DON ALFONSO DE BORBON - AUSTRIA ESTE Y LOS ZUAVOS PONTIFICIOS

(1868-1870)

 

Por Luis María De Ruschi

Buenos Aires. Argentina.

"Tú, hermano mío, que tienes la dicha envidiable de servir bajo las banderas del inmortal Pontífice, pide a ese nuestro Rey espiritual para España y para mí su bendición apostólica".

Su Majestad Carlos VII se despedía con estas palabras de su hermano Don Alfonso Carlos en aquella carta de junio de 1868, a la que el Conde de Rodezno llama con razón "primer manifiesto doctrinal a los españoles"1 .

Pocos recuerdan y muchos ignoran el paso de quien fuera el último rey de la dinastía proscripta por el cuerpo armado pontificio, conformado por voluntarios de todas partes del mundo. Estas líneas tratarán de brindar a nuestros lectores una breve descripción de aquella actuación, que enaltece la figura de Don Alfonso Carlos y honra a la causa de la Tradición.

Para situarse adecuadamente en este episodio de la historiografía carlista, a saber, la participación del entonces Infante Don Alfonso en el cuerpo de zuavos pontificios, resulta conveniente hacer un breve pantallazo sobre el contexto en el cual se crea el célebre cuerpo armado.

I. El proceso de unidad italiana y la cuestión de los Estados Pontificios

El año de 1848 (nacía para esa época en el exilio Carlos VII) comenzó con graves disturbios en toda Europa. En la península Itálica la revolución comenzó en Nápoles, continuando en el Piamonte, la Toscana, Módena y en los mismos dominios del Pontífice. Los principales enemigos de esta vasta conjuración ideada por las logias eran el Papado, la archicasa de Habsburgo y los Borbones de Parma y de Nápoles. La casa de Saboya, en la persona de Carlos Alberto, encabezó una llamada "cruzada antiaustríaca" buscando lograr la unidad de toda la península (por cierto bajo su égida). En la ciudad del Papa los disturbios alcanzaron su máxima expresión con el asesinato del Conde Pellegrino Rossi, comisionado por Pío IX para reimplantar la tranquilidad en sus dominios. A la mañana siguiente de este hecho, la turba invadió el Quirinal exigiendo la declaración de guerra a la Casa de Austria y la proclamación de una constitución 2, produciéndose además saqueos en varias casas de congregaciones religiosas y vejaciones contra algunos miembros del Sacro Colegio. Ante este hecho, el Papa huye a Gaeta, dominio de Ferdinando II de Dos Sicilias, para salvaguardar su persona. Concomitantemente se declara una "república" romana, regida por un triunvirato encabezado por José Mazzini.

Recién en abril de 1849, después de una acción combinada de tropas francesas, españolas, austríacas y napolitanas, Pío IX puede volver a su capital. El General Oudinot, libertador de Roma, queda al mando de una guarnición francesa que garantizará el orden en la ciudad de los Papas.

Tras la restauración del poder pontificio se vivió un período de relativa calma, o mejor dicho, de aquella calma que precede a la tormenta. La secta no dejó de conspirar y de accionar . La actuación de las sociedades secretas (principalmente de la francmasonería) se pudo palpar en toda su magnitud cuando la policía pontificia desbarató en 1853 una conjuración cuyo principal objetivo era el asesinato de Pío IX: tan lejos se había llegado que incluso formaba parte de esa conjura un sacerdote. En 1855 un fallido intento de asesinato contra el Cardenal Antonelli, Secretario de Estado y mano derecha del Pontífice, perturba nuevamente la tranquilidad.

Por medio de una importante campaña de prensa comenzó a difundirse por todo el continente la tesis por la cual se proponía como solución a la cuestión de Roma, la renuncia por parte del Papado a su autoridad temporal y una dedicación plena a la esfera espiritual. Así vieron la luz diversos opúsculos que propugnaban dicha tesis, entre los que se destacaron los realizados por d’Azzeglio, el sacerdote Gioberti y el marqués Gualterio. Ciertamente Pío IX rechazó de plano tal pretensión: él no era más que el administrador de un legado transmitido de Pontífice a Pontífice, siendo cualquier renuncia, por lo tanto, una traición a su cargo .

En 1858 las fuerzas de la revolución trataron por medio de un nuevo affaire cargar las tintas contra el gobierno temporal del Papa: el caso Mortara. Este era un niño hebreo de Bolonia que en peligro de muerte había sido bautizado por su nodriza cristiana en 1851. Siete años después, ante la enfermedad de otro niño de la familia Mortara, la joven (cuyo nombre era Anna Morisi), reveló lo que había hecho. Conforme al derecho canónico y al derecho secular vigente en los Estados Pontificios, el pequeño debía ser quitado a sus padres para salvaguardar su fe, cosa que se hizo. Un aluvión de ataques contra la Santa Sede partió de diversas partes del mundo, provenientes ciertamente de los más acérrimos enemigos del altar 3.

