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Lagrimas y Sonrisas


Una Lágrima y una Sonrisa (1914):

Es una obra de inspiración nietzscheana, en la que el amor y el dolor aparecen unidos. Se supone que fue inspirada por su encuentro con Hala Draher, a quien viera llorar en una oportunidad.

Ante la curiosidad de Gibran, ella respondió simplemente, luego de secar sus lágrimas: "Es una lágrima y una sonrisa".

Lagrimas y Sonrisas de Gibrán, Khalil

PALABRAS PRELIMINARES

En ningún caso cambiaría las risas de mi corazón por las riquezas de las multitudes; ni me contentaría con convertir en quietud a las lágrimas de mi agonía interior. Es mi ferviente deseo que toda mi vida en esta tierra sea por siempre de lágrimas y sonrisas.
Las lágrimas que purifican mi corazón y me revelan el secreto de la vida y sus misterios, La risa que me acerca a mis prójimos; Las lágrimas que me unen a los desdichados, La risa que simboliza la dicha de mi propio ser.
Prefiero mil veces la muerte feliz antes que una vida vana e inútil.
Un ansia eterna de amor y belleza es mi deseo; ahora se que los favorecidos no son sino desdichados, pero para mi espíritu los suspiros de los amantes son más reconfortantes que la melodía de una lira.
La flor envuelve sus pétalos al oscurecer y el Amor la arrulla, y al amanecer abre los labios para recibir los besos del Sol anunciados por fugaces cúmulos de nubes que llegan y se van.
La vida de las flores es esperanza y logros y paz; es de lágrimas y risas.
Se evaporan las aguas y ascienden hasta convertirse en nubes que se arraciman en los picos y los valles; y al enfrentar la brisa, cae sobre los campos y se confunde con los arroyos que corren dichosos hacia el mar.
La vida de las nubes es una vida de reuniones y despedidas; de lágrimas y sonrisas.
Así el alma se separa del cuerpo y se dirige hacia el mundo material, transitando como una nube por los valles de tristeza y las.. montañas de felicidad, hasta que enfrenta a la brisa de la muerte y retorna a su lugar de origen, ese océano infinito de amor y belleza que es Dios.

LA CREACIÓN

El Dios desprendió un hálito de Sí mismo y de él creó a la belleza. Derramó sobre ella su bendición y la dotó de gracia y bondad. Le dio la copa de la felicidad y le dijo:
-No bebas de esta copa hasta que hayas olvidado el pasado y el futuro, porque -la felicidad no es nada más que un momento pasajero.
Y Él también le dio la copa de la tristeza y le dijo:
-Bebe de esta copa y comprenderás el significado de los fugaces instantes de dicha en la vida, porque la tristeza está siempre presente.
Y el Dios la dotó de un amor que la abandonaría para siempre en el momento en que ella experimentara por primera vez la alegría terrena, y de una dulzura que se desvanecería cuando conociera por primera vez la adulación.
Y Él la colmó de sabiduría celestial para que la llevara por el recto sendero, y colocó en lo profundo de su corazón un ojo que distinguiera lo oculto, y la creó afectuosa y bondadosa para con todas las cosas. La atavió con vestiduras de esperanza bordadas por los ángeles del cielo can las hebras del arco iris. Y Él evitó que cayera en las sombras de la confusión, que es el alba de la vida y la luz.
Entonces el Dios tomó el fuego exiguo de la hoguera de la ira, y el viento arrasador de los desiertos de la ignorancia, y las filosas arenas de las playas del egoísmo, y la tosca tierra pisoteada por los siglos, y a todos los me zcló y modeló al Hombre. Dotó al Hombre del ciego poder que lo enfurece y lo enloquece, y esa locura sólo se extingue ante el acuciante deseo, y lo llenó de vida, fantasma de la muerte.
Y el Dios rió y lloró. Se sintió abrumado de amor y conmiseración por el Hombre, y lo privó de Su protección.


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¡APIÁDATE DE MI CORAZÓN, ALMA MÍA!

