designado, caprichosamente, como nuestro Padre de la narrativa urbana, pese a contar con una prosa refrigeradamente correcta y sin aliento.

     

                                       Mario Cajina-Vega

 

Luego de mencionar al poeta Manolo Cuadra como nuestro primer narrador de cara a la  condición humana contemporánea; no puedo dejar escapar el nombre de ese narrador cinematográfico, tejedor de epígrafes,  que fuera el masayés  Mario Cajina-Vega (1929-1995).  Sostenido en una prosa con aliento escénico, en Familia de cuentos o sus  vivientes crónicas de cine, laboró como un artista dirigiendo el escenario de la farándula muy siglo veinte. 

 

Estas facetas modernas de Manolo y Cajina-Vega fueron traspapeladas por la cultura oficial.  El resto han sido experimentos y fracasos narrativos. Si  Graham Greene resucitara para morir hoy, seguramente pensaría que no fue una buena idea.  Nicaragua sigue sin novelista que la escriba.

 

 

II      La paja en el ojo

B:   Panorama de la pintura nicaragüense

 

 

           Peñalba, maestro de la técnica

 

                                       

 

 

Se han escrito de Rodrigo Peñalba (León1908/Honduras1979) valoraciones académicamente pomposas que, en lugar de mostrarnos al diestro dibujante dominador de las técnicas de la pintura de caballete, casi nos venden a un genio que sentó las bases de la modernidad pictórica  nicaragüense, a inicios de los 60, por sus gruesos empastes, su manejo impresionista del color, o su sentido del planismo y la bidimensionalidad. Con estos ingredientes estamos a punto de tratar no con el gustoso docente que fue, sino con un creador...Pero Peñalba no fue un creador sino un maestro de la técnica, y entre la creación y la técnica existen cualitativas diferencias.

 

Estudió pintura en Europa (sobre todo Italia) y retornó en los 50 para asumir la dirección de la Escuela de Bellas Artes en Managua, donde reprodujo  lo que aprendió, según su gusto exquisitamente conservador. Sus alumnos adquirieron con su magisterio, asombrados al inicio, los secretos europeos del tratamiento del color, los planos, el empaste, el dibujo y la sobriedad del paisaje que los mantuvo oscilando en una pintura inmóvil entre el retrato y la naturaleza muerta; pero querían algo más, olfateaban giros revolucionarios que el maestro dejó descartados en su maleta de viajero: la abstracción pictórica y sus complicidades figurativas.

 

 

Pese a sus técnicas muy de principios del Siglo XX europeo, Peñalba, como pintor, se mantenía gozoso en la Edad Media de la pintura sacra; aun sus modelos primitivos olían a Iglesia Católica. Sus alumnos exigían un futuro estético que, en Europa,  rápidamente iba adquiriendo pátina. Se sentían atrasados y, de alguna forma, culpaban a Peñalba de esta demora.

 

 

Un día de 1963 rompieron con las reglas atenazadas del maestro y, ansiando el magisterio libre de la creación, pasaron del tecnicismo mecánico a la acción creativa, inaugurando el Grupo Praxis, cuyo espíritu rebelde se diluyó, poco a poco, en el conformismo de la sobrevivencia. Mas de allí se alzaron el ensueño de Orlando Sobalvarro, la dureza de Leonel Vanegas y el neoclasicismo tropical de Armando Morales.

 

 

Si Praxis nació debido a una reacción futurista contra el tecnicismo estático de Peñalba, Peñalba pasó a la historia de la pintura nacional gracias a su contradicción que fue Praxis.  Ambos se pagaron sus deudas.

 

Sin su contradicción Peñalba sería el nombre de un maestro de la técnica más. En fin, la historia de la pintura nicaragüense (como la de su literatura) exige un enfoque dialéctico basado en el talento de sus protagonistas.

 

 

 

 

 

 

 

 

Armando Morales:

prestidigitador de bambalinas

                                                                                                                                                                       

                                                                                                                                                                        Yo no busco, encuentro.

                                                                                                                                                                                       Pablo Picasso

                                                                         

-¿Es Morales original?  -¿Un genio?  Me las hice y tendré que responderlas

pese al coro vecinal que insiste en  presentarlo como el Rubén Darío de la pintura nicaragüense. Confieso que no me disgusta; es un virtuoso artista artesanal. Pero no es original, ni un genio, y menos el más grande de nuestra fauna pictórica.

 

Sé lo que la pasión grafica meridianamente, porque el arte es pasión:  todavía no ha nacido el Rubén Darío de la pintura nicaragüense, ni el novelista, ni el teatrista. ¡Oh deprimente cima!  Peñalba,  en el 63,  enfrentó la reacción decidida de sus discípulos que,  cansados de su lógica clásica,  se fueron a abrevar en el abstraccionismo, del cual volverían a una mezcla  de abstraccionismo figurativo. Ya no retornarían a la pintura de caballete.  Picasso había revuelto esa lógica, y hasta Dalí había convertido en un rompecabezas sus fantasmales decoraciones.

 

En nuestro patio,  trabajando solitario,  Orlando Sobalvarro siguió pintando ensoñaciones   que lo condujeron a identificar su mundo. Su aprendizaje técnico no lo redujo al clasicismo, sino que lo aventó a armonizar un lenguaje emocionado de color.  Sobalvarro pinta el sueño.  Podemos decir que de alguna manera es original.  Su contrapartida, también original de alguna manera,  fue otro discípulo rebelde de Peñalba:  Leonel Vanegas. Éste rehúye las ensoñaciones y quiere hundir los pies bajo las cloacas. Sabe que el barro no es espuma, sino barro; siente la piedra áspera y la convierte en arte.

 

Ni Sobalvarro ni Vanegas son de un mundo lineal. Son hijos de las sensaciones: pusieron al  cielo y el infierno a los pies de los espectadores. Mientras aquél descifra lo onírico, éste pule  la pesadilla. Pero Morales, fruto del tecnicismo, en verdad no tiene un mundo personal; no se atreve a caminar sobre las aguas de las incertidumbres individuales.

 

Va a lo seguro: el Renacimiento clásico; a lo aceptado con los ojos cerrados. Y lo hace maravillado como un prestidigitador que naciera en Granada en 1927. El tecnicismo de Peñalba devino en él un tecnicismo de orfebrería fina.  La lógica clasicista salió de su chistera envuelta en brisa marina. No es un neoclásico  cualquiera; es uno tropicalizado. Lo más seguro es que Peñalba, por esta reivindicación de la técnica, viniendo de un rebelde que se le amotinó en PRAXIS, se haya sentido hondamente recompensado, y, lo mejor, por un hijo pródigo a quien llamó, según dice Julio Valle Castillo:  el más grande de nuestros pintores.

 

Morales, dicen, y es verdad, es el más cotizado, internacionalmente, de nuestros pintores. Y eso es un resultado pecuniario, no un resultado artístico. Morales vende un mundo estético que en el mercado occidental es seguro, como la moda. ¿Quién va a poner en duda  sus mujeres? ¡Si parecen estatuas grecolatinas! ¡Si bien podrían ser Las hilanderas de Vélazquez! Sorprendámoslas a la orilla del Lago de Granada, y en vez de un rostro de amor laboral, encaramémosles un rostro neutro que nadie notará; porque son esculturas, no se mueven.

 

O mejor anulemos el dolor del rostro del San Sebastián de Mantegna, y ¡fuera esa dramática flecha que, de lado a lado, atraviesa su vientre! Es decir, quitémosle su atmósfera renacentista, como si de quitar bambalinas se tratara, y cubrámoslo con otra bambalina, una que huela a mar; y allí está Morales, un artífice técnico trabajando sobre un mundo que, sin las ventajas científicas y morales de la contemporaneidad, reaparece como una exquisita complacencia repitiendo que todo tiempo pasado fue mejor.

 

    A mí me encanta la parodia, porque tiene conciencia de serlo;  de ahí su ironía. El Quijote parodia al Caballero de la Triste Figura,  y, aunque él no lo sabe, su creador sí lo sabe y nos lo hace saber desde el principio. No juega sucio. De ahí su originalidad. Es un artista, no un prestidigitador.  ¿Pero por qué tendré la sensación de que con ese cuento de que Armando Morales es un pintor proteico y amigo de experimentación como Pablo Picasso, y al igual que Picasso  sigue buscando y encontrando(?); me quieren tomar el pelo?

 

 

 

La aspereza figurativa de Leonel Vanegas

 

 

Contrario a lo que pintó sensualizando lo áspero, con un negro y un blanco propios de sus altocontrastes; mucha retórica envuelve lo que sobre él se ha escrito que, al final, uno no sabe si nos están presentando al artista que supo muy bien que lo era, o al miembro de un club iconoclasta de hippies contestatarios que rondaban la Avenida Roosevelt de la Managua de Somoza.

