Preludio de
Aulla Versos en la Noche
 

 

        Lo primero que recuerdo cuando pienso en mi infancia es un escaparate de dulces en la esquina de mi calle. Olvidé la dirección de Boston en la que vivíamos, y de la habitación sólo puedo describir los azulejos de color café que enmarcaban la ventana. Recuerdo a mi madre durmiendo en el camastro con las piernas sobre el colchón y la cabeza junto al suelo. El olor del alcohol en la alfombra... Hace muchos años de eso aunque sólo hayan pasado veinte.

        Somos emigrantes irlandeses. Mi madre embarcó en el puerto de Dublín al inicio del verano de 1975. Cuando estaba borracha siempre repetía que había nacido en la bodega de un barco mercante y que mi destino sería viajar. Nunca me contó por qué huía de Irlanda quizá porque odiaba todo lo que procedía de ese país.

        Sofía, así se llamaba mi madre, trabajaba en una fábrica durante el día y yo me pasaba todo ese tiempo en la calle. Mis amigos y yo éramos unos gamberros, robábamos en las tiendas, nos colábamos en el cine, rompíamos cristales... Al llegar a casa ella siempre sabía lo que había hecho y sufría las consecuencias, el alcohol la cegaba. Cuando me golpeaba veía odio en sus ojos, no sabía por qué, pero yo tenía la culpa de todo.

        No me gustaba ir al colegio y no lo hacía. Me pasaba las horas muertas vagando por la ciudad hasta que llegaba la noche y volvía a casa los primeros años sobrio pero al final tan borracho o más que ella. No recuerdo nuestras peleas, pero a menudo nos levantábamos con la casa revuelta y llenos de hematomas y cortes. Cuando tenía catorce años me fui de casa. Me largué de la maldita Boston y acabé en Nueva York, viviendo día a día, sin un dólar en el bolsillo.

        Una fría noche de Diciembre en la que acabé durmiendo bajo unos cartones me despertó un hombre. Me preguntó si me llamaba Sean y me pidió que le acompañara porque tenía algo que decirme. Rechacé su invitación y le mandé a paseo. Esa noche no lo volví a ver, pero en los días siguientes parecía mi sombra. Me seguía a distancia, como si me vigilara. Al fin me harté, le esperé en un callejón y cuando estaba a punto de darle un puñetazo en el estómago algo duro chocó contra mi nariz dejándome tumbado en el suelo. En la lejanía alguien decía, -¿Tu madre no te enseñó que a los padres no se les pega?

        Al principio pensé que era una broma, me sangraba la nariz, todo me daba vueltas y ese idiota decía que era mi padre. No podía largarme de allí, así que le dejé hablar. Me contó que mi madre vivía en Dublín y que se conocieron en una fiesta. No habló de amor. Un mes después ella estaba embarazada y su padre decidió internarla en una orden religiosa. Ella trató de encontrarle, pero no lo consiguió, acabó fugándose del convento y se embarcó hacia Estados Unidos. - Supongo que me odiaba.- Fueron sus últimas palabras. Todo aquello parecía coincidir. Mientras oía la historia, en mi mente sólo veía a mi madre dormida, con la luz entrando por la ventana y reflejándose en la botella de whisky que sujetaba en su mano. Fue la última vez que la vi antes de marcharme de aquel asqueroso lugar.

        Le pregunté por qué ahora y el me respondió que ella había muerto. Me pidió que volviera con él a Irlanda, me dijo que tenía muchas cosas que enseñarme. Eché a correr, necesitaba irme de allí, entré en un supermercado cogí todas las botellas que pude y salí corriendo, se me calló una botella y tuve que tirar otra para poder abrir la tercera. El alcohol comenzó a quemarme la garganta y de nuevo mi padre se interpuso en mi camino. Me quitó las botellas y las arrojó al suelo. Me agarró por el hombro y me zarandeó. No se cuanto tiempo pasó. Desperté en Central Park rodeado de mendigos. Mi padre hablaba con uno de ellos, pero la conversación sonaba muy lejana. Me dieron un caldo que me hizo vomitar y entonces un lobo me miró a los ojos. Estaba viendo visiones o era real. Me miraba no como te mira un perro, me miraba con desaprobación. Escupí sangre coagulada que aún tenía entre mis encías y traté de levantarme. La conversación había acabado, mi padre se acercó y me dijo -Eres un Garou, no deshonres a tus antepasados. Aquí cuidaran de ti. Obedece y hazme sentir orgulloso.

        El clan del prado se ocupó de mí desde entonces. Me han buscado cuando me he fugado y cuando me he perdido. Me han enseñado lo que es ser un Garou. Me han mostrado la corrupción del Wyrm. Han evitado que me meta en líos y han comprendido que no soy un Roehuesos. Ahora tengo que honrar a mis ancestros y demostrar que merezco todo lo que se me ha concedido.
 

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