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El Bote
El patrón no abrió la boca. Ya sabía que el cliente iba a quedarse largo rato. El viejo aprovechó la brecha y metió unas palabritas: - A todo el mundo le gusta tener bote... - dijo, mirando ostentosamente su copa vacía -. Yo supe tener un bote... ¡ Lindo bote ! Bah... Una canoa... ¿ Me permite otra copa, señor ? - ¡ Sírvale, patrón ! - dijo el forastero, y repitió como en sueños: - Los tipos como yo siempre llegan tarde... Y suelen morirse solos. El viejo no lo contradijo. De los vineros de la mesa, uno se levantó y se fue. Otro cruzó los brazos y apoyó la cabeza. El tercero, dando un rodeo, vino a pararse junto al mostrados. - ¿ No es verdad ? - preguntó el forastero. - ¿ Eh ? Y, no sé, señor... - rspondió el viejo. Y a continuación, como si fuera una consecuencia de lo dicho, se ofreció gentilmente a cuidarle el bote. El patrón se alejó hacia la máquina de cortar fiambres. Sacó el jamón y lo guardó en la heladera. No quiso volver. Pero escuchó sin embargo. - ...y ella vino a plantarme por un bobalicón cualquiera. ¡ Después de cinco años de andar juntos ! ¿ Se da cuenta? El vinero silencioso que se había sumado al grupo observaba al forastero y seguía atentamente el paseo de la mosca trasnochadora que nuevamente había optado por el blanco cuello de la camisa. Quería armar un espinel. compró el hilo el viernes por la tarde. Y los anzuelos el sábado. el viejo escuálido se había pasado juntando corchos y, mal que mal, soldó unas latas para hacerse de las boyas. ¡ No le faltaba vino, gracias a Dios ! El forastero lo abastecía. - ¡ Es un boliche roñoso ! - le comentaba a su protector mienras ataba hábilmente los hilos -. Fíjese que aguan el vino por mitades... - Yo lo hago por entretenerme... - dijo el forastero como si no hubiese oído -. Se me hacen muy largos los fines de semana... Por entretenerme... - repitió. Y con un poco de asco echó una mirada a la pocilga del viejo. Era uno de los ranchitos más miserables de la costa. Malas tablas, malas latas, mal lugar. - Mañana de noche podrá ensayar su espinel, señor. Todavía puede caer algún pejerrey... Si sigue el frío. - Yo lo hago por entretenerme - repitió el forastero con una insistencia de loco. Y agarró el vaso de vino que había dejado en un cajón. Se acababa la tarde. El río visto a través de los juncos resultaba un plato roto. Desagradable. El forastero se puso de pie para mirar mejor. Lo consoló la inmensidad del agua. Suspiró. El patrón había comentado con los vineros crónicos la distinción al verlo entrar al boliche. No advirtió que estaba borracho. Los vineros, en cambio, sí. Y lo rodearon con la esperanza de beber de arriba. - Mañana ensayo un espinel... - ¿ Se lo hizo el viejito ? - Lo hicimos juntos... - ¡ Ah ! - los vineros se miraron y con una resolución simultánea empujaron sus vasos. Bebieron hasta hartarse del mal vino tinto. Cuando una mosca se posó en el cuello del hombre, el vinero aquel, el de la otra noche, pensó que era la misma y le susurró a su compinche: - Hiede... - Yo lo hago por entretenerme - repetía el forastero -. Uno se acostumbra a una mujer por más mala que sea... ¡ Y después ! ¡ Bueno ! ¡ Ya lo ven ! Y siguió diciendo lo mismo hasta que lo metieron dormido en el primer colectivo de la madrugada. El forastero llevó diez pejerreyes al boliche como muestra de su primera experiencia. Y al fin de semana siguiente desapareció con bote y todo. Había bebido un poco por demás y el viejo tuvo que ayudarlo a meterse en el bote. Ladino, el escuálido, lo dejó salir solo y se quedó bebiendo el resto de la damajuana. Despertó de la mona con el sol bien alto y, cauteloso y como austado, fue hasta la Prefectura a denunciar el hecho y reclamar su bote. Uno de los vineros, el de la mosca, estaba paleando arena en el puerto. - ¿ Tu pitucón ? ¿ El forastero ? ¿ Se te ahogó ? ¿ Y qué te extraña ? ¡ Desde la primera noche estaba hediendo a muerto...! - La culpa la tuvo esa mala mujer - dijo el viejo con voz blanda. - Sí, claro... ¡ Pero si no fuera por ella vos no te armás del bote ! El viejo no levantó la mirada. El otro sonrió mostrando los dientes y tomó su pala. La arena voló con chispazos de oro. Los de la Prefectura, de a uno en fondo, cruzaron el muelle y subieron a la lancha mortuoria.
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