RECUERDO Y HOMENAJE A UN HÉROE ESPAÑOL:

JOSÉ MARÍA ERDOZAIN.

 

Por Francisco Javier de Lizarza

Madrid — Reino de España

 

El Círculo Carlista San Mateo, de Madrid, organiza una serie de “Itinerarios carlistas” para visitar lugares llenos de historia; lugares de batallas, victorias y derrotas; lugares de héroes de España y de la Causa.

El domingo 7 de mayo de 2000 ha estado en Sigüenza recordando a tres héroes: el canónigo Batanero, de la 1ª Guerra, el Brigadier Villalaín, de la 3ª, y José María Erdozain, un heroico alférez de requetés de la Cruzada de 1936.

Estas palabras fueron pronunciadas por el autor en dicha oportunidad.

 

 

            Aquí, en Sigüenza, frente a la Catedral, el 14 de octubre de 1936 caía mortalmente herido el alférez de requetés, navarro y sangüesino, José María Erdozain. Herido en la columna vertebral, quedó paralizado, apenas podía hablar y dejarse entender: “Me muero... dígalo a mi familia, que no lloren, voy al cielo”.

Formaba en la compañía de requetés del capitán Alós. Murió sin saber que iba a ser recordado como el héroe del Tercio del Rey, nombre que daría a la unidad posteriormente —el 31 de marzo de 1937— la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra.

La historia de esta unidad es peculiar y distinta, y merece recordarse. El Tercio de Pamplona —el primero y único de los navarros— organizado durante la República, fue deshecho el mismo día del Alzamiento, por necesidades del mismo. El Primer Requeté (246 hombres), mandado por Jaime del Burgo, constituiría las compañías 3ª y 4ª  del Batallón América de soldados, y el Segundo Requeté, que mandaba Mario Ozcoidi, los del Batallón Sicilia, donde formaría nuestro héroe, José María Erdozain. Se deshizo para reforzar ambos Batallones y darles solidez y espíritu, como lo había pedido el general Mola al teniente coronel Rada, Inspector Jefe Nacional de Requetés.

El mismo día 19 de julio, a última hora de la tarde, salía de Pamplona la llamada “Columna de Madrid”, al mando del coronel García Escámez. Pacificó Logroño, y de Soria subió y ocupó el Puerto de Somosierra. En la misma, como decimos, marchaba nuestro alférez, al que hoy —aquí, en Sigüenza— los carlistas de Madrid homenajeamos al cabo de más de sesenta años.

Su vida militar fue corta en tiempo y espacio: de Sangüesa, su pueblo natal, marchó a Pamplona primero y luego a Sigüenza, pasando por Somosierra y Navafría. Apenas duró tres meses, de julio a octubre de 1936. Tenía 22 años cuando salió voluntario. “Ya ha llegado la hora —dijo a sus padres— yo ya me he confesado”. Escribió con frecuencia a su familia. Existen 22 cartas que ha recogido el buen escritor, docto historiador y amigo, Ricardo Ollaquindia, publicadas por Editorial Actas, de Madrid. Se trata de la colección epistolar más numerosa y completa referente a los requetés en la guerra. Son documentos valiosos de primera mano, para conocer cómo fue la contienda en las primeras semanas y cuáles eran los ideales de los voluntarios. A los que preguntan por qué fueron a la guerra, tenemos la respuesta en las cartas de Erdozain.

Son testimonio de ideales patrióticos y religiosos. No trata de ideas políticas ni de motivaciones. No pretende exponer nada, ni convencer: cuenta sólo noticias, y las da a sus familiares. Están llenas de sentido religioso. La última, de 11 de octubre, está firmada “junto a la Catedral”. “Los rojos continúan en ella —dice Rezad mucho por mí, o mejor, continuad rezando”.

En sus cartas aparece constantemente la idea de la muerte, la idea de morir, no de matar. El que cogía un fusil, el que salía voluntario, lo tenía todo claro. La muerte no es algo deplorable, es sencillamente el camino que lleva al cielo. “Si muero, quiero que hagáis lo que he visto en Somosierra. Un padre fue a recoger el cadáver de su hijo, y ante él arrodillado, dijo: «Dios mío, tres hijos ofrecí, y ya me has aceptado uno. Os vuelvo a ofrecer los otros dos. Hágase vuestra voluntad». “Sólo eso, padre, quiero que hagáis conmigo”. “Si muero, mamá, da gracias a Dios por haberme llevado con Él”.

Murió en el hospital de Calatayud, el día 16 de octubre de 1936. Su madre — así eran las madres de la Cruzada— dijo sencillamente: “Alabado sea Dios, que se ha llevado a mi único hijo”.

 

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