 

 

Oímos que era cruel, terco, tromponero, incisivo, insobornable e implacable que creemos se refieren a un juez inexorable más que a una sensibilidad artística. que Manolo Cuadra,  poeta y boxeador, era como describen  a  Vanegas, quien nació en Managua en 1942, y murió alcoholizado, a los 47 años de edad, en 1989. Pero Vanegas no era así por gusto, sino por necesidad, como Manolo. Un medio hostil como en el que ambos se movieron, ameritaba reciedumbre. Fueron hombres de una sola pieza. Fueron artistas de verdad.

 

Cuando Vanegas abrió los ojos y vio que algo no funcionaba, apartó los rosales de la creación porque le parecieron sospechosos: demasiado hermosos para ser verdad; y se colocó frente a los despeñaderos erotizando de sudor la luz para que preñara las tinieblas. Vanegas creció vinculado por un cordón umbilical, a esa concepción estética que, luego de la clausura del Renacimiento, puso al Hombre en el centro en bruto del universo: la del peor postor: lo feo que la realidad denomina su confesión inconfesable, y la doble moral llama antipoético.

 

 

La cultura medieval consideraba los temas terrenales, el hombre y la mujer, como antipoéticos; el Renacimiento reivindicó a ambos como poéticos; pero las vergüenzas interiores de cada uno, sus bajas pasiones, permanecieron antipoéticas: de lo que no hay que hablar.  Vanegas pintó, pues,  lo que no debía pintarse porque la sensibilidad humana no estaba preparada a asimilarlo: ¿Es acaso esta dureza arte?

 

Pero esa dureza fue el pretexto, como una pecera con agua de cemento, para mover un mundo en sus entrañas. Un mundo o submundo, qué más da, que terminaría deleitándonos tarde o temprano. Algo nuevo estaba asomándose en la pintura nicaragüense: Un paradójico abstraccionismo pétreo que, con nombre sencillo como figura, bifurcaría el rumbo revolucionario de la pintura nacional, luego de su rompimiento violento con el tecnicismo de caballete de la Escuela de Peñalba, en 1963. El otro cauce lo abriría el pintor Orlando Sobalvarro, quien se internaría en un sueño laberíntico. 

 

Sobalvarro y Vanegas: el sueño y la pesadilla  laborando fraternalmente, como el día y la noche, cambiaron el calendario de nuestra estética pictórica.

 

Un sencillo nombre como figura  para un Vanegas plantado en  seco,  nunca  fue un burlesco capricho, sino la esencia de una obra que, al parecer, no descansó hasta sacar vida de la muerte. Esas figuras están allí  afirmando la evolución de nuestro pensamiento. Vean a esa mujer sensual (Figura, 1983), surgiendo de manchas negras y blancas, el sostén desalojado y un mechón que baja por su cuello; al inicio son eso: manchas de algo de mal gusto; pero poco a poco, como si la vista fuera acostumbrándose a la oscuridad de un sótano, surge ella, la figura.  El pintor era muy serio como para fingir severidad.

 

Allí están sus osamentas, huesera de su contemporaneidad,  poniéndose de pie, como desenterradas de un aire oxidado, en el primer encontronazo con una luz lechosa que semeja un huevo estrellado contra un rostro apenas reconocible. Un Vanegas  jamás cuadriculado:  ese  cuadro dando de lejos  la impresión de un esquelético dinosaurio deshaciéndose contra la madrugada;  allí las patas del gigantesco saurio, a punto de maniobrar una gavota...o cumbia. Y más allá, un verde musgo nada inocente. Este espíritu es feroz.

 

 

Aquél de la pared de enfrente semeja una gran capucha terrosa, con dos enormes agujeros que extravían los ojos en el vacío; máscara kukluklanesca cercada por bodegones puntiagudos, como tajadas de sandías imperdonables; no hay rojo, ni verde; sólo luz y tinieblas envolviendo la creación de piedra.

 

  Repito, los poseedores de un mundo personal definido en  nuestra pintura, desde el día en que Peñalba perdió la guerra por imponer el tecnicismo como único camino del quehacer pictórico, siguen siendo Orlando Sobalvarro y Leonel Vanegas.  Si en los cuadros de Sobalvarro corre néctar sensual, en los de Vanegas la sangre es hierro líquido que circula a una velocidad indescriptible, que no alcanzamos a percibir... Pero está allí moviéndose como los tiburones que no dejan de moverse ni cuando están dormidos, como que saben en qué aguas se han metido.

 

Vanegas al pintar lo feo de la existencia, pintó una situación, no un estado.  Su mayor aporte a nuestra tradición plástica local, fue el haber ensanchado el gusto de nuestra sensibilidad por esa parte antipoética que confirma que el arte es el reflejo creativo de toda la realidad.

 

 

 

Sobalvarro pinta el sueño

 

Luego de la ruptura, en 1963, con el tecnicismo de caballete de Peñalba, y precisamente por eso, emergió una trilogía de admirables pintores, tras huraños horizontes  en el abstraccionismo.  La historia de la pintura nacional daba su primer paso en tierra firme. Cada uno desembocó en un abstraccionismo figurativo que, a Leonel Vanegas y Orlando Sobalvarro, los dotó de un mundo personal. Por su parte, Armando Morales no se alejó lo suficiente de la fijación  peñalbesca, y más que a un mundo personal, apostó, tropicalizándola, a una cultura grecolatina. 

 

Morales devino un virtuoso del tecnicismo neorrenacentista, siendo acogido sin reservas en el mercado internacional. Es el menos sospechoso de los tres. Su pintura es hermosa, cómoda y conformista. Vanegas se alejó tanto que hizo de la fealdad una sensual figura brotando de los escombros. Es el más fuerte; el más poético es Sobalvarro...un fabulista del  color. Su onirismo temático que bien puede ser sustentado por su infancia en la Mina del Jabalí, Chontales, donde nació en 1943, se me hace un pretexto anecdótico dando cobertura a sus colores personales. Esos tonos pasteles, translúcidos al amanecer, son, en realidad, sus temas. No es, pues, lo que sabe dibujar rememorando el ocre mudable de su provincia minera, su argumento pictórico. Es el color. Detengamos los ojos frente a un Sobalvarro, digamos Paisaje, y percibiremos el fondo del mar escapándose de un azul por un rojizo árbol hasta tierra firme, mientras un imprevisto huracán pasa lejano, apenas haciendo bambolear lo que parecen tres semillas enseñando la lengua...¿por qué no tres ostras o lo que la imaginación quiera?  El fondo no está en el concepto representado, sino en ese azul,  esos blancos verdosos, y la iluminación colándose tras bambalinas. Hay aquí, como en todos sus cuadros, este deleite colorista de la pintura. No dibuja el sueño, lo pinta.

 

La claridad sobalvarreana ilumina o ensombrece, según el sueño se codee con la fosa, es decir, la vida real. Porque hay una vida real tras todo esto, que le recuerda al pintor la condición humana. Quiero decir que no hay ingenuidad en el esteticismo de Sobalvarro. Palpo gozo, no escapismo. Pinta para protegerse, no para ignorar la pesadilla. En el fondo no pinta el sueño; el sueño es su color.

 

En su Paisaje de la Mina del Jabalí, enorme cuadro-mural al óleo, un antropólogo podría narrar la historia de las pinturas de las Cuevas de Altamira, un sicólogo ver remembranzas freudianas, y cada quien lo propio, porque allí están esas bestias, detenidas frente a frente, como un paréntesis de la mariposa abandonando su crisálida: la creación acunando a la creación. He allí la fábula, pero también el pretexto porque el cuadro nos conduce por un mundo líricamente secreto, coloreado por un ocre soñoliento. La historia está  en el óleo, no en el cuento.

 

Igual sucede en Árbol y luna, donde hay una luna empequeñecida en la lejanía, al extremo de casi evaporarse dentro de la huella de una uña blanca; luego viene lo que podría representar un árbol frente a un espejo morado, y una hoja solitaria sostenida en un cielo naranja anochecida. Tal es el juego de quien se deleita mostrándonos que la pintura no es el tema representado, sino el color.