¿Por qué lloras, Alma mía?
¿Acaso desconoces mis flaquezas?
Tus lágrimas me asaetean con sus puntas,
Pues no sé cuál es mi error.
¿Hasta cuándo he de gemir?
Nada tengo sino palabras humanas
Para interpretar tus sueños,
Tus deseos, y tus dictados.
Contémplame, Alma mía; he
Consumido días enteros observando
Tus enseñanzas. ¡Piensa en todo
Lo que sufro! Siguiéndote mi
Vida se ha disipado.
Mi corazón se ha glorificado en el
Trono, pero ahora no es más que un esclavo;
La paciencia era mi compañera, mas
Ahora se ha vuelto en mi contra;
La juventud era mi esperanza, mas
Ahora desaprueba mi abandono.
¿Por qué eres tan acuciante, Alma mía?
He rehusado el placer
Y he abandonado la dicha de la vida
En pos del camino que tú
Me has obligado a recorrer.
Sé justa conmigo, o llama a la Muerte
Para que se desencadene,
Pues la justicia es tu virtud.
Apiádate de mi corazón, Alma mía.
Tanto Amor has vertido sobre mí que
Ya no puedo con mi carga. Tú y el
Amor son un poder inseparable; la Materia
Y yo somos una debilidad inseparable.
¿Cesará alguna vez el combate
Entre el débil y el poderoso?
Apiádate de mí, Alma mía.
Me has mostrado la Fortuna
Inalcanzable. Tú y la Fortuna moran
En la cumbre de las montañas; la Desdicha y yo
Estamos juntos y abandonados en lo profundo
Del valle. ¿Se unirán alguna vez
El valle y la montaña?
Apiádate de mí, Alma mía.
Me has mostrado la Belleza y luego
La has ocultado. Tú y la Belleza moran
En la luz, la ignorancia y yo
Somos uno en la oscuridad. ¿Invadirá
La luz alguna vez las tinieblas?
Tu deleite llega con el Fin,
Y ahora te revelas anticipadamente;
Mas este cuerpo sufre por la vida
Mientras vive.
Esto es, Alma mía, el desconcierto.
Presurosa huyes hacia la Eternidad,
Mas este cuerpo fluye lento hacia
El Fin. Tú no lo esperas,
Y él no puede apresurarse.
Esto es, Alma mía, la tristeza.
Te elevas raudamente, por el mandato
De los cielos, mas este cuerpo se desploma
Por la ley de gravedad. No lo consuelas
Y él no te quiere.
Esto es, Alma mía, la desdicha.
Eres rica en sabiduría, mas este
Cuerpo es pobre en comprensión.
Tú no te arriesgas
Y él no puede obedecer.
Esto es, Alma mía, el límite de la desesperación.
En el silencio de la noche visitas
Al enamorado y gozas con la dulzura
De su presencia. Este cuerpo será por siempre
La amarga víctima de la esperanza y la separación.
Esto es, Alma mía, la tortura despiadada.
¡Apiádate de mí, Alma mía!

DOS PEQUEÑOS

El príncipe estaba de pie en el balcón de su palacio, y dirigiéndose a la inmensa multitud allí reunida.
-Dejadme que ofrezca a vosotros y a esta vasta nación afortunada -dijo- mis felicitaciones por el nacimiento del nuevo príncipe que llevará el nombre de mi noble familia, y de quien es justo que os enorgullezcáis. Es el nuevo portador de esta ilustre estirpe, y de él depende el gran futuro del reino.
¡Cantad y sed dichosos!
La voz de la multitud embargada de dicha y agradecimiento, colmaba los cielos de jubilosas melodías, recibiendo al nuevo tirano que ceñiría en sus cuellos el yugo opresor, gobernando a los débiles con autoritaria crueldad, explotando sus cuerpos y devorando sus almas. A ese destino atroz el pueblo elevaba sus cánticos, y brindaba extasiado por la salud del nuevo emir.
En ese mismo momento otro niño abría los ojos a la vida del reino. Mientras la muchedumbre glorificaba a los poderosos y se empequeñecía alabando a un déspota en cierne, y mientras los ángeles del cielo vertían lágrimas sobre la debilidad del pueblo y el servilismo de sus gobernantes, una mujer enferma meditaba. Vivía en una vieja casucha semidestruída, y a su lado, en un burdo lecho y envuelto en harapientos pañales, su bebé recién nacido sé moría de hambre.
Era una pobre y desdichada joven desdeñada por la humanidad; su, esposo había muerto víctima de la opresión real, dejando a una solitaria mujer a quien Dios había enviado esa noche un diminuto compañero, que le impidiera trabajar y ganarse el sustento.
Cuando la muchedumbre se dispersó y el silencio ganó el vecindario, la infortunada mujer acunó al niño en su regazo y contempló su rostro, llorando sobre él como si fuera a bautizarlo con lágrimas. Y con voz debilitada por el hambre, miró al niño y le dijo:
-¿Por qué has abandonado el mundo espiritual y has venido a compartir conmigo las amarguras de la tierra? ¿Por qué has dejado a los ángeles y el vasto firmamento y has venido a habitar esta mísera tierra de humanos, plena de agonía, opresión y crueldad? Nada tengo para ofrecerte excepto lágrimas; ¿te alimentarás de lágrimas y no de leche? No tengo mantos de seda para arroparte; ¿acaso podrán mis pobres brazos desnudos darte calor? Los animales pequeños pastan en los prados y regresan a salvo a sus establos; y las aves pequeñas recogen las semillas y duermen plácidamente en las ramas de los árboles. Pero tú, amor mío, tan sólo tienes una desvalida madre que te ama.
Entonces llevo la boca del pequeño hasta su mustio seno y lo rodeó fuertemente con sus brazos, como si quisiera fundir los dos cuerpos en uno, como antes. Elevó lentamente sus encendidos ojos al cielo y gritó:
-¡Dios, ten piedad de mis infortunados compatriotas!
En ese momento las nubes dejaron entrever el rostro de la luna, cuyos rayos se colaban por los intersticios de aquella humilde morada, cayendo sobre ambos cuerpos.

