Contribuciones de la Hermandad Tradicionalista Carlos VII a la doctrina Carlista.

Por Alvaro Pacheco Seré

Presidente-Delegado de la Hermandad Nacional Monárquica

del Maestrazgo en la República Oriental del Uruguay.

La exposición y defensa rigurosa de la Tradición y de los principios jurídicos y políticos que emanan del lema Dios, Patria, Fueros, Rey se ha convertido, en tiempos de derrota política, en la sola acción carlista posible. Eso sí, para lograr la Victoria , cuando y como Dios lo quiera, ella excluye toda concesión, transición o tolerancia con los principios contradictorios.

Aspira a ser éste el mérito de la Publicación de la Hermandad Tradicionalista Carlos VII. Puede resultar ya oportuno y conveniente ensayar una síntesis del aporte realizado desde estas páginas por el carlismo hispanoamericano. Están escritas en la España fundada y deudora, hija pródiga de la fundadora y generosa.

El órgano editor de nuestra Hermandad puede exhibir con satisfacción un conjunto coherente de artículos doctrinarios e históricos que cumple con lo proclamado por Carlos VII en 1895: "no faltar a la fe jurada, ser fieles al honor, no doblar la rodilla ante la revolución triunfante". Puede sostenerse que esta acción supone ya, en sí, el " movimiento de opinión acorde con el ideario socio político Carlista", fin contenido en su Acta de Fundación del 25 de julio de 1996 y transcripto en el Nº1 de esta Publicación.

Desde ese número inaugural, su Presidente don Bernardo Lozier Almazán afirmó: "el Carlismo perdura, por sobre las cuestiones dinásticas o rivalidades legitimistas, debido a que es la manifestación viva y gloriosa de las verdaderas tradiciones de España, los valores del catolicismo y la razón de la Cristiandad".

Se reciben también, en el inicio y desde la fundadora Hermandad Nacional Monárquica del Maestrazgo, orientaciones sabias sobre nuestra identidad, como la de su Vicepresidente don José María de Domingo-Arnau y Rovira: "sin la comunidad de tradición no hay Patria; la Patria no la forma el suelo que pisamos ni el sol que nos alumbra, sino aquel patrimonio espiritual que han transmitido para nosotros las generaciones anteriores durante siglos". En honrosa colaboración, don Rafael Gambra nos sitúa y nos previene: "sabido es que después de la victoria aliada en la última guerra mundial – del VaticanoII en la Iglesia – el único régimen de la ‘ortodoxia pública’ mundial es la democracia liberal de representación individual mayoritaria o Voluntad General" (Nº 2, julio 1997).

En un intento de resumir esta contribución a la doctrina carlista, reproducimos algunos conceptos de los ejemplares de nuestra Publicación:

1) La inspiración para continuar el buen combate está en Vázquez de Mella: "atravesó las mismas sombras que hoy nos atenazan y sufrió las mismas debilidades que hoy nos muerden para confundirnos y distraernos. El mundo quiere que renunciemos a nuestro bagaje de sabiduría recibida y de riquezas heredadas". "Contaba con la religión verdadera, con la tradición aun viva, con el derecho natural, con la experiencia histórica y con el sentido común. No era poco. Pero el desorden era mayúsculo, la desazón grande, la apatía generalizada" (Nº 2, julio 1997).

2) En "Las Constantes Políticas del Carlismo" se reafirma: "El tradicionalismo es una continuidad, es la continuidad histórica de las Españas tradicionales y éstas han sido (y son) la encarnación posible de una Cristiandad temporal, también posible. Por ello el tradicionalismo político español no es una reacción a los acontecimientos de 1789. Tiene raíces prerrevolucionarias". "La condición a-social del hombre argüida por la Ilustración (siglo XVIII) desemboca en la concepción del "hombre racionalista" y "abstracto" propia de la Revolución, a la cual se opone la contemplación del "hombre concreto" y de la "sociedad orgánica" de la Tradición".

