Magisterio de la Iglesia

Miranda Prorsus
Carta Encíclica

16. La distribución

   Las recomendaciones que hemos hecho a los empresarios, han de aplicarse también a los distribuidores, quienes porque no raras veces financian las mismas producciones, tendrán mayor posibilidad y por tanto estarán más obligados a dar su apoyo al cine moralmente sano. En efecto, la distribución no puede ser considerada de ningún modo como una mera función técnica, ya que el film -como lo hemos recordado repetidas veces- no es una simple mercancía, sino un alimento espiritual y una escuela de formación espiritual y moral de las masas. Así pues, el que contribuye, el que alquila, participará en los méritos y responsabilidades morales con respecto al bien o al mal que pueda causar el cinematógrafo.

17. Los actores

   No pequeña parte de responsabilidad en el mejoramiento del cine, compete también al actor, quien respetando su dignidad de hombre y de artista no puede prestarse a interpretar escenas licenciosas, ni cooperar en una película inmoral. Una vez que el actor logre distinguirse por su arte y por su talento, debe servirse de su fama merecidamente ganada, podrá despertar en el público nobles sentimientos, dando, ante todo, en su vida privada ejemplo de virtud. «Es muy comprensible -decíamos Nos mismo en un discurso a los artistas- la emoción interna de alegría y noble orgullo que invade vuestro ánimo delante del público intensamente dirigido hacia vosotros, anhelante, que os aplaude y se estremece»(42). Un sentimiento tan legítimo, no puede, con todo, autorizar al actor cristiano a que acepte de parte de un público inconsciente, manifestaciones rayanas muchas veces en idolatría, teniendo para ellos valor la advertencia del Salvador: "Brille vuestra luz ante los hombres de manera que, viendo vuestras obras buenas, glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos"(43).

18. Productores y directores

   Aunque en planos diversos, la responsabilidad más grande recae sobre los productores y directores. La conciencia de tal responsabilidad, no debe ser óbice sino estímulo para los hombres de buena voluntad que disponen de recursos financieros y de talentos que se requieren para la producción de las películas.

   Con frecuencia las exigencias del arte impondrán a los responsables de la producción y dirección, problemas difíciles en punto a moral y religión, que exigirán así para el bien espiritual de los espectadores como para la perfección de la obra misma, un adecuado criterio y dirección aun antes de que la película se realice o durante su realización.

   No duden, por consiguiente, en pedir consejo a la oficina católica competente, que con gusto estará a su disposición y aun delegará si fuere necesario y con las debidas cautelas, un experto consejero religioso. La confianza en la Iglesia, no disminuirá, ciertamente, su autoridad y su prestigio. «La fe defenderá, hasta lo último, la personalidad del hombre»(44), y aun en el campo de la creación artística la personalidad humana no podrá menos de enriquecerse y completarse, a la luz de la doctrina cristiana y de las rectas normas morales.

   Sin embargo, no será permitido a los eclesiásticos que presten su colaboración a los productores cinematográficos sin especial encargo de los Superiores, pues como es obvio para tal asesoría, se requieren competencia especial y adecuada preparación, cuya estimación no puede quedar al arbitrio de los particulares.

   Pedimos a los productores y directores católicos, que no permitan la realización de películas contrarias a la fe y a la moral cristiana: pero si esto sucediere (Dios nos guarde) los Obispos no dejarán de amonestarlas, empleando si fuera menester, oportunas sanciones.

   Pero estamos convencidos de que el remedio más radical para encaminar eficazmente el cine hacia la altura del «film ideal» se cifra en que se profundice la formación cristiana de cuantos participan en la producción de las obras cinematográficas.

   Acérquense los autores de las películas a las fuentes de la gracia, asimilen la doctrina del Evangelio, adquieran conocimiento de cuanto la Iglesia enseña sobre la realidad de la vida, sobre la felicidad y sobre la virtud, sobre el dolor y el pecado, sobre el cuerpo y el alma, como sobre los problemas sociales y las aspiraciones humanas, y entonces podrán ver cómo se abren ante sus ojos, caminos nuevos y luminosos e inspiraciones fecundas para realizar obras que tengan atractivo y valor perdurable.

   Será, pues, necesario favorecer el que se multipliquen las iniciativas y las manifestaciones destinadas a desarrollar e intensificar su vida interior, teniendo cuidado, ante todo de la formación cristiana de los jóvenes que se preparan a la profesión cinematográfica.

