Bibliografía
Los temas de Bernhard son casi siempre los mismos. No podía
ser de otra forma, si tenemos en cuenta su concepción de la escritura
(« Los procesos interiores, que nadie ve, son lo único interesante
en la literatura ») y el carácter fuertemente autobiográfico
de su obra. La muerte (el suicidio), el arte y su razón de ser, la
educación (institucional y familiar), la patria y el nacionalsocialismo,
la enfermedad, la amistad... son constantes a las que Bernhard recurre, pero
tanta importancia como esos centros conceptuales tiene su forma de acercarse
a ellos. Este tratamiento puede resumirse en tres ideas básicas: exageración,
humor y distanciamiento, además de los aspectos formales que son de
peso primordial (sólo a partir de la musicalidad de su prosa concibe
un desarrollo argumental). A continuación, un breve repaso a su obra
traducida al castellano.
El imitador de voces
¿Bernhard-para-los-que-odian-a-Thomas-Bernhard? Pero ¿queda
todavía alguien que lo odie? El imitador de voces es la mejor introducción
imaginable al más grande escritor de los últimos tiempos, o
bien una nueva confirmación de su grandeza. Ciento cuatro relatos mínimos
que en ocasiones no exceden de tres líneas y jamás superan las
dos páginas. Sucesos diversos, comprimidas crónicas judiciales,
anécdotas absurdas, retratos al minuto de personajes reales (Knut Hamsun,
Ingebor Bachmann, el mariscal Tito) o ficticios... Y unos escenarios que varían
sin cesar: la antigua Yugoslavia, Polonia, Portugal, Italia o la Austria profunda,
sin olvidar el golfo Pérsico o El Cairo.
Un crítico que se entretuvo en contar los muertos llego a la conclusión
de que eran más de cinco mil, pero probablemente exageraba, contagiado
por ese "artista de la exageración" que fue Thomas Bernhard.
Y además se olvidó las carcajadas. En 1978, cuando el libro
apareció, los germanistas, buscando cartas de nobleza para aquel Bernhard
insólito, hablaron de Kleist. Sin embargo, la realidad es que en El
imitador de voces Bernhard, el gran humorista, no imita la voz de nadie.
El sobrino de Wittgenstein
Thomas Bernhard, durante una estancia en un
sanatorio, profundizó su amistad con Paul Wittgenstein, hombre original,
pintoresco y patético, un verdadero personaje de novela. En cuanto
a su tío Ludwig, el mítico filósofo en cuya vida o leyenda
se inspiraba Corrección, sólo aparece aquí como un hueco,
como una ausencia muy marcada. Se ha dicho que mientras Ludwig llevó
su filosofía al papel y no su locura, Paul era un loco porque reprimió
su filosofía y no la publicó, exhibiendo sólo su locura.
Un libro de fuerte acento "autobiográfico" en el que el autor
nos confía una vez más, y cada vez mejor, cosas triviales y
profundas, y divertidas hasta saltarse las lágrimas, sobre la vida,
el arte, los premios literarios, los cafés vieneses, la vida en el
campo, las carreras de automóviles, la enfermedad y la muerte, en uno
de esos soliloquios alucinados, repetitivos y despiadados de los que posee
el secreto.
En esta furiosa revelación que se inflige y nos inflige, ese terrible
narrador, decididamente incómodo, nos habla también por primera
vez de la amistad. Lo hace admirablemente y, por utilizar una de sus expresiones,
sin el menor miramiento, y eso hace mucho daño.