Importa especialmente esta precisión: " Vitoria, y con él el Carlismo, adscribe a la tesis llamada ‘directa’ o de la inmediación: la potestad es dada directamente por su autor al sujeto idóneo que de hecho habrá de ejercerla". "También el Cardenal Zigliara destaca uno de los argumentos capitales en favor de la tesis de la inmediación: la ley natural no concede derechos a sujetos que de suyo no los pueden ejercer, refutando la opinión de Francisco Suárez favorable a una presunta democracia ‘natural’ ", que, se advierte, "se parece en los hechos absolutamente en todo a la ‘soberanía popular’ del liberalismo y sus consecuencias son tan o más nefastas que ésta, como lo prueban acabadamente dos siglos de democracia cristiana, liberalismo católico y socialismo popular".

"En el Ideario carlista la soberanía se encarna y simboliza en el Rey que debe conjugar en una interacción permanente y dinámica su legitimidad original con la que emerge del ejercicio cotidiano del poder en orden al bien común".

Hay referencias a la falsedad de los principios de derecho público hoy dominantes: "la democracia (o demagogia) que es el utópico gobierno (desgobierno) de la multitudinorgánica (hoy dominada por los multimedios financieros de dominio internacional) y cuyo resultado final es la anarquía. La anarquía esencial (no el mero desorden callejero) que conduce al despotismo universal del ‘plebeyo de satánica grandeza’ (Donoso Cortés)."

Se exponen asimismo las diferentes nociones de Estado: " el Estado ‘totalizador’ impersonal y abstracto por definición no sólo carece de frenos y límites para su acción devastadora, sino que asume, exclusiva y excluyentemente, todas las funciones orgánicas del cuerpo social reducido a la anemia. Contra esa acción paralizante, el tradicionalismo hispánico y la doctrina social de la Iglesia de consuno, han proclamado el profundo enunciado del principio de subsidiariedad (aplicado a todos los órdenes sociales y no solamente al económico)".

Dos constantes se destacan finalmente: "la Comunidad de pueblos hispánicos" y "la defensa y restauración de la ‘Cristiandad temporal’ "(Nº 3, octubre 1997 y Nº 5, junio 1998).

3) A las analizadas constantes políticas del carlismo, que son la aplicación del derecho público cristiano, se contrapone hoy una situación institucional y fáctica que deriva de los falsos principios de la "democracia universal" que "no prevalecerá". En lo interno, "la soberanía ha de radicar en el pueblo, el poder público ha de ser dividido y , ante él, se ha de reconocer la rebeldía constante y creciente simulada bajo el nombre de ‘derechos humanos’. La democracia liberal es dogmáticamente impuesta como único régimen legítimo sin cuestionarse su ejercicio ni su finalidad; él es un fin en sí, al que debe sacrificarse todo otro bien jurídico o social; el derecho no existe fuera de sus formas". En lo internacional, esa democracia debe "asegurar en cada país el dominio de los centros de poder internacionales reservados y juramentados, que actúan visiblemente mediante la impía concertación del capital apátrida y de la asoladora subversión cultural y moral".

Se denuncia, en igual sentido: "Los Ejércitos asisten impotentes al desconocimiento de su misión de servicio a la Patria". "Y lo que es más grave y decisivo, la Iglesia Católica, desde el Concilio Vaticano II, se inclina por una acción pastoral ecuménica que procura una unión interreligiosa basada más que en la conversión, en el nunca antes asumido principio de la libertad de conciencia" (Nº 4, marzo 1998).

4) Se aborda la cuestión de la demoníaca tergiversación y disociación del lema carlista: "se excluye a Dios de la vida pública; se desconoce la identidad nacional; se desvaloriza el Derecho ante manipulables libertades ficticias; se cuestiona la autoridad". "Hasta que la gravedad de la agresión política y social se manifiesta, sin máscara, en apostasía, desarraigo, desorganización y anarquía, lema definitorio de esta época dramática, quearriesga conducir al mundo y a la especie humana a desórdenes, corrupción y caos anteriores a toda civilización". "La divisa carlista es disociada y alterada. El dinero, los partidos, la opinión pública, el liberalismo subversivo, en ‘tenebrosa alianza’ son sus sucedáneos".