   Al terminar estas consideraciones específicas sobre el cinematógrafo, exhortamos a la autoridad civil a no prestar ninguna clase de ayuda a la producción o programación de películas de moralidad deficiente y sí mas bien a propiciar con medidas apropiadas las producciones cinematográficas sanas, especialmente las que se dirigen a la juventud. Puesto que el Estado invierte grandes sumas para fines educativos, debe empeñarse seriamente en la solución positiva de un problema educativo de tanta importancia.

   En algunos países, y con ocasión de exposiciones internacionales se suele adjudicar, con mucho provecho, premios adecuados a las cintas que se distinguen por su valor espiritual y educativo: esperamos, pues, que nuestras advertencias habrán de contribuir a unir las fuerzas del bien, para que las películas que lo merezcan, reciban el premio del reconocimiento y apoyo de todos.

LA RADIO

   Con no menos solicitud deseamos exponeros, venerables Hermanos, nuestras preocupaciones relativas a otro gran medio de difusión, contemporáneo del cine, es a saber, la radio.

   Aunque no disponga de la riqueza de elementos espectaculares y de las ventajosas condiciones de ambiente de que goza el cinematógrafo, la radio posee, sin embargo grandes posibilidades aun no completamente explotadas.

   «La radio -como decíamos al personal de una empresa radiofónica- tiene el privilegio de estar libre y desasida de las condiciones de espacio y tiempo que impiden o entorpecen los medios de comunicación entre los hombres. Con ala infinitamente más veloz que la de las ondas sonoras y rápidas como la luz, en un instante y superando todas las fronteras, lleva los mensajes que se le confían»(45).

   Perfeccionada continuamente con nuevos progresos, presta incalculables servicios en los varios campos de la técnica, llegando hasta lograr dirigir de lejos mecanismos sin piloto hacia metas precisas. Con todo, creemos que el más noble servicio que está llamada a prestar, es el de iluminar y educar al hombre, dirigiendo su mente y su corazón a esferas cada vez más altas del espíritu.

   Oír la voz humana y poder seguir acontecimientos lejanos, permaneciendo dentro de las paredes domésticas, participando a distancia en las manifestaciones más variadas de la vida social y cultural, son cosas que responden a un profundo deseo humano.

   No es pues de maravillar que muchas casas hayan sido dotadas rápidamente de aparatos de radio. Los cuales permiten abrir una ventana sobre el ancho mundo, de donde le llegan, de día y de noche, ecos, de la actividad que palpita en las diversas culturas, lenguas y naciones, bajo la forma de innumerables programas ricos en noticias, entrevistas, conferencias, transmisiones de actualidad y de arte, de canto y de música.

   «¡Qué privilegio y qué responsabilidad -decíamos en reciente discurso- para los hombres del presente siglo, y qué diferencia con los días lejanos en que la enseñanza de la verdad, el precepto de la fraternidad, las promesas de la bienaventuranza eterna, seguían el paso lento de los Apóstoles sobre los ásperos senderos del viejo mundo. Hoy, en cambio, la llamada de Dios puede abarcar en un mismo instante a millones de hombres!»(46).

   Es cosa muy excelente que los fieles se aprovechen de este privilegio de nuestro siglo y disfruten de las riquezas de la instrucción, de la diversión y de la misma palabra de Dios, que la radio les puede proporcionar para dilatar sus conocimientos y sus corazones.

   Bien saben todos, cuanta virtud educativa pueden tener las buenas emisiones; pero al mismo tiempo, el uso de la radio entraña responsabilidades, porque al igual que otras técnicas, puede ser empleada así para el bien como para el mal. Se puede aplicar a la radio la palabra de la Escritura "Con ella bendecimos al Señor y Padre; y con ella maldecimos a los hombres que han sido creados a imagen de Dios. De la misma boca salen la bendición y la maldición"(47).

19. Deberes del radioescucha

   Por consiguiente, el primer deber de quien escucha la radio, es el de una cuidadosa selección de los programas. La transmisión radiofónica no debe ser un intruso sino un amigo que entra en el hogar, consciente y libremente invitado. ¡Desgraciado quien no sabe escoger los amigos que introduce en el santuario de la familia! Las transmisiones que tienen cabida en la casa deben ser sólo las portadoras, de verdad y de bien, que no desvían sino que más bien ayudan a los miembros de la familia en el cumplimiento de los propios deberes personales y sociales y que, tratándose de jóvenes y niños, lejos de ser nocivas, refuerzan y prolongan la obra sanamente educativa de los padres y de la escuela.

   Las Oficinas católicas radiofónicas nacionales, de las que ya hemos hablado en esta Encíclica, ayudadas por la prensa católica, tratarán de tener informados previamente a los fieles sobre el valor de las transmisiones. Dichas indicaciones previas, con todo, no será posible hacerlas en todas partes y con frecuencia tendrán un valor meramente indicativo, ya que algunos programas no se pueden conocer con anticipación.

