Artículos y entrevistas

 

 

La farsa de la desolación Javier Marías

La risa Miguel Sáenz

Quimera nº 65 Asta Scheib

Monólogo en Mallorca, 1981 Krista Fleischmann

 

 

 

 

 

 

 

La farsa de la desolación

Javier Marías

Hay escritores horribles, malos, pasables, buenos y excelentes. Los hay incluso, geniales. Pero también hay otros en los que su calidad es un asunto secundario, aunque sin duda se les reconozca. Son los escritores que crean adicción, o dicho de otra forma, con los que el lector establece una relación más parecida a la del hincha de fútbol con su equipo o a la de la quinceañera con su ídolo musical. De esos autores se lee todo y se quiere siempre más; se atiende y hasta se recorta cuanto se publica sobre ellos, se guardan las entrevistas y las reseñas de sus obras; se compran grabaciones o vídeos si los hay: fácilmente se convierte uno en coleccionista. Estos escritores son rarísimos, más infrecuentes incluso que los geniales, y ya es decir. Y la falta de textos suyos se vive como una privación. Así, cuando mueren -si estaban vivos-, el lector adicto puede sentir algo muy próximo a la desgracia personal, aunque jamás haya visto en persona al difunto. Para mi, como para mucha otra gente de toda Europa, Thomas Bernhard ha sido el penúltimo escritor de esta índole, muy peligrosa, por cierto, para el lector que a su vez es escritor, pues puede verse irremisiblemente contagiado en su escritura por un influjo tan poderoso como buscado. Más aún en el caso de Bernhard, cuyo estilo es enormemente pegadizo, como una inoculación. Buena prueba de ello es la extraña y lamentable escuela que ha creado en nuestro país, donde desde hace algún tiempo abundan las novelas contaminadas por Bernhard y los novelistas que creen que basta con despotricar de todo y mostrarse coléricos, resentidos y negativistas para hacer buena literatura. Como sucede con Kafka, Joyce o Beckett, lo peor de ellos son los kafkianos, los joyceanos y los beckettianos, su verdadero azote. Sólo señalaré un rasgo de Bernhard que cada vez he visto más en sus escritos y que precisamente parece pasar inadvertido para la mayoría de los bernhardianos, quienes se lo toman con una solemnidad de espanto y una literalidad propia de párvulos: su sentido del humor. Es más, hoy lo veo como un escritor esencialmente cómico, y que por eso, con ser desolador, no resulta casi nunca deprimente ni sórdido, cosas bien distintas. Basta con saber que gran parte de su autobiografía era falsa -y por tanto dickensiana-, o con leer Trastorno o Maestros antiguos o El malogrado, para sospechar que el ceño de Bernhard no se diferenciaba mucho del que solía fruncir aquel "malo" alto y grandón de las películas de Charlot, aprovechándose de sus disparatadas cejas. Lo que hay en él es sobre todo la desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación. Y como buen adicto, y para no saberme definitivamente privado de Bernhard, aún tengo sin leer su última novela, Extinción, para cuando se me haga en verdad insoportable la necesidad de una generosa dosis.

Javier Marías
El País/Babelia, 1996

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La risa

Miguel Sáenz


(.../...)
Sin embargo, el humor de Bernhard -hay que repetirlo - era peculiar. Hacer subir a un escenario a catorce inválidos Una fiesta para Boris puede no ser la idea que todo el mundo tenga de una comedia divertida. Y el propio Bernhard, en sus declaraciones, parecía complacerse en hechos y sucesos que el común de los mortales no suele considerar tan cómicos. «Se ríe con frecuencia, sobre todo cuando cuenta anécdotas macabras», escribe la periodista Rita Cirio, y, hablando con ella, Bernhard, después de narrar el grotesco suicidio de su amigo el escritor Gerhard Fritsch, «recuerda con mucho gusto las catástrofes y desgracias de sus actrices durante la representación de su primera obra; una tuvo un infarto antes del estreno y su sustituta se rompió una pierna y tuvo que interpretar el papel con muletas». Otra de las cosas que, al parecer, divertían mucho a Bernhard era que todos sus traductores se le morían...« Para él, lo más cómico parecía ser la certidumbre de la muerte, lo que -según Dowden- «no es cómico porque sea divertido... sino porque la vida se convierte en una broma siniestra. La broma consiste en que no es posible que tenga otro significado más importante, trágico o de cualquier otra clase. La comedia surge cuando la gente trata de darle un significado o llega a convencerse de que el mundo le reserva algo».

El de Bernhard es un humor negro, cruel, a veces buñuelesco; si se quiere, bastante español. (Ello podría explicar en parte el éxito de Bernhard en España, si no fuera porque sus obras teatrales, que es en donde mejor se aprecia, no lo han tenido.) Un humor que participa de la muy alemana schadenfreude (alegría por el mal ajeno) y del no menos alemán galgenhumor (humor amargo en una situación desesperada). Bernhard cree que el hombre no se ríe más que del prójimo, de su desgracia. En su Monólogo en Mallorca dice: «El material jocoso está siempre ahí cuando hace falta, donde hay un defecto, alguna deformidad física o mental... Cuando mi abuela se quemaba con la placa de la cocina, yo me reía como un loco». Y de niño, al parecer, dar sustos de muerte a su abuela era una de sus diversiones favoritas.

A Krista Fleischmann le dice también: «Cuando me aburro o cuando, por alguna razón, atravieso un período trágico, abro un libro mío y eso es lo que más me hace reír... se trata de un programa cómico filosófico que de algún modo inauguré hace veinte años, cuando empecé a escribir». Para él, Schopenhauer y Kant son los grandes payasos de la historia. «Es decir, en el fondo los más serios. También Pascal... demencialmente cómicos.»

