Roma y los toros

Los toros. Qué apasionante mundo para todo aquel que le gusta este animal, que casualmente suele coincidir con esos que también aman la fiesta nacional por excelencia, en la que este animal es sacrificado ante el gozo y griterío de los espectadores. Tampoco son pocos (valga la rebuznancia) los que opinan que habría que igualar más aún la contienda, dejando que el toro pesara 1000 Kg, y además fuera carnívoro. Pero son todos ellos a la vez, y dos o tres despistados más, los que se preguntan cada día:
-¿De dónde viene esta tradición?.

Bien. Hay que destacar ante todo, que son el segundo tipo de personas los que más se acercan a la respuesta correcta. Si analizamos en lo que consiste, se ve que es una lucha de hombre contra animal, cuerpo a cuerpo, estoque contra cornamenta (la del toro, se entiende), en la que sólo uno puede sobrevivir (normalmente el torero). Rápidamente vienen a nuestra mente aquellas tardes gloriosas en el Circo Máximo de Roma, en la que un puñado de cristianos se las veían con leones, hombre contra animal, cuerpo a cuerpo, piernas contra fauces, y en la que sólo uno podía sobrevivir(normalmente el león). Si. Éste es el origen inmediato de las corridas de toros.

Claro que ha cambiado mucho desde entonces hasta los días de hoy, aunque también es cierto que se mantienen viejas tradiciones e incluso puestos de trabajo: por ejemplo, en una plaza de toros encontramos al presidente, que ordena cuando deben ser soltados los toros. En la Antigua Roma, éste puesto se reservaba al mismísimo César, que alentado por el público, daba comienzo al espectáculo y ordenaba sacar los elementos a/de la pista. Además, también era el encargado de perdonar o sacrificar la vida de uno de los contendientes, con la simple acción de levantar o bajar su dedo pulgar. Ésta costumbre ha sido sustituida por pañuelos, unas veces negros, otras blanco, y otras verde-moco, aunque la función sigue siendo básicamente la misma :seguir matando al toro o devolverle al corral (ya sea por haber sido muy bravo, o por ser más parado que un portero de futbolín). Cabe destacar que en la Antigua Roma, si un cristiano sobrevivía, se le perdonaba la vida, mientras que aquí, si el torero es el que no termina la contienda, el toro no tiene por qué ser perdonado, y sale otro torero para terminar la faena. Además, el Circo Romano no era tan estricto en cuanto a los contendientes, ya que si bien la máxima atracción era ver cristianos contra leones, no menos pasión levantaban las peleas de gladiadores, hombre contra hombre, cuerpo a cuerpo, tridente y red contra escudo y espada, en las que solo uno podía sobrevivir (o a veces ninguno).

Vistas así las cosas, es evidente que el espectáculo actual ha caído enteros. Antes, la sangre caía a raudales, lo que alegraba mucho a los bancos de sangre. La contienda era emocionantísima, y ponía de manifiesto la astucia de los cristianos escondiéndose de las fauces del fiero león, y el hambre de los leones que tan sólo trataban de no morir de inanición. Ahora no, ahora se ha perdido toda la emoción, tan sólo consiste en hacer pasar un pobre animalito por debajo de una capa roja. La sangre casi ni se ve sobre el negro lomo del animal. Tan sólo los espontáneos, animados por lo que era el viejo Circo, salen a animar un poco el espectáculo dejándose pillar.
Es por eso que desde éste rinconcito, pedimos la vuelta de las viejas tradiciones del Circo Romano.

Ave César!!


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