   Por esta razón, los pastores de almas recuerdan a los fieles que la ley de Dios prohíbe escuchar transmisiones dañosas para la fe y las buenas costumbres y exhorten a los que tienen cuidado de la juventud, para que vigilen y para que procuren educar el sentido de la responsabilidad acerca del uso del aparato de radio que tienen en casa.

   Además, los Obispos, tienen el deber de poner en guardia a los fieles con respecto a las emisoras que notoriamente propugnan principios contrarios a la fe católica.

   El segundo deber de quien escucha la radio, es el de llevar a conocimiento de los responsables de los programas radiales, sus legítimos deseos y sus justas objeciones. Este deber se deduce claramente de la naturaleza misma de la radio, que puede fácilmente crear una relación «en dirección única» entre el emisor y el escucha.

   Los métodos modernos de sondeo de la opinión pública, al mismo tiempo que permiten medir el grado de interés que suscitan determinadas transmisiones, son ciertamente de gran ayuda para los responsables de los programas; pero el interés más o menos vivo que se despierta en el público, con frecuencia puede deberse a causas transitorias o a impulsos no razonados, y por tanto no deben considerarse como norma segura de conducta.

   Deben, pues, los que oyen la radio, colaborar a que se forme una opinión pública ilustrada, capaz de expresar debidamente su aprobación junto con sus objeciones o su voz de ánimo, contribuyendo a que la radio, de acuerdo con su misión educadora, se ponga «al servicio de la verdad, de la moralidad, de la justicia y del amor»(48).

   Es esta una tarea que toca a todas las asociaciones católicas, que han de empeñarse en defender eficazmente los intereses de los fieles en este campo. En países donde las circunstancias lo aconsejen, se podrá promover, además entre los oyentes y los espectadores asociaciones a propósito, vinculadas con las Oficinas nacionales.

   Es un deber, finalmente, de los radio-oyentes, apoyar las buenas transmisiones, ante todo aquellas que llevan a Dios al corazón humano. En nuestros días, cuando sobre las ondas se agitan violentamente doctrinas erróneas, cuando con interferencias se crea de propósito en el éter «una cortina de hierro» sonora, con el fin de impedir que por esta vía penetre la verdad que podría sacudir la tiranía del materialismo ateo, cuando millones de hombres esperan aún el alba de la buena nueva o una instrucción más amplia sobre su fe y cuando los enfermos o los que se hallan impedidos en alguna forma, esperan ansiosamente poder unirse a las oraciones de la comunidad cristiana o al Sacrificio de Cristo ¿cómo podrían los fieles y sobre todo los que conocen las ventajas de la radio por una experiencia diaria, no mostrarse generosos favoreciendo tales programas?

   Bien sabemos cuánto se ha hecho y se hace en las diversas naciones para desarrollar los programas católicos en la radio. Muy numerosos son, gracias a Dios, los eclesiásticos y los seglares, que han tomado la iniciativa en este campo, asegurando a las transmisiones católicas la primacía que corresponde a los valores religiosos sobre los demás intereses humanos.

   Considerando, pues, atentamente, las posibilidades que ofrece la radio para el apostolado e impulsados por el mandato del Redentor Divino: "Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las criaturas"(49), os pedimos, venerables Hermanos, que incrementéis y perfeccionéis cada vez más las transmisiones religiosas según las necesidades y posibilidades locales.

   Y porque la digna presentación de las funciones religiosas por medio de la radio, como también de las verdades de la fe y las informaciones sobre la vida de la Iglesia, exigen además de la vigilancia debida, talento y competencia especial, es indispensable preparar cuidadosamente a los sacerdotes y laicos destinados a tan importante actividad.

   A tal fin, en los países donde los católicos disponen de equipos modernos y tienen más larga experiencia, organícense oportunamente cursos adecuados de adiestramiento que permitan a los candidatos, aun de otras naciones, adquirir la habilidad profesional necesaria para asegurar a las transmisiones religiosas un nivel artístico y técnico elevado.

   Provean esas mismas Oficinas nacionales al desarrollo y a la coordinación de los programas religiosos en el propio país, colaborando en cuanto sea posible, con los que tienen bajo su responsabilidad las diversas emisoras para vigilar cuidadosamente la moralidad de los programas.

   Por lo que hace a la participación de los eclesiásticos en las transmisiones de radio o de televisión, aun tratándose de religiosos exentos, los Obispos podrán dictar normas oportunas encargando a las Oficinas nacionales que velen por su ejecución.

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