De sus novelas, la más divertida es probablemente Maestros antiguos, que lleva el subtítulo de «Comedia» y es también - característicamente- la última que escribió. La decena de páginas que en ella dedica a Adalbert Stifter y la media docena en que arremete contra Heidegger figuran entre las más abiertamente satíricas de Bernhard. Y si la invectiva contra Stifter -«Lo más incomprensible en Stifter es su fama... porque su literatura es cualquier cosa menos incomprensible» - puede no funcionar muy bien fuera del ámbito germánico, al ser Adalbert Stifter prácticamente desconocido, la ridiculez de Heidegger resulta universalmente comprensible y es, posiblemente, lo más destructivo que se haya escrito nunca contra él: «Heidegger era un charlatán del mercado filosófico, que sólo llevaba al mercado género robado, era y es el prototipo del repensador, al que le faltaba todo, pero realmente todo, para pensar por sí mismo. El método heideggeriano consistía en hacer de grandes pensamientos ajenos, con la mayor falta de escrúpulos, pequeños pensamientos propios Heidegger es el filósofo en zapatillas y gorro de dormir de los alemanes, nada más».

Maestros antiguos es también interesante porque en ella se ve claramente que Bernhard no se contentaba sólo con «dejar caer» en sus obras nombres famosos (aunque fuera para destrozarlos), sino que utilizaba con frecuencia lo que en novela policíaca se llama un «arenque rojo» o, en las películas de Hitchcock, un MacGuffin: algo que se hace creer al lector/espectador que es importante para la historia.... aunque realmente no lo es. En Maestros antiguos ese MacGuffin es El hombre de la barba blanca, de Tintoretto.

El Retrato de un hombre de barba blanca (que es como en realidad se llama) del Kunsthistorisches Museum de Viena, pintado hacia 1570, representa a un veneciano importante de aspecto rústico y nariz de payaso. Desproporcionado y con la barba resuelta a base de frotados y voladuras convencionales, nada parece justificar la fijación de Reger/Bernhard, porque en la misma sala hay otros tintorettos infinitamente superiores: el de un hombre de barba blanca en una silla de brazos (que no es el mismo), el del hombre de la armadura dorada, el de Sebastiano Venier (que mandó la flota veneciana en Lepanto) o -sobre todo- el de Lorenzo Soranzo. (Lo más curioso es que ese MacGuffin ha funcionado de formas que Bernhard no podía sospechar siquiera: en 1985, Jean-Louis de Rambures, en las página s de Le Monde, parecía creer que el retrato era una invención de Thomas Bernhard, y en España, la ilustración que publicó El Mundo de la crítica del libro no correspondía al verdadero cuadro.)

Los MacGuffin de Bernhard, mezcla de esnobismo cultural e ironía, son frecuentes en sus libros: aloploides, anticuerpos, datura stramonium... A veces se justifican por la «historia», como el método de Urbantschtisch (uno de los fundadores de la otología moderna), en La Calera, o son visibles sólo para los iniciados (la figura ausente de Ludwig Wittgenstein en Corrección); pero otras veces forman una auténtica bandada de arenques rojos: en la primera página de Extinción Bernhard sitúa su relato «Amras» (que prefería a cualquier otro) a la altura de El proceso de Kafka, el Siebenkäs de Jean Paul, La portuguesa de Musil y Esch o la anarquía de Broch...

Miguel Sáenz
Thomas Bernhard, Una biografía, 1996 (Ediciones Siruela)

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Monólogo en Mallorca, 1981.

Krista Fleischmann

 

[...]

¿Cómo trabaja usted?

Muy concentrado. A ser posible, temprano. De cinco a nueve de la mañana, luego doy un paseo, voy a buscar un periódico y me tomo un café, disfruto de no hacer absolutamente nada, el aire puro y el sol estupendo, los días despejados, las montañas y las personas son de pronto también estupendas. Al mediodía como abundantemente, tanto como puedo, lo más sano posible, me atiborro bien. Y luego, hacia las cuatro, vuelvo a trabajar, la mayoría de las veces mejor aún que por la mañana. Y después, hacia las siete o siete y media, me harto, voy a dar otro paseo y luego llega despacio la cena. Que en realidad es muy poca. Un trago de vino, agua mineral, medio melón, un poquito de jamón y eso es todo. Y luego un poquito de televisión. Aunque sea en español. Se miran las caras y se imagina uno algo. Y cuando no se comprende el idioma resulta muy descansado, porque uno probablemente pone más de lo que en realidad dicen las imágenes. Y en su país uno ve las imágenes y lo comprende todo, y no es más que una tontería. Y aquí es probable que no sea más que una tontería también, pero uno no se da cuenta, porque no lo comprende. Y luego, lo más importante para el trabajo, para mí al menos -cada persona es distinta-, es estar en un país donde no se entiende el idioma, porque se tiene sin cesar la impresión de que la gente no dice más que cosas agradables y de que sólo habla en realidad de cosas filosóficas importantes. Y cuando, en nuestro país, comprendemos el idioma, tenemos la impresión de que no hablan más que de tonterías, ¿no? Y de esa forma, en España una tontería se vuelve para mí filosófica. Una imperial tontería o, mejor, una real tontería..., al fin y al cabo, España es un reino.

¿No necesita a veces también, para escribir, lo desagradable? ¿Lo que le irrita?

De eso no hay que preocuparse, porque eso lo persigue a uno también hasta España. Y, en el fondo, más bien escribo sólo, bueno, porque resulta desagradable, porque hay muchísimas cosas desagradables. Le pasa a todo el mundo. Ya levantarse es desagradable, ¿no? Y luego, cuando se piensa en todo lo que pasa, quizás haya pasado en nuestro país, todo es muy desagradable... Y eso es necesario. En el fondo, sólo escribo porque hay muchas cosas desagradables. Si todo fuera agradable, probablemente no podría escribir nada en absoluto. Nadie escribiría. En un estado de ánimo agradable no se puede escribir nada, y además sería idiota escribir si todo fuera agradable, porque entonces habría que abandonarse a lo agradable, ¿no? Hay que aprovecharlo. Y cuando uno está de humor agradable y se sienta al escritorio, destruye ese humor agradable. Pero, como ya he dicho, como el humor agradable sólo dura unas horas o poco tiempo, siempre se vuelve a escribir.

