por Rubén Blades
Nací en Panamá. Un país del carajo,
bajo cualquier figura que represente, anímicamente,
al adjetivo. Potencialmente, con todo respeto, no creo que
tengamos parangón. Tenemos una población
donde un 40% tiene menos de 21 años. Eso
indica posibilidades ilimitadas, a todo nivel, intelectual
y espiritual. Tenemos un alto índice de alfabetismo,
por encima del 90%.
Poseemos recursos naturales limitados, pero aún no
desarrollados, y una población nacional que no llega
a los tres millones. Cumpliremos, el próximo 3 de
noviembre, apenas 100 años, una mera centuria. Una
edad joven, considerando la de otros países de Latinoamérica;
ni hablar de Europa. Hoy, lo que nos falta es dirección.
Nos movemos, pero no avanzamos; no alcanzamos aún,
¡por fin!, la victoria. Demasiado cinismo, desesperanza,
negativismo.
Aún así, creo sinceramente que no existe un
problema nacional que no podamos resolver, sea el de la
Caja del Seguro Social (CSS), el del desempleo, el de la
criminalidad, o la endémica corrupción que
nos ha paralizado por décadas, con sus secuelas de
mediocridad, y de oportunidades desaprovechadas.
¡Cumplimos 100 años! Nací en el 48,
y a pesar de los pesares, creo en Panamá. Creo en
mi país y en sus posibilidades, y no a consecuencia
de romanticismos hipócritas, o de nacionalismos trasnochados.
Creo en mi país porque mis esperanzas se formaron
allí, porque mis sueños comenzaron allí,
mis amistades empezaron allí, porque mis preguntas
comenzaron allí, porque mis respuestas comenzaron
allí, mis claridades empezaron allí, mis dudas
empezaron allí, porque mis angustias comenzaron allí,
porque allí comenzé a entender y aceptar lo
que soy, porque allí, cuando duermo, aún comparto
los sueños con que murió mi madre, porque
conozco las calles que caminó mi padre, porque mis
memorias y recuerdos se formaron allí, porque mi
carácter fue formado allí, por que allí
entendí que todo es posible, creo en mi país
porque me rehuso a creer que soy el único allí
que piensa que es imposible el alterar el curso infeliz
de la brillante estupidez que nos pretende liderizar allí.
Creo en mi país porque cada vez que respiro, cada
vez que pienso, cada vez que hablo, cada vez que siento,
cada vez que hago, cada vez que espero, también lo
hace mi país, conmigo. Creo en mi país porque
mi país es lo que yo soy. Yo soy mi país.
Creo en mí, ergo, creo en mi país. ¡Viva
Panamá!
Publicado en: www.rubenblades.com
Nov. 2, 2003.
|