Si bien estos arteros intentos no lograron debilitar el poder papal, la casa de Saboya (manipulada por la francmasonería), en la persona de su emisario Camilo Cavour, comenzó a planificar la toma de los diversos territorios pontificios. Luego de los acuerdos de Plombières, que sellaban la alianza franco-piamontesa, comenzó a ejecutarse el desmembramiento de los territorios de San Pedro, asegurado por la política ambigua del antiguo carbonario Napoleón III. Así, hacia mayo de 1859, se perdían las cuatro Legaciones, tras la retirada de las tropas austríacas. Al mismo tiempo Garibaldi comenzó a preparar la invasión al reino de las Dos Sicilias, que se concretó en la famosa expedición de los Mil de 1860.

El Cardenal Secretario de Estado Antonelli, anticipándose a los acontecimientos, supo que las tropas francesas no defenderían el territorio del Papa. Propuso entonces a Monseñor Xavier de Mérode, a la sazón Camarero Participante del Pontífice, el mando de las escasas tropas pontificias en orden a una reestructuración y mejoramiento en la capacidad bélica. Monseñor de Mérode - descendiente de una ilustrísima casa principesca belga - tenía una vasta experiencia militar, ya que había combatido bajo la bandera francesa en la campaña de Argelia. Convocó éste a su antiguo camarada de África, el General de Lamorcière, y le pidió que asumiera el mando de las tropas papales. Se realizó una importante convocatoria a la que respondieron con generosidad católicos de diversas nacionalidades.

II. La Creación del Cuerpo de Zuavos Pontificios

El general de Lamorcière, tras la apelación de Pío IX, logró reclutar aproximadamente unos 16.000 hombres venidos de Francia, Flandes, Canadá, Irlanda, Inglaterra y Suiza, a los que cabría agregar las tropas austríacas enviadas secretamente por la Corte de Viena (incluyendo por cierto a los soldados regulares ciudadanos de los Estados Pontificios)4. Los primeros en responder al llamado de Roma fueron el coronel suizo Allet y los franceses marqués de Pimondan, conde de Becdelièvre y barón de Charette, sobrino éste del famoso general vandeano 5 : los tres primeros conformaron el Estado Mayor del general de Lamorcière. Inicialmente se crearon batallones divididos por nacionalidades, siendo el franco-belga el núcleo del cual surgieron luego los zuavos pontificios.

La marcha de Garibaldi - que ya había tomado Palermo - hacia Nápoles fue el pretexto aducido por la casa de Saboya para pedir al Emperador Napoleón venia de paso de sus tropas por los territorios pontificios con el objetivo de detener al condottiere. El ejército piamontés invadió las Marcas y Umbría, tomando entonces Monseñor de Mérode la decisión de hacer frente a los "saboyanos". En la aldea de Castelfidardo un 18 de septiembre de 1860 el cuerpo de voluntarios tuvo su bautismo de fuego. Si bien la batalla fue perdida por los pontificios el honor quedó salvado y Lamorcière logró escapar del cerco tendido por los enemigos con 4000 hombres.

Fue en la batalla de Castelfidardo, donde el batallón franco-belga ganó fama por su valentía y coraje. Cuentan que Pío IX hablando con Monseñor Xavier de Mérode dijo querer tener un cuerpo armado "que recuerde a vuestros zuavos de África, tan admirados en la campaña de Italia", a lo que el pro ministro de armas respondió "Y bien Santo Padre, llamémosle «zuavos pontificios»". Satisfecho, Pío IX contestó: "He entendido: ese será su nombre" 6.

En el período 1861 - 1867 el cuerpo de zuavos adquiere su perfil definitivo, forjado, sin duda, por el riguroso entrenamiento al que fue sometido. Con la partida de Monseñor de Mérode en octubre de 1865 - aparentemente por disidencias con el Cardenal Antonelli - el General Hermann Kanzler asume el ministerio de armas de los Estados Pontificios.

En diciembre de 1866 el Emperador Napoleón ordena el retiro de las tropas francesas de Roma, enviando como único apoyo a la "Legión de Antibes", al mando del General de Aurelles de Paladines. Pío IX supo entonces que sólo restaba prepararse y esperar el ataque final contra la Ciudad Santa. En la audiencia que diera a los oficiales franceses que partían dijo: "No hay que hacerse ilusiones: la Revolución pronto llegará aquí: así lo proclamó, así lo proclama ahora" 7.

