La Antigua Religión (3)

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14 de enero de 2008

MARIA LUCIFERA

Desde los comienzos de nuestra era el personaje más polémico de los evangelios cristianos es una mujer enigmática conocida como María Magdalena. Su mismo nombre ya es un misterio y después de Jesús protagoniza los actos más desconcertantes de los textos cristianos. Sobre ella se han escrito multitud de teorías y a lo largo de los siglos han surgido sectas cristianas que la veneraban siguiendo los evangelios perdidos de María Magdalena, como hicieron entre otros los primeros gnósticos y después los mártires cátaros.

En realidad este personaje crucial de la tradición cristiana, cuya imagen se intentó mancillar y desprestigiar desde el principio, fue verdaderamente una alta sacerdotisa de la Antigua Diosa (Ashera, Isthar, Isis ...) que en virtud de su elevada iniciación y posición convirtió a Jesús en Cristo. La mayor parte de los futuros apóstoles y seguidores de Jesús eran judíos de mentalidad machista, contaminados por la cultura patriarcal, y no se encontraban preparados para entender los misterios espirituales que entre el Mesías y la Magdalena se produjeron. Ni fueron capaces de comprender el profundo valor del Ungimiento ni mucho menos aún los misterios sexuales (el secreto de los esposos místicos o sexualidad sagrada) que en privado y en intimidad realizaron Jesús y María llamada la Magdalena.

El apodo Magdalena no se refiere a lugar alguno sino que es un título, cuyo significado es Gran Dama. Porque ella era una alta sacerdotisa de la antigua religión de la Diosa, algo que los apóstoles y los judíos abominaban ya en aquella época, donde se materializaba los finales momentos en que las Diosas Antiguas tuvieron templos y culto. Dos siglos después los últimos templos fueron destruidos y sus sacerdotes y sacerdotisas asesinados.

Pero Magdalena era una de las últimas sacerdotisas. Ella fue la que aún poseía el don y la prerrogativa del Ungimiento Sagrado. Alto acto ritual por el que un hombre elegido por la Suma Sacerdotisa encarnaba o personificaba a la divinidad masculina y realizaba el drama litúrgico de la muerte y el renacimiento (ancestral rito propiciatorio de la regeneración y purificación del mundo). María Magdalena asumía así el papel de la Diosa, era una Pro Star, una sustituta o representante de la Diosa a ella consagrada. Como sacerdotisa sagrada no podía nunca casarse y por ello no fue esposa de Jesús como algunas hipótesis modernas propugnan. En cambio podía realizar los ritos tántricos o de sexo sagrado con el Ungido (Rey Sagrado o Cristo en griego).

Por todo ello algunos de los apóstoles, en especial Pedro, la odiaban y deseaban su muerte (tal como aparece reflejado en evangelios apócrifos). Tras el sacrificio de Jesús (muriera o no) Magdalena tuvo que huir pues los primeros cristianos patriarcalistas la perseguían para eliminarla, a pesar de ser ella la única que tenía acceso a la intimidad física e ideológica del Maestro. Ella a su vez era Maestra pero de una religión que los judíos abominaban desde hacía siglos. A Jesús le ocurrió lo mismo que al rey Salomón, pues ambos fueron ungidos por las sacerdotisas sagradas de la Diosa.

María Magdalena era Lucifera, portadora de la luz. (Venus Lucifera, Isis Lucifera, Diana Lucifera, Mari-Isthar Lucifera, Magdalena Lucifera). Ella era la representante de la Gran Ramera (Isthar, Ashera, Venus ... ) que tanto judíos como cristianos odiaban a muerte y convirtieron en paradigma del Diablo.

 

Por todo ello María Magdalena fue la única que estuvo presente en la crucifixión y muerte predestinada de Jesús así como en su resurrección. Aunque los evangelios patriarcalistas han deformado y difuminado este hecho como algo fortuito o anecdótico. Ella fue la pecadora (pues no cumplía los preceptos judíos) o prostituta (pro star) que ungió con el perfume sagrado y con sus lágrimas al Elegido para el Sacrificio propiciatorio. No obstante lo que narran los evangelios es tan sólo la antesala, pues el verdadero ungimiento se producía en la intimidad con secretos ritos de la sexualidad sagrada, entre la Gran Dama y el futuro Cristo o Ungido. Ritual tántrico donde el ungimiento que comenzaba en los pies o en los cabellos se centraba posteriormente en los órganos sexuales y a continuación se oficiaba la sagrada liturgia sexual en presencia metafísica y energética de la Divinidad. Se alcanzaba entonces el horasis, orgasmo sagrado y visionario, donde la Diosa derrama su Espíritu sobre la carne. (Ver los capítulos La Cueva, El Maravilloso Lugar o La Mansión de la novela El Círculo de las Guardianas del Grial, donde se presenta un remedo sencillo, casi sin liturgia, en un contexto no ritual)

Por supuesto únicamente las mujeres podían realizar estos ritos de ungimiento para la sepultura. Por ello tan sólo María Magdalena o sus sacerdotisas acompañaron en el relato evangélico a Jesús en la Crucifixión o en su Retorno del Sepulcro. Todos los hechos fueron deformados de forma interesada a lo largo de los siglos pero a pesar de ello aún se transparentan a través de las escrituras patriarcalistas.