 

No se trata sólo de ser buen dibujante, lo que de por sí es un arte subestimado por la mayoría de nuestros pintores, más apegados a la anécdota. Un buen dibujante deviene un extraordinario retratista. Peñalba fue un dibujante de buen gusto; también un colorista de buen gusto que no alcanzó a tornar el color en una zona autónoma, autosuficiente en la pintura nacional. Porque, tengo que repetirlo, los artistas nicaragüenses siempre llegamos tarde a la hora de las vanguardias artísticas universales. Ya por la historia oscurantista del colonialismo español que padecimos, ya por intereses intelectuales clasistas. Sí, clasistas. Con señalar que fue la intelligentsia granadina de la primera mitad del siglo pasado, descendientes de la autollamada aristocracia criolla, quienes institucionalizaron las reglas del juego de las historias de la literatura y la pintura locales.

 

Muy  atrás de la historia universal, la historia oficial de nuestra literatura tiene como origen a la Vanguardia Literaria Granadina (José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra y Luis Alberto Cabrales); Darío no apareció por décadas;  y nuestra pintura oficial  a  Rodrigo Peñalba.  Así quedó dispuesto por las vacas sagradas. Esto es lo que tenemos que aclarar. Nos enfrentamos a 75 años de oficialismo cultural.

 

Sobalvarro no es un extraordinario dibujante; es un admirable pintor y un dibujante talentoso alejado del retratismo. Sus dibujos no son malos, más bien buenos, pero eso no le quita el sueño a quien puede pintar el sueño las veces que le plazca.  Trabaja en una soledad casi provinciana sin más ambición que crear belleza. No quiere impugnar el gusto burgués como Vanegas, quiere mostrar el gusto artístico y nada más, y ésa es su misión estética contra la mediocridad, que deja en ridículo el mal gusto burgués. Cada uno a su manera  cumple su tarea. Vanegas delatando el basurero social, Sobalvarro reivindicando el cielo. Ambos haciendo saltar en astillas las concepciones conservadoras que de las artes hemos tenido desde 1927.

 

Me place escribir estas líneas sobre un artista que no quiere otra cosa que ser un artista. No aspira a transformar nada, y, sin quererlo, está transformando algo en el interior de sus espectadores: la idea posmoderna de que ya no hay nada que hacer. Volvamos a hacer la luz, nos dice, y descubrimos que la luz no ha muerto, y que tenemos que pelear a muerte para que mañana salga el sol.

 

 

 

 

 

La pintura solar de Alfonso Ximènez

 

Esa casa de piedra, abandonada a un puño ocre de tierra suburbana, sobre la que cae perpendicularmente el sol, esparciendo una suerte de gozo rojizo, amarillo, naranja, enmarcado en un celeste apacible; no es otra que el objeto artìstico del pintor Alfonso Ximènez, nacido en Managua en 1948, con una naturaleza alèrgica  al sectarismo estètico.

 

La casa o casas abandonadas del pintor, aparecieron sobre un sendero que ignorò el afàn por la novedad de los ismos, sosteniendo con  modestia admirable, la tradiciòn tardìa de la pintura nacional. Despuès  que los pintores locales rompieron, en 1963, con el academicismo estètico de la direcciòn  de la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la que fue  alumno Ximènez; la mayorìa se retirò a conspirar contra lo conservador, aunque de buen gusto, del magisterio de Peñalba.

 

Leonel Vanegas, Orlando Sobalvarro y Armando Morales salieron ilesos del amotinamiento provinciano, e hicieron, cada uno, su mundo personal; sobre todo Vanegas y Sobalvarro, porque Morales prefiriò explotar comercialmente  el caballete grecolatino.

 

Los demàs empujaron una cruzada abstraccionista y, en algunos casos, dadaìsta, es decir, snobistamente incoherente. Desesperados en la bùsqueda de horizontes novedosos e iconoclastas, asumieron màs un espìritu confrontativo que uno artìstico. Pero Ximènez no fue al abstraccionismo, ni se quedò en la pintura de modelo para momificarse, sino que la considerò sospechosamente y se dijo, aùn pùber, que el problema de la ausencia de historia en el paisaje, no radicaba en la inmovilidad del modelo, sino en la inmovilidad del talento.

 

Por lo que se dispuso a dibujar, en blanco y negro, no mansiones, casas poscoloniales de una època que no tuvo cronista, cuyos habitantes ni mascotas aparecen por ningùn lado; sin embargo, es imposible que no estèn allì. No son casas en ruinas; la mano del ser humano està en ellas; son habitables. Y eso lo sintiò el pintor cuando decidiò colorearlas con la iluminaciòn plana del acrìlico,  recreando un personaje de adobe, tejas, puertas, ventanas y pasillos, a la espera sin prisa de sus moradores, los que han de estar regresando de sus labores agrìcolas. El pintor, merced a un color propio, moviò la inmovilidad de la piedra.

 

No fue tras los grandes temas. Se satisfizo de un recurso netamente artìstico: el color. Beltràn Morales escribiò de èl: Las casas o el grupo de casas –nota distintiva de las creaciones de nuestro pintor-  solas, ìngrimas, se nos presentan y se sostienen a sì mismas sin el auxilio de figuras humanas, animales o vegetales. Lo que sostiene a estas casas es el color y su juego sobrio y sabio.

 

Ximènez, pues, se retirò a su individualidad, y poco se le miraba en grupos. De ahì que sus casas aparezcan como envueltas en soledad, o ¿en su desolaciòn? Èl no apostò a descubrir la pintura; se conformò con gozarla.

 

Lo imagino frente a sus casas, todavìa en blanco y negro, derramando el acrìlico sobre el paisaje suburbano; y sucede como si los mismos rayos

solares, arcoirizados de sùbito, bajaran imprimiendo su espìritu ensoñado.

 

Porque no son seres enlutados. Es el color laborando como el soplo de la creaciòn.

 

Ximènez rompiò, con la movilidad imperceptible del color, los esquemas de la pintura de caballete; por lo que sus casas trascendieron la fijeza del modelo, deviniendo crònica; o sea, historia esculpida por un verdadero artista.

 

 

 

 

Escultura de Aparicio Arthola:              

 

    Expresionismo de lo grotesco

 

Me deslizo en el submundo propuesto por el escultor y pintor nicaragüense Aparicio Arthola, y, en medio de su himno -¡el corazón del monstruo!-, a las aristas humanas que lo ilustran: crío feliz de una concepción artística de la fealdad, con antecedentes telepáticos en Saturno devorando a sus hijos, de Goya; y me percato de que el artista bien pudo elaborar esculturas sobrias al natural, clásicas, pero no quiso, y una opción individual lo condujo por la ruta sospechosa del expresionismo de lo grotesco, alejándolo del adocenamiento y compilando la crónica de lo abominable.

 

Ruta sospechosa pero peligrosa, donde se han desplomado numerosos escultores en la trampa del snobismo, que ha hecho trizas también a tantos pintores metidos al juego de escandalizar al burgués: puchero de clase media pintado de intención clasista, no artística. Y Arthola, trabajando sobre madera, metal, yeso, trapo, cartón, etcétera, obrero de la imaginación, introduce sus manos sueltas de prejuicios sociales, y va descubriendo en el espacio tridimensional de una plasticidad gustosa, la expresión de un mundo contemporáneo inexorable, con su escultura metálica de un par de botas guerreras, conteniendo los pies sugeridos de un Sísifo  del Tercer Mundo, que, pese a saber que marcha directo al matadero civilizado, prosigue en un mundo posmoderno donde la felicidad no existe, y la infelicidad no tiene explicación moral.  Es así porque es así. Como esos seres devastados por el hambre, que brotan de los basureros y se mueven por los caminos polvosos, a los que el artista les imprime no sé qué aire de comicidad erótica, que se mantienen, tambaleándose, sobre la línea fronteriza de lo sensual y lo obsceno, sin llegar a caer en el barro escatológico; más bien describiendo una espiral en bruto de la condición humana, atrapada en un círculo de alambre de púas, donde el día de mañana es un chiste de pésimo gusto. He allí la denuncia de su época. Conocer las ataduras es comenzar a desatarlas. Arthola expone la rusticidad de las cadenas sin un lamento. ¡Allá quien quiera seguir encadenado!

 

El resultado artístico de su testimonio alza la parada a lo deforme con la grotesca amoralidad. No hay en su anecdotario un estado de ánimo. ¿Para qué?;  este es el mundo de hoy, sin banquillo de los acusados. Y viene su cincel a sacar humor negro como para que sepamos de dónde viene el cinismo del verdugo, y, por lo menos, soltemos una sonrisa liberadora frente a la deformidad del cadalso.