[...]

A menudo le reprochan su actitud negativa hacia la vida, ¿es cierto? ¿Es usted una persona negativa?

Yo tengo una posición del todo normal hacia la vida, como, probablemente, todas las demás personas normales, y no es sólo negativa, aunque tampoco sea sólo positiva. Porque la verdad es que uno se encuentra continuamente de todo. De eso se compone la vida. Sólo lo negativo no existe, es una idiotez. Pero sin duda hay gente que quiere ver las cosas así. La verdad es que es muy cómodo decir: ése es un necio, ¿no? Y durante toda su vida será sólo un necio. Y sólo lo califican de necio, hasta que muere. Y otro es un escritor lírico exaltado desde hace veinte años, y sigue siéndolo hasta que muere. Y de eso ya no se apean los críticos ni la gente con que uno trata. Y alguien escribe una farsa, idiota o no, ésa es otra cuestión, o quizá no es ninguna cuestión, y durante toda su vida seguirá siendo un farsante. Y yo seré probablemente durante toda mi vida el escritor negativo. Pero tengo que decir que me siento muy bien en ese papel, porque no me irrita en absoluto. Y es que la gente dice que soy un escritor negativo, pero al mismo tiempo que soy una persona positiva. De manera que no me puede pasar nada, ¿no? ¿O sí? ¿Es una situación peligrosa? No lo sé. Lo encuentro todo muy agradable, sobre todo cuando estoy lejos de casa y tengo a mi alrededor gente agradable y palmeras y un poquito de viento y un buen café.

[...]

(Al día siguiente en Porto Cristo, en un establecimiento muy sencillo del paseo del puerto. El menú cuesta para los huéspedes 250 pesetas, y para los clientes de fuera, 450. Una injusticia, como dice Bernhard. Habla de sus malas experiencias con las habitaciones individuales, que son casi siempre pequeñas, incómodas y, por alguna razón, interiores; si se quiere algo mejor, hay que pagar el doble. Sin embargo, eso no es para él una razón para ir de vacaciones con otra persona.)

Unas vacaciones solo son muy bonitas. El ideal es mitad y mitad: una parte acompañado y otra solo... Uno no aguanta demasiado tiempo solo, y demasiado entre dos tampoco. Al menos yo... Ensalada de lechuga, parrillada mixta, no suena como para dar un abrazo al cocinero.

¿Le gustaría abrazar a alguien?

A mí los brazos no me sirven realmente para abrazar, sino para escribir y atarme los zapatos, para lavarme, comer y vestirme. De abrazar a alguien pocas veces tengo ganas. (Bernhard encarga para los dos -porque en la carta figura para dos personas- arroz con marisco, dos ensaladas verdes, agua mineral y flan. Luego cambia el menú por un periódico.) En la mayoría de los casos se sabe lo que escriben, porque les gusta uno y no les gusta otro, comprenden a uno y no comprenden al otro. Y la gente no cambia, porque, cuando trabaja en un periódico, ya no cambia, no aprende nada nuevo, en realidad no hay nada nuevo. A mí me resulta más agradable que alguien escriba algo positivo y no negativo. Sea quien sea. Lo importante es que lo que sea sea bien largo. Porque es más, ¿no? Es como cuando se tiene hambre y le dan a uno de comer, también resulta más agradable si hay mucho en el plato que si no hay nada o hay poco. Hay que compadecer al escritor al que sólo dan siempre un postre, en algún sitio de abajo, a la izquierda, cinco líneas, siempre flan y nada más. Cuando le gustarían tanto unos entremeses, sopa, un plato principal gigantesco, filete, un filete gigantesco, con todo lo imaginable, y si fuera posible además un bufé gigantesco, del que pudiera coger lo que quisiera. Y le ponen dos aceitunas y ya está. Ya puede esperar tres años. Si escribe otros tres años, le dan otras tres aceitunas. De forma que en algún momento se suicida, porque está predestinado a ello. Pero cuando hay tantas páginas (metido en el periódico) resulta muy agradable, es un gran menú, que sea negativo o positivo no tiene importancia.

¿Eso quiere decir que, en su opinión, los escritores reciben demasiado poco espacio o dinero, en los periódicos?

A mí siempre me daban demasiado poco dinero. Del espacio en el periódico no podía quejarme. En relación con lo que siempre he escrito y la repercusión que ha tenido, me han pagado siempre demasiado poco. Probablemente deberían haberme dado también lo que daban a mis críticos por sus páginas. Se lo guardaban ellos, cuando en el fondo era algo mío, porque, si no existiera yo, el crítico no tendría de qué escribir. Y a los colaboradores independientes les pagan por línea, pero la mayoría no lo hace, apenas les dan espacio, espacio vital. Y, si se trata de un colaborador fijo, tampoco le interesa hacer nada bueno, porque de todas formas tiene su puesto seguro, y por eso exprime el tubo hasta que, a los sesenta, se queda vacío, si es que antes no le ha dado una apoplejía. Pero sucede como con la pasta de dientes, eso es sabido también: Colgate... y siempre sale lo mismo, con el mismo gusto. Blend-a-med también. Pero al final todos escriben Lacalut, porque son viejos; una escritura de prótesis. Los criticos se pasan la noche en un vaso, como las dentaduras. Luego aparecen. Es el lacalutismo de la escritura..., viejo y vacilante.

¿Eso quiere decir que, en realidad, está usted a favor del principio del rendimiento y en contra de la actividad subvencionada?

La verdad es que sería normal que se pagara a la gente por lo que hace y no por lo que ha conseguido para ella algún sindicato anónimo, ¿no? Entonces no hace ya nada. Hoy hasta los recién nacidos están sindicados. Todo es ya griterío sindical, y cuando un niño pequeñito viene al mundo, chilla ya para entrar en la seguridad social. Sin embargo, cuando haría falta, el sindicato ofrece poco. Siempre se pone de parte del que tiene el poder y no de parte de los que no tienen nada, simplemente los excluye. Entonces los dan de baja, como el seguro de enfermedad. Dan de baja a las personas que están enfermas demasiado tiempo, las dan de baja y caen en manos de la seguridad social. Y se harta a los grupos que no se llevan bien con el sindicato y casi se los da de baja. Por eso el sindicato se alía hoy también con el gobierno y sube al séptimo cielo bailando con el gobierno.