LA VIDA DEL AMOR

Primavera
Ven, amada mía; caminemos entre las cumbres,
Que la nieve es agua, y la Vida ha despertado de su
Letargo y vaga por montes y valles.
Sigamos las huellas de la Primavera hasta los
Campos lejanos y trepemos las cuestas para elevar la
Inspiración por encima de las húmedas y fértiles praderas.
La Primavera ha desplegado al alba sus adormecidos ropajes invernales
Y los ha colocado en los melocotoneros y los citros,
Y parecen novias en el rito ceremonial de La Noche de Kedre.
Los retoños de las vidas se enlazan como
Amantes, y los arroyos irrumpen con su danza
Entre las rocas, entonando la canción de la alegría;
Y las flores surgen súbitamente del corazón de la
Naturaleza, como la es puma surge del corazón pródigo del mar.
Ven, amada mía; bebamos en copas de lilas las
Ultimas lágrimas del Invierno; aquietemos el espíritu
Con una cascada de trinos y vaguemos
Extasiados por la brisa embriagadora.
Sentémonos junto a esa roca, donde se ocultan las violetas,
Contemplemos el tierno encuentro de sus besos.
Verano
Internémonos en los campos, amada mía, que se
Aproxima el tiempo de la cosecha, y los ojos del sol
Maduran las mieses.
Brindémonos a los frutos de la tierra, como el
Espíritu alimenta los granos de Dicha de las
Semillas del Amor en lo profundo del corazón.
Colmemos nuestras alforjas con los frutos de la
Naturaleza, como la vida colma pródigamente los
Dominios de nuestras almas con infinita bondad.
De flores hagamos nuestro lecho, y de
Cielo nuestra manta, y reclinémonos, juntas las cabezas
Con suave heno por almohada.
Descansemos de nuestra diaria labor, y escuchemos
El exasperante murmullo del arroyo.
Otoño
Vayamos a recoger las uvas de los viñedos
Para el lagar, y guardemos el vino en antiguos
Toneles, así como el espíritu guarda la Sabiduría
De las eras en eternas vasijas.
Regresemos a nuestra morada, que el viento
Ha arrancado las hojas cenicientas y amortajado las
Mustias flores que susurran elegías al Verano .
Ven a casa, eterna amada, que las aves
Peregrinas emigraron hacia el calor y abandonaron
Las heladas praderas solitarias. El jazmín
Y el mirto se han quedado sin lágrimas.
Retirémonos, que el fatigado arroyo ha
Cesado de cantar; y las burbujeantes vertientes
Desbordan de copiosos gemidos; y las
Viejas y cautelosas montañas han ocultado
Sus vívidas vestiduras
Ven, amada mía; la Naturaleza está ya fatigada
Y dice adiós al entusiasmo
Con su apacible melodía satisfecha.
Invierno
Ven a mí, oh compañera de toda la vida;
Ven a mí y no dejes que el invierno se
Interponga. Siéntate conmigo junto al hogar,
Que el fuego es el único fruto del Invierno.
Háblame de la dicha de tu corazón, pues
Es más sublime que los encolerizados elementos
Tras nuestra puerta,
Asegura la puerta y las ventanas, que el
Colérico semblante de los cielos me deprime,
Y la visión de nuestros campos cubiertos de nieve
Hace lagrimear mi alma.
Alimenta la lámpara con aceite y no dejes que su luz
se desvanezca, y
Colócala junto a ti, para que pueda leer con lágrimas
lo que
Tu vida a mi lado ha escrito en tu rostro.
Trae el vino del otoño. Bebamos y cantemos la
Canción del recuerdo a la azarosa siembra de la primavera,
Y a los afanosos desvelos del verano, y a la recompensa
Del otoño en tiempos de cosecha.
Acércate a mí, oh amada de mi alma; el
Fuego se extingue y huye bajo las cenizas.
Abrázame, pues me siento solo; la luz es
Mortecina, y el vino que destilamos nos entrecierra
Los ojos. Contemplémonos uno al otro antes
De que se cierren por completo.
Búscame con tus brazos y rodéame; deja
Que el sueño funda nuestras almas.
Bésame, amada, que el Invierno nos ha despojado,
Pero aún nos quedan trémulos nuestros labios.
Estás junto a mí, Eterna mía.
¡Qué profundo y vasto ha de ser el océano del sueño;
Y que cercano está el amanecer!

