CARLISTAS EN LA BANDA ORIENTAL DEL VIRREINATO DEL RIO DE LA PLATA

Por Alvaro Pacheco Seré. Montevideo, República Oriental del Uruguay.

Las consecuencias nefastas de las revoluciones francesa y norteamericana en Hispanoamérica se manifestaron, en lo religioso y en lo político, en la difusión de las ideas liberales y en las división del Reino y sus Virreinatos.

Las denominadas guerras carlistas, surgidas en la lucha dinástica entre Don Carlos e Isabel II, pronto trascendieron ese origen para convertirse en una legítima defensa de la Fé católica y de la Tradición. El carlismo combatió, en España, a los enemigos de la Religión y de la Patria. Y esa decisión y ese heroísmo repercutieron en esta América que, pese a su reciente e inestable independencia política, continuaba naturalmente unida a la Madre Patria por los indisolubles vínculos de su identidad originaria.

Con menor intensidad que en la capital del Virreinato del Río de la Plata, en Montevideo también incidieron esas guerras internas, que habían permitido aflorar sagrados principios y sentimientos muy arraigados en el alma española. La Banda Oriental del Plata había sido ya constituida en la República Oriental del Uruguay en base a las extrañas ideas liberales y al influjo predominante de la masonería. Se había contrariado la identidad nacional asentada en los principios católicos e hispánicos de su fundación

En las décadas de 1830 y 1840, la llamada "guerra grande "dividió políticamente ambas márgenes del Plata. Federales y unitarios en Buenos Aires, blancos y colorados en Montevideo. A grandes rasgos, los primeros sostenían un nacionalismo tradicional; los segundos recibían influencias europeas protestantes y revolucionarias.

Sin embargo, pese a lo que se tiende a generalizar, no estaban tan definidas las posiciones y creencias inspiradoras en los dos sectores. Así, el catolicismo y el tradicionalismo hispánico del Gral. Oribe y de otros personajes del partido blanco no fueron obstáculos, como podría suponerse, a su condición de altos grados masónicos en logias montevideanas.

En esta incierta situación política rioplatense fue que ocurrió la presencia de muchos combatientes de las guerras carlistas. En la Montevideo sitiada por federales y blancos de los años cuarenta del siglo pasado, el Teniente Coronel Ramón de Artagaveytia, natural de la villa de Santurce, en Vizcaya, organizó a Oribe, en el Cerrito, el Batallón de Voluntarios. Dice el genealogista uruguaya Ricardo Goldaracena: "Los vascos de Artagaveytia vienen entrenados en la guerra. Cuatrocientos integran el Batallón: son lo mejor de la juventud carlista que la península expulsó allende los mares - o que se fueron voluntariamente, desilusionados, sábelo Dios - después que el Convenio de Vergara puso fin a la insurrección de Don Carlos María Isidro de Borbón, el despechado hermano de Fernando VII. Basterrica, Arostegui, Amilivia, Echeverría, Goldaracena, Aramburú y tantos otros sonoros apellidos montevideanos aparecen en aquel Batallón, alimentando - ¿ el delirio ?- de otra causa ultralegitimista. Tuvo que disolver al fin Ramón de Artagaveytia su Batallón de Voluntarios. Lo hizo tres días antes de la paz del 8 de octubre de 1851" (El libro de los linajes", Montevideo,1978,t.2,p.133).

Esos vascos, imbuidos de los principios del carlismo peninsular, extendieron naturalmente en estas tierras que eran la continuación de la suya, una lucha que era permanente para ellos. Su espíritu y su doctrina, la defensa de "sus fueros", son definidos hoy por el reconocido escritor navarro Javier Nagore Yarnoz: "los fueros no son del Estado, sino anteriores a éste; y son originarios, es decir preconstitucionales e integrantes de la unidad nacional; la única unidad con íntegra soberanía política, la de España, Patria común"( "Fueros y estatutos"en "Razón Española", Nº.76, marzo-abril 1996,p.200). Se puede concluir que ellos eran portadores de estos valores superiores y de derecho natural cristiano -Dios, Patria, Rey, fueros- por los que seguían peleando y sacrificándose en Hispanoamérica.

Un historiador muy liberal del Uruguay, J.M. Fernández Saldaña, lo ha reconocido así: "Los emigrados y fugitivos carlistas -blancos de España- que venían enardecidos de la pelea contra los liberales, pasaban a engrosar el batallón del paisano vasco blanco de Montevideo, para de este modo seguir peleando contra los liberales que aquí se llamaban colorados pero eran, lo mismo que allá, enemigos de Dios y la religión" ("Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940", artículo "Ramón de Artagaveytia", Montevideo,1945,p.98-99).

Está documentado que Artagaveytia, en 1835, había solicitado la baja del Ejército al señalársele su condición de "extranjero", la que fue denegada por Oribe. Prueba histórica elocuente esta de cómo los carlistas conciben la Patria, que es la misma -inmutable por esencia- en España como en Hispanoamérica, ayer como hoy.

La explica, en estos tiempos de mundialismo y descristianización, de confusión y subversión, el carlista español José María de Domingo-Arnau y Rovira: Sin la comunidad de tradición no hay Patria; la Patria no la forma el suelo que pisamos, ni la atmósfera que respiramos, ni el sol que nos alumbra, sino aquel patrimonio espiritual que han trasmitido para nosotros las generaciones anteriores durante siglos" ("Publicaciones de la Sociedad de Estudios Tradicionalistas Don Juan Vázquez de Mella", Rep.Argentina, Año 1, No.1, marzo 1997).

Esto pensaban y sentían aquellos católicos carlistas en una Banda Oriental en la cual vivían y a la que servían como a su Patria. Era común el patrimonio espiritual recibido y a conservar. Y, por sobre todo, se reconocía socialmente a Cristo Nuestro Señor como Rey de las Naciones. Aún no había sido destronado.

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