Corrección
Ed. Alianza Editada por vez primera en 1975, significa la suma y culminación de sus anteriores experiencias narrativas. El narrador anónimo de la novela, tras el suicidio de su amigo Roithamer, llega a la casa del taxidermista Höller, construida en la garganta del Aurach, para hacerse cargo de las notas que aquél le ha legado. Roithamer había permanecido en la buhardilla de esa casa -invadida por el incesante estruendo del río- durante seis años, entregado a la tarea de planear y construir, en el centro geométrico exacto del bosque de Kobernauss, un Cono que, desafiando las leyes de la construcción tradicional, estaba destinado a ser residencia y felicidad suprema de su hermana. Las reflexiones que suscita en el narrador esa tarea de ordenación, así como las referencias a las notas de Roithamer, van desvelando un proceso obsesivo de creación y destrucción. Junto a la urgencia creadora de la realización de una idea, que exige ser llevada a la práctica, y a la presión acuciante para actuar y pensar cada vez con más intensidad, está el proceso de continua corrección «porque a cada instante nos damos cuenta de que todo (lo escrito, pensado, hecho) lo hemos hecho mal, de que hemos actuado mal, de cómo hemos actuado mal, de que hasta ese momento todo es una falsificación, y por eso corregimos esa falsificación, y la corrección de esa falsificación la corregimos otra vez y corregimos el resultado de esa corrección»
Los comebarato
Absolutamente representativa del temperamento irónico, atrabiliario
y agresivo de Bernhard, Los comebarato es una obra caracterizada por la destrucción:
destrucción de la vida del protagonista; destrucción del texto,
que vuelve sobre sí mismo sin cesar hasta perder ritmo y sentido, y
destrucción de la estética tradicional.
Koller, el protagonista, personaje del que apenas sabemos nada, trabaja mentalmente
desde hace tiempo en un estudio que va a llamar Fisionomía, y que debe
ser la obra de su vida. Una circunstancia fortuita le lleva a sufrir un accidente
(un perro le muerde una pierna, que hay que amputarle), de resultas del cual
vuelve al Comedor Público de Viena, en el que se reencuentra con cuatro
personajes, conocidos de vista de otro tiempo, cuya característica
es pedir siempre el menú más barato. Koller se integra en su
grupo y estos comebarato acaban convirtiéndose, dice él, en
la clave de arco de su estudio siempre por escribir, son su catalizador.
En las alturas
Ed. Anagrama Anotar, utilizar la falta de
consideración hacia todo y, por consiguiente, también hacia
uno mismo: ése podría ser el lema que encabezara este libro,
un gran poema en forma de relato. Partiendo de innumerables retazos de pensamiento,
observaciones y alusiones, Thomas Bernhard esboza una verificación
del mundo y de sí mismo cuyo objetivo es el conocimiento: "Me
preparo para mí mismo; todo esto no es más que una preparación
para mí mismo". Entretejidos, hay jirones de un fin de semana
en un hostal que "el cronista de tribunales" visita para encontrarse
allí con "la señorita". Aparecen otros personajes:
el hostelero, el jardinero, el chófer, la cantante, los asilados del
vecino manicomio, pero también la voz del catedrático, a quien
el amor ha precipitado en la infelicidad, o la figura de la judía,
a quien atormenta el vecino. Entre esos seres -repelido por ellos, pero atraído
también, una y otra vez- vive el narrador. Sin embargo, en realidad
su única compañía es su perro, que está alrededor
de él, con él, dentro de él. Sorprende ver con qué
claridad pueden encontrarse ya casi todos los elementos de la imaginación
de Thomas Bernhard en este libro, escrito antes de Helada. Por añadidura,
su autor se muestra abierto, delicado y vulnerable hasta tal punto que tal
vez pudiéramos llamarlo su obra más personal.
In hora mortis
Con veintisiete años, en 1958, Thomas Bernhard publicó dos libros de poesía, In hora mortis y Bajo el hierro de la luna. In hora mortis es un libro religioso muy personal. Aunque Bernhard no ha renunciado a encontrar a Dios y conserva la fe, la soledad, el hastío y el temor a la muerte lo invaden todo. En Bajo el hierro de la luna (toma su nombre de un pasaje terrible del Woyzeck de Büchner) aparece un Bernhard enfrentado con la naturaleza, sin ninguna esperanza de salvación, incluso sin necesidad de ella, radicalmente desintegrado y desmoronado. Ambos libros presentan a un poeta que habita en el misterio y que recorre los caminos de una mística atormentada, en crisis, tal vez ya imposible. A la influencia innegable de Trakl, debe añadirse la de Valéry, Baudelaire o Christine Lavant para situar una obra que reordena materiales recibidos y cimenta en gran medida la producción literaria de su autor.
