Peludio de
Rasga el Cielo con sus Garras
    Imagínate, un lugar desde el que puedes ver el horizonte en todas direcciones, con un cielo bañado en nubes de algodón por el día, y tan brillante y tan lleno de estrellas en la noche como nunca hubieras soñado. Y te dan ganas de estirar las manos para tocar o apenas arañar tanta belleza. Así era el paisaje que rodeaba ese lugar donde pase mi infancia. Mi casa. Pero de eso hace ya muchos años.

De mis padres no me acuerdo. Solo he llegado a conocer a mis abuelos, Isabel y Enrique. No eran muy mayores para ser abuelos, de lo que deduzco, que mi madre me debió de tener muy joven. Isabel, lo único que me dijo de ella, es que murió de pena. Una vez pregunte por mi padre, pero fue tal el bofetón con el que me contestó mi abuelo que todavía me duele si pienso en ello.

La vieja casa, perdida en el estado de Nueva York, hacia las veces de hostal para aquellos que quisieran un sitio donde comer algo caliente o simplemente descansar. Aquellas personas, en ocasiones, me contaban historias fascinantes de sitios en los que habían estado. Tal vez fueron esas historias, de sitios tan lejanos y tan fantásticos, las que me hicieron dar la vuelta a medio mundo después.

Enrique tenia un pequeño ganado. Eran apenas unas veinte ovejas y dos vacas y un caballo famélico. La verdad es que al verlas encerradas en una parcela tan grande el rebaño parecía todavía más pequeño. También tenía una camioneta. Al pasarle el dedo por la carrocería descubrías con sorpresa que su color era blanco, y no marrón, como quería aparentar. Gracias a la camioneta del abuelo, llegaba al pueblo más cercano. Allí estaba mi colegio. La verdad, nunca me gusto ir al colegio del todo. No es que yo fuera una chica que se quisiera meter en problemas, ... pero siempre que pasaba algo malo estaba yo allí. Me acuerdo cuando quisieron talar los árboles del patio. Total, para poder hacer en el patio unos soportales y así taparnos de la lluvia y el sol. Eso ya lo hacían los árboles. Al final pasó que me acabe subiendo a uno y reclamé que los dejaran donde estaban, o si no me llevarían a mi con ellos. Al final los talaron, y yo me llevé un tirón de orejas. Una pena. Como esas hubo muchas historias en el pueblo. Solo fui unos años a estudiar al pueblo. Al final, mis abuelos decidieron que si me gustaba tanto el campo.... fuera a trabajar con ellos.

Acabe ayudando en las pequeñas cosas de casa. Cuando podía me escapaba con alguna excusa a el pueblo de al lado para hacer de las mías. Mis abuelos debían de tener una infinita paciencia conmigo, sobretodo cuando llegaba escoltada por algún policía. Isabel acabaría un día de los nervios. Sin embargo, al abuelo le divertía ver como yo conseguía revolucionar a todo un pueblo solo encadenándome a cosas como árboles, casas viejas o raíles de tren. La verdad es que poco hacia, pero a ver si así se iba concienciando la gente de algo. El caso es que trabajar me gustaba. Las ovejas se acabarían haciendo pelotas de lana si nadie las esquilaba.

Una tarde recibí una llamada a la casa. Los abuelos habían salido y estaba sola. Nunca me imaginé que tu vida pudiera cambiar en solo unos segundos. Era una asistente social. Por lo visto, mis abuelos habían fallecido en un accidente al chocarse un camión contra ellos. Como me quedé callada la mujer siguió hablando y me dijo que no me preocupara, que esa misma mañana irían a recogerme para llevarme a un sitio donde no estuviera sola. Un orfanato, supuse. No dije nada y colgué. Lloré hasta bien entrada la noche.

Con quince años ,yo, me encontré en una casa vacía .Les extrañaría. Para mi fueron los padres que nunca estuvieron a mi lado. Cogí todo el dinero que pude encontrar, algo de ropa y comida y los metí en una mochila. Y me despedí de la vieja casa en silencio antes de que amaneciera y vinieran a buscarme. Caminé, al principio corriendo, pero luego noté que me empezaban a pesar los pies. Me había guiado por el tenue brillo de la luna, y ya comenzaba a llegar algo de claridad. Se acercaba el amanecer. Me di cuenta que no llegué más lejos que a la parcela del rebaño. ¿Cuando había andado? ¿Tres kilómetros?, muy poco la verdad. Me sentí fatal. Siempre había soñado con viajar lejos de allí, pero nunca así. Ojalá los abuelos siguieran vivos. Me sequé las lágrimas  y quise coger fuerzas de algún sitio para continuar.

Se oía a las ovejas chillar. Al principio suave, pero luego más fuerte. Se me cruzaron unas cuantas corriendo a toda velocidad y las maldije por ser tan asustadizas. No las iba a morder. Seguí caminando y los animales parecían estar locos. Pero, entonces pude oír una cosa que no se parecía en nada a el balar de una oveja, un aullido. Me quedé helada. Sonaba muy cerca. Eso sería un buen final, acabar devorada por lobos. Tiré la mochila para correr mejor. Miré hacia atrás y ya lo creo que si eran lobos. Era una manada entera. Me alcanzarían pronto. Antes de volver la mirada al frente sentí que mi pie derecho se hundía y tropecé. Cuando para mi era el fin, alguien paraba mi caída.

Tenía los ojos muy cerrados, y los abrí muy lentamente. Sí, era un hombre, y me tenía entre sus brazos y sonreía mucho. Me acordé de los lobos y señalé hacia el peligro, pero él me puso de pie y no le dio importancia. Los lobos nunca llegaron. Pero tampoco los soñé. Tras caminar unos pasos y recuperar el ritmo de mis respiraciones, aquel extraño empezó a hablar. Me dijo que yo era joven y que no debía andar sola. Que debía de quedarme con alguien que pudiera guiar mis pasos hasta que yo supiera quién soy. ¿Hasta que supiera quién soy? Luego pensé que aquel hombre estaba peor que mal. Me giré y vi que había por lo menos unas  cuatro personas que nos observaban de lejos. Entonces le pregunté de la manera más sarcástica que pude que quién era yo. Y él me dijo - tu pequeña, eres un garou-. No reaccioné.

Me llevó hasta el grupo de personas y me dijo que ellos cuidarían de mi. Me enseñarían lo que es el valor y aquello por lo que merece la pena luchar. Antes de despedirse me dio un bastón y me dijo que había sido de su mejor amigo antes de que cayera en la lucha contra el Wyrm, mi padre. Para cuando volví en mi y alcé la vista, un lobo se alejaba corriendo hacia los primeros rayos del amanecer. Le quise hacer tantas preguntas, ... me abracé a aquel bastón.

El grupo siempre cuidó de mi. El día de mi transformación llegó más tarde y aprendí que soy lo que soy. Un garou. 

Volver
Hosted by www.Geocities.ws

1