BLOQUEANDO BLOQUEOS

Roberto Laserna

En un inesperado giro de eventos, el desarrollo alternativo aparece bloqueando los bloqueos. No de la manera deseada, que debiera proporcionar opciones económicas atractivas o compensatorias a los productores campesinos para que dejen la coca, sino de la manera brusca y directa de obstaculizar físicamente los efectos del bloqueo. Me refiero, sí, al deslizamiento de la carretera y la destrucción del asfalto rígido en la zona del río Espíritu Santo.

Ese deslizamiento se ha convertido en un super bloqueo pues interrumpirá el flujo de transporte -según informan- por cinco días. Esto disminuye al mínimo el impacto de los pequeños bloqueos campesinos, al punto de hacerlos intrascendentes, de disolverlos en la inutilidad.

Y es directamente atribuible al desarrollo alternativo porque es con recursos asignados a ese programa, y siguiendo la metodología de "bien intencionado pero improvisado entusiasmo" que le caracteriza, que se están realizando las obras del pavimento rígido en la carretera al Chapare.

Como en muchos otros proyectos del desarrollo alternativo, la intención es buena: reforzar el camino colocando encima concreto de 23 centímetros con armazón de fierro. La intención es buena, digo, pero se basa en la experiencia de cualquier conductor que al llegar a esa zona no encuentra pavimento que resista y tiene dificultades para circular por el barro que forman las lluvias, que por ahí son casi permanentes.

La solución planteada, sin embargo, aunque se basa en experiencia directa, no parece haber tomado seriamente en cuenta los severos problemas de drenaje de la zona, en la cual son y serán normales los deslizamientos por arriba y por abajo del actual trazo caminero mientras no se realice un adecuado manejo de aguas. Y eso es justamente lo que ha ocurrido ahora. La justificación inmediata, de que "por ahí abajo había habido pues una alcantarilla", demuestra que allá se está haciendo algo que ha sido común en muchos proyectos del desarrollo alternativo: improvisando, desconociendo algo elemental que se sabía por los estudios realizados antes, ignorando la necesidad de nuevos estudios hidrológicos y trabajando sobre la superficie de las cosas. O que se confía excesivamente en la naturaleza.

En esa obra, que representa para comenzar una inversión de un millón de dólares y aumentará cuando se continúe con los siguientes tramos, no se ha convocado a licitación alguna y se han asignado tareas y recursos a las empresas constructoras y proveedoras de cemento mediante negociaciones directas. Pero como ellas han sido contratadas para hacer una parte de las obras, ninguna tiene responsabilidad por el conjunto ni, probablemente, por los necesarios trabajos complementarios. Al parecer, la urgencia de hacer la obra y el poder del donante permiten esas excepciones.

Un problema, no menor, es que, aunque viene como donación, no se trata de plata regalada. Para recibirla los bolivianos estamos asumiendo costos que, tarde o temprano, nos llegan con una factura que incluye intereses, a veces bajo la forma de violencia social.

Tener una buena carretera, permanentemente transitable, es sin duda fundamental para el desarrollo, también para el alternativo. Esa obra debe continuar y mejor si se aprende de los errores y accidentes. No es la idea la objetable. Pero si éste se toma como un ejemplo de lo que se hace en nombre del desarrollo alternativo, puede comprenderse por qué muchos campesinos no están satisfechos y por qué los argumentos basados en cuantificar los millones invertidos en desarrollo alternativo no los convencen.

Las cosas podrían y tendrían que hacerse mejor si queremos alcanzar el éxito necesario para que haya paz social.

 

(Publicado en Los Tiempos, 1 de febrero de 2001)

LEÑA AL FUEGO

Roberto Laserna

Una persona a la que quiero mucho y por la que profeso un enorme respeto intelectual me dijo, luego de leer un artículo que publiqué acerca del desarrollo alternativo, que de alguna manera estaba "echando leña al fuego".