Trastorno
«El 26 salió mi padre a las dos
de la madrugada hacia Salla para visitar a un maestro, al que encontró
moribundo y dejó ya difunto cuando volvió a salir enseguida
en dirección a Hüllberg, para tratar allí a un niño
que, en la primavera, se había caído en una tina para cerdos
llena de agua hirviente y que ahora, dado de alta en el hospital, llevaba
ya varias semanas con sus padres.» Así comienza Trastorno [Ed
Alfaguara], un relato desarrollado en el clima asfixiante e intenso de un
cerrado valle que culmina en el frío castillo de Hochgobertnitz, donde
el príncipe Saurau, un noble decadente y patético pero inequívocamente
genial, se halla tan próximo a la sabiduría total como a la
locura definitiva. Hasta llegar a él, figura culminante de la novela,
Bernhard nos presenta un mundo novelesco que —pensado como parábola
de la sociedad austriaca— es también la metáfora de «una
población básicamente enferma, propensa a la violencia y al
desvarío».
Maestros Antiguos
La narración se desarrolla en torno
a la figura de Reger, musicólogo internacionalmente conocido y crítico
del diario The Times. Su fisonomía intelectual se va configurando en
la voz de un narrador-testigo que imprime al relato el distanciamiento característico
de gran parte de la obra de Bernhard. Desde hace 36 años, Reger acude
en días alternos a la sala Bordone del Kuntsthistorische Museum, donde,
sentado siempre en el mismo banco, frente a "El hombre de la barba blanca"
de Tintoretto, encuentra las condiciones propicias para la meditación
filosófica. Allí ha desarrollado su capacidad de observación
estudiando detenidamente otras pinturas consideradas perfectas hasta descubrir
el defecto que las invalida como máxima obra de arte. No hay ningún
cuadro ni relato perfecto, ni pieza musical acabada. Y, lo que es peor, ese
mostruoso patrimonio espiritual se nos escapa de las manos, abandonándonos
en el momento en que se hace necesario para nuestra supervivencia. Como observa
Reger, «por muchos que sean los grandes ingenios y los Maestros Antiguos
que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie; al final
nos dejan solos». En una amplia variedad de registros que incluye la
profunda desolación de las páginas en que Bernhard transcribe
la muerte de la única mujer que amó, Maestros Antiguos revela
el universo propio del autor, habitado por la soledad y la muerte.
El origen
El origen es una excavación en los años de adolescencia de Thomas
Bernhard. Una invectiva salvaje contra el sistema educativo en general, contra
el nacionalismo y el catolicismo -esas «enfermedades»" que
el autor sitúa en pie de igualdad como dos rituales igualmente lesivos
para la dignidad humana-, y contra Salzburgo, su ciudad adoptiva y cuasinatal,
una ciudad símbolo de la belleza, el arte y la cultura, pero en realidad
un atroz dispositivo para el suicidio, un museo de la muerte. Se trata de
un libro espeluznante en el que la palabra más frecuente quizá
sea «horror»: no en vano, escribir, para Bernhard, consiste en
una metódica y posiblemente catártica exploración del
horror. Pero es, a su vez, un libro admirablemente escrito, una muestra concluyente
del virtuosismo verbal del autor. Las repeticiones obsesivas de determinadas
palabras-clave, las variaciones que desarrollan en sus ampliaciones más
significadas más profundas, las frases meándricas y la utilización
paranoica de ciertas expresiones están ampliamente representadas, así
como también el certero instinto musical del autor.
El sótano
Comienza la mañana en que un estudiante
de bachillerato de dieciséis años decide, espontáneamente,
en el camino del colegio, apartarse de su vida anterior, odiosa por absurda,
y tomar «la dirección opuesta», consiguiendo en el sótano,
una tienda de ultramarinos, un puesto de aprendiz, donde tiene el sentimiento
liberador, y al mismo tiempo estabilizador, de llevar "una existencia
útil" y participar en la vida.