          

                    El pintor

 

Nuestro escultor, quien naciò en la Managua de 1951, pasando por la Escuela Nacional de Bellas Artes diez años despuès del rompimiento con el conservadurismo clasicista peñalbesco, ocurrido en 1963;  liberado, ademàs,  de la obsesiòn abstraccionista del amotinamiento de PRAXIS, el cual se diluyò en malacrianzas estèticas ideologizadas; desconoce la vanidad fácil del aplauso, y no se detiene en su labor un minuto, como los hacedores. Confía en el silencioso prestigio, no en la propagandizada fama. Pinta; la suya es una pintura caricaturesca –esta vez sí- del estado de ánimo de la actualidad. Quiero decir que, desde su blanco pastoso, sus personajes no escapan al patíbulo subjetivista. Sorprendemos en ellos cierto desenfado experimental, registrando en el lienzo lo que esculpió en el aire; pues pinta sus esculturas devolviéndoles lo que no poseen espacialmente: color, porque nacieron envueltas en el acrìlico de la vida real.

 

                                   ¿Esculturas críticas?

 

Y quizá esta anemia a propósito, en la que no se puede pescar un ay, que no puede ser de otra manera; es un estado sin opinión, una realidad imbatible en su estancamiento, un veredicto paradòjico que hará de estas esculturas de vanguardia suyas, en un futuro cercano que su autor tal vez no advierta, la referencia obligada de la historia del nacimiento crítico de la escultura nicaragüense.

 

 

 

III    La técnica sirviendo al talento

 

 

 

        Carpintería alfonsina

         

                                         

                

                     Un detalle

 

                            1----a       Un-tro-zo a-zul-tie-ne-ma-yor      : 8+1= 9

                            2----b        in-ten-si-dad-que-to-do el-cie-lo,  :9

                            3----a        yo-sien-to-que a-llí-vi-ve, a-flor    : 8+1= 9

                            4----b        del-éx-ta-sis-fe-liz-mi a-nhe-lo      : 9

 

                            5----c        Un-vien-to-de es-pí-ri-tus,-pa-sa         :9

                            6----d        muy-le-jos,-des-de-mi-ven-ta-na,        :9

                            7----c        dan-do un-ai-re en-que- des-pe-da-za  :9

                            8----d        su-car-ne u-na an-gé-li-ca-dia-na.       :9

 

                            9-----e      Y  en –la  a-le-grí-a-de-los-Ges-tos,               :9

                           10---f        e-brios-de a-zur,-que-se-de-rra-man...          :9

                           11---e        sien-to-bu-llir-lo-cos-pre-tex-tos,                   :9

                           12---f        que es-tan-do a-quí,-¡de a-llá-me-lla-man!    :9

                                                         

                                                          Alfonso Cortés

                                                                                                                      León 1893/1969

 

Luego de Darío  quedó sobre el cielo de todas las Españas el eclipse dariano. Sus poetas pretendían superar el Modernismo, y apenas conseguían tímidas variaciones. No comprendieron su  prédica de libertad creadora ni la clave del ritmo interior de las palabras, contra las reglas académicas.  Mostró la evolución formal y su esencia mental: anquilosar la forma, observó, era anquilosar el pensamiento.Y el pensamiento Moderno se asfixiaba en la matriz hispanoamericana.

 

Pero un poeta leonés que venía del Modernismo, y que, a lo más, hubiera pasado a la historia como un buen poeta modernista y hasta allí; desde su manicomio escribió un libro de apenas 30 poemas alfonsinos que, al leerlos nos transmiten la curiosa impresión de haber leído no treinta poemas, sino treinta mundos enloquecidos de intuiciones. El Modernismo fue la matriz que forjó esta Modernidad.  De allí salió la poesía alfonsina cuyo poema de amor, Un Detalle, quiero comentar en su carpintería formal.

 

La Academia sostenía que los poetas cultos escribían versos de arte mayor, o sea, de más de nueve sílabas. Porque arte menor o arte mayor no respondían a una valoración cualitativa sino cuantitativa. Los poetas populares, llamados incultos, escribían  versos de arte menor, de dos a nueve sílabas cada uno. Un Detalle está escrito en  métrica popular. Son doce versos eneasílabos(nueve sílabas) consonantes (rimados). A quienes escribían versos de arte menor, les decían en la España  del siglo 19, poetas del Madrid Cómico (o del  Género Chico). Darío les aplaudió el ser los únicos que en una tierra de cervantes y calderones estaban haciendo algo por renovar la literatura española.

 

Algo parecido ocurrió durante el eclipse dariano;  los poetas de habla hispana maniataron los versos a sus innovaciones formales,  y con ello maniataron los temas.  No daban con las formas modernas para tratar los asuntos del Siglo XX, como la relatividad del tiempo y el espacio. Sus protagonistas seguían siendo marquesas disfrazadas de campesinas. Y corría en ellos un aire melancólico atrapado en un pueblo que ansiaba el advenimiento del príncipe salvador.

 

Mientras los poetas leoneses se resignaban en sus torres de marfil, los aristocratizados poetas granadinos se encerraban a gritar desde la Torre de la Merced, la muerte del cisne y la santificación del zopilote; al cosmopolita marfil opusieron el colonial taquezal.  No lo consiguieron pero institucionalizaron su derrota bautizándola Vanguardia Literaria Nicaragüense. Mas de León  salió el poeta que, armado de Modernismo, encontró la Modernidad: Alfonso Cortés. Así se explica Un Detalle que, guardando el cumplimiento de reglas académicas, da con un ritmo personal para expresar una nueva manera de cantar  la belleza. La belleza dariana es formal, la belleza alfonsina es mental. Aquélla el Cómo, ésta el Qué. ¿No era el Qué de la modernidad lo que urgía ser expresado con el Cómo? Tal era el reto de la Poesía Moderna.

 

Los doce versos de Un Detalle, distribuidos en tres estrofas, contienen 15 sinalefas que permiten a los versos 1,2,3,4,5,7,8,9,10 y 12 totalizar nueve silabas cada uno. Con esta  licencia se conforma una sílaba donde habrían dos, uniendo la vocal de la última sílaba de una palabra con la vocal de la primera de la siguiente, cuando las vocales se encuentran cara a cara. Así: en Que estando aquí..., la e de Que se cuenta como una sílaba con la e de estando, y la o de estando se une con la a de aquí. En lugar de cuatro sílabas son dos que al final del verso, con la sinalefa   ¡d(e a)llá me llaman!, contabilizan nueve sílabas y no doce.  El hiato deshace la unión. Fueron licencias métricas para que el poeta embutiera el pensamiento, a cincelazos limpios, en una estructura inamovible. A eso Darío llamó camisa de fuerza. Un Detalle tiene rimas perfectas o consonantes. El verso 1-a   rima mayor con el verso 3-a:   flor ;  el  2-b  rima cielo  con  anhelo  del 4-b. Esta estructura consonante tiene  igual orden en las dos siguientes estrofas: (a-b-a-b).  Pero mientras éstas terminan sus versos en graves, contándose todas las sílabas, salvo las economizadas por sinalefas,  para totalizar nueve en cada uno; la primera estrofa , o combinación métrica, concluye sus versos 1 y 3 en palabras agudas,  y,  por llevar éstas la mayor fuerza de voz en la última sílaba, proyectan otra imperceptible pero existente sílaba que se añade al total.

Entonces suman ocho sílabas, más la proyectada, nueve. Así eran las licencias y reglas académicas que Darío sintetizó en una sola regla: libertad de creación para liberar el pensamiento.

 

Con ese espíritu de libertad que sólo descubren, y espontáneamente, los talentos poéticos, Alfonso Cortés estructuró Un Detalle. La forma clásica fue innovada por Darío, y la forma clásica innovada adquirió voz del Siglo XX  con Cortés. Cortés no predicó el discurso extenso de Salomón de la Selva, de donde se derrama un lirismo moralizante  más parecido a un sermón, y muy lejano al cinismo mundano de la modernidad. Cortés pinta un precioso rostro femenino y nos lo muestra sin sentimentalismos ni preciosismos.  No es medieval como de la Selva, ni esteticista como Darío. Se planta allí como el ojo carlosmartiniano que sólo ve, sin opiniones. Cumple con el principio artístico de mostrar la belleza sin escrúpulos filosóficos.  Cortés es la reencarnación del artista moderno. No es el anunciador de un mundo mejor, ni el predicador que condena el pecado del mundo, ni Job desenvainando  lágrimas. Quizás,  por sus trastornos mentales, ni siquiera sospechó tales sofismas. Su obra brevísima, que son demasiadas obras alucinantes de  su contemporaneidad, evolucionó del esteticismo mostrando que el talento creador es lo único capaz de sacar leche de la piedra.

 

 

 

 

 

Los orfebres del arte

                                       

                                                                                                      

                      Soneto

 

                                   Un soneto me manda a hacer Violante,

                                   que en mi vida me he visto en tal aprieto.

