Preludio de
Aullido del Acero



 
 
 
 
 
 

    Mi nombre es Joshua Dalton. Fui criado en un gran palacio propiedad de un Lord en York, Inglaterra. De momento no daré nombres, para proteger la identidad de las personas involucradas en esta historia, aunque reconozco que con unas pequeñas dosis de investigación fácilmente podría descubrirse más información de la que yo daré aquí.

    Tenía dos hermanos mayores, aunque no recuerdo un solo día en el que jugara con ellos. Recuerdo los grandes salones, las inmensas escaleras (en las que si me deslizaba era severamente castigado, aunque mis hermanos podían cabalgar por el pasamanos impunemente siempre que quisieran), también recuerdo las infinitas salas con cientos de juguetes en las que pasaba las horas solo.

    Ni siquiera comía en el salón con mis padres y mis hermanos. Yo comía con el servicio, con el que tuve más trato que con los que se supone que eran mis familiares. Consideraba a Lindsey, una limpiadora perteneciente al extenso servicio del castillo, (no había mencionado que vivíamos en un castillo verdad?), como la madre que no tenía, o que al menos no demostraba serlo. Fue Lindsey quien enjuagó mis lágrimas e iluminó mis oscuros días con su gran sonrisa.

    A la edad de 10 años descubrí, por unos documentos necesarios para entrar en un prestigioso internado, que mi madre no era quien yo creía. Mi verdadera madre se llamaba de un modo muy raro, con letras que yo ni siquiera conocía. Cuando fui a preguntarle a Lindsey, (porque mi padre, que a parte de Lindsey, era en quien yo más confiaba, siempre estaba de viaje), el porqué de ese detalle, ella me explicó que yo era adoptado. No hace falta explicar que el mundo se me cayó encima. Hasta ahora era un niño que tenía que jugar solo, al que su madre no hacía mucho caso y que tenía que buscar cariño en una sirvienta. Ahora me sentía un niño sin padres, al que otros padres habían decidido alojar en su casa. Creo que no olvidaré ese día. Lindsey me abrazó muy fuerte, mientras me besaba y me decía que no pasaba nada, que mis padres me querían mucho y que ella me quería mucho y que el resto del servicio me quería mucho... De tanto llorar así abrazado me quedé dormido. Cuando desperté en mi cama comprendí que lo más duro de aquello era que en un internado no podría ver a Lindsey, que no le iban a dejar venir a verme; que mi madre ni vendría ni falta que me hacía a mí; y que mi padre, al que ya veía poco, iba a verlo menos. También me di cuenta de que seguía llamando padres a los que no eran mis verdaderos padres. Creo que a mi edad me resultaba difícil desembarazarme de una parte de mi vida tan fácilmente.

    El internado no fue ninguna maravilla. No tuve amigos, no le caía bien a ningún profesor y mis padres nunca fueron a verme. Los veranos íbamos durante un mes a casa de nuestras familias. Al tercer año le pedí a mi padre (llorando como el niño desgraciado que me sentía) que me sacara de allí, que haría lo que él me pidiese, pero que no me mandase al año siguiente. Mi padre aceptó, aunque sé que tuvo una sonora discusión con mi madre de la que todo el mundo pudo oír al menos una parte. Ni que decir tiene que mis hermanos me culparon por ello y me hicieron la vida un poco más difícil, lo que ellos no sabía es que, aun así, mi vida iba a mejorar sustancialmente, sin contar el hecho de que podría volver a ver a Lindsey.

    Empecé a estudiar con un tutor personal que venía a casa expresamente para darme clase. Era muy rígido, nunca le vi sonreír. Su paraguas, su traje y su bombín enmarcados en una imperturbable figura fueron la imagen de la disciplina personificada. Es el único inglés que he conocido que encajaba con el cliché de típico inglés.

    El resto de mi tiempo lo pasé entre la informática, las clases de ballet y, más adelante, las clases de judo que mi padre me permitió que tomara. Durante esta época Lindsey dejó de ser el centro de mi vida. Creo que, gracias al internado, había aprendido a vivir por mí mismo, pero seguía yendo a comer con ella y el resto del servicio. Ellos siempre me habían tratado con una gélida distancia, pero podíamos mantener una conversación normal (lo más normal que yo podía esperar en una situación como la mía).