[...]

¿Qué aspecto tiene su camisa de fuerza?

Eso sólo lo puede ver usted cuando me mira, ¿no? Usted ve lo crispado y contraído que estoy, y que todo lo que sale de mí es lo que parece por fuera: crispado y contraído. ¿No? (Se ríe.) ¿No le parece? ¿No? Es curioso. Generalmente es así. Se ve enseguida. Esa armadura que se lleva, como un cangrejo, un caparazón que se tiene alrededor. ¿Por qué le tiembla la mano?

No me tiembla en absoluto; pero en cambio usted no hace más que dar con el pie en el suelo...

Siempre, cuando arriba estoy hablando, marco el ritmo abajo con la punta del pie. ¿No lo había notado? Naturalmente, no se puede mirar al mismo tiempo el pie y la boca. En mí es algo del todo coordinado, contrapuntístico. Tengo que hacerlo porque soy una persona musical. Marco el ritmo de todo lo que digo con el pie. Sólo es imposible hacerlo cuando se está en un quirófano, atado. Pero entonces no se es tan comunicativo. ¿Ha oído el compás ahí abajo? Tengo que ser musical, como acabo de decir. Si no puedo decir prácticamente nada sin seguir el compás con la punta del pie, es que soy musical. Eso no sólo lo tengo en la carne y la sangre, sino también en las manos y los pies, porque la verdad es que lo hago también con los pulgares. Pero eso es una característica mía, no puedo... ¡Mire! Con "ai", siempre separo los pulgares, con "o" los cierro. Eso se aprende en las lecciones de dicción: con "o", la boca desciende siempre, con "ai" e "i", sube. Pero no se ve lo que hace el pie al mismo tiempo, que mantiene unido el conjunto y por eso tiene, cómo diría, algo de intrínsecamente sinfónico siempre, ¿no le parece? En realidad, eso muestra que las personas infelices y trágicas son por lo general muy musicales. Por algo se entierra a la gente con música, porque la música tiene algo que ver, naturalmente, con lo trágico y el duelo... Al parecer todos morimos con música en la cabeza, me lo dijeron una vez, ¿no? Cuando todo ha desaparecido ya -inteligencia, personas, recuerdos-, siempre sigue habiendo música en ella. Sobre todo vienen los gusanos y siguen tocando música, ¿no? Primero aparecen en las comisuras de los ojos. Por las voces que tiene la orquesta puede verse cuánto tiempo lleva muerto, porque el primer gusano salta ya al rabillo del ojo en el primer segundo de la muerte, ¿no? Pero no se puede determinar exactamente si en el izquierdo o en el derecho, y eso es lo difícil para los médicos forenses, que todavía discuten hoy si el primer gusano salta realmente en el rabillo del ojo izquierdo o en el del derecho. Hay simposios, están muy de moda ahora esos "simposios sobre el rabillo del ojo". En Gastein hubo uno el año pasado. Pero no consiguieron determinar cuál salta en realidad dentro de cuál.

También hay simposios literarios.

A ésos no voy, pero al simposio sobre el rabillo del ojo fui de buena gana.

¿Y qué hizo allí?

Bueno, fui al simposio de los médicos forenses sobre el rabillo del ojo, para saber cuándo saltan.

¿Y qué aprendió?

Bueno, cosas sobre la muerte, naturalmente. "¿Qué le ocurre al hombre una vez muerto?" fue uno de los temas tratados. Y entonces alguien se puso en pie y dijo: primero viene el primer gusano, ¿no? Todos estaban entusiasmados, porque, en fin de cuentas, todos lo habían podido comprobar, y de esa forma se veían confirmados en su ciencia. Luego viene el segundo gusano, el tercero, cuanto más deprisa avanza el tiempo, más se multiplican, y más rápido. Al final sólo hay gusanos, nada más. Pero se tiene la impresión, es decir, por el microscopio, cuando se mira, de que cada gusano toca un instrumento determinado, ¿no? Uno el violín, otro el violonchelo, un tercero el piano.

El cuarteto de los gusanos.

Bueno, cuarteto hasta el cuarto, cuando llega el quinto gusano, se trata ya, como sabe por la ciencia forense musical, diría yo, de un quinteto. ¿Y qué pasa con el sexto gusano? Un sexteto, luego un septeto, un octeto... De niño no lo sabía nunca, decía siempre ochoteto y me replicaba siempre: eso es una idiotez, se dice octeto... Con todo, con cualquier idea, hago siempre la suma, porque si no -otra vez rima- hay alguien que te despluma... Cuando se trata de dinero hay que empezar a clamar lo antes posible e inmediatamente, porque si no se consigue enseguida no llega nunca.

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Quimera nº 65

Asta Scheib

 

-Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es ¿no? Y como esto uno lo oye millones de veces en su vida, por poco que ésta sea larga, acaba por no saber en absoluto quién es. Todos dicen algo distinto. Incluso uno mismo está siempre cambiando de parecer.

-¿Hay seres de los que usted dependa, que tengan una influencia decisiva en su vida?

-Uno siempre es dependiente de las personas. No hay nadie que no dependa de algún ser. El hombre que estuviera siempre a solas consigo mismo acabaría hundiéndose al cabo de muy poco tiempo, se moriría. Yo soy de la creencia que para cada uno de nosotros existen seres decisivos. Yo he conocido a dos en mi vida; mi abuelo paterno y una persona a la que conocí un año antes de la muerte de mi madre. Fue una relación que duró más de treinta y cinco años. Todo lo que a mí se refería provenía de esta persona, de ella lo he aprendido todo. Y con su muerte también desapareció todo. Entonces uno se encuentra solo. Al principio a uno le gustaría morirse también; después se pone a buscar. A todas las personas que todavía se tienen, a las que se ha dejado olvidadas en el transcurso de la vida. Entonces se encuentra uno muy solo. Hay que aprender a vivir con ello.