                                   Catorce versos dicen que es soneto,

                                   burla burlando ya van tres delante.

 

                                   Yo pensé que no hallara consonante

                                    y estoy en la mitad de otro cuarteto:

                                    mas si me veo en el primer terceto

                                    no hay cosa en los cuartetos que me espante.

 

                                   Por el primer terceto voy entrando,

                                   y aun parece que entré con pie derecho

                                   pues fin con este verso le voy dando.

 

                                  Ya estoy en el segundo y aun sospecho

                                  que estoy los trece versos acabando:

                                   contad si son catorce y está hecho.

 

 

                                                                        Lope de Vega

                                                                                                                   Madrid 1562/1635

 

Dos siglos antes de que Leconte de Lisle, en la segunda mitad del XIX, encabezara al grupo de poetas franceses que preconizaban la escuela parnasiana; Lope de Vega ya había escrito este soneto, cuyo objeto artístico, como querían los parnasianos, es el soneto mismo; es decir, el arte como objeto del arte; sólo que, contrario a sus descendientes galos que lo embutían en una lírica despersonalizada, obteniendo precisas  joyas congeladas, casi perfectas; y guardando una devoción cuasirreligiosa frente al acto creador; Lope interviene en su oficio de una forma humorística: se trata  de un parnasiano romántico en el Siglo de Oro hispano. Lope, como ellos dos centurias después, exaltó el objeto artístico, y nos donó una sensual radiografía del soneto como su reto personal, trasladado al pretexto de un personaje: Violante.

 

 

Los poetas del parnaso  laboraban dentro de una parafernalia, para producir piedras preciosas que definieran el poema o la pintura o danza  que  abordaban con la  veneración de un orfebre, cuyo oficio no se permitía subjetivismos sanguíneos. Debían lograr la perfección, y ésta no entiende de pasiones: es la belleza de un témpano y no la alucinación de un crepúsculo.  Lope se enfrenta a su propia empresa artística: cantar al soneto con un soneto que, por más señas, titula Soneto; y entre disimuladas vacilaciones va mostrándonos con lujo didáctico, su humanizada tecnología en la creación, paso a paso, de los catorce versos endecasílabos consonantes de su magistral pieza, escrita, según La Real Academia española después del fin del Siglo dorado, en arte mayor, o sea, en versos de once sílabas.  Esos doctores de la lengua concebían la calidad artística(arte mayor o menor) por la cantidad silábica.

 

Un-so-ne-to-me-man-da a  ha-cer-Vio-lan-te: 11, dice el primer verso donde, para ajustar las once sílabas, el poeta utiliza una sinalefa que al unir tres vocales encontradas las reduce a una, pues sin esta licencia el verso hubiera contado con trece sílabas. Este dato de las once sílabas es el único que no aparece registrado en la radiografía, debido a que entonces  era natural que un soneto fuera escrito en endecasílabos.Es notorio el placer del autor al diseñar  su poema del poema.  Dice, como quien no quería la cosa, que  fue Violante quien se lo ordenó. Pero  ahí marcha hedonista, en los vericuetos técnicos, hacia los catorce versos. Construye con orgullo personal el primer cuarteto consonante, o sea, una estrofa de cuatro versos rimados en el sistema A-B-B-A, que concluye burlándose de la dificultad del reto: bur-la-bur-lan-do-ya-van-tres-de-lan-te:11.

 

Es el amor propio del artista el que está en juego en este soneto. El segundo cuarteto  finaliza con análogo ánimo: no hay-co-sa en-los-cuar-te-tos-que-me es-pan-te:11.  Luego siguen los dos tercetos finales con sus tres versos consonantes cada uno, con lo cual el orfebre  nos pide revisar su cabal cumplimiento parnasiano: con-tad-si-son-ca-tor-ce-y es-tá-he-cho:11. Y en este último verso notamos que se produce una sinalefa simple (unión de dos vocales encontradas, no admitiendo a una tercera como en  la sinalefa del primer verso), y se evita otra en el encuentro de ta-he porque el poeta necesita sumar once sílabas y no nueve ni doce. ¡Cuestión de licencias métricas en una época en que la preceptiva aún no desplazaba al talento!  En Lope notamos talento y rigor preceptivo impuesto sólo por su voluntad artística. Así traducían  esta estrellas la disciplina clásica.  Proclamaban la libertad, no el libertinaje. El arte es una disciplina espiritual, no una chapucería mengala. Pero esa evolutiva libertad fue truncada por la Real Academia española que se inauguró en 1713, diz que para preservar el esplendor del Siglo dorado. Entonces  nació la presión académica  convirtiendo el desenfado creativo en  una camisa de fuerza.  Las innovaciones hechas a la lógica clásica por el talento de los poetas del 17 peninsular, al no ser enfocadas dialécticamente por los académicos, conceptualizaron el arte como un inamovible conjunto de reglas. La tradición artística se volvió una plancha metálica de mariposas disecadas, y el idioma dejó de ser un organismo viviente.

 

Quizá por eso se pensó en el verso libre como algo libertino. Fue entonces que entró en  escena Rubén Darío, devolviéndole al manejo de las técnicas un personal sentido estético que las puso de nuevo al servicio del talento individual de cada artista . El verso se vio libre de las tiesas amarras académicas, y alcanzó su libertad total el día que los poetas comprendieron  que se habían consagrado a una disciplina estética, donde las reglas académicas dieron paso a la armonía producida, verbal y mentalmente, por la concatenación del ritmo interior de las palabras: tal fue la libertad  que predicó el Modernismo dariano, y que, aún hoy, cuesta comprender.

 

Fue la misma libertad que en su momento predicaron los poetas del siglo 17, y que no comprendió la Academia. Uno percibe en este juego  parnasiano de Lope, la espiral de una evolución aparentemente cerrada con el verso catorce.  Pero  en el punto final  empolla el placer de un soneto  aún por escribirse,  porque, como advirtió J.L. Borges, el poema es inagotable/y no llegará jamás al último verso. La tradición artística, en fin, está en perpetua evolución.

 

 

 

El tambor griego de Rubén Darío

                                                                   

                                                                                                                         

 

                                                                                                                                                                               

Alguna vez escribió Darío: La música es sólo de la idea, muchas veces. Y como el tamborilero de Provenza pensó musicalmente. Cuando a finales del 19 la Real Academia Española llevaba alrededor de dos siglos de haber convertido la esplendorosa revolución literaria del Siglo de Oro (1530/1680), en un dogmático conjunto de reglas que anquilosaban la expresión del pensamiento, impidiendo la eclosión de uno nuevo con las ataduras de un ritmo prefabricado; el estancamiento estético hispano estaba alcanzando su fase terminal.

 

La literatura, como las demás disciplinas artísticas, obra en el espacio y el tiempo como una tradición evolutiva. Marcha hacia la posteridad no en línea recta; en espiral. El mismo Siglo Dorado hispano   fue una reacción contra una concepción estética medieval que imponía lo sagrado  y condenaba lo terrenal. Era la época del oscurantismo católico, mismo que asistía, sin poderlo evitar, poco a poco, por una ley dialéctica de las contradicciones, a la bancarrota de su infierno moral .

 

El Renacimiento llamaba a la puerta, y la Edad Moderna comenzaba a caminar entre el racionalismo  francés de la Ilustración, y el romanticismo paradójico germano. La literatura clásica lineal, adherida a una retórica santera, daba paso a una literatura de la imaginación que convertía al ser humano en protagonista del universo: ¡un atrevimiento pecaminoso digno de la hoguera!

 

Valga  la digresión de este cambio dialéctico que nos acercó al conocimiento humano. Y volviendo a los siglos 18 y 19, en España encontramos los mismos ritmos deslucidos por el aburrimiento del cliché, del revolucionario Siglo 17, atando la expresión de un nuevo pensamiento. El fenómeno becqueriano fue reprobado por el prejuicio académico y, a finales del 19,  un mestizo, Rubén Darío, se llegó  frente a los tribunales doctorales de la Real Inquisidora de la lengua de Cervantes,  a anunciarles el nacimiento de la nueva verdad que dice que el arte no es un conjunto de reglas, antes bien, y sobre todo, una armonía de caprichos.

 

La tradición marcha hacia la precisión y el oído artístico no puede ser sujeto de clichés, porque se deteriora. Es humano. Quiere volar. Entre los moldes endecasílabos, maniatados para sonar preceptivamente, con once sílabas con sus acentos principales dispuestos así o asá, ese oído artístico no tenía nada que crear. Era un  mero instrumento. Hasta ellos se llegó Darío  a imponer la libertad musical:  música de las palabras, música de las ideas.

