UNA VOZ DE SENSATEZ Y DE JUSTICIA

Rafael Gambra.

Madrid. Reino de España.

Leo en el ABC del 18 de marzo próximo pasado que, ante la decisión del Vaticano de lamentar su postura ante el genocidio nazi, el arzobispo de Granada Mons. Cañizares "considera que también se debería pedir perdón a la Iglesia por lo sucedido en la Guerra de España", la más cruel persecución religiosa jamás habida en Europa.

Estas sencillas palabras han sonado en mis oídos como la voz de un cuerdo en medio de una turba de locos excitados, del loquero en un manicomio. Mientras tanto, la Iglesia oficial continúa su impía labor de pedir perdón a diestra y siniestra, a todos y por todo su pasado (no por su presente que tanta exculpación requeriría). Se ha pedido perdón a los turcos devolviéndoles la bandera que se les ganó en Lepanto, a los cismáticos orientales "por nuestra incomprensión", a herejes y hechiceros por la Inquisición, a los indios americanos y filipinos por haber sido civilizados y cristianizados, a Galileo por nuestros errores, incluso a la "juventud" por "falta de atención a la música rock"; para el año que viene se tratará, con ocasión de un aniversario de la Guerra de España, de que las víctimas pidan perdón a sus verdugos.

Ahora se insiste en la petición de perdón a los judíos "por la pasividad de los católicos ante lo que hoy se llama "el holocausto nazi". ¡Qué tremenda humillación para la Iglesia ! Los judíos no han pedido jamás perdón a nadie ni aun por el supremo crimen imaginable de dar suplicio y muerte al Mesías que les estaba prometido, Jesucristo N.S. Dios y hombre verdadero. Ni menos por los incontables sacrilegios de judaizantes o falsos conversos en el siglo XVI, ni por su constante ejercicio del préstamo usurario entre los cristianos...

Más aún, ante esa extraña demanda de perdón por parte del Vaticano se permite a los judíos una desdeñosa recepción dejando de lado, como imperdonable, a la figura de S.S. Pio XII, siendo bien sabido que ese santo Pontífice amparó en Roma a cuantos judíos le fue posible, actitud por la que el entonces Gran Rabino de Roma se convirtió al catolicismo.

¿De dónde procede este demencial rosario de peticiones de perdón por el Vaticano que extiende por el mundo la sensación de que la Iglesia ha sido en su historia una equivocación cruel, que más le valiera no haber existido? Sólo cabe explicarlo por un "misterio de iniquidad" por cuya virtud buena parte de la alta jerarquía eclesiástica se ha visto penetrada por sus peores enemigos: el modernismo, que fue herejía en el siglo pasado, y el progresismo y ecumenismo sincretista (o sin conversión) que son ya apostasía en este siglo que va a concluir. Los tres perfectamente coherentes entre sí dentro de la lógica de sus principios.

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