Claudia:
¡Es cierto!, hay muchas cosas de las que empecé a hablar y te dije que
seguiría. Vos contás con la ventaja de tener las cartas y entonces podrás
releerlas cuando quieras. Seguro que encontrarás cosas inconclusas,
cosas inadecuadas, cosas contradictorias y muchas cosas muy muy locas. Sería
extraño que no fuera así, porque... yo soy... inconcluso, inadecuado,
contradictorio y muy muy loco.
Esto de hablar de mi locura, me atrae cada vez más. La locura... ¿Qué
es la locura?...
"Un loco es alguien que ha perdido todo, menos la razón".
"La locura es el último de los mecanismos de defensa a nuestra
disposición". Yo creo que la locura no es una manera
"enferma" de ser, pensar y percibir. La locura es una manera
diferente de ser, de pensar, de percibir y -¿por qué no?- también una
manera diferente de "sentir". ¡Eso es! ¡Una manera diferente!
Durante aquellos años de mi especialización psiquiátrica, aprendí a
contactarme con cientos de pacientes psicóticos (los "locos"
del lenguaje popular). Hay un lugar muy especial reservado en mi
memoria para algunos de aquellos pacientes. Hoy hablándote de las maneras
diferentes, recuerdo a don Marcos... Siento que aquel episodio, el día en
que trajeron a Marcos a la Clínica Santa Mónica para internarlo, aquel
episodio que conté tantas veces, aquel episodio que mi amigo Héctor dice
es la mayor expresión de sabiduría, aquel episodio, divide mi vida en un
antes y un después. Don Marcos tenía alrededor de 65 ó 70 años.
Era traído por la familia con un diagnóstico de Psicosis Maníaco
Depresiva (una ciclotimia como las nuestras pero más desconectada de la
realidad, episodios de gran depresión alternados con eufóricos períodos
de excitación, que a veces incluye
alucinaciones, conductas bizarras, delirios, etc.). La esposa me alargó
el certificado del médico que indicaba la internación, mientras don
Marcos me miraba con una fabulosa y seductora sonrisa de abuelo de
cuentos.
Yo: Bueno, don Marcos ¿pasamos al consultorio y charlamos un rato?
Don Marcos: Sí, pibe. (Y me siguió hacia la puerta del despacho). (Nos
sentamos).
Yo: Don Marcos, dígame ¿por qué le parece a Ud. que lo trajeron aquí?
Don Marcos: Mirá pibe, lo que pasa es que mi esposa y los chicos no
entienden, ellos creen que estoy "colifa".
Yo: ¿Por qué creen eso? ¿Qué hizo usted?
Don Marcos: Resulta que un día me encontré en el mercado con Doña
Zulema, la vecina de enfrente. En la cola, me contó que se le había
roto la radio y que no tenía plata para arreglarla, yo me acordé que en
casa había por lo menos dos radios. ¿Para qué se necesitan dos radios?
¿Se pueden escuchar dosradios a la vez? Así que le pedí a la
Zulema que pasara por mi casa y le regalé la radio. ¡Me sentí fenómeno!
Entonces salí a la calle y empecé a preguntarle a la gente qué pasaba,
quién necesitaba un pullóver -por que yo tenía como cinco-, y después,
regalé un traje -yo nunca lo usaba-, varias corbatas, un poco de plata,
unos pares de pantuflas... y cuando le estaba por llevar el reloj pulsera
a un muchachito que lo necesitaba, mi familia se enojó y no me dejó
salir a la calle. Llamaron al médico, que me vino a ver y dijo que
viniera para aquí.
Yo: ¿Y usted sabe qué es aquí?
Don Marcos: Sí, claro pibe, ¡qué te creés! ¿que soy boludo? Es
una clínica.
Yo: Bueno, don Marcos, su médico me pide que lo internemos por unos
días, para estudiar si le está pasando algo. ¿Qué le parece la idea?
Don Marcos: Decime, ¿se puede jugar al truco?
Yo: Sí,
don Marcos, solemos hacer torneos todas las semanas.
Don Marcos: ¿Y al mus?
Yo: Eso no sé, porque yo no juego.
Don Marcos: Bueno, me quedo así por lo menos te enseño a jugar al mus.