 

Descubrió  que el ritmo interior de las palabras decidiría en el oído artístico la disposición expresiva del pensamiento. Comenzó así la responsabilidad del talento personal de cada artista. Cada cual sería mediocre o bueno por su propia cuenta. Toda la métrica española, reducida académicamente a una carpintería estática, gracias a esta corriente sanguínea musical propuesta por el Modernismo dariano, encontraría una  nueva sensibilidad que, más temprano que tarde, daría con la Modernidad, es decir, la expresión del espíritu  contempóráneo.

 

Pero Darío no sólo dominó, transformándola, la métrica española; dominó la grecolatina clásica hilada a base de pies griegos y no de sílabas. Un pie griego realmente es, por lo general, un trillizo silábico, o  el  sonido de, digamos, un tambor marcial, conformado por tres sílabas castellanas, como el pie anfíbraco que sonaría así: ta tán ta, lo que llamaríamos una palabra grave de tres sílabas; o como el pie troqueo: tán ta, que sería una grave de dos sílabas.

 

Podríamos decir que los griegos creaban al ritmo musical de un tambor sus hexámetros (versos compuestos por seis pies: cinco dáctilos más un espondeo, que resultan, para nosotros,  18 sílabas), ¿Pensaban musicalmente? El pie dáctilo sería una palabra esdrújula: tán ta ta, y el espondeo una palabra de dos sílabas inexistente en castellano: tán tán, o sea,  aguda y grave al mismo tiempo. Un hexámetro, al concluir en espondeo, con los cinco dáctilos sumaría 17 sílabas, pero por su naturaleza de sonido agudo que proyecta una sílaba más en  el espacio y el tiempo, totaliza 18.

 

Otros pies son  los agudos  yambos o yámbicos de dos sílabas: ta tán, y el anapesto de tres: ta ta tán.  Lo que nosotros llamamos sílaba tónica o acentuada, ellos  la llamaban larga; y la que conocemos como  átona o  no acentuada, la denominaban sílaba breve. Y los antiguos griegos cantaban trozos de poemas de Homero:  las  rapsodias  homéricas. Fueron conocidos como los rapsodas, o recitadores; y estos ritmos tamborileros  conducían la circulación de su sangre.

 

En un vigoroso español marcial, incrustado de imágenes cinematográficas memorables, el esplendor  de esta corriente rítmica grecolatina, se nos muestra  en el poema dariano Marcha triunfal, en toda su gloria modernista. Es una epopeya griega escrita en el mejor castellano. Ahí están los pies  anfíbracos hilados en número de dos(seis sílabas), hasta de siete pies(21 sílabas), pasando por los hexámetros (versos de seis pies o 18 sílabas), los de  uno, tres, cuatro y cinco pies, cuyo denominador común son tres sílabas: versos de tres, nueve, doce y quince sílabas castellanas; en una proeza que envuelve a 64 versos  distribuidos en seis estrofas libres,  en una inolvidable lección modernista. Son versos consonantes; como vemos, su innovación castellana está más allá de lo formal.

 

No fue una cuestión de esmalte, como la de quienes proponen que ahora escribamos sin mayúsculas o sin comas, etc. Y si le dio mayor importancia a la piel fue porque ésta  es la expresión carnal de un cuerpo que sólo así  distinguiríamos. Hasta Dios necesitó de la forma, y tuvo que "escribir" la  Biblia para que los mortales nos hiciéramos una idea de él. Lo necesitaba desde  el Génesis.  De ahí que el arte sea la manifestación de Dios,  pues sin el arte Dios no sería conocido.

 

Darío jugó, musicalmente, con los pies griegos; como lo hizo sistemáticamente con la métrica silábica castellana. Su revolución estética formal no fue, como se ve en su esencia, una simple cuestión formal...fue una cuestión de idea, como él mismo apuntó, porque se trataba no de cambiar el maquillaje de la literatura de un idioma,  sino de  reanudar  la circulación interna de su sangre, en peligro de colapsar.  Era, la de los siglos 18 y 19, una literatura que había perdido su capacidad de comunicarse con los intereses espirituales  de la naciente modernidad y, por ende, el inicio definitivo de la muerte de un idioma.  Y eso está lejísimo de ser un asunto  formal.

 

Faltaba una nueva piel. Las cosas y los espíritus  del siglo veinte habían cambiado demasiado, y exigían  su propio rostro. Pero, ¿cómo? Con las viejas formas era imposible, y sin forma, una idiotez.  Darío fue a la creación de esa forma, convirtiéndola en su  propio contenido; abriéndole a las venideras generaciones, una puerta hacia la libertad creadora, misma que significó una individual y enorme responsabilidad. Darío elevó así, a su máxima potencia, el precio personal de la conciencia artística.      

 

 

         Marcha triunfal

 

¡Ya-vie-ne el-cor-te-jo!                                                    ... 6 sílabas(dos  pies anfíbracos)

(ta    tán   ta---ta  tán  ta) 

¡Ya-vie-ne el-cor-te-jo!-Ya-se o-yen-los-cla-ros-cla-ri-nes.               ...15 sil.  (5 pies anf.)

(ta  tán    ta---ta  tán ta--ta   tán  ta--ta  tán ta--ta   tán  ta 

La es-pa-da-se a-nun-cia-con-vi-vo-re-fle-jo;                                    ...12 sil.(4 pies anf.)      

( ta   tán  ta----ta  tán  ta--ta   tán ta--ta  tán ta)

ya-vie-ne, o-ro-y hie-rro, el-cor-te-jo-de-los-pa-la-di-nes.                ...15 sil.(5 pies anf.)

(ta  tán   ta---ta     tán   ta---ta  tán ta--ta tán ta--ta tán ta).

 

 

Se-ña-la el-a-bue-lo-los-hé-roes-al-ni-ño:                                           ...12 síl. (4 oies anf.)

(ta  tán ta--ta  tán ta  ta  tán ta--ta  tán ta)

ved-có-mo-la-bar-ba-del-vie-jo                                                             ...9 síl (3 pies anf.)

(ta  tán ta--ta  tán ta---ta  tán  ta)    

los-bu-cles-de- o-ro-cir-cun-da-de  ar-mi-ño.                                       ...12 síl (4 pies anf.)

(ta  tán ta-ta  tán ta-ta   tán ta-    ta     tán ta)

 

...la-no-che,- la es-car-cha                                                                ...6 síl. (2 pies anf.)

(  ta  tán  ta-----ta  tán  ta)

y el-o-dio y- la-muer-te,- por-ser-por-la-pa-tria in-mor-tal,                     ...14+1=15síl.(5 pies anf.)

(ta  tán  ta---ta  tán  ta----ta  tán  ta----ta  tán    ta--ta  tán)

¡sa-lu-dan-con-vo-ces-de-bron-ce-las-tro-pas-de-gue-rra-que-to-can-la-mar-cha ...21síl.(7pies anf.)  

(ta  tán ta--ta  tán  ta--ta   tán  ta--ta  tán  ta--ta  tán ta---ta   tán  ta--ta   tán  ta)

triun-fal!...                                                                                               ...2+1=3 sìl. (1 pie yambo)

(ta    tán)

 

 

 

[Fragmentos de Marcha Triunfal (1895)/Cantos de Vida y Esperanza,  los cisnes y otros poemas (1905)/Rubén Darío]

 

 

IV    No aleguemos demencia

 

 

 

       La escasez de comprendedores de arte

 

No es igual, para un auténtico poeta,  preguntarse: ¿Podría vivir sin escribir poesía?,  que ¿Podría vivir de la poesía?. Uno vive con la poesía, no de la poesía. La reflexión conduce a una inmasticable realidad: las artes no son rentables. Pero, ¿es esto una maldición o algo inevitable? Revisemos: ni Rimbaud, ni Pavesse, ni Darío llegaron a vivir de ella, aunque no pudieron vivir sin ella. Rimbaud  probó a vivir sin ella a los veinte años, y no vivió más de treintisiete. Recuerdo que en el 96 Carlos Martínez Rivas, desde una silla de ruedas, abandonado en una casa solitaria, me dijo: ¡Nunca volveré a escribir poesía!  Dos años después moría en un hospital capitalino.

 

Para vivir de las artes enfrentamos las ascendencias posmodernas de dos cánceres, uno alimentando al otro, y viceversa: el analfabetismo mental y el analfabetismo formal. El mental nos dice que los ignorantes y los cultos tienen orígenes distintos: maniqueísmo ideológico como el de los pobres y los ricos. Entonces no hay nada que hacer. Es el destino. Y hasta mentalidades geniales han caído, de alguna manera, en la trampa idealista que pretende que el mundo fue hecho para siempre en siete días, y los hombres no pueden cambiarlo.