LA MORADA DE LA RIQUEZA

Mi fatigado corazón se despidió de mí para irse a la Morada de la Riqueza. Al llegar a esa ciudad sagrada, que el alma había alabado y glorificado, comenzó a vagar desconcertado ante la ausencia de lo que siempre había imaginado hallar. La ciudad estaba vacía de poder, riquezas y autoridad.
Y mi corazón se dirigió a la hija del Amor y le dijo:
-Oh, Amor, ¿dónde puedo hallar a la Satisfacción? He oído que ha venido a hacerte compañía.
Y la hija del Amor respondió:
-La Satisfacción ya se ha ido a predicar su evangelio a la ciudad donde gobiernan la avidez y la corrupción. No la necesitamos.
La Riqueza no implora Satisfacción, porque ésta es recompensa terrena, con deseos colmados de objetos materiales. La Satisfacción es expresión del corazón.
El alma eterna no está nunca satisfecha; su objetivo es la búsqueda permanente de lo sublime. Así mi corazón se dirigió a la Belleza de la Vida y le dijo:
-Tú eres toda Sabiduría; ilumíname como el misterio de la Mujer.
-Oh, corazón humano -Ella me respondió-,la mujer es tu propio reflejo, lo que tú eres, y se halla dondequiera que tú estés; es como la religión desoída por el ignorante, y como la luna límpida de nubes, y como la bris a libre de impurezas. Y mi corazón se encaminó hacia la Sabiduría, hija del Amor y la Belleza, y le dijo:
-Concédeme Sabiduría, y la compartiré con los míos.
-No nombres a la sabiduría sino a la Riqueza -ella me respondió -, pues la verdadera riqueza no proviene de lo externo sino que nace en lo más Profundo de la vida. Compártela con los tuyos.

EL CANTO DEL MAR

La sólida playa es mi amada
Y yo su amante.
Nos une el amor, pero
La luna me aparta celosa de ella.
Me acerco presuroso y me resisto a
Alejarme, despidiéndome con un
Pequeño y tenaz adiós.
Me revelo con rapidez tras el
Horizonte azul, derramando mi espuma
De plata sobre sus arenas de oro
Transformándonos en una fulgurante amalgama.
Aplaco su sed y sumerjo su
Corazón; ella suaviza mi voz y atempera
Mi ánimo.
Al alba susurro reglas del amor en
Sus oídos, y ella me abraza con ternura.
Al atardecer entono la melodía de la
Esperanza, y luego cubro su rostro de
Suaves besos; soy temible y veloz, mas ella
Es calma, paciente y reflexiva. En su
Vasto seno se aplaca mi impaciencia.
A cada reflujo de la marea nos acariciamos
A cada flujo me hinco a sus pies en oración.
Muchas veces he danzado en torno a las sirenas
Que surgían de las profundidades y se recostaban
Sobre las crestas de mis olas a contemplar las estrellas;
Muchas veces he escuchado a los enamorados renegar
De su pequeñez, y los he ayudado a suspirar.
Muchas veces he herido a las grandes rocas
Y las he calmado con una sonrisa, pero nunca
Me prodigaron sus risas;
Muchas veces he salvado almas que se ahogaban
Y llevado tiernamente hasta mi amada
Playa. Ella le insufla fuerzas así como
Agota las mías.
Muchas veces he robado gemas de las
Profundidades para ofrecerlas a mi
Amada Playa. Ella las toma en silencio, y yo
Soy feliz pues siempre sale a recibirme.
En la noche informe, cuando todas las
Criaturas persiguen el espectro del Sueño, yo
Me incorporo, canto un momento y
Suspiro después. Siempre estoy despierto.
¡Hay! ¡La vigilia ha sorbido mis fuerzas!
Pero soy un enamorado, y es fuerte la
Verdad del amor.
Puedo fatigarme, mas nunca moriré.