    Y si creía que mi vida ya había dado muchas vueltas era porque no sabía las que me quedaban por dar. Una tarde oí a varias de las muchachas del servicio comentar que mi parecido con mi padre era demasiado claro para ser un chico adoptado, oí que comentaban que mis ojos y mi frente, además de mis gestos y de cómo sonreía eran idénticos a los de mi padre. Podéis imaginaros el shock que me produjo. Decidí averiguar todo lo posible sobre el tema, y después de no encontrar referencias a mi madre ni a mi padre biológicos, me aventuré a cotillear entre los documentos de mi padre, fotos y todo el material al que pude acceder colándome en su despacho.

    Encontré una foto escondida en el doble fundo de un cajón de su escritorio. En él se le veía a él con una mujer morena y el Partenón al fondo. Las canas de mi padre coincidían con las que tenía a la edad en la que yo nací; el Partenón era un monumento griego, como el nombre de mi verdadera madre; mi padre y esa mujer estaban abrazados, cosa que no había visto hacer nunca con la madre de mis hermanos. Parecía claro que él y esa mujer habían tenido algún tipo de relación sentimental. Investigando en su memoria de viajes de trabajo descubrí que no había ninguna mención a Grecia, pero que había bastantes viajes a Italia en esa época ¿sería una simple escala en un viaje mayor? Con lo poco que tenía y lo que pude elucubrar decidí jugármelo todo a una carta. En su siguiente visita a la casa me reuní con él en su escritorio con la foto de la mano, le dije que lo sabía todo, pero que quería que él me lo explicase. Funcionó, aunque creo que fue más por su deseo de contarme toda la verdad que porque mi farol hubiese tenido éxito. Me contó que aquella mujer había sido el amor más apasionado que había tenido en toda su vida y que yo había sido el fruto de ello. Me contó más cosas: cuánto la había querido, lo solo que se había sentido, que tuvo que casarse con su esposa por obligaciones que conllevaba su título... Ambos lloramos, y ese día por primera vez nos abrazamos. Fue un abrazo tan cálido y sincero como recordaba los de Lindsey de pequeño, pero entonces no pensaba en Lindsey, sólo pensaba en que tenía un padre y que él me quería.

    Aunque aquello no duraría mucho. Mi padre tenía mucho dinero, y hay gente que opta por hacer dinero de forma fácil, usando herramientas como el chantaje, el contrabando el secuestro y esto último fue lo que decidieron usar la pandilla de delincuentes que decidieron entrar en nuestras vidas.

    A la salida del gimnasio dejaron sin sentido a mi guardaespaldas, me encañonaron y me obligaron a entrar en una furgoneta. No me tuvieron retenido mucho tiempo, dado lo que aconteció en esa captura.

    Me tenían atado a una silla, con una lámpara apuntándome a la cara y con música de fondo que parecía ruido de engranajes. Me obligaron a leer un texto en el que decía las condiciones de los secuestradores mientras uno de ellos sujetaba una grabadora delante de mí. Después me vendaron los ojos y empezaron a pedirme chillando que les dijera dónde estaba la caja fuerte, cuál era la combinación, cuál era el número de la alarma y cosas por el estilo. Yo no sabía nada de eso, el servicio siempre se había ocupado de todo por estrictas órdenes de mi amadísima madrastra, nunca se me había hecho partícipe de ninguna información que ella hubiese creído importante.

    Y allí me encontraba yo, apaleado por una banda de desconocidos que amenazaba con cortarme el cuello (tenían un cuchillo con un filo que estaba muy frío) si no les contaba lo que querían saber. Uno de ellos le dijo a otro que ya no tenía valor vivo, que tenían la grabación y que podían ir mandando trocitos de mi cuerpo. En ese momento me mareé, creo que me hice mis necesidades encima, todo empezó a girar, las bilis invadieron mi boca y un pretérito gutural sonido salió de mi garganta.