 

En la primera mitad del siglo diecinueve, cuando el capitalismo ya enseñaba que la mercancía era más importante que el ser humano, un genial romántico español, Gustavo Adolfo Bécquer, escribió: Podrá no haber poetas,/pero siempre habrá poesía.   A principios del siglo XX, con el capitalismo en abierto auge y las artes empalidecidas por el avance del sport y la industrialización, Rubén Darío, tras negar que la forma poética fuera a desaparecer, antes bien a extenderse, y refutar a su más revolucionario precursor con siempre habrá poetas y siempre habrá poesía, cayó en la trampa al añadir: Lo que siempre faltará será la abundancia de los comprendedores.  Es como decir que siempre habrá ricos y pobres, cultos e incultos. Tal es la voz de Dios: ¡Hágase la luz!

 

No desaparecieron los poetas ni la forma poética. Y aunque todavía  no hay abundancia de comprendedores de arte, ya, desde Marx a Einsten, sabemos que no estamos pintados en la historia, y que todo es relativo: si hay pobres es porque hay ricos; y si hay analfabetas es porque alguien no quiere que pensemos demasiado, y, de ser posible, que pensemos. La historia escrita de la humanidad no deja de ser la de la lucha de clases.  De ahí que en un mundo donde la rentabilidad  decide la vida humana, alguien decidió por nosotros que las artes no son rentables. Y nosotros, más espirituosos que materiales, caímos en la trampa. Una trampa elaborada con nuestros propios principios: nuestra repugnancia a mercantilizar las creaciones espirituales. Y un montón de artistas adocenados, orillados por la condición humana, convirtieron su arte en mercancía. Se vendieron  al sistema y allí acabaron sus sueños.  Luego, ¿no es posible vivir de la poesía?

 

El gran reto es construir un público crítico en una geografía analfabetizada por los estados políticos. Nadie nace ignorante; los ignorantes tienen marca de fábrica: desigualdades sociales. Está visto que no somos los poetas quienes vamos a enseñar a leer y escribir, sino los gobiernos. Pero éstos aman a un pueblo inculto. Un pueblo sometido a las tinieblas jamás producirá esa abundancia de comprendedores de arte y, por ende, las artes jamás serán rentables.

 

Pero la historia no se estanca eternamente y, los artistas, debemos impulsar ese día de la reivindicación artística, incluso dentro de las reglas del juego del mercado. La poesía es placer, y el género humano está falto de placer. ¿Vamos a ignorar esa plaza?  Cuando el arte se vuelve mercancía pierde su calidad, produciendo el placer efímero de una

espumilla que se deshace en la boca sin dejar rastro de vida; pero cuando el arte utiliza el formato de la mercancía conservando su calidad, el mundo cambia. El mercado al servicio de la poesía. No al revés.  Tal es nuestra responsabilidad en un caos posmoderno que no tiene nada que ofrecer. Ofrecer arte, es decir, el placer del sueño con un mundo distinto. Esto no es sentimental; es una cruzada necesaria en un mundo que se ha detenido peligrosamente, amenazando con el regreso de las cavernas.

 

El analfabetismo tiene cura, la abundancia de comprendedores es posible. Nuestra misión, por ahora, es crear; crear un sueño de calidad que haga distinguir lo mediocre de lo bueno, y ya se verá si los artistas vamos a vivir de la poesía.

 

Esto es lo que temen que sepamos.

Esto es subversivo.

 

 

¡Salvemos el gusto artístico!

 

                                                                                               

 

Cuando escribir deja de ser un gusto y se  convierte en una competencia, todo está perdido para el artista potencial, y la batalla intelectual del mejor marcará su existencia de señales extraartísticas. De ahí surgen las poses, desde el instante mismo en que un poeta, por ejemplo, reclama ser el mejor, un raro de la línea dariana de Los Raros, o un incomprendido que reivindicará la posteridad; y viene y esgrime esas grandes palabras  que –decía Joyce- nos vuelven tan desgraciados.

 

De pronto son filósofos nietzscheanos, malditos, y hasta se prolongan en novelistas y críticos. Quieren echarnos en cara su profunda inteligencia, apabullarnos bajo ella, y, uno, humillado, se aleja de los libros. Son espíritus oscuros y sofisticados cuya contrapartida, los claros y simples, vienen a ser solamente su reacción. Una reacción silvestre que confunde lo simple con lo sencillo.

 

Vengo a decir que, peligrosamente, escribir está dejando de ser un gusto, o la necesidad de un placer, para devenir una vanidad transformadora de la historia de la literatura, como si transformar ésta fuera un capricho, y no una necesidad histórica. Una cuestión dialéctica. No se cambian las historias artísticas porque nos dé la gana. Sus transformadores, los grandes o genios, aparecen, escribió Víctor Hugo, por una necesidad de la misma historia de la evolución estética. Quienes se encargan de sostener sus deslumbrantes saltos cualitativos, son los artistas admirables. Borges, quien acuñó la categoría de admirable, se refirió así a aquellos poetas que si bien no cambiaron la historia literaria,  la empujaron con creaciones memorables, añadiendo belleza a la belleza. Borges los prefirió; la historia casi los oculta. El gusto artístico engendró en ellos la veneración de la poesía. Si es cierto que no podemos decir que sean genios, tampoco podemos decir que no lo sean. Aquì se pierden las fronteras.

 

Darío apareció cuando la literatura española estaba colapsando; fosilizàndose la lengua de Cervantes. Él transformó esta situación. Luego Borges y Vallejo hicieron lo suyo profundizando el salto Modernista hacia la Modernidad. Aparecieron cuando  la literatura hispanoamericana no hallaba qué hacer bajo el eclipse dariano. Y aquí tuvimos a otro Darío, Carlos Martínez Rivas, transformando la gazmoña idea de que las bajas pasiones  jamás servirían como protagonistas del arte.  CMR definiò al arte como una mentira sin màcula hecha verdad a fuerza de pureza. En Nicaragua pues, tenemos dos grandes, Darío y CMR, y tres admirables: Alfonso Cortés, Joaquín Pasos y Ernesto Mejía Sanchez. Ellos escribieron, de manera sistemática, obras que no olvidarán los siglos por la solidez de su belleza.

 

Escribieron con gusto, no por gusto. Pienso que mucha responsabilidad de la amenazante extinción del gusto artístico, la tiene la concepción escolástica que escribe la historia del arte a partir de los nombres que han transformado la misma.  Allí se ignora a los admirables, quienes encarnan el espíritu del gusto artístico por excelencia.   En mi sintetizado panorama valorativo de la literatura  nicaragüense, debo añadir que, luego de los dos grandes y tres admirables nuestros, continúan los buenos. Y de éstos somos una  literatura pródiga. Sólo que, entre ellos, los hay algunos que mostraron parcelas admirables en momentos felices de su quehacer.

 

 Puedo nombrar a Ernesto Cardenal, Salomón de  la Selva, Beltrán Morales, Ana Ilce Gómez, Leonel Rugama, José Coronel Urtecho, Manolo Cuadra, y, quizá, dos o tres más(*) que aún no me decido a añadir.

 

El problema de mostrar este tipo de panoramas valorativos, es que los poetas de la llanura, como compasivamente les gusta autollamarse  a aquellos que no se sienten amparados por el manto oficial de la cultura, que es un manto extraartístico sin duda; ya no escriben con el gusto artístico de crear belleza, sino que corren tras una curul, desde donde poder ser reconocidos como los verdaderos herederos al trono de la poesía. ¡Cómo aplastan esas grandes palabras!

                                     

                               Primero hay que ser poeta

 

El verdadero reto de un poeta, decía Beltrán Morales, no es empeñarse en ser un gran o un poeta menor como Quevedo; su asunto único es ser un poeta. Y la primera ley, creador, crear, subrayò Darìo. Y  una vez que se descubra a sí mismo como tal, que la crítica se ocupe de los peldaños jerárquicos.  Mientras, escribamos extasiados por el acto creador. 

 

(*) Realmente pienso en cinco: Santiago Molina, Francisco Valle,Carlos Rigby,  Ninfa Farrach y Pablo Antonio Cuadra.

 

 

No aleguemos demencia

 

 

 

En 1900, comienzo del Siglo XX, Rubén Darío enfrentaría, además de una ausencia de forma poética para expresar un nuevo pensamiento, habida cuenta del mandato de la Real Academia que exigía imitar la forma del Siglo de Oro; el mandato del auge capitalista que, priorizando el valor de cambio, puso a sus intelectuales a echar a correr el rumor de que la forma poética estaba llamada a desaparecer, por irrentable. Era el tiempo del sport y la mercancía.