Es la época que sigue a la guerra, la época de la escasez y
de los cupones de alimentación, el estraperlo, las muchachas que confraternizan
de buena gana con los ocupantes americanos, y los que regresan de la guerra.
En el sótano, en el límite del poblado de Scherzhauserfeld de
Salzburgo, el ghetto empobrecido y triste de los desposeídos, los apestados,
los asociales y criminales, Bernhard aprende a conocer a todos los que la
sociedad rechaza, y toma partido por esas existencias arrasadas.
Durante esa época de fascinante aprendizaje en un lugar extremo, libremente
elegido, de la existencia humana, Bernhard comienza a practicar y estudiar
intensamente la música después de la jornada de trabajo, y sube
en verano al Mönschberg para escuchar, sentado bajo el árbol vecino
a la Felsenreitschule, los ensayos del Orfeo de Gluck y de La flauta mágica
de Mozart: es su descubrimiento del arte.
Con su estilo tan particular, en el que la repetición de palabras y
de grupos de palabras desarrolla, a la manera de un tema musical, un pensamiento
a la vez obsesivo y obsesionante, Thomas Bernhard prosigue, después
de El origen, la historia de su vida, que, al igual que los autorretratos
de un pintor en la serie de sus cuadros, se inserta en su obra en un lugar
muy especial.
El frío
Es algo más que el simple relato de la odisea de un enfermo entre hospitales, casa de reposo y sanatorios. Thomas Bernhard se subleva, se subleva contra el hecho mismo de estar en el mundo, se subleva contra la arbitrariedad y la indiferencia de los que tienen el poder médico, se subleva contra la desigualdad en la enfermedad.
Un niño
Con este relato termina Thomas Bernhard sus
recuerdos de juventud. Es a un tiempo el último y el primer volumen,
y abarca los años que van desde su nacimiento en los Países
Bajos hasta su entrada a los trece años en el Johanneum de Salzburgo.
Lejos de todo idilio, aunque no sin momentos de exaltación, un niño
atraviesa aquí una época de horror y traumatismos, que es también
la época del nacionalsocialismo y de la guerra.
Extinción
La última obra en prosa de Thomas Bernhard es también la más extensa. El narrador, Franz Josef Murau, de 46 años de edad, padece la obsesión por el origen, una especie de «complejo de lugar natal» que bien podría describirse con un sólo topónimo: Wolfsegg. Allí creció Murau, y contra Wolfsegg -exactamente en la dirección opuesta- tuvo que desarrollarse, a fin de preservar la existencia de su espíritu, huyendo de su tierra. Instalado en Roma, no desea volver a poner los pies en Wolfsegg, pero el destino lo obliga: sus padres y su hermano fallecen en accidente de automóvil. La nueva instancia en el lugar más detestado le hace comprender la necesidad en que se halla de superar el odio a su origen. Quizá pueda curarse escribiendo sobre Wolfsegg. Sus apuntes llevarán el título de Extinción, porque sólo existen para aniquilar el tema de que se ocupan, para dejar sin raíz ni sentido todos los significados de la palabra Wolfsegg. El medio estilístico de que se sirve Murau para lograr el exterminio es la exageración: un arte que también Thomas Bernhard ha llevado a sus extremos más perfectos.
El malogrado
Una de las novelas imprescindibles para comprender
la novelística de uno de los autores más polémicos, discutidos
y, a fin de cuentas, indiscutible de nuestra época. Es una reflexión
sobre la esencia del genio, sobre el esplendor y la destrucción que
esparce en su entorno. Pero también una agria visión del mundo
vienés, por la parafernalia creada por siglos de prestigio musical.
Novela poderosa, espléndidamente construida, es también una
reflexión sobre la vidas y la naturaleza humana. Una reflexión
amarga y lúcida, que luego encontraremos, ampliada y honda, en toda
la obra posterior de Bernhard. El malogrado («Der Untergeher»)
es la segunda novela de Thomas Bernhard, y ha sido definida con estas palabras:
«La desolación de los impulsos individuales cuando entran en
contacto con una torva bestialidad».