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Narciso y Golmundo


HERMANN HESSE: NARCISO Y GOLMUNDO

La novela como género literario --además de otras características que la sustentan y conforman--, adquiere con Hesse una cierta dimensión que trasciende a lo cognoscible como valor narrativo. De hecho, en este autor, se da una prosa que con desgarradora autenticidad nos muestra los profundos sismos que estremecen la conciencia del hombre, cuando éste, en su natural reflexionar, penetra ese espacio infinito que representa el complejo mundo de lo transitorio y lo eterno.

"Narciso y Golmundo", novela ambientada en la edad media germánica, contiene un delirio poético materializado en metáforas que describen lo que es la cosa medular de la trama: los submundos oníricos y sus posibilidades concretas en la realidad existencial.

El alma humana tras la verdad Divina es movida por límites establecidos por el arte, la filosofía; por la conciencia y, también, por una visión contemplativa de las cosas. No obstante, todas estas expresiones consideradas como categorías intelectuales, no logran un saber absoluto, ni menos un descifrar el misterio de la vida.

Tanto Narciso (el pensador) como Golmundo (el artista), individuos singulares en cuanto a su naturaleza, al espíritu que los conforma, perecen en sus intentos de aprehender aquella verdad ontológica. Ambos saben que los conceptos mismos de lógica e intuición mística, no son las formas esenciales que constituyen la razón del existir. A lo más, términos que representan una vaga percepción de esa fuerza subterránea y vital, que hacen del hombre el mayor de los enigmas. En este libro de Hesse, el hombre, en su intento de superarse a sí mismo, queda escindido de su origen; y por ende, lejos de su realización.

Diríase que ningún hombre es un ser logrado. Siempre está en camino de serlo. Tal vez, su destino parezca una voluntad fragmentada, sometida a ¿razones seminales?. Lo cierto es, que la cuestión sobre la libertad en el hombre aparece ya en los primeros diálogos de la novela, cuando Narciso, el joven monje, el eximio pensador, en su intento de iluminar el alma de su amigo Golmundo y encaminarlo hacia su ser verdadero, argumenta: "No son siempre los deseos los que determinan el destino y la misión de un hombre, sino otras cosas, algo predeterminado". Desde luego, toda voluntad carece de fundamento, si la vocación que la rige no tiene su origen y movimiento en la potencialidad interior del hombre. Por consiguiente, es la conciencia, como sujeto pensante, la que mira sobre su entorno, no para alterarlo, sino, para hacerlo objeto de conocimiento.

Tenemos entonces que estos dos personajes conforman el nudo central de la novela. Hesse reproduce genuinamente las dos tendencias del espíritu frente a la gran disyuntiva que implica escuchar el llamado de la abstracción y el clamor de los sentidos. Por tanto, en las vidas de Narciso y de Golmundo se describen estas polaridades como los contrastes llevados a su máxima tensión. También podría interpretarse el sino de estos seres, como la dualidad de una sola alma remecida por las potencias de lo racional e irracional.

Asimismo, es la personalidad del Golmundo la que concita la mayor hondura de análisis de estas páginas. En efecto, es por su entrega al mundo, con sus avatares y horrores, lo que nos insta a dilucidar los grandes dilemas que conmueven la existencia del ser humano.

Cuando Golmundo decide abandonar el monasterio de Mariabronn, para iniciar una vida errante, por cierto, sin un aparente sentido, comienza a estar próximo a experimentar el mal, entre otras tantas vivencias trascendentales, que resultarán ser la fuente originaria de su inspiración. Narciso sabía cuál era su deber consigo mismo. Por añadidura, llegaría a ser abad y luego a dirigir la orden. Su talento le auguraba tales perspectivas. En cambio, era Golmundo quién tenía que impregnarse de toda la vorágine que se presentaba ante sus ojos para comprender el misterio que lo atormentaba. Tras años de vagabundeo, Golmundo se colmó de placeres sensuales. Para sobrevivir tuvo necesariamente que matar; es más, conoció el hambre y sintió en sus entrañas la voz de la muerte. Experimentando lo fugaz de la vida se pregunto: "Dios mío, ¿por qué nos has creado así, por qué nos llevas por tales caminos? ¿No somos tus criaturas? ¿No murió tu Hijo por nosotros?".

Resulta cierto lo que pensaba Kierkegarrd cuando exponía que el mal era la cruz donde estaba clavada la inteligencia del hombre. Cabe preguntarse: ¿es el mal exclusivamente de orden moral? ¿Posee una naturaleza metafísica? ¿Es una realidad, o un disvalor? Golmundo llegaría a la conclusión de que: "Un hombre llamado a un alto destino podía sumergirse hondamente en la confusión sangrienta y ebria de la vida sin matar en el lo divino".

Era evidente que todo este cúmulo de tentativas iban configurando y develando el arcano que se cernía sobre Golmundo. Todas aquellas imágenes simbólicas ahora poseían un rostro definido. Obviamente, era imposible que el anhelo de Golmundo de volver a ver a su madre pudiera realizarse; pero a su vez, él había logrado conservarla en su corazón como la "imagen de Eva, de una madre humanidad; la vida misma como madre primigenia".

Golmundo, el escultor, logra sintetizar en dos figuras todo el caudal de impresiones recogidas por su alma, a lo largo de su peregrinaje. Por supuesto, estas fueron un "San Juan" inspirado en su amigo Narciso y el dulce rostro de Lidia, la joven que amó con su alma y sangre.

Al final de sus días, en su lecho de muerte, en palabras que apenas puede balbucear, le confiesa a Narciso que no pudo esculpir la efigie de la "Eva Madre", que encarnaba para él todo lo vivido. Empero musita: "Será mi madre la que me llevará de nuevo hacia sí, reintegrándome al no ser y la inocencia".

El postrer reencuentro entre Narciso y Golmundo se desarrolla en un coloquio de depurado nivel intelectual. Es menester, ambos personajes llegan a esta instancia tras haber logrado su plena madurez y creatividad.

Hesse define con suma agudeza la diferencia que hay entre Narciso, que comprende el mundo por medio de conceptos, y Golmundo, que lo vislumbra mediante imágenes. Es por eso que Narciso, tras escuchar a su amigo expresarse sobre las imágenes y su concepción en el arte comenta: "Mucho antes de que una obra de arte se haga visible y cobre realidad, existe ya, como imagen, en el alma del artista. Esa imagen, ese modelo prístino, es justamente lo que los filósofos llama una Idea".

Pues bien, según Hegel: "La Idea, no es sólo sustancia y universalidad, sino además la unidad del concepto y de su realidad, el concepto instaurado como concepto dentro de su objetividad. La Idea debe, en efecto, acceder a la realidad y mantenerla por tanto a través de la subjetividad real conceptual en sí misma".

Como Golmundo no podía desprenderse de las representaciones, ni pensar sin imágenes, interroga a Narciso sobre qué entiende por lo que denomina "realizarse". Narciso arguye que: "El más elevado de todos los conceptos es el ser perfecto. El ser perfecto es Dios. Nosotros somos transitorios, somos posibilidades. Sin embargo, cuando pasamos de la potencia al acto, de la posibilidad a la realización, participamos en el verdadero ser. A esto es lo que se llama realizarse".

"Narciso y golmundo (o lo que bien podríamos considerar como un clásico dentro de la literatura), así como el resto de la obra de Hermann Hesse, ratifica el vasto aporte filosófico de este genial escritor a la novela contemporánea.

Fuente: Cesar Vásquez López, en el Boligrafo, Magazine Literario

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