UNA
SEMBLANZA DE DON CARLOS VII
“Era
mancebo de gran brío y apostura, con los ojos graves y el rostro pálido. La barba
muy crecida, negra y sedeña, casi le tocaba el pecho y le daba una expresión de
joven Carlo Magno. La figura varonil y gentil y aquella su gran fe de cristiano
y la guerra que hacía, evocaban un encanto de vieja crónica. Era como los reyes
antiguos, capitán de mesnadas. Corria las tierras propias en son de justicia y
las del enemigo en algara.
Hacía
estancias en las villas, hueped en las rectorales y en las casas de sus
caballeros. Tenía bién tenida la espada entre sus capitanes y el breviario
entre los monjes. Sabía el latín para rezar en el coro y la lengua montañeza de
los versolaris que todavía recuerdan la historia de los doce pares. Era casi
gigante, de grandes fuerzas y mucha soltura en los juegos de armas y gineta.
Mandaba con dulce imperio y usaba de gran clemencia con los vencidos, que es
manera de realeza. No era extremado en palabras de amor ni de cólera, pero
cuando cerraba las puertras del corazón, ya nunca las abría”.
Ramón
del Valle-Inclán
“La Corte
de Estella”, Revista “Por esos mundos”,
Año XI, núm. 180, enero 1910, págs. 13 y 14.
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