 

En Los cisnes…-subversiva elegancia-, hace un siglo Darío apeló a las rosas. Hace un siglo fue posible el Modernismo, esa lápida libertaria contra la mediocridad mental. Pues continuar usando las viejas formas, era abortar un nuevo pensamiento. Urgìa una nueva forma para un nuevo pensamiento. Y denunció la pusilanimidad de una època que exigía una clientela que no pensara demasiado. Usó la poesìa como salvación: A falta de laureles son muy dulces las rosas. Y salvò la lengua de Cervantes.

 

Ahora, inicio del Siglo XXI, no quedan rosas ni laureles. Sus intelectuales se muestran vanidosos como los pingüinos. Se proclaman apolíticos. Es el siglo del sálvese quien pueda, porque los “viejos“ principios tiraron la toalla en una amorfa posmodernidad donde corre el rumor de que NO HAY DÌA DE MAÑANA. Las artes han sido desahuciadas, y no tienen más sentido que convertirse en bufones del comercio, como el poeta hambriento que muere reducido a manipular el manubrio de una caja musical, en El Rey Burgués dariano.

 

Aceptar el FIN DE LA HISTORIA sería traicionar nuestro primer compromiso con el arte: crear; o sea, crear el combustible de la evolución del pensamiento humano. Si terminó la historia terminó el arte, y con él la Humanidad. ¿Y los artistas? Es contra la prohibición al sueño por un mundo mejor y diferente que debemos cerrar filas. ¡No a las lágrimas! Los lamentos poéticos de este siglo –escribió Lautrèamont- son sólo sofismas. ¿Lo escribió para este siglo? Al cinismo destructivo opondremos el cinismo constructivo.

 

Los “nuevos tiempos“, enmohecidos de mísera moral, llegan con sus fantasías pidiéndonos que por amor de Dios pongamos la otra mejilla. La batalla comenzó. Si alegamos demencia seremos cómplices de un crimen de lesa humanidad.

 

 

 

El chiste del arte

 

 

Me preguntaba un intelectual que gusta de los versos: ¿Es el chiste arte?  Quería saber si acaso un chiste podría considerarse un poema. Automáticamente recordé que alguien, recientemente, en un diario apareció menospreciando, ¡más bien despreciando!, el escribir literatura para hacer reír. La tildaba algo así como escritura de circo, y afirmaba temerariamente que hoy abundaba tal especie{?).

 

El gran problema de la mayoría de los escritores contemporáneos, sigue siendo el mismo desde que Cervantes nos sorprendió con esa novela que devolvió la risa a una España deprimida, el Quijote: continúan valorando la obra literaria sobre el terreno del tema, ignorando que su forma artística es la gran responsable de su memoria, o de su olvido... He allí el chiste.

 

Hace un siglo Rubén Darío, quien afirmó que la forma es lo que primero toca a las muchedumbres, se negó a suscribir un manifiesto del Modernismo, aduciendo entre tres razones, una que, tomando en cuenta la categoría de los implicados, hasta parece un chiste del más refinado humor negro: Porque la obra colectiva de los nuevos de América es aún vana, estando muchos de los mejores talentos en el limbo de un completo desconocimiento del mismo arte a que se consagran.

 

La sincera interrogación del primero, y el menosprecio del segundo contra la literatura de la risa, cien años después confirman la argumentación dariana.  ¿Por qué?  Porque siguen centrando sus juicios artísticos en tribunales anecdóticos, sin tener en cuenta la balanza estética que indica que en arte es más importante la forma que el fondo. Entonces van y juzgan al chiste como tema, de donde no pasa de ser ingenio. Pero cuando el talento de un Cervantes, un Rabelais o un Erasmo lo trascienden al genio, el chiste deja de ser chiste para convertirse en arte.

 

Ven que el asunto no es el tema. Cualquier tema es poético, según la sensibilidad que lo muestre. El conflicto es cómo expresarlo para colocar al espectador en el lugar de los hechos: No mentar la soga en casa del ahorcado, pero sentir en el cuello su presión; o como sugiere Joyce para escribir el mar: no mencionar la palabra mar, pero que el lector sienta el aire salado refrescando su frente, o la humedad en sus rodillas; o no cantar la rosa huidobreana: Hacerla  florecer en el poema. Es el cincel sugestivo recreándolo todo. No hay dónde perderse: en el banquillo de los acusados está el talento creador, como un chiste inexorable.

 

Tal es la hora de la verdad. Y para  desempacar la paradoja circense, una pregunta: cómo es posible que siendo el arte de hacer reír, el  más difícil de cuantas artes existen,  abunde hoy aquí y allá, incomodando a una época que de hecho nos ha prohibido la sonrisa.

 

 

 

¡Manos a la obra!

 

                                                                                            

 

 

Para escribir se sufre en serio, sentenció el Padre del Realismo Mágico hispanoamericano, Juan Rulfo, autor de Pedro Páramo. La sentencia del universal mejicano obliga a reflexionar en la frase en serio. Otra sentencia de un poeta germano, cuyo nombre fue “borrado” de una pared de la que fuera la casa capitalina de Carlos Martínez Rivas: Los libros aburridos corrompen el cerebro, confirma la primera.

 

Ambas sepultan en el cesto de la ociosidad masoquista una tercera: No hay libro malo que no tenga algo de bueno, lo que podría ser, incluso, cierto; pero la vida es corta. Digo la biológica individual. No contamos con la eternidad  para perder el tiempo leyendo tanto libro malo (aburrido), como le ocurrió a Alonso Quijano el Bueno que se le secó el cerebro.

 

El estilo es el hombre, dijo una eminencia; porque la forma de ver el mundo, el punto de vista, el criterio de uno y otro artista opera  con la exactitud de las huellas digitales: no hay dos similares. Velázquez pintó una mujer desnuda, acostada (Venus del espejo); y Goya, también acostada, pintó la suya (La maja desnuda). Un mismo tema abordado desde puntos de vista distintos habla del infinito de la forma artística, que viene a  individualizar el estilo.

 

Y como la vida es histórica y el estilo –como la sensibilidad- hay que cultivarlo, los artistas debemos ser selectivos a la hora de leer y, más aún, a la hora de crear; y, peor aún, a la hora de criticar. Se critica lo que vale la pena, malo o bueno.

 

Opinar que un libro es malo sin haberlo leído, es un prejuicio. Y éste es padre de la ignorancia. ¿Entonces, cómo no perder el tiempo averiguándolo?  ¡Cuestión de talento crítico!  Uno selecciona lo que lee, lo que crea y lo que critica. El resultado artístico es esa selección. No es posible leer un libro tan largo como Cántico cósmico de Ernesto Cardenal, sin percibir desde el inicio la ausencia de emoción: ¡Tan aburrido que perdemos de vista que existe un brillante Cardenal en Hora Cero!

 

Si se nos reclama que más adelante o al final el texto “cósmico” se compone, quizá saltemos las páginas para confirmar lo que por ley científica los oncólogos conocen: no hay tumor maligno que se vuelva benigno. Ni viceversa. ¡Extirpemos de tajo! Pues una obra de arte funciona como un conjunto; si algo, por mínimo que sea, afea el conjunto, destruye el conjunto. Este axioma nos ahorra el suplicio de tener que leer, de principio a fin, esos horribles y gruesos libros aburridos. Posiblemente uno tenga, a veces, la obligación de leer alguno de ellos para aprender cómo no se debe escribir. Esto es muy serio.

 

La frase en serio no implica, absolutamente, un NO al humor. El humor es serio, serísimo: la paradoja es humor. De ahí que el arte de hacer reír sea el más difícil del mundo. Erasmo de Rotterdam, tras firmar  el  Elogio de la locura, pudo decir lo mismo. Escribir, pintar, musicalizar la realidad, estetizar la existencia, son las más implacables disciplinas del espíritu humano. Carlos Martínez Rivas afirmó que el artista nace, pero si no se hace se deshace.

 

Alimentar nuestra sensibilidad artística –si la tenemos- es asunto de vida o muerte; porque somos (o deberíamos ser) la vanguardia del pensamiento de nuestra época; una época que, como las pasadas, cuenta con una cantidad estratosférica de hijos sometidos políticamente al analfabetismo, y, peor para nosotros,  con demasiados artistas  incapaces de enseñar la diferencia que hay entre la calidad y lo mediocre. La tarea aún  espera: ¡manos a la obra!

 

 

 

 

 

 

 

Hosted by www.Geocities.ws

1