UN POETA SOLO ES EN SU MUERTE

Negras Alas de noche envolvieron la ciudad que la Naturaleza había cubierto con un impoluto manto de nieve; los hombres abandonaban las calles buscando la calidez del hogar, mientras el viento norte arrasaba los jardines. En las afueras se adivinaba la silueta de una añosa cabaña semioculta en la nieve y a punto de derrumbarse. En un oscuro rincón de la casucha, con la mirada fija en la tenue luz de una lámpara de aceite que el viento hacía oscilar, un joven agonizaba en humilde lecho. Era un hombre en la plenitud de su vida; veía aproximarse llegar la hora que lo liberaría de las garras de la vida. Aguardaba agradecido la visita de la Muerte; su pálido rostro revelaba los primeros destellos de esperanza y en sus labios asomaba una amarga sonrisa que sus ojos bondadosos desmentían.
Era un poeta muriendo de hambre en la ciudad de las riquezas perennes. Llegó a esta mundo a alegrar el corazón de los hombres con palabras de profunda belleza y sentido. Era un alma noble, enviada por la Diosa de la Comprensión para aquietar y colmar de bondad el espíritu del hombre. Pero ¡Ay! el hombre se marchó feliz de la tierra inconmovible sin recibir ni una sonrisa de sus extraños moradores.
El hombre expiraba, y no había nadie a su lado salve la lámpara de aceite, fiel compañera, y algunos papeles sobre los que había escrito sus más profundos sentimientos. Rescatando las pocas fuerzas que aún no lo habían abandonado, alzó los brazos al cielo; recorrió desesperadamente el techo con la mirada, como si quisiera poder contemplar las estrellas veladas por las nubes, y dijo:
-Ven, oh bella Muerte; mi alma te reclama. Aproxímate y líbrame de las cadenas de la vida, que me he fatigado arrastrándolas. Ven, oh tierna Muerte, y aléjame de mis semejantes que me observan extrañados, pues yo les descifro el lenguaje de los ángeles. Apresúrate, oh calma Muerte, y apártame de la multitud que me relegó al oscuro olvido, pues yo no soy como ellos que hostigan a los débiles.
Ven, oh Muerte plácida, y cúbreme con tus blancas alas, pues mis compatriotas me desdeñan.
Rodéame, oh Muerte, con tus tiernos brazos misericordiosos; deja que tus labios rocen los míos que no conocen el sabor de los besos maternales, ni acariciaron jamás mejillas fraternales ni manos amorosas.
Ven, Amada Muerte, y llévame contigo.
Entonces junto al lecho del poeta agonizante apareció un ángel de belleza divina y sobrenatural, en cuyas manos había un ramo de lilas. Lo rodeó con sus alas y cerró sus ojos para que sólo pudiera ver con el ojo de su espíritu. Selló sus labios con un beso tierno y prolongado que imprimió a su rostro el gesto de la eterna plenitud. Luego la habitación quedó vacía, excepto los pergaminos y páginas que el poeta dispersado amarga e inútilmente.
Siglos después, cuando los habitantes de la ciudad despertaron del asfixiante adormecimiento de la ignorancia y vieron los primeros atisbos de sabiduría, le levantaron un monumento en el jardín más bello de la ciudad y cada año dedicaron una fiesta en honor de aquel poeta, cuyos escritos los había liberado. ¡Oh, qué cruel es la ignorancia humana!

PAZ

La tempestad se apaciguó tras combar las ramas de los árboles y reclinar todo el peso de su furia sobre las mieses de los campos. Las estrellas surgieron como maltrechos resabios de lejanos truenos y el silencio llenó el espacio como si la Naturaleza nunca hubiera librado su batalla.
Entonces, una joven penetró en su habitación y se hincó junto al lecho gimiente. Su corazón desbordaba de agonía, pero pudo finalmente despegar los labios.
-Oh Señor, haz que regrese a salvo al hogar -dijo-. He agotado las lágrimas y nada más puedo ofrecerte, oh señor magnánimo y misericordioso. Mi paciencia se ha consumido y la calamidad busca apoderarse de mi corazón. Sálvame, oh Señor, de las tenaces garras de la Guerra; líbralo de la Muerte despiadada pues está a merced de los poderosos. Oh Señor, salva a mi amado que es Tu hijo, del enemigo que también es Tu enemigo. Desvíalo del sendero impuesto y guíalo hasta las puertas de la Muerte; deja que me vea, o ven y llévame con él.
Un joven entró serenamente. Tenía la cabeza cubierta por vendas impregnadas con la vida que se le escurría.
Se le aproximó, recibiéndola con lágrimas y risas; luego tomó su mano, la llevó a sus labios encendidos y con voz impregnada de lejana tristeza, y de la dicha del reencuentro, y de la incertidumbre de su reacción, le dijo:
-No temas, pues yo soy la causa de tus ruegos. Alégrate, la Paz me ha traído a salvo hasta ti, y la humanidad nos ha devuelto lo que la codicia intentó quitarnos.
No te apenes; sonríe, amada mía. No te asombres, pues el Amor está dotado de poder para alejar a la muerte, y de encanto para conquistar al enemigo. Soy tuyo. No me contemples como a un espectro que emerge de la Morada para visitar la Morada de tu Belleza.
No temas, ahora soy la Verdad, surgida del fuego y las espadas para revelar a los míos el triunfo del Amor sobre la Guerra. Soy la Palabra que anuncia el comienzo de la dicha y la paz.
Luego enmudeció; sus lágrimas hablaban el lenguaje del corazón. Los ángeles de la Dicha rodearon aquella morada, y los dos corazones recobraron la unidad arrebatada.
Al alba los dos permanecieron de 'pie en medio de los campos, contemplando la belleza de la Naturaleza herida por la tempestad. Tras un silencio profundo y reconfortante, el soldado miró el sol naciente y dijo a su amada:
-Mira, la Oscuridad está dando a luz el Sol.