Cuando me encontraba solo, fuese donde fuese, siempre he sabido que esta persona me protegía, me mantenía, y también que me dominaba. Después, todo desapareció. Uno está en el cementerio. Están cerrando la tumba. Todo lo que tuvo algún significado se ha ido. Entonces se despierta cada día por la mañana con una pesadilla. No se trata forzosamente de que se quiera seguir viviendo. Pero uno tampoco quiere pegarse un tiro, o colgarse. A uno eso le parece feo, y desagradable. Entonces sólo quedan los libros. Se precipitan sobre uno con todos los horrores que en ellos se pueden escribir. Pero de puertas afuera se sigue viviendo como si nada, para evitar que el entorno, que siempre está al acecho de nuestras debilidades, nos devore. Por poco que uno las deje aflorar, abusará de nosotros y nos sumergirá en un mar de hipocresía. Entonces la hipocresía se llama compasión. Es la definición más bella de la hipocresía.

Tal como he dicho antes, es difícil, tras treinta y cinco años de convivencia con una persona, encontrarse de repente solo. Esto sólo lo entienden las personas que han vivido una experiencia parecida. Uno se vuelve de repente cien veces más desconfiado que antes. Uno se vuelve más frío de lo que antes ya se le catalogaba. Aún más reservado. Lo único que le salva a uno es que no hay que morirse de hambre.

En realidad, lo que se dice agradable, esta vida no lo es. Sin contar con la propia decrepitud. Un derrumbe total. Uno sólo se mete en casas con ascensor. Ingiere un cuarto de litro de vino para comer, otro cuarto para cenar. Más o menos se hace soportable. Pero cuando para comer se bebe ya medio litro, entonces, se pasa muy mala noche. La vida se reduce a este tipo de problemas. Tomar pastillas, no tomarlas, cuándo tomarlas, para qué tomarlas. Uno va enloqueciendo de mes en mes, porque las cosas se van embrollando.

-¿Cuándo tuvo usted alguna alegría por última vez?

-Uno se alegra cada día de seguir viviendo y de no estar todavía muerto. Esto constituye un capital inapreciable.

Aprendí, del ser que se me ha ido, que uno se agarra a la vida hasta el final. En el fondo, todos estamos contentos de vivir. La vida no puede ser tan mala hasta el puntode no aferrarse a ella. La curiosidad es el estímulo. Uno desea saber: ¿qué más falta aún? Es más interesante saber lo que ocurrirá mañana, que lo que está pasando hoy. Cuanto mayor se hace uno, más interesante se vuelve la vida. Tras la destrucción del cuerpo, la mente se desarrolla sorprendentemente bien.

Lo que más me gustaría es saberlo todo. Siempre trato de robar a la gente, de sacarle todo lo que lleva dentro. En la medida en que esto se puede practicar a escondidas. Cuando la gente se da cuenta de que la estás robando, entonces se cierra. Como cuando se ve a un sospechoso acercarse a la casa, se atranca la puerta. Aunque también se puede forzar la puerta, cuando no queda más remedio. Todo el mundo puede dejarse una ventana abierta en el desván. Esto puede ser muy estimulante.

-¿Ha deseado usted alguna vez fundar una familia?

-Sencillamente me he limitado a sentirme feliz de sobrevivir. Fundar una familia, ni se me podía pasar por la cabeza. No tenía salud, y por lo tanto, tampoco ganas de pensar en estas cosas. No me quedó más alternativa que refugiarme en mi capacidad de raciocinio, y tratar de sacarle algún provecho ya que mi cuerpo estaba agotado. Estaba vacío. Y así ha seguido, durante años y años. ¿Es eso bueno, o malo? ¿Quién lo sabe? Pero es una forma de vivir, La vida puede asumir infinitas formas.

Mi madre murió a los cuarenta y seis años. Fue en 1950. Conocí a mi compañera un año antes. Al principio sólo fue una amistad y una relación muy fuerte con una persona mucho mayor que yo. En cualquier lugar del mundo donde me encontrase, ella era el punto central del cual yo lo extraía todo. Yo siempre sabía que esta persona era totalmente mía en los momentos difíciles. No tenía más que pensar en ella, sin siquiera buscarla, y todo se arreglaba. Incluso ahora, sigo viviendo con esta persona. Cuando estoy preocupado pregunto: ¿Qué harías tú? Así he conseguido apartarme de algunas atrocidades integrales, que no se pueden excluir con la edad, ya que todo está dentro de uno. Para mí, ella fue el elemento de moderación y de disciplina. Y por otra parte también el elemento de apertura al mundo.

-En algún momento de su vida ¿seha sentido usted satisfecho?

-Nunca me he sentido satisfecho de mi vida. Siempre me he sentido muy necesitado de protección. Con mi amiga encontré protección, y siempre me impulsó a trabajar. Ella se sentía feliz de verme hacer algo. Por eso fue maravilloso. Viajábamos. Yo le llevaba sus pesadas maletas, pero aprendí muchas cosas, por poco que se pueda decir esto refiriéndose a uno mismo, pues de todas maneras siempre es poco, o casi nada. Pero para mí lo fue todo.

Cuando yo tenía diecinueve años, en Sicilia, me enseñó donde vivía Pirandello, pero sin la pedantería empalagoso de la persona muy culta. Como de pasada. Fuimos a Roma, a Split, pero lo importante entonces eran sobre todo los viajes interiores que hicimos. Vivíamos en un sitio perdido en el campo, con mucha sencillez. Por las noches la nieve caía encima de nuestra cama. Sentíamos esta predilección por la sencillez. Las vacas pastaban junto al dormitorio, tocando a donde vivíamos, donde tomábamos la sopa rodeados de libros.