Se refería, obviamente, al hecho de que ese artículo podía dar argumentos a favor de los campesinos productores de coca. Un grupo que se encuentra en estos momentos protagonizando conflictos sociales y que, además, parece haber perdido el favor de la opinión pública, sobre todo desde los asesinatos de un policía y un militar en las cercanías de Sacaba. Asesinatos horrorosos y perpetrados de la manera más cobarde pero que, tampoco podemos negarlo, han sido morbosamente utilizados por el gobierno para generalizar una condena hacia todos los que se oponen y critican su política hacia la coca.

No pretendo ignorar que quien escribe y publica tiene una responsabilidad social. Sus ideas pueden ser utilizadas por otros incluso para fines que no comparte, y pueden motivar comportamientos con efectos sociales. Pero la experiencia demuestra que eso es muy poco probable. En el país son pocos los que leen, menos aún los que revisan los periódicos y no hay que ser modesto para saber que los que se tropiezan con un artículo de opinión son –lo siento lector- una minoría marginal. Por supuesto que tengo la ilusión de que algunos lectores coincidan con la opinión que formulo o admitan que mis argumentos son razonables. Pero hay mucho trecho de ahí a que se sientan convencidos para actuar de una determinada manera.

Lo de leña al fuego, por lo tanto, suena más bien a una benevolencia excesiva con mis artículos.

El problema real es que hay fuego, y hay fuego porque hay leña que entre varios juntaron y alguno encendió. Hacer notar el fuego y señalar la leña, que es a lo máximo que puede aspirar un articulista, dista mucho de ser responsable de la hoguera.

En este caso concreto el fuego lo encendió un Decreto inútil, porque con él se cerró un mercado que era en los hechos marginal pero importante como símbolo. Apenas se transaba coca en él y no eran los narcos los que lo hacían, pero al cerrar ese mercado el gobierno hizo notar que seguía avanzando en su lucha contra la coca y logró que los campesinos pudieran ver con claridad que estaban arrinconados. Esa imagen fue más eficaz que los discursos de los dirigentes y logró lo que ellos no habían podido hasta entonces, movilizarlos con sus familias y con toda la rabia de quien se siente víctima de una guerra ajena.

Prendido el fuego, el gobierno parece haberse empecinado en creer que se trata de una fogatita que se apagará sola. No parece darse cuenta de que por todas partes hay material inflamable y que, aunque están divididos, no son pocos los que quisieran que ese fuego se extienda.

La indiferencia no apaga hogueras, pero esa parece ser la actitud oficial.

Una actitud que es tremendamente costosa para todo el país y en particular para Cochabamba.

Por eso es necesario alentar a las autoridades locales que decidieron intervenir más activamente en la búsqueda de soluciones de concertación que devuelvan la paz social a la región. Ojalá que ellos puedan convencer a los representantes gubernamentales y campesinos de dos cuestiones que son, a mi entender, básicas para avanzar en ese propósito.

La primera es que el principio ético desde el cual debieran actuar, diseñar sus políticas y evaluar las consecuencias de sus actos, es el del bien común. Los principios de autoridad, legalidad y malignidad de las drogas a los que se aferra el Poder Ejecutivo pueden y deben ser evaluados desde la ética del bien común. Y es esa ética, también, la que se les debería plantear a los dirigentes sociales, porque si en ellos prevalece la visión particular de su grupo, corren el riesgo de aislarlo del resto de la sociedad, debilitándolo aún más.

Y la segunda es que ningún proceso de concertación puede ser eficaz si las partes no empiezan por reconocer que su adversario existe y es autónomo. Condicionar el diálogo con vetos personales es una manera embozada de rechazar el diálogo. Nadie espera que los dirigentes campesinos y los ministros y viceministros se quieran y disfruten sus encuentros como si fueran amigos. Lo que podemos esperar y exigir en este momento es que quienes pueden tomar decisiones, porque representan a las fuerzas en conflicto, se reúnan y busquen la manera de enfrentar, juntos, el problema que hoy los distancia.

żLeña al fuego? No lo creo, el fuego está, la leña sobra y usted, lector, como yo, al parecer importamos poco.

 

(Publicado en Los Tiempos, 8 de febrero de 2001)

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