EL CRIMINAL

Un hombre joven y fuerte, debilitado por el hambre, se hallaba sentado en la acera con la mano extendida hacia los transeúntes, mendigando y repitiendo la triste canción de su derrota en la vida, sufriendo el hambre y la humillación.
Al caer la noche, resecos los labios y la lengua, su mano aún estaba tan vacía como su estómago. Con las pocas fuerzas que le quedaban logró salir de la ciudad y sentarse bajo un árbol a llorar amargamente. Entonces elevó los perplejos ojos al cielo mientras el hambre le corroía por dentro, y dijo:
-Oh Señor, fui a ver al rico y le pedí empleo, pero él me lo negó por mi pobreza; llamé a las puertas de la escuela, pero aquello fue alivio prohibido, pues tenía las manos vacías; busqué cualquier ocupación que me diera de comer, pero las puertas estaban cerradas. Me volqué con desesperación a la mendicidad, pero Tus adoradores al verme me decían: "Eres fuerte y holgazán, y no deberías mendigar."
"Oh Señor, por Tu voluntad mi madre dio a luz, y ahora la tierra me devuelve a ti antes del Fin de los tiempos.
Su expresión cambió súbitamente. Se puso de pie, y ahora sus ojos resplandecían decididos. Con una rama confeccionó un bastón duro y resistente, y señalando con él la ciudad gritó:
-Clamé por un mendrugo de pan con toda la fuerza de mi voz y me fue negado. ¡Ahora lo obtendré con la fuerza de mis brazos! Clamé por un mendrugo de pan en nombre de la misericordia y el amor, pero la humanidad desoyó mi llamado. Ahora lo tomaré en nombre de la maldad.
Los años implacables convirtieron al joven en ladrón, asesino, y destructor de almas; aniquiló a sus adversarios; acumuló una fabulosa riqueza con la que triunfó sobre los poderosos. Fue admirado por sus colegas, envidiado por el resto de los ladrones, y temido por las multitudes.
Sus riquezas y falso prestigio influyeron sobre el emir para que lo nombrara alcalde de aquella ciudad: el triste proceder de los pérfidos gobernantes.
Entonces los robos fueron legales; la autoridad alentó la opresión; el aniquilamiento de los débiles fue un lugar común; las muchedumbres sobornaron y adularon.
¡Así fue como la primera manifestación de egoísmo humano hizo criminales a los mansos, y asesinos a los hijos de la paz; así fue como la primitiva avidez de la humanidad creció y vive azotándose una y mil veces!

EL LUGAR DONDE JUEGA LA VIDA

Una hora en pos de la Belleza
Y el Amor merece un siglo entero de gloria,
Concedido al poderoso por el débil asustado.
Desde aquella hora proviene la Verdad del hombre; y
Durante aquel siglo la Verdad duerme en
Los desasosegados brazos de inquietantes sueños.
En aquella hora el alma ve con sus ojos
La Ley Natural, y durante aquel siglo se
Condena a sí mismo con la ley del hombre;
Y es encadenada por la férrea opresión.
Aquella hora inspiró los Cantares
De Salomón, y aquel siglo fue el ciego
Poder que destruyó el templo de Baalbek.
Aquella hora fue el nacimiento del Sermón de la
Montaña, y aquel siglo hizo temblar los castillos de
Palmira y la Torre de Babilonia.
Aquella hora fue la Hégira de Mahoma, y aquél
Siglo olvidó a Alá, el Gólgota y el Sinaí.
Una hora dedicada a condolerse y lamentarse de
La igualdad arrebatada a los débiles es más noble
que un Siglo pleno de avidez y codicia.
Fue aquella hora la que vio al corazón
Henchido de pesares,
Iluminado por la antorcha del Amor.
Y desde ese siglo, las ansias de Verdad
Están sepultadas en el seno de la tierra.
Aquella hora es la raíz que debe revivir.
Aquella hora es la hora de la contemplación,
La hora de la meditación, la hora de la
Oración, y la hora de la nueva era del bien.
Y aquel siglo es la vida de Nerón desperdiciada
En investiduras tomadas tan sólo de la Materia terrena.
Así es la vida.
Representada en escenarios durante eras;
Registrada en la tierra durante siglos;
Inexplorada durante años;
Cantada como himno durante días,
Enaltecida sólo por una hora; pero esa
Hora es una gema preciosa de la Eternidad.

