EL CÁNTARO DE PILATO

Roberto Laserna

Cuenta Mateo en su Evangelio que Poncio Pilato, gobernador romano en Jerusalén, se lavó las manos en señal de que no estaba dispuesto a asumir responsabilidad alguna con el destino de Jesucristo. Aún creyendo en la inocencia del acusado, Pilato no fue capaz de ejercer su autoridad y lo entregó a la muerte. Nada se dice sobre lo que usó el romano para lavarse las manos. Pudo haber sido un cántaro. Ese cántaro ha resistido el paso de los siglos, y se renueva cada vez que el poder opta por eludir sus responsabilidades.

En Cochabamba el cántaro de Pilato se llama Semapa. Incluso sin agua, maltrecha y rajada, todavía sirve para que la utilicen quienes, teniendo el poder y la obligación de resolver un problema, se "lavan las manos" dándole la espalda a la gente.

Un detallado estudio realizado en Ceres por Humberto Vargas y María Teresa Zegada, en 1992, dedicado al análisis de la gestión del agua y la basura en Cochabamba, encontró que la creación misma de Semapa, en 196X, estuvo ya marcada por la intención política de desvincular al gobierno municipal de un problema que empezaba a crecer y para el cual las soluciones eran demasiado complejas.

La intención no parecía mala. Ya para entonces la población de Cochabamba sufría de una grave carencia en los servicios de agua potable y alcantarillado, con una cobertura restringida y con racionamiento en la provisión de agua. Y la población empezaba a crecer con la llegada de miles de migrantes provenientes del campo y de otras ciudades del país. La municipalidad era por entonces un apéndice del gobierno central y su responsabilidad se limitaba a la realización de obras de mejoramiento urbano que se decidían en función de la política clientelar del gobierno y la del alcalde de turno.

Era evidente que ese tipo de municipalidad no tenía capacidad alguna para enfrentar un problema tan serio y complicado y por eso no hubo resistencia cuando el gobierno nacional creó Semapa como una empresa descentralizada, con patrimonio propio y conducida por un directorio con participación de representantes municipales y nacionales.

La empresa fue desarrollando poco a poco una racionalidad "técnica" que la defendía de las presiones y demandas sociales, y terminó por convertirse en el cántaro de Pilato. El alcalde y el ministro desviaban a su turno las demandas hacia Semapa, donde un técnico siempre tenía la explicación racional que les lavara las manos, explicando a la gente que la presión hidrométrica, los índices de precipitación, los volúmenes de embalse y la micromedición de fugas permitían anticipar que su demanda estaría satisfecha en poco tiempo más, que no se preocupen por favor, que por ahora es "técnicamente imposible".

La escasez de agua, su distribución cada vez más injusta y la creciente sobreexplotación de las napas subterráneas dejaron de ser problemas municipales y nadie logró incorporar el tema del agua en la agenda política local. Salvo, claro, como una vaga esperanza para el lejano futuro en que todo brillaría con el sol de Misicuni.

Los cochabambinos desarrollamos una cultura de escasez, resignación e individualismo. En esa cultura, cada familia y cada barrio resuelven el problema a su manera: depósitos familiares, tanques y turriles, pozos privados, vecinales o cooperativos. Decir que "resuelve el problema" es ilusorio dada la mala calidad del agua y el impacto que su consumo tiene sobre la salud para la mayor parte de la población.

Pero todo encajaba en perversa armonía. La población, resignada, no presionaba. Y cuando lo hacía, las autoridades recurrían al cántaro de Pilato y éste, técnicamente, funcionaba muy bien, librándolos de sus responsabilidades.

Pero el anunciado futuro no terminaba de llegar y el problema se hacía cada vez más grave. Las autoridades se negaban sistemáticamente a tomar la única decisión política a su alcance, que era elevar poco a poco las tarifas para ampliar la capacidad de la empresa y la cobertura del servicio, por lo que éste se fue convirtiendo en un privilegio de pocos, que lo disfrutaban por algunas horas de algunos días.

Al fracaso de Sánchez de Lozada en 1996, que no pudo vencer la ilusoria pero infranqueable muralla de la demagogia erigida en torno a Misicuni, le siguió el fracaso de Bánzer - Reyes Villa, que a pesar de su formación militar no tuvieron el coraje político de defender su proyecto de concesión a Aguas del Tunari. Y hemos vuelto al punto de partida: Semapa convertida otra vez en el cántaro de Pilato, en el que se lavan las manos la Coordinadora y la Municipalidad, en insolente complicidad.

Incapaces de enfrentar con seriedad el problema y sin haber logrado siquiera elaborar una propuesta razonable, ambas fuerzas han acordado liberarse de culpas y transferir su responsabilidad a un Directorio elegido por menos del diez por ciento de la gente. Los cochabambinos deberíamos rechazar este manejo irresponsable del problema del agua, en el que coluden la Superintendencia de Saneamiento Básico, la Alcaldía Municipal y el oportunismo personal de algunos dirigentes. Necesitamos autoridades capaces de ejercer sus obligaciones y asumir sus responsabilidades.

La municipalidad de ahora es distinta a la de los años 60. Tiene autoridades elegidas y, además de los impuestos locales, recibe fondos de coparticipación y ahora del programa de condonación de la deuda. Es evidentemente muy distinta, y por eso no debería comportarse restableciendo en Cochabamba el cántaro de Pilato. Y es que ese cántaro solamente sirve para que algunos se laven las manos de la demagogia e irresponsabilidad con que actuaron, pero no para traer agua a los cochabambinos.

Publicado en LOS TIEMPOS, el 19 de mayo de 2002

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