LOS MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN, AYER Y HOY

 

Rafael Gambra

Madrid, Reino de España

La historia grande de España no acabó en la Armada Invencible ni en la paz de Westfalia, que enmarcaron el ocaso de nuestro predominio militar en el mundo. La epopeya escrita en la Reconquista, en la hispanización de América, en Lepanto y en las guerras de religión no pudo quedar sin un eco o prolongación en la historia posterior. El legado de miles de héroes y de mártires hubo de ser prolongado por una posteridad digna de tales padres, a través de una ejecutoria que llega hasta nuestros días.

Así, a lo largo de los dos últimos siglos, una serie innumerable de españoles han rubricado con su sangre la historia que escribieron sus antepasados. En honor de ellos y para su recuerdo fervoroso, estableció Carlos VII la Fiesta de los Mártires de la Tradición, que los carlistas celebramos piadosamente el día 10 de marzo de cada año.

Podría considerarse como los primeros Mártires de la tradición a aquellos españoles que Goya inmortalizó en su impresionante cuadro Los fusilamientos del tres de mayo de 1808. Hombres que murieron ante los fusiles franceses confesando rabiosamente a Dios y a su Rey en la noche oscura en que parecían abandonados del Uno y del otro bajo el poder impío de los napoleónicos.

Vencida la invasión armada, permanece en España la invasión ideológica y política de la revolución liberal y política, manifiesta en las Cortes sediciosas y afrancesadas de Cádiz. Y va a ser legión innúmera la de quienes ofrendarán su vida o su hacienda por la fe y por la verdadera monarquía católica de sus mayores. El grito con que se iniciaron las guerras realistas y carlistas fue el de ! Viva la Religión !, al que se oponía en el bando opuesto el de ! Viva la Constitución ! El primero entrañaba el amor a un régimen milenario cimentado en la fe católica y en la Ley de Dios; el segundo postulaba un régimen nuevo basado en un pacto o contrato social puramente humano: la llamada Voluntad General, origen de la Constitución o Ley Suprema. Era el reconocimiento del Hombre y de su voluntad soberana como fuente de todo poder.

La ejecutoria gloriosa de las guarras carlistas que cubren el siglo XIX culminan en nuestra época en la Guerra de Liberación de 1936, en la - también por Dios y por España - ofrendan su vida miles de españoles frente a los ejércitos de la impiedad. Y fueron nuevamente los carlistas los que - sobre salvar la situación en los primeros momentos y soportar el peso principal de la lucha en las famosas Brigadas de Navarra - aportaron a aquella guerra el aliento religioso y la alegría martirial que hicieron de ella una Cruzada.

Pero el testimonio histórico no ha terminado todavía: esa absurda mixtura de separatismo vasco y de marxismo-leninismo que se cobra víctimas constantes ha segado ya la vida de varios soldados de la Tradición. Pensemos en José María Arrizabalaga, Alberto Toca, Joaquín Imaz, Jesús Alcocer, Juan Atarés y en tantos otros buenos españoles que, en número superior al millar, han sido inmolados en estos años al más irracional de los odios. Por ellos especialmente elevaremos nuestras plegarias en esta Fiesta de los Mártires del año 2000.

Es para mí especialmente grato que estas líneas de recuerdo y homenaje se dirijan a una revista argentina carlista, de la Hermandad Tradicionalista Carlos VII. Nunca dejó de existir presencia carlista en Hispanoamérica, esos países hermanos en la fe, en la lengua y en la común tradición, debido sobre todo a la gran emigración peninsular. No cabe olvidar que, por los mismos años en que Carlos VII instituyó la Fiesta, y acabada la guerra, viajó éste por aquellos países recibiendo homenajes extraordinarios con tratamiento regio. Pero ahora se trata de publicaciones y grupos autóctonos que surgen de una común inspiración de fe y de amor.

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