EL CANTO Y LA FORTUNA

El hombre y yo somos amantes.
Él me desea y yo suspiro por él,
Pero ¡ay! Entre nosotros va la
Portadora de desdichas.
Es cruel y exigente,
Poseedora de vacua seducción.
Su nombre es materia
Nos sigue dondequiera que vayamos
Y nos observa como un centinela, trayendo
Desasosiego a mi amante.
Busco a mi amado en los bosques,
Bajo los árboles, junto a los lagos.
No puedo hallarlo, pues la Materia
Lo ha impulsado hacia la clamorosa
Ciudad y lo ha sentado en el trono
De las deslumbrantes, metálicas riquezas.
Lo llamo con la voz del
Conocimiento y la canción de la Sabiduría.
No me escucha, pues la Materia
Lo ha encerrado en el calabozo
Del egoísmo, donde mora la avaricia.
Lo busco en los campos de la Satisfacción,
Pero estoy sola, pues mi rival me ha
Encarcelado en la caverna de la glotonería
Y la avidez, y allí me ha apresado
Con dolorosas cadenas de oro.
Lo llamo al alba, cuando la Naturaleza sonríe.
Pero él no oye, pues el exceso ha
Desbordado sus embriagados ojos de enfermizo sueño.
Lo he entretenido al atardecer, cuando reina el Silencio
Y duermen las flores. Pero él no responde,
Pues el temor de lo que traerá el amanecer
Obnubila sus pensamientos.
Se esfuerza por amarme;
Me busca en sus propios actos. Pero no
Me hallará sino en los actos de Dios.
Me busca en los edificios de su gloria
Cimentada sobre los huesos de otros;
Me susurra desde
Sus montañas de oro y plata;
Pero sólo me hallará viniendo hasta
La morada de la Simpleza construida por Dios
Al borde del manantial del afecto.
Desea besarme ante sus arcas,
Pero sus labios jamás rozarán los míos excepto
En la riqueza de la brisa pura.
Me pide que comparta con él su
Fabulosa riqueza, pero yo no abandonaré la
Fortuna de Dios; no me despojaré de mis bellos ropajes.
Busca al engaño como término medio; yo sólo busco
El centro de su corazón.
Hiere su corazón en la estrecha celda;
Yo enriquecería su corazón con mi amor.
Mi amado ha aprendido a condolerse y a
Llorar por mi enemiga, la Materia; Yo le
Enseñaría a derramar lágrimas de amor.
Y a tener misericordia en los ojos del alma
Por todas las cosas;
Y a suspirar satisfecho con Esas lágrimas.
El hombre es mi amado;
A él quiero pertenecer.

LA CIUDAD DE LOS MUERTOS

Ayer me aparté de la bulliciosa muchedumbre y me interné en los campos, hasta una colina sobre laque la Naturaleza había desplegado sus atractivas galas.
Ahora sí podía respirar.
Miré hacia atrás, y la ciudad surgió ante mí con sus magníficas mezquitas y suntuosas residencias, velada por el humo de las fábricas.
Comencé a meditar en la misión del hombre, pero sólo pude sacar en conclusión que su vida se identificaba con la lucha y el sufrimiento. Luego traté de no pensar en lo que habían hecho los hijos de Adán, y me concentré en los campos que son el trono de la gloria de Dios. En un lugar apartado pude ver un cementerio rodeado de álamos.
Allá, entre la ciudad de los muertos y la ciudad de los vivos, me senté a meditar. Pensé en el eterno silencio de aquellos primeros y en la tristeza infinita de estos últimos.
En la. ciudad de los vivos hallé esperanza y desesperanza, amor y odio, alegría y tristeza, riqueza y pobreza, fidelidad e infidelidad.
En la ciudad de los muertos está sepultada la tierra que en el silencio de la noche la Naturaleza convierte en vegetales, luego en animales y luego en hombres.
Mientras mi alma se perdía en ese laberinto, vi que un cortejo se acercaba lenta y respetuosamente acompañado por una música que llenaba el cielo de triste melodía. Era un suntuoso funeral. El muerto era seguido por los vivos que vertían lágrimas por su partida. Al llegar a la sepultura, los sacerdotes comenzaron a orar y a quemar incienso, y los músicos a tocar sus instrumentos llorando al desaparecido. Entonces los sumos sacerdotes se adelantaron uno tras otro y recitaron sus réquiems con palabras cuidadosamente escogidas.
Finalmente la multitud se alejó, dejando que el muerto descansara en la bóveda más bella y espaciosa, diseñada en mármol y bronce por manos expertas y rodeada de las más caras y elaboradas coronas de flores.
Los que habían ido a despedirlo volvieron a la ciudad, y yo permanecí observándolos desde lejos, mientras hablaba en voz baja conmigo mismo el sol se hundía en el horizonte y la Naturaleza se ocupaba de los mil y un preparativos del sueño.
Entonces vi a dos hombres jadeando bajo el peso de un ataúd de madera, y detrás de ellos a una mujer pobremente vestida con un bebé en brazos. Tras esta última corría un perro que, con ojos descorazonadores, miró primero a la mujer y luego al ataúd. Fue un humilde funeral. Este huésped de la Muerte dejó librados a la impasible sociedad una esposa desdichada y un bebé que compartiera sus pesares, y a un fiel perro cuyo corazón sabía la partida de su amo.
Al llegar a la sepultura depositaron el ataúd en un pozo alejado de los cuidados pastos y los mármoles, y se alejaron después de elevar unas sencillas palabras a Dios. El perro se volvió por última vez para mirar el sepulcro de su amigo, mientras el reducido grupo desaparecía tras los árboles.
Miré hacia la ciudad de los vivos y me dije: "Aquel sitio es sólo de unos pocos." Luego observé la armoniosa ciudad de los muertos y me dije: "También ese sitio es de unos pocos. Oh, Señor, ¿dónde está el cielo de todos?"
Al decir esto miré hacia las nubes que se mezclaban con el dorado de los más largos y bellos rayos del sol. Escuché en mi interior una voz que me decía: " ¡Allí!"