Sobre el Rey se dice: "Es de evidencia que el Rey no podrá readquirir vigencia sino en la restauración del tradicional lema: Dios, Patria, Fueros, Rey. Es sólo en esta unidad esencial que es concebible su presencia en la política actual. Como un Rey católico soberano de naciones católicas soberanas, en nuestro caso la Hispanidad, como Corona de sus comunidades naturales jerarquizadas". "El ataque comenzó con la Reforma protestante en Inglaterra al operar la ruptura del Rey con Roma, en rebelión contra la autoridad sobrenatural. Continuó con la revolución francesa, al decapitar al Rey en rebelión contra la autoridad natural". "No pudieron preverse en toda su magnitud las consecuencias de las victorias y logros de la revolución anticristiana en lo referente a la forma de gobierno. Sin autoridad basada en la Ley de Dios – sin Patria, sin padres, sin Reyes – las sociedades inician un proceso de disolución".

Se concluye diferenciando al Rey, cuya "potestad, como relación, viene de lo Alto" y que "reina y gobierna a la nación conforme ella se ha constituido históricamente", de la democracia moderna ("ya no puede haber referencia a otra") que "es el no gobierno", que "ha hecho al hombre ingobernable" (Nº 6, octubre 1998).

5) Se subraya el invariable principismo carlista, personificado en el abogado sevillano Manuel Fal Conde, decisivo con sus Requetés en la Cruzada del 36: "El fruto de esa lealtad mantenida es su sorprendente vigencia y presencia a través de la historia contemporánea, en sabio desconocimiento del sufragio y del número porque su pensamiento y su acción se inspiran en instancias superiores" (Nº 7, marzo 1999).

6) El examen histórico "Una dimensión americana del Tradicionalismo carlista" contiene consideraciones doctrinarias de aplicación actual y futura: "el mensaje carlista es tan americano como español, es si se quiere más americano que español porque la fractura de América sólo podrá superarse alguna vez por la voz convocante de aquella Corona que le dio ser y vida. Sólo el legitimismo político carlista vio lo esencial del integral problema hispanoamericano: sin Rey legítimo no habrá verdadera restauración. Sin la legitimidad que brota del orden divino y natural jamás España recuperará su vocación evangélica: ser instrumento providencial en la edificación de la Cristiandad temporal".

Sobre la monarquía carlista precisa que "es la ‘representación física de la tradición’ (como lo apunta con perspicacia la ‘ Ordenanza del Requeté’), es la forma natural de lasociedad hispanoamericana" que "se opone a todo el aparataje abstracto, normativista y subjetivo de las ideologías utópicas de la Revolución". Ella "estuvo en nuestro pasado común configurándolo y constituyéndonos en el ser. Deberá estar en nuestro futuro, si hemos de conservar, en la era de las globalizaciones, nuestra propia identidad" (Nº 8, junio 1999).

7) La profundización del ideario y del combate carlista posibilita descubrir, desde la realidad histórica que es la Patria ordenada en el lema después de Dios, que: "la masonería predominante, bajo la forma de sociedades secretas que sugestivamente denominó ‘patrióticas’ y distinguió con nombres precolombinos, intentó crear patrias aunque sus principios internacionalistas, liberales y laicos excluyesen, en definitiva, ese concepto que estaba indisolublemente unido a la Cruz. La democracia universal ha revelado, muy recientemente, que no resultaba viable sostener tradicionalismo alguno si se legitimaban la acción y el espíritu revolucionarios orientados al abandono del patrimonio común".