-¿Usted está conforme con su vida de escritor?

-Bueno, uno siempre anhela mejorar escribiendo, sino sería para volverse loco. Es un fenómeno que aparece con la edad. Las composiciones deberían irse volviendo más rigurosas. Yo siempre he tratado de mejorar progresando. Partir del último paso para dar el siguiente. Evidentemente, los temas son siempre los mismos, claro está. Cada uno sólo tiene su propio tema, y se mueve dentro de él. Y entonces se hacen las cosas bien. Siempre se tienen muchas ideas: hacerse monje, ferroviario, o leñador, quizá. Pertenecer a la gente muy sencilla. Lo que evidentemente es un error, porque uno no pertenece a ella. Cuando uno es como yo, no puede convertirse en monje o en ferroviario, claro está. Siempre he sido un solitario. A pesar de este fuertísimo lazo siempre he estado solo. Al principio, claro, aún creía que tenía que ir a los sitios y participar. Pero por lo menos desde hace un cuarto de siglo apenas me relaciono con otros escritores.

-Uno de sus temas principales es la música. ¿-Qué significa para usted?

-Estudié música cuando era joven. Me ha perseguido desde la infancia. Aunque siempre me ha gustado, la música ha sido como una caza y un acoso para mí. Sólo estudiaba para poder estar con gente de mi edad. Probablemente esta necesidad era la consecuencia de mi relación con esta persona mucho mayor que yo. He jugado, cantado, hecho teatro con mis colegas del Mozarteum. Después la música se volvió imposible debido a motivos puramente físicos. Sólo se puede hacer música cuando se está permanentemente con más gente. Como precisamente era esto lo que yo no quería, el problema se resolvió por sí solo.

-Sus ataques, principalmente contr el Estado y contra la Iglesia, son a menudo muy fuertes. En Extinción (Auslóschung) describe usted el catolicismo como «lo que destruye el alma del niño, lo que le asusta, lo que anega su carácter». Para usted, su país, Austria se ha convertido en «un negocio sin escrúpulos donde sólo se comercia con todo y donde todos estafan a todos por todo». ¿ Escribe usted desde una posición de odio universal?

-Yo amo a Austria. Esto no se puede negar. Pero la estructura del Estado y de la Iglesia es tan horrible que sólo se puede odiarla.

Soy de la opinión que todos los países y todas las religiones, a la que se los conoce de cerca, son igual de horribles. Con el tiempo se descubre que la estructura es en todas partes la misma, tanto en las dictaduras como en las democracias; en el fondo, para el individuo son igual de horribles. Por lo menos vistas de cerca. Pero más vale no dejarse llevar y no proclamar este tipo de cosas, para que no me echen los perros.

-¿Para usted no es importante elreconocimiento, como escritor ycomo ser humano en su propia patria?

-El hombre, desde el principio, está sediento de amor por naturaleza. Sediento del cariño, del don que el mundo tiene por ofrecer. Cuando a uno le privan de esto, por mucho que repita mil veces que es un ser frío, que nada ve ni nada oye, le golpea con toda dureza. Pero esto es así, es inevitable. Cuando se dan voces en el bosque, el eco las devuelve. Cuando se conoce el bosque, también se conoce el eco. En el fondo, tambie@n se está enamorado del odio y del desdén.

-¿Es quizá por esta razón que de entrada, en sus libros, empieza ustedpor hacer tabla rasa? Da la impresión de un ajuste de cuentas algo brutal con determinadas personas. ¿Recibe usted las reacciones consecuentes ?

-Sí. A veces se vuelve casi insoportable. Ayer, cuando estaba en la ciudad, una mujer se me echó literalmente encima. Se puso a gritar: «Si sigue usted por este camino reventa». Se está indefenso ante este tipo de cosas. O, por ejemplo, está uno tranquilamente sentado en un banco en el parque, y recibe de repente un golpe por la espalda. Aún no has tenido tiempo de reaccionar y apenas alcanzas a oír cómo alguien grita: «Muy bien, siga por este camino.» Uno mismo provoca estos incidentes. Lo que pasa, es que no se contaba con ello. Apenas puedo seguir viviendo en Ohlsdorf, mi lugar de residencia. Los atropellos por todas partes se me hacen insoportables. Por lo demás, las alabanzas son tan siniestras, falsas, hipócritas y egoistas como los insultos. Se da el caso, que la gente, si no abro en seguida la puerta, se enfada y me rompe los cristales. Primero llaman, después pican, después gritan, y acaban rompiéndome las ventanas. Después se oye el rugido de un motor que se aleja. Porque fui lo suficientemente estúpido, hace veintidós años, de dar mi dirección, ahora ya no puedo seguir viviendo en Ohlsdorf. La gente se sube al muro que rodea mi casa. Cuando por la mañana bajo hasta el portal, ya hay gente encaramada. Dicen que quiere hablar conmigo. O, los fines de semana, la gente va a ver al escritor, como antes iban al parque a ver los monos. Esto es más divertido. Se acercan hasta Ohlsdorf y asedian mi casa. Yo los observo escondido detrás de las cortinas como un preso o como un loco. Insoportable. Desde hace doce años ya no doy más,conferencias. Ya no me siento capaz de sentarme y ponerme a leer mis cosas. Tampoco soporto a la gente que aplaude. El aplauso es la recompensa del actor. Vive de ello. Yo, por mi parte, prefiero las transferencias de mi editorial. Pero las marchas, los desfiles y la gente que aplaude en los teatros o en los conciertos me son insoportables. Las calamidades siempre las provoca la masa enfervorizado que aplaude. Todos los horrores provienen de los aplausos.

-Usted ha dicho, en Extinción que uno debería dejarse erigir en viejo bufón a los cuarenta.¿Por qué?

-Este método es el único que permite soportarlo todo. Usted me ha preguntado por la imagen que tengo de mí. Sólo puedo decir lo siguiente: la del bufón. Entonces funciona. La imagen del bufón, del viejo bufón. Un bufón joven carece de interés, ni siquiera se le reconoce como bufón.