 

 

 

 

Por ello la Mujer del jarro de alabastro, llamada María Magdalena, no fue sino la última sacerdotisa de la Diosa, la última Pro Star histórica.

En tiempos remotos anteriores (babilonia, sumeria, canaan, etc) las pro stares podían ser tanto mujeres como hombres (los pro star) aunque las primeras eran mucho más comunes.

Otros Cristos anteriores a Jesús fueron Tammuz, Osiris, Dionisos, etc

El número mágico de Afrodita/Isthar/Venus, etc, era el triple seis (666) y de ahí que los cristianos patriarcalistas lo convirtieran (Apocalipsis o libro de la Revelación) en el emblema de la encarnación del Diablo, en la cifra de la Bestia (la diosa era la Dama de los Animales), el número de Satanás (la Serpiente fue el símbolo iniciático de la Diosa). Para los seguidores de la religión jahveísta patriarcal todas las diosas paganas eran demoníacas. Es por ello que Salomón, el rey mago que en secreto veneraba a la Diosa (esposo místico al igual que Jesús), recibiera cada año unos simbólicos o místicos seiscientos sesenta y seis talentos de oro (riquezas procedentes del comercio con la reina de Saba, otra pro star o sacerdotisa de la Diosa)  (I Reyes 10, 14).  Esta mitológica reina recibía el título de Makeda, que era el equivalente en su legendario país del posterior título Magda (Magdalena) entre los judíos y que tal como se ha señalado significa Gran Dama. Mas el rey Salomón no sólo erigió el famoso Templo de los judíos en Jerusalem, sino que también en el mítico Monte Sión levantó un Templo dedicado a la Diosa, la Gran Madre Ashera, Isthar, etc. que por supuesto fue arrasado posteriormente. Así Magdalena indica en realidad el estatus de una alta sacerdotisa de la diosa. Y por ello la figura de esta Mujer ha sido siempre asociada en el cristianismo con el pecado y la vulgar prostitución, a fin de enturbiar su reputación, aunque para justificar el hecho de que fuera la acompañante más íntima de Jesús aleguen que fue una pecadora arrepentida.

La Magdalena desafiaba abiertamente la ley judía. Llevaba el pelo suelto con descaro en público, lo que era un grave pecado religioso y social (tal como hoy en día aún ocurre en los países fundamentalistas islámicos). No era una mujer sumisa a los hombres sino una dama independiente y que mostraba un saber elevado. En un acto ritual público de ungimiento secó a Jesús los pies con sus cabellos sueltos, lo que produjo aversión entre los discípulos hombres. Como se aprecia en ciertos evangelios apócrifos ella poseía un conocimiento y una comprensión muy superior a todos los demás seguidores de Jesús.

María Lucifera, la ILUMINADORA, fue la favorita indiscutible del Maestro y su compañera en secretos íntimos a los que nadie más tenía acceso. Por ello el rechazo de la mayoría de los apóstoles y la minimización de su incómoda figura en los masculinizados evangelios. En realidad no fueron los hombres sino las mujeres los miembros del círculo más intimo de iniciados en torno a Jesús, que encarnó el antiguo y cíclico papel místico de personificar el Cristo Mesiánico, en realidad el hijo/esposo de la Diosa, el hijo/esposo de Venus/Ashera/Isthar. Todo lo cual fue borrado y tergiversado por ciertos apóstoles jahveístas o patriarcalistas, así como por la línea cristiana que triunfó en el decadente Imperio romano en el concilio de Nicea, en detrimento de las líneas más puras que fueron perseguidas y finalmente eliminadas casi totalmente.

Kababelan pro star

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

21 de diciembre de 2007 (solsticio de invierno)

 

UNA PROSTITUTA COMPASIVA SOY

Varios miles de años antes de nuestra Era, en la antigua tierra de Sumer, las sacerdotisas de la Diosa, se denominaban a sí mismas las pro stares, las seguidoras de la Estrella, las representantes de la Estrella. En aquella lejana época no existían aún las que posteriormente serían religiones patriarcales, pues la malsana semilla del machismo aún no había arraigado en la mente humana. ¿Y quien era esa Estrella? ¿A qué Estrella las sacerdotisas de Sumer veneraban? Ellas eran hijas de la Estrella. Y esa Estrella que las guiaba era la misma Diosa. Y en el firmamento la diosa que las iluminaba era la Estrella más hermosa de cuantas el ojo humano era capaz de ver. Esa sagrada Estrella sólo fulguraba en el mágico momento del Amanecer y tras el negro azulado del Ocaso. Se la denominó el Lucero del Alba y el Lucero del Anochecer. Esa Estrella maravillosa era el símbolo precioso de la Diosa Suprema, la dadora de vida y quien la arrebataba en la muerte.