Una coherencia espontánea surge entre los distintos colaboradores de la Publicación: "En Hispanoamérica, los veinte Estados emergentes exaltan esas patrias ‘construidas’ en el siglo XIX y las identifican con repúblicas democráticas. Para ello hubieron de reconocer, contra la continuidad, esencia del concepto, dos patrias a sus pobladores. Nuestros antepasados criollos fueron así españoles hasta 1810; luego, tuvieron ‘otra’ patria. Es la ilógica consecuencia de negar nuestra identidad originaria que, más que española, es la España misma".

Se previene: "El indígena civilizado y cristianizado – ejemplarmente en las misiones jesuíticas – fue, él y luego en el mestizaje, un español". También se advierte sobre la magnitud de la agresión: " La propia España sufre en sí el peligro del disgregamiento, ficticio e intencionado. El desgarro de sus Indias le ha alcanzado. Su constitución democrática prevé la existencia de ‘nacionalidades’ y, desde ella, vascos y catalanes antipatrióticos amenazan la unidad".

Conclusión: " La Patria, concebida como hija de una idea revolucionaria, no es viable. Ha sido diluida en el internacionalismo negador contemporáneo. En este entendido es de evidencia que no hay lugar a ‘patrias grandes’ ni a ‘patrias chicas’ y que hasta resulta impropio el nombre, afectivo pero supletorio, de ‘Madre Patria’. Nuestra Patria es la originaria, hispánica y católica, sin rupturas. Continúa; se expresa, aún sin poder que la sustente, en el concepto de Hispanidad, comunidad espiritual, religiosa, de idioma, histórica, de destino". Y se denuncia que el poder mundial "exhibe hoy una tácita confesión: construyó patrias revolucionarias y transitorias, previendo su disolución enuna República Universal".

Otra colaboración coincide y ahonda esta tesis: "Creemos que el tiempo transcurrido no legitima los separatismos triunfantes: los derechos de la Patria no prescriben". "¡Las Patrias no nacen por designios de los hombres sino de Dios, que ésto es ‘una misión en la historia’ : un mandato Divino ! Sabemos que los himnos y las banderas van a desaparecer: el enemigo ya no los necesita. Los ha usado por casi doscientos años y ha logrado con ello su objetivo estratégico: ha borrado a España de las raíces de los americanos, ha escondido la Patria". "Ya se vienen las banderas del gobierno mundial. En lugar de gastar esfuerzos en evitar que caigan las banderas falsas, unámonos para levantar, antes que el enemigo ice las suyas, las banderas de la verdadera Patria, aquella que funda la acción conjunta y milagrosa de Santiago y Recaredo, la Patria del Cid, la Patria de Isabel y de Fernando" (Nº 9, octubre 1999 y Nº 11, agosto 2000).

8) En "El concepto tradicional del Estado en España", se estudian los términos "tradición" y "tradicional", definiendo que, "cuando se aplican a una institución determinada, significan fundamentalmente que esa institución reconoce como base de su autoridad un principio religioso que la liga – tanto en su origen como en su finalidad y responsabilidad – a la autoridad divina" y "cuando se habla de Estado Tradicional o, en el mismo sentido, de Monarquía Tradicional, se hace expresa referencia a una forma política que supone la aceptación explícita del Magisterio de la Iglesia".

Se agrega: "El Estado Tradicional no nació del día a la noche para constituir el orden jurídico que debía regir la convivencia de un pueblo. Nació y se formó sobre la base de muchas asociaciones que preexistían, a las que venía a confirmar en sus fueros sin abrigar la pretensión de desconocer su existencia" (Nº 9, octubre 1999).