-¿Fue para usted la escritura, sobretodo en sus libros primerizos como El Aliento o El Frío , también un medio de superar su enfermedad?

-Mi abuelo era escritor. Hasta después de su muerte no me atreví a ponerme a escribir. Cuando yo tenía dieciocho años, se descubrió en el ,pueblo donde había nacido mi abuelo una placa en recuerdo suyo. Después de la ceremonia todos fueron al albergue de mi tía. Yo también estaba allí, y mi tía, dirigiéndose a unos periodistas que cubrían la información, dijo: «Allí está el nieto,que nunca será nada, aunque a lomejor también sabe escribir». Entonces uno dijo: «Mándemelo el lunes». Así recibí el encargo de escribir sobre un campo de refugiados. Al día siguiente mi reportaje ya figuraba en el diario. No he vuelto a sentirme tan entusiasmado en mi vida. Es una sensación maravillosa: escribir algo que se imprime durante la noche, aunque sea mutilado y recortado. Pero en fin, ahí estaba. De Thomas Bernhard. ¡Sangre había sudado para escribirlo! Durante dos años escribí la crónica judicial, que me volvió a la memoria cuando me puse a escribir prosa. Un tesoro inestimable. Creo que de ahí surgen mis raíces.

-¿Qué siente ahora, cuando críticos como Reich-Ranicki o Benjamín Henrichs escriben sobre usted con admiración? ¿También se siente entusiasmado?

-Con las críticas no me he vuelto a entusiasmar más. Al principio, sí, porque me las creía; pero cuando se llevan treinta años viendo estos cambios de valoración, estas devoluciones de favores con intereses, uno acaba descubriendo los mecanismos. Uno manda a su criado y le dice: «Ahora quiero que me hagas una crítica negativa». Así funciona.

-¿Le molestan las críticas feroces?

-Sí, hoy en día todavía sigo cayendo en todas las trampas. Los periódicos siempre me han fascinado, desde mi juventud hasta hoy. Apenas puedo soportar un día sin periódicos. Al cabo del tiempo se acaba conociendo a la gente en las redacciones. A lo mejor no los he visto en mi vida, pero sé cuáles son los entresijos de un teatro, el trasfondo de una redacción, conozco a los editores, a los lectores, los negocios. El espíritu siempre se pierde por el camino, el sabor también se queda en el camino, y la poesía. Por encima pasan los ejércitos de redactores y críticos. Pasan por encima de los cadáveres de todos los que hacen algo creativo. Volvemos a topar con algo fascinante: me hiere, pero ya no me molesta en mi trabajo.

-En una conferencia usted dijo :«Nada tenemos que decir, excepto que somos miserables». ¿Escribe usted para dejar constancia de sus derrotas?

-No. Todo lo que hago, lo hago sólo para mí. Todo el mundo lo hace todo sólo para sí, tanto el funámbulo, como el panadero, o el revisor de tren, o el acróbata del aire. Con la salvedad de que en las acrobacias aéreas, durante el espectáculo, el público mira al cielo, y, mientras el aeroplano está volando la gente ya espera que se estrelle. Con los escritores pasa lo mismo, con una diferencia importante: mientras el aviador sólo se estrella una vez, en cuyo caso suele matarse o quedar muy mal parado, el escritor también suele salir muerto o mal parado-, pero siempre resucita. Siempr e vuelve a dar el espectáculo. Y cuando más viejo se hace, más alto vuelta, hasta que un día se le pierde de vista. Entonces la gente se pregunta: ¡Qué raro! ¿Cómo es que no se ha vuelto a estrellar?

Yo gozo escribiendo, lo que no es nada nuevo. Escribir es el único lazo que todavía me ata. Claro que la cuerda está algo deshilachado. Pero en fin, así es. Nadie es eterno. Pero mientras dure mi vida, viviré escribiendo. La escritura es mi existencia. Hay meses, o años, en los que no puedo escribir. Es horrible. Pero en algún momento siempre vuelve, y entonces algo se fragua. Este ritmo es terrorífico y extraordinario a la vez: es algo que los demás probablemente no conocen.

-En sus libros, salvo contadas excepciones, no da usted una imagen muy favorable de la mujer. ¿Es un fiel reflejo de su experiencia personal?

-Sólo puede decir que, desde hace un cuarto de siglo, me relaciono exclusivamente con mujeres. No soporto a los hombres, ni las conversaciones de hombres. Me vuelven loco. Los hombres siempre hablan de lo mismo: de su profesión o de mujeres. Es imposible escuchar algo original en boca de los hombres. Las reuniones de hombres me son insoportables. Prefiero la cháchara de las mujeres. Para mí, las únicas relaciones provechosas han sido con mujeres. Después de mi abuelo, lo he aprendido todo con las mujeres. No creo haber aprendido nada de los hombres. Los hombres siempre me han puesto de mal humor. Curioso. Después de mi abuelo, se acabó, ni un hombre más. Siempre he buscado protección y salvación entre las mujeres, que también se han mostrado superiores a mí en muchas cosas. Y además saben dejarme en paz. Yo puedo trabajar rodeado de mujeres. En cambio, sería totalmente incapaz de producir nada en un entorno de hombres.

-Tras la muerte de la compañera de su vida, ¿existe alguien de quien usted no puede prescindir?

-No, podría rodearme de cientos de personas, bailar en mil bodas, pero no imagino nada peor. Hace poco soñé que el ser que perdí, volvía. Yo le dije: «el tiempo que no has estado aquí ha sido el más horríble». Como si sólo hubiese sido un intermedio y los muertos ahora siguieran viviendo conmigo. Fue algo tan fuerte, irrepetible. Ya no es posible. Ahora me sitúo en el punto de vista del espectador, en un ángulo muy cerrado desde donde observo el mundo. Punto.

-¿Cree usted en la posibilidad de otra forma de existencia tras la muerte?