    Lo siguiente que recuerdo es que estaba vagando desnudo por un callejón lleno de basura. Un mendigo me arropó con una manta y me preguntó que qué me había pasado. Entonces fui consciente de que estaba desnudo y mi cuerpo estaba lleno de sangre. Me quedé sin fuerza en las piernas y el mendigo evitó que me desplomara contra el suelo. Me apoyó contra la pared y pasé ahí sentado, oyendo a mi reciente benefactor cómo despertaba a patadas a un compañero que roncaba bajo unos cartones y le daba órdenes. Yo lo oía todo desde muy lejos, mientras mi mente era incapaz de recordar nada de lo que había pasado en esa habitación. No tardó en llegar un viejo desarrapado con muchas arrugas que empezó a hablarme con mucha calma. Sé que me hizo preguntas a las que contesté mecánicamente, como hipnotizado. Cuando se dio por satisfecho me dejaron dormir en un colchón roído por (supongo) los ratones.

    Me despertó un caballero muy bien vestido, a mi alrededor había varias personas bien trajeadas hablando con los mendigos. Policía secreta supuse, no acerté. Entonces no lo sabía pero eran mi familia.
Sí, eran garous, como yo, y ellos por fin darían sentido a mi vida.

    Mientras la policía investigaba sobre mi secuestro ellos se dedicaron a conseguir unos documentos por los cuales mi madre biológica otorgaba mi tutela a una nueva persona a la vez que alegaba irregularidades legales en mi adopción. También limpiaron los restos de la carnicería que yo, sin quererlo, había preparado en el zulo donde me tenían secuestrado. A los pocos días unos mendigos me entregaron a la policía, mientras elegantes abogados entregaban a mi padre los documentos que le eximían de mi cuidado.

    Ese fue el segundo día que mi padre me abrazó. El tercero sería una semana después, cuando en un careo se dio mi custodia legal a un distinguido tratante de arte griego y no nos volvimos a ver.

    Aunque sé que mi padre no me olvidó. Sé que volvió muchas veces a Grecia con la esperanza de ver a mi madre o a mí. Es difícil que volviese a ver a mi madre, yo no he conseguido averiguar nunca nada de ella. A mí es imposible que me encontrara allí, porque me fui a vivir a nueva vida a Nueva York. Sí, parece un guiño del destino: dos vidas distintas en dos Yorks distintos.

    Ahora sé quién era mi madre: una Furia Negra que se enamoró de un distinguido caballero inglés. Mi vida habría sido muy diferente de haber nacido chica, porque entonces no me habría dejado vivir con mi padre. Me habría educado, querido y protegido hasta que me hubiese convertido en una gran guerrera. Pero un cromosoma Y propició que mi destino fuera muy diferente.

    Y no creo que mi madre me abandonara a mi destino. Supongo que o intentó seguirme la pista o le confió a alguien la tarea. Posiblemente la persona encargada de vigilarme tuvo algún problema que le impidió estar cerca en mi primer cambio, o quizás estuvo vigilando de cerca todo ese tiempo y de alguna manera me guió hacia el Roehuesos que me encontró.

    Y si mi padre no hubiese sido quien era y no me hubiese dado la educación que me dio, supongo que ahora yo sería un Roehuesos encantado de la vida.

    Las posesiones que en secreto mi padre me dejó hicieron que los Moradores del Cristal se alegraran de haberme aceptado entre ellos. Sin que nadie lo supiera puso a mi nombre abundantes tierras en Inglaterra, además de declararme máximo accionista de una gran multinacional. Logramos enterarnos cuando una junta de accionistas consiguió dar con mi paradero, a pesar de que me había cambiado de nombre. Necesitaban que firmara un documento imprescindible para una fusión por absorción? con otra empresa menor. Resultaba que no iba a heredar un título de mi padre, sino dinero, mucho dinero yo también lo reconozco, los Roehuesos no habrían sabido qué hacer con ello.

    Pasado el rito de Iniciación casi me uno a una manada de Roehuesos, pero varios ancianos, Moradores como yo, decidieron que, dado mis relaciones en el pasado con ellos (ellos me encontraron), no habría sabido encajar mi verdadera posición, así que debía esperarme a encontrar otra manada en la que pudiese realizarme completamente como garou. Y aparecieron ellos: Los Garras Aladas. 

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