9) Trascendente y necesario es el artículo "Las doctrinas del Concilio Vaticano II y el tradicionalismo carlista". Explicita: " ‘Dios, Patria, Fueros, Rey’ es su divisa, donde el Dios es el Dios Uno y Trino de los católicos; la Patria, la Hispanidad toda que nos abarca también a nosotros, los hispanoamericanos; los Fueros, nuestros sagrados derechos civiles, que no son precisamente los Derechos del hombre de la revolución dicha francesa y, lamentablemente, del actual pensamiento oficial y visible de las autoridades vaticanas; y el Rey, aquél que deba ser, aunque hoy no lo sea, vacante como está el trono por problemas dinásticos que no afectan de manera alguna al fondo de la cuestión doctrinaria".

Sostiene que "el grave problema que, a mi juicio, afecta a los carlistas que aspiran a seguir siéndolo sin renunciar a su adhesión a las doctrinas del Concilio Vaticano II – profesadas por las actuales autoridades vaticanas y la mayoría de las jerarquías eclesiásticas del mundo – es que se hallan como cazados en la trampa mortal de una inconsecuencia principista". Y formula crucial pregunta: "¿Cómo compatibilizar el concepto jerárquico de la monarquía, de los fueros, de la patria y de nuestra dependencia del Dios verdadero, Uno y Trino, o sea las doctrinas salvíficas de la religión católica con aquéllos principios revolucionarios y masónicos de ‘Libertad’, ‘Igualdad’ y ‘Fraternidad’ ?" (Nº 11, agosto 2000).

10) Corresponde finalizar esta reseña con pensamientos de nuestro Capellán, el R.P. Edgardo Albamonte: "el Tradicionalismo, que incluye al Carlismo, aun más que un ideal y una mística, es un sistema doctrinal perfectamente trabado en conclusiones lógicas, que son la antítesis del sistema liberal constitucionalista que sufrimos en el Occidente ex-cristiano".

Alienta nuestra empresa: "¡Pero el Carlismo, la Tradición, sigue viviendo hoy, sobre el siglo XXI, allá en la Madre España y aquí, del otro lado del océano! ¡No puede morir! Porque es la manifestación, viva y gloriosa, de los valores del Catolicismo, de la Cristiandad; es el alma de España y de la Hispanidad por ella fundada".

Y concluye así: "Nuestra Institución busca por tanto, desde esta América Hispánica, una resistencia y un desarrollo doctrinal tradicional que otros habrán de continuar hasta que la Divina Providencia disponga" (Nº 5, junio 1998; Nº9, Octubre 1999; Nº 11, agosto 2000).

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Tal la recapitulación de trabajos doctrinarios publicados por nuestra Hermandad que procuran confirmar y profundizar conceptos propios del tradicionalismo carlista. Aunque "nada hay que inventar", como pontificaba San Pio X, pueden servir estos ensayos en el combate trascendente para lograr que sea el Mal y no Dios el excluido de las naciones que ya habían sido cristianizadas. Para poner fin a la "sociedad en estado deliberativo", como la denominó el Dr. Ricardo Fraga en nuestras páginas, y restaurar el orden resultante de la monarquía milenaria, quiera Dios liberar su Iglesia y las Patrias de las ideas y del "sistema" revolucionarios. Será tiempo entonces de cuestionar la legitimidad y veracidad de nuestras declaraciones de independencia de España, así como de la constitución de nuestras repúblicas democráticas. El sagrado lema carlista aflorará naturalmente con plena vigencia, de hecho y de derecho.

Nota de la Redacción:

El autor de este artículo por razones de pudor intelectual ha obviado mencionar la autoría de sus propias y tan apreciadas colaboraciones, razón por la cual queremos destacar sus títulos como testimonio de nuestro agradecimiento:

- Carlistas en la Banda Oriental del Virreinato del Río de la Plata.

Año I, Número 2, julio de 1997.

- La "Democracia Universal" no prevalecerá.

Año II, Número 4, 10 de marzo de 1998.

- "... Y el Rey".

Año II, Número 6, octubre de 1998.

- Manuel Fal Conde: el pensamiento carlista.

Año III, Número 7, 10 de marzo de 1999.

- "...Patria..."

Año III, Número 9, octubre de 1999.

 

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