La invasión prevista por Pío IX se iba gestando con Garibaldi a la cabeza, sostenido por Urbano Rattazzi, primer ministro del Reino de Italia. Como bien señala el R. P. Juan José Franco SJ, la unidad italiana con Roma como capital fue un mero pretexto y argumento para la plebe ingenua, los jefes de la guerra "ni lo dijeron ni lo pensaron. Contentos con recibir de los ministros del rey las armas, las provisiones, las pagas y la promesa de auxilio en todo evento, pedían a otros monarcas ocultos otras órdenes que estaban dispuestos a cumplir. Y las órdenes decían: Levantad en rebelión el Patrimonio de San Pedro..." 8.

III. La incorporación del Infante Don Alfonso

Las escaramuzas habían comenzado en octubre. La actitud equívoca del Gobierno de Florencia en relación a Garibaldi, sumado a la invasión de algunas zonas aledañas a Roma por tropas del condottiere, llevaron al Emperador Napoleón a enviar un nuevo contingente armado para colaborar con el ejército pontificio. En noviembre de 1867 un cuerpo francés al mando del General de Failly arribó a Roma.

La campaña de 1867 fue gloriosa: luego de una serie de batallas menores en las que el cuerpo de zuavos se batió exitosamente (Acquapendente, Vallecrosa y Nerola entre otras) y habiendo cedido sólo una vez en Monte Rotondo, las armas pontificias alcanzaron un resonante triunfo en Mentana, donde 3000 cruzados derrotaron a más de 10.000 camisas rojas, logrando la huída de Garibaldi.

En ese momento, luego de realizar un viaje por los Lugares Santos junto a su tío Francisco V Duque de Módena, en junio de 1868 el Infante Don Alfonso pidió en una entrevista con el Pontífice ser incorporado al regimiento de zuavos. Pío IX estaba al tanto de la resolución del príncipe, ya que su madre Doña María Beatriz, conociendo el deseo de su hijo, escribió al Papa: "Envío a Vuestra Santidad lo que más amo en el mundo". Por lo tanto no tuvo necesidad de exponer a Pío IX su anhelo. Sólo hubo de manifestar la intención de servir como simple soldado raso y no como oficial, tal como era el deseo del Pontífice 9. Seguidamente fue presentado al General Kanzler y al Coronel Allet, jefe del regimiento, para pasar luego al cuartel. Allí comenzó a recibir la dura instrucción militar de los zuavos, que al decir de Carulla ayudó a templar su carácter y a solidificar su religiosidad.

IV. La toma de Roma y la batalla de Porta Pía.

El gran temor de Don Alfonso era no llegar a batirse por el Pontífice Rey: así lo manifestó a Carulla en una entrevista que tuvieran en Montefiascone 10. Esa oportunidad llegaría pronto.

La inminencia de la guerra con Prusia hizo que el Emperador ordenara la evacuación de las legiones francesas en Roma, hecho que se consumó en agosto de 1870.

El 20 de agosto tres cuerpos de ocupación de unos treinta y cinco mil hombres tomaron ubicación en torno al territorio pontificio: uno en Chiavone, otro en las Marcas y el tercero en la frontera con Nápoles. Los generales Pianelli, Cadorna y Petinengo comandaban los grupos, teniendo como director general al príncipe Humberto de Saboya.

El día 10 de septiembre Víctor Emanuel de Saboya enviaba al Papa, por medio de su legado el conde de San Martino, una carta - obra maestra de la hipocresía - en la que después de asegurar la independencia del Papado en todo lo relativo a su misión espiritual pedía lisa y llanamente la autorización de Pío IX para legitimar el despojo de sus territorios. El glorioso Pontífice, después de ratificar el non possumus, haciendo gala de su proverbial clarividencia dijo: "¿ Y quién me garantizará esas garantías ? Vuestro rey no puede prometer nada. Vuestro rey no es más rey: él depende de su parlamento y éste depende de las sociedades secretas" 11.

El territorio de San Pedro fue invadido por tres flancos a la vez por los generales Cadorna (sacerdote exclaustrado), Bixio (compañero de Garibaldi en la expedición de los Mil) y Angioletti. El 19, mismo día en que el ejército prusiano sitiaba París (quien quiere entender que entienda), las tropas piamontesas asaltaron la capital del mundo cristiano.

Las fuerzas pontificias conformadas por gendarmes, artilleros, suizos y zuavos, sumaban unos doce mil efectivos. Pío IX envió una carta al ministro Kanzler en la que , después de agradecer la lealtad demostrada a lo largo de esos años por sus tropas, mandó que la resistencia se limitara a una protesta contra la violencia sacrílega, y que una vez abierta una brecha comenzaran las negociaciones para la rendición de la ciudad. Esta carta no fue conocida inmediatamente por la oficialidad 12. Entregada la misiva, el anciano Pontífice abandona los palacios apostólicos y se retira a rezar a la Scala Santa.

A las cinco de la mañana del día 20, un disparo de cañón anunció el ataque. Cadorna resolvió bombardear con artillería la ciudad desde cinco puntos a la vez: en los Tres Arcos, en la Puerta de San Juan, en la de San Sebastián, en el Trastevere y en la Porta Pía. Este punto fue el indicado para la apertura de la brecha: cincuenta y dos cañones y dos divisiones enteras se enfrentaron contra dos compañías de zuavos, acompañados solamente por algunos gendarmes y artilleros munidos de ocho cañones. La sexta compañía del segundo batallón de zuavos, donde el Infante Don Alfonso servía, estaba allí.

Los pontificios se defendieron con una gallardía inaudita, resistiendo casi exclusivamente con sus fusiles los embates de los piamonteses. Pruebas acabadas de heroísmo y devoción a la santa causa dieron los zuavos. Así, por ejemplo, los tenientes Niel y Brondeis, muertos al grito de ¡Viva Pío IX!; o el zuavo Burel, quien hizo su testamento herido de muerte en pleno combate: "Lego al Papa todo lo que poseo" 13.

Juzgando Cadorna viable la apertura de una brecha, hizo cesar el bombardeo y ordenó el avance de las tropas de asalto a las 10 horas. Un oficial del estado mayor del general Kanzler avisó la nueva a Pio IX, quien en ese momento estaba reunido con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Los embajadores se retiraron y el Papa comenzó a deliberar con el Cardenal Antonelli. Se decidió la capitulación, y se liberó a los soldados del juramento de fidelidad, a fin de facilitar el retorno a sus países de origen.

De conformidad a las órdenes del Papa se enarboló la bandera blanca sobre la Puerta Pía. Los zuavos siguieron disparando contra las columnas de asalto al grito de ¡Viva el Papa Rey! y entonando el himno pontificio compuesto por Gounod, preparándose para la lucha cuerpo a cuerpo.

Llegó la orden de Kanzler a los combatientes: muchos zuavos quedaron consternados, estupefactos, puesto que estaban listos para morir por la religión (Carulla dice que el alférez Borbón y Austria Este, fue quien más tardó en ceder al mandato de Pío IX 14). El teniente de zuavos Maudit enarboló la bandera blanca y la hizo ondear sobre la brecha abierta en la centenaria muralla. El sacrilegio estaba consumado.

Los piamonteses cubrieron de injurias a los bravos pontificios, agraviando inclusive sus personas: uno de ellos dispara fallidamente contra el teniente de Kerchove, otro arrancó al capitán de Couessin sus condecoraciones amenazándole con un revolver en el pecho. Al mismo tiempo el ministro de armas acompañado por el cuerpo diplomático se dirigió hacia el campamento enemigo para discutir la capitulación.

Relata el conde de Rodezno, que las dos compañías de zuavos de la Puerta Pía, no entraron en la capitulación general, que garantizaba la vida, honras militares a la tropa y la conservación por los oficiales de su espada. Si bien esos zuavos tendrían que haber sido fusilados, el enemigo les perdonó la vida, "... no sin que las compañías fuesen paseadas por las calles de Roma, dejando al pueblo liberal que insultase a placer a los que en ellas formaban. A los oficiales les quitaron las espadas, los revólveres y hasta las cruces que llevaban; más cuando los italianos pretendieron desarmar a Don Alfonso, éste les rechazó con energía y salvó estas prendas. La espada de Don Alfonso era de Toledo y había pertenecido a su abuelo Carlos V"15.

La mañana del 21 se efectuó la retirada de las tropas de Roma. Los últimos cruzados hicieron su saludo de despedida a Pío IX, quien apareció por una ventana y bendijo lentamente a sus hijos por última vez 16.

 

 

V. Conclusión

La participación de Don Alfonso confirmó una vez más las virtudes de su raza. La gratitud y el afecto de Pío IX por ese hijo ilustrísimo se mantuvo viva por el resto de sus días. Un codicilo autógrafo adjunto a su testamento lo confirmó patentemente: "En el Vaticano, 2 de octubre de 1877... a S.A.R. don Alfonso de Borbón, antiguo zuavo, lego una representación en madreperla de la Resurrección".

Ya octogenario, en 1931, el "siempre zuavo" tomó la antorcha de la legitimidad. Murió en un absurdo accidente - por designios misteriosos de la Providencia - en septiembre de 1936, siendo el último monarca de la dinastía carlista.

 

  • 1 "Carlos VII, Duque de Madrid", Editorial Espasa - Calpe, Madrid (1948), pág. 71.

    2 Cfr. Jaques Chantrel: "Histoire des Papes", C. Dillet Editeur, París (1866), T. V, págs. 436 y ss.

    3 Para