-No. Gracias a Dios no. La vida es maravillosa, pero lo más maravilloso es pensar que tiene fin. Este es el mejor consuelo que me guardo en la manga. Pero tengo muchas ganas de vivir. Siempre las he tenido, salvo en los momentos en que he acariciado la idea del suicidio. Me ocurrió a los diecinueve años, otra vez a los veintiséis con muchas fuerza, y otra más a los cuarenta. Ahora, sin-,embargo, tengo ganas de vivir. Cuando se ha visto a alguien que se está muriendo, agarrarse con todas sus fuerzas a la vida, se comprende esto.

Lo más extraordinario que me ha ocurrido en mi vida es sostener la mano de este ser en mi mano, notar su pulso, notar que late más despacio, notar otro latido más lento aún, y se acabó. Es tan increíble. Cuando todavía retienes su mano entre las tuyas, entra el enfermero con la etiqueta numerada para el cadáver. La enfermera le vuelve a echar, diciendo: «Vuelva un poco más tarde». En seguida te vuelves a enfrentar a la vida. Uno se levanta sin hacer ruido, recoge las cosas; entre tanto vuelve ya el enfermero y pone la etiqueta numerada en el dedo gordo del pie del cadáver. Acabas de vaciar el cajoncito de la mesita de noche, y la enfermera dice: «También tiene que llevarse el yogurt». Fuera croan los cuervos. Como en una obra de teatro.

Entonces aparece la mala conciencia. Los muertos le dejan a uno con un inmenso sentimiento de culpa.

Me siento incapaz de volver a los sitios donde estuve con ella, donde escribí mis libros. Yo he escrito todos mis libros en lugares diferentes: en Viena, en Bruselas, en cualquier lugar de Yugoslavia, en Polonia. En sentido estricto, tampoco he tenido nunca mesa de escribir. Si se me daba escribir, me daba lo mismo donde lo hacía. Incluso he escrito sumido en el máximo ruido ' Nada me molestaba. Ni el ruido de una grúa, ni los gritos de la multitud, ni los chirridos de un tranvía, ni una lavandería o un matadero debajo de mi piso. Siempre me ha gustado trabajar en países donde no entiendo el idioma. Es un estímulo increíble.

Sentirme perfectamente en mi casa en medio de la extrañeza más absoluta. Para mí lo ideal era alojarnos en un hotel; y mientras mi amiga paseaba durante horas, yo podía trabajar. A menudo, sólo nos veíamos durante las comidas. Verme dispuesto a trabajar la llenaba de felicidad. Nos quedábamos con frecuencia cinco meses, o más, en un país. Eran los momentos culminantes. Muchas veces, cuando se escribe, se tiene una sensación maravillosamente bella. Si además se puede compartir con alguien que sabe apreciarla y que sabe dejarle a uno en paz, es perfecto. Nunca he tenido mejor crítico que ella. Nada que ver con las tonterías de la crítica oficial que no profundiza. Esta mujer sacaba siempre una crítica fuerte, positiva, que me era útil. Ella me conocía a fondo. Con todos mis errores. Lo echo de menos.

Me sigue gustando estar en nuestra vivienda de Viena. Allí me encuentro protegido, probablemente porque vivimos allí muchos años juntos. Es el único nido que queda de toda nuestra vida en común. El cementerio tampoco está lejos.

Es una gran ventaja haber vivido esto una vez en la vida. Las cosas después ya no te afectan. Dejas de interesarse por el éxito o por el fracaso, por el teatro o por los directores, por los redactores o por los críticos. En realidad a uno ya no le importa nada. Lo único, es tener todavía dinero en el banco para poder seguir viviendo. Por lo demás mi ambición ya no era lo que había sido, pero con su muerte también se acabó. Nada te conmueve. Sigues disfrutando con los filósofos antiguos, con algunos aforismos. Es parecido a refugiarse en la música: durante unas pocas horas se puede llegar a tener un excelente humor. Todavía tengo algunos planes: antes tenía cuatro o cinco, ahora sólo me quedan dos o tres. Pero no son imprescindibles. Ni yo, ni el mundo los estamos reclamando. Si tengo ganas todavía haré algo, si no las tengo, o me faltan las fuerzas, pues se acabó. Qué más da lo que yo escriba; en resumidas cuentas siempre son catástrofes. Esto es lo deprimente del destino del escritor: nunca consigues trasladar al folio lo que has pensado o imaginado; la mayoría se pierde durante el traslado. Lo que llegas a plasmar no es más que un pálido y ridículo reflejo de lo que habías imaginado. Esto es lo que más deprime a un autor como yo. En el fondo no puedes comunicarte. Todavía no lo ha conseguido nadie. En alemán mucho menos; es una lengua envarada y torpe, en el fondo horrible. Es una lengua espantosa que mata todo lo que es ligero y maravilloso. Lo único que se puede hacer, es sublimarla con el ritmo, confiriéndole musicalidad. Lo que escribo nunca corresponde a lo que he imaginado. Los libros deprimen menos, porque uno se imagina que el lector pone más fantasía y a lo mejor consigue que el texto cobre vida. En cambio en el escenario, en el teatro, lo único que se levanta es el telón. Sólo quedan los actores que, durante meses y meses, han sufrido hasta la noche del estreno. Ellos deberían representar a los personajes que uno ha imaginado. Pero no lo consiguen. Estos personajes que en mi mente todo lo podían, de repente se componen de carne, huesos y agua. Son torpes. Yo había concebido la obra como algo grandioso, poético; pero los actores no son más que unos intérpretes profesionales, unos traductores. Una traducción poco tiene que ver con el original. Por la misma regla de tres, la representación de una obra en el escenario, poco tiene que ver con lo que pasó por la cabeza del autor. Las tablas, que, dicen, son una representación del mundo, para mí, sólo han sido eso, tablas; unas tablas que me lo han detrozado todo. El teatro todo lo pisotea. Siempre es una catástrofe.

-Sin embargo usted sigue escribiendo, tanto libros como obras dramáticas. ¿De catástrofe en catástrofe?

-Sí.

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