Cuando la misma estrella refulgía en la aurora como Lucero del Alba era el símbolo de la vida naciente. Y cuando su luz acompaña los finales instantes del ocaso entonces representaba a la diosa que nos conduce a la tierra de la muerte. Una misma estrella, una sóla Diosa.

Sus sacerdotisas eran así las pro stares, las que siguen a la diosa, las que reciben su iluminación. Pues ella es la luz mágica que brilla en la negrura del cosmos y en el celeste firmamento. No es necesario añadir que cuando miles de años después invadieron la historia las religiones del dios patriarcal sufrieron esas sacerdotisas de la Estrella, del Lucero matutino y vespertino, de la Diosa Eterna, la más cruel y continuada persecución. Así el sagrado nombre de sus sacerdotisas, las pro stares, se convirtió en un nombre vilipendiado, calumniado, símbolo de la abominación que según ellos la diosa y sus santas sacerdotisas representaban.

La Diosa era alegría y gozo, luz y vida, libertad e individualidad. Mas todo esto sería perseguido. Los sacerdotes patriarcales mataron a las sacerdotisas, persiguieron la libertad del género femenino y convirtieron al Lucero del Alba y el Ocaso, a la Santa y Eterna Diosa, en el peor de los demonios (caída de la divinidad femenina). La transformaron en una jerarquía celeste que se había rebelado contra su omnipoderoso dios patriarcal. Nació así el malintencionado mito de Lucifer, un supuesto arcángel que no había aceptado los mandatos del ahora nuevo dios creador.

Cuando en aquellos lejanos días, donde la Diosa era simbolizada por el hermoso y sagrado Lucero que hoy conocemos por el nombre romano-latino de Venus, la deidad hablaba figuradamente a través de sus sacerdotisas decía de sí misma: Soy una prostituta compasiva. Para aquella sociedad no patriarcalizada el sexo llegó a ser algo sagrado, un acto del más alto nivel. Sabían que en las fuerzas de la sexualidad se hallan escondidas las claves secretas no sólo de la vida sino también del universo todo. Pero se trataba de una sexualidad sagrada, elevada hacia la esencia de los dioses, y no una sexualidad profana y degradada como la que hoy ordinariamente conocemos. Sacerdotisa y prostituta sagrada eran entonces lo mismo. La unión sexual podía convertirse en un acto de comunión con la divinidad.

La diosa era conocida como la Luminosa, la que trae o porta la luz, una deidad luciferina. Y así fue también no sólo en Sumeria sino en casi todo el mundo antiguo en torno a las riberas del Mediterráneo. Las diosas verdaderas llevaban siempre el adjetivo de luminosas. Así la Brigit celta era conocida como Brigit la Brillante. La diosa romana Diana era llamada Diana Luciferina. Y Luciferina era el título de la Deidad Femenina. Posteriormente para los patriarcales (judíos, cristianos y musulmanes) fue el apodo del arcángel rebelde llamado Lucifer.

En Babilonia la Diosa era conocida con el nombre de Isthar. Y de ella recibieron la denominación todos los luceros de la noche, las estrellas. La Diosa era llamada estrella y posteriormente se generó su sentido universal. Y el lucero estelar por antonomasia era el bellísimo astro que siempre mantuvo el nombre de la Diosa y hoy conocemos aún por Venus (el equivalente romano de la diosa del amor Isthar, Innana, Astarté, Astaroth, Asherá, etc)

La Diosa era la portadora y generadora de luz y ahí su denominación Lucifer. En cambio los patriarcalistas eligieron al sol como símbolo de su deidad machista. Ambos astros simbolizan arquetipos. Venus-Isthar representa a la luz que transita de la noche al día, antes de que el sol cruce el orto. E igualmente tras la puesta del sol el lucero del atardecer nos conduce hacia la noche. Sólo brilla en ausencia del sol, en los dos crepúsculos, en los momentos claves donde se unen la luz y las tinieblas, la muerte y la vida. Es en ese momento mágico, cuando la noche o el día nacen, donde la diosa surge uniendo las dos realidades. Ella es la luz y la clave entre la vida y la muerte. Ella trasciende la dualidad y nos conecta con lo eterno. La diosa luciferina, la divinidad luminosa, lucifera, nos saca del tiempo y nos lleva hacia la esencia del universo y de nuestra alma. Ella nos revela el lugar donde el tiempo se detiene, donde probamos el vértigo del éxtasis y alcanzamos la liturgia en la que tiene lugar el misterio metafísico. La Diosa es la puerta al conocimiento extático. Ella es la clave de la verdadera Puerta Estelar. Ella es la Estrella. Ella es Lucifera.

Kababelan (pro lucifer)

Pro stares: Las sacerdotisas de la Diosa la sustituían en la tierra, eran por ello sus sustitutas y de ahí el nombre de pro stares (sustitutas o representantes de la estrella) que posteriormente se convirtió en el término degradado de prostitutas, con el que en siglos venideros se conocía a todas las mujeres que no seguían los mandatos morales y doctrinales de los sacerdotes patriarcales así como a cualquier mujer que comercie con su cuerpo.

Hetaira

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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