Yo: Bien, ¿entonces salimos a despedir a su familia?
Don Marcos: "Un kilo".
(Salimos, yo como antes, llevado por él del hombro, mientras don Marcos
empezaba a explicarme el juego del mus).
Yo: Bueno, don Marcos, despídase de su familia.
(Y de repente, como si el mundo se hubiera cambiado de blanco a negro, la
cara de don Marcos se transformó, su sonrisa desapareció, la voz se le
quebró y rompió a llorar con desesperación, mientras tocaba la cara de
sus hijos y su esposa y les repetía "cuídense", "los voy
a extrañar", "no dejen de venir a visitarme" y no sé cuántos
dolores más. Marcos apoyó su cabeza en mi hombro, sin poder parar
de llorar.)
Yo: Señora, por favor deje todo en mis manos, vaya con sus hijos y llámeme
si quiere en un rato, para que yo le cuente si se tranquilizó. Pero
ahora, váyanse, así yo acompaño a don Marcos a su habitación. (La
familia le dio un beso más en la cabeza a don Marcos mientras éste sólo
podía articular unas confusas palabras y yo trataba de disimular mis
propias lágrimas). (Caminando hacia atrás, la familia llegó a la puerta
de salida y se fue).
Don Marcos escuchó el click que la puerta hizo al cerrarse y separó un
poco la cabeza de mi hombro. Observó a puerta. Se secó las lágrimas
con la manga de la camisa. Me miró, se sonrió... y me preguntó:
Don Marcos: ¿Estuve bien?
Yo: (que no entendía nada, no sabía nada, no podía hablar) ...
Don Marcos: ¿Sabés qué pasa, pibe? Hace una semana media que me
mandan a dormir y lloran como dos horas hablando sobre "cómo va a
sufrir él cuando lo
internen". Ellos esperaban que yo estuviera dolorido al separarme de
ellos, y a mí... ¿a mí qué me costaba?
Cada vez que nos topamos con alguien que contacta las cosas de una manera
distinta de la tuya, de la mía, la nuestra, entonces está loco. Si
no piensa, actúa y cree como todos, es obvio que está loco. Loco como
Colón, como Galileo, como Copérnico, como Jesús y, muy lejos de todos
ellos, loco como yo.
Es cierto, hay locuras agradables y locuras espantosas
locuras amorosas y locuras odiosas
locuras encantadoras y locuras siniestras
Sobre todo hay locuras enriquecedoras y, tristemente, también hay locuras
que empobrecen.
La mía... ¿cuál es? ¡No lo sé!
Y sin embargo yo siento que...
a mí
me enriquece...
a mi
esposa le asusta...
a mis
padres los confunde
a mis
amigos les encanta
a mis
hijos les divierte...
a mis
pacientes les sirve
a mis
colegas los asombra.
¿Qué importa? En realidad, de esta locura, por lo menos, no quiero
curarme. "Qué importa", dije. Nada es importante.
Me gusta, lo quiero, lo detesto,me importa (Adentro), pero afuera nada es
importante, O lo que es lo mismo, todo es importante. Todo es igual
de importante. ¿Cómo?
Por un lado, ser importante parece una cualidad del objeto, del hecho, de
la situación. Me importa, es mío. Cuando me importa me
integro, me contacto,me comprometo.
Por otro lado, los conceptos de todo y nada son, respecto de este punto,
equivalentes. Es tan indefinido el concepto de uno como de otro.
En algún lugar de nosotros mismos, Todo y Nada, Todos y Ninguno son la
misma cosa: una nebulosa indiferenciado que circunstancialmente me sirve
para definir lo que con seguridad no sé, no me atrevo o no quiero
definir.
El otro día, Lidia me dijo:
-Desde que te conozco, cada vez te importan menos cosas.
Iba a decir que sí. Y después, que no. Y después, pensé Sí
o No, ¿qué importa?
Lidia tiene razón.
Y a la vez, no tiene razón.
Cada vez me importan menos cosas y sin embargo...
Cada vez me importan más las cosas que me importan.
¿Cómo se entiende?
¿No se entiende?
¿O sí... ?
¡Qué importa!
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