Este 10 de Marzo de 1997

Por José María de Domingo-Arnau y Rovira

Vicepresidente de la Hermandad Monárquica del

Maestrazgo. Madrid. España

La feliz circunstancia de la fundación de la Hermandad Tradicionalista Carlos VII y la Sociedad de Estudios Tradicionalistas Don Juan Vázquez de Mella, promovidas por un importante y destacado grupo de argentinos amantes de la Tradición por sus ideas y principios vinculados al derecho público cristiano, ha sido acogida con emoción y cariño en España al ver que tales fundamentos inspiradores de tan meritorias entidades vienen a subrayar una identidad entre Argentina y España por la comunión de ideales en la Tradición, concebida como el progreso social hereditario.

Aquel ilustre soberano español que fué Carlos VII, que tuvo la iniciativa de ser el primer Borbón que, en el siglo pasado, visitó los pueblos hermanos de América, y cuya presencia en la Argentina todavía se recuerda con simpatía y emoción en tantos lugares de la nación hermana, tuvo la feliz idea de proclamar que todos los 10 de marzo, se celebrase la fiesta en honor de los Mártires de la Tradición, es decir, en memoria de todos aquellos que murieron sin ceder, en ocasión de conmemorarse la muerte de Carlos V el 1855. Desde entonces todos los años los seguidores del Tradicionalismo celebran la festividad con una Santa Misa, en recuerdo de los que dieron su vida por la Tradición, y la realización de un almuerzo que les congrega para afirmar sus propósitos de proseguir la defensa y persistir en el logro de los principios religiosos, patrióticos, sociales y jurídicos que configuren una Sociedad y una Nación sobre los cimientos de la Moral y el Derecho.

Es un error la creencia de que al conmemorar la Tradición, se hace algo parecido a una visita a la galería familiar de antiguos retratos, en actitud de reverencia al pasado, pero considerándolo caduco en el fondo, Tradición no es historia muerta, sino corriente viva que discurre por la entraña de la sociedad.

Es preciso fijar, de una manera clara, que la Tradición no es un momento de la historia, no es un punto, sino una línea. No es una cosa estática, sino una cosa fija, que marcha por un cauce; y nosotros los tradicionalistas, no tratamos de estacionar los tiempos. No tratamos tampoco de hacer que las aguas vuelvan hacia atras. Queremos seguir hacia adelante, pero por el mismo cauce que antes seguimos, para que la corriente no se desborde y no inunde los campos, arrastrando aquello que los siglos trazaron.

En 1903, afirmaba Vázquez de Mella en Barcelona, que la Tradición es el progreso hereditario; el progreso, si no es hereditario, no es progreso social. Y es que la Tradición, si incluye el derecho de los antepasados a la inmortalidad y al respeto de sus obras, implica también el derecho de las generaciones y de los siglos posteriores a que no se le destruya la herencia de las precedentes por una generación intermedia amotinada.

En nuestro sistema no hay propósito de reproducción ni de copia. No tratamos de restaurar el siglo XVI o el siglo XVIII. Si echamos la vista atrás es sólo para tomar ejemplo y aliento para las futuras empresas, y porque los principios fundamentales sobre el individuo y la sociedad son eternos e inmutables. Una institución tradicionalista, es una condensación, es una capitalización de energías morales, que se vincula a una nación o una raza, para que no se pierda ni desaparezca.

Los pueblos decaen y mueren cuando su unidad interna, moral, se rompe - sostenía en otra ocasión Vázquez de Mella - y aparece una generación enteca, descreida, que se considera anillo roto en la cadena de los siglos, ignorando que sin la comunidad de tradición no hay Patria; la Patria no la forma el suelo que pisamos, ni la atmósfera que respiramos, ni el sol que nos alumbra, sino aquel patrimonio espiritual que han trasmitido para nosotros las generaciones anteriores durante siglos, y que tenemos el derecho de perfeccionar, de dilatar, de engrandecer; pero no de malbaratar, no de destruir, no de hacer que llegue mermado o que no llegue a las generaciones venideras.

Concebimos el Tradicionalismo como eflorescencia, como brote o complemento de la civilización cristiana, de esa civilización que nació al calor de la Iglesia y, por consiguiente, nosotros hemos de tomar de los tiempos pasados, aquellas instituciones que estén inspiradas en el espíritu cristiano.

En resumen, llamamos Tradición en sentido estricto - siguiendo al profesor Puy - a la ideología jurídico-política que mantuvo la postura de realizar el programa Divino, de construir la ciudad de Dios, de combatir la revolución en todos los terrenos en que ésta quiso edificar la ciudad de los hombres. La labor intelectual de la Tradición consiste en poner de relieve con su investigación todo lo que, por ser permanente, nos ofrece el pasado como algo vivo y actuante en cada presente histórico y con virtualidad para todo futuro, inmediato o remoto.

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