EL CANTO DE LA LLUVIA

Soy las húmedas hebras de plata lanzadas del cielo
Por los dioses. La Naturaleza me lleva, para adornar
Sus campos y valles.
Soy las bellas perlas, arrebatadas a la
Corona de Ishtar por la hija del Alba
Para embellecer los jardines.
Cuando lloro las colinas ríen;
Cuando estoy abatido las flores se regocijan;
Cuando estoy agobiado, todo sonríe con alborozo.
El campo y la nube son amantes
Y entre ellos soy el mensajero de la misericordia.
Sacio la sed de uno,
Curo la dolencia del otro.
La voz del trueno proclama mi llegada;
El arco iris anuncia mi partida.
Soy como la vida terrena, que comienza a
Los pies de los desencadenados elementos y culmina
En las elevadas alas de la muerte.
Emerjo del corazón del mar y
Me remonto con la brisa. Cuando veo un campo en la
Indigencia, desciendo y rodeo las flores y
Los árboles en un millón de pequeñas caricias.
Golpeo suavemente las ventanas con mis
Delicados dedos, y mi anuncio es una
Canción de bienvenida. Todos pueden oírme, pero sólo
Los sensibles me comprenden.
La calidez del aire me da a luz,
En cambio yo la opaco,
Tal como la mujer derrota al hombre con
La fuerza que de él extrae.
Soy el suspiro del mar;
La risa de los campos;
Las lágrimas del cielo.
Lo mismo que el amor:
Suspiro desde el hondo mar del cariño;
Río desde el vívido territorio del espíritu;
Lloro desde el infinito cielo de los recuerdos.

LA VIUDA Y SU HIJO

La noche cayó sobre el norte del Líbano y la nieve cubrió las aldeas rodeadas por el valle Kadeesha, dando a campos y praderas el aspecto de una gran hoja apergaminada sobre la que se hallaban escritas la multitud de acciones de la furiosa Naturaleza. Los hombres regresaban a sus hogares dejando desiertas las calles, mientras el silencio envolvía la noche.
En una casa cercana a aquellas aldeas vivía una mujer que hacía girar la rueca junto al fuego. Junto a ella su único hijo miraba ora al fuego, ora a su madre.
Los ensordecedores truenos sacudieron la casa y el pequeño se asustó. Abrazó a su madre, buscando en su cariño la protección que le faltaba. Ella lo acercó a su pecho y lo besó; luego lo sentó en su regazo.
-No temas hijo mío -le dijo-, que la Naturaleza sólo está comparando su infinito poder con la debilidad del hombre. Hay un Ser Supremo más allá de la nieve que cae, de los negros nubarrones y del -viento ululante, y Él sabe de las carencias de la tierra, pues Él la creó; y Él mira a los desposeídos con ojos de misericordia.
"Ten coraje, hijo mío. La Naturaleza sonríe en Primavera, y ríe en Verano y bosteza en Otoño, pero ahora llora; y con sus lágrimas humedece la vida oculta en sus entrañas.
"Duerme, mi niño querido; tu padre nos contempla desde la Eternidad. La nieve y los truenos nos acercan a él. "Duerme, amado mío, pues esta blanca manta que no nos protege del frío abriga las semillas, y esto que semeja la guerra producirá bellas flores cuando llegue Nisan.
"Es así, mi niño, como el hombre no puede madurar el amor sino después de la triste separación reveladora, y de la amarga paciencia, y de la desesperanzada tristeza. Duerme, mi pequeño; los dulces sueños hallarán tu alma que no teme a la terrible oscuridad nocturna y a la escarcha implacable.
El pequeño miró a su madre con ojos de sueño y dijo: -Mis párpados se cierran, madre, pero no puedo irme a dormir sin mis oraciones.
La mujer contempló aquel rostro angelical con la visión obnubilada, y dijo:
Repite conmigo, niño mío: "Dios, ten piedad de los pobres y protégelos del invierno; abriga sus delgados cuerpos con Tus bondadosas manos; cuida de los huérfanos que duermen en míseros hogares y sufren el hambre y el frío. Escucha, oh Señor, el llamado de las viudas desprotegidas y trémulas de miedo por sus pequeños. Ábrenos, oh Señor, los corazones de todos los hombres, para que puedan ver la desdicha de los pobres. Ten piedad de los sufrientes que golpean a las puertas, y guía a los viajeros hacia cálidos sitios. Cuida, oh Señor, a las aves pequeñas y protege a los árboles y a los campos de la furia de las tormentas; porque Tú eres compasivo y brindas amor. Cuando el Sueño atrapó el espíritu del niño, su madre lo recostó en el lecho y besó sus ojos con labios trémulos. Luego regresó junto al fuego, a girar la rueca para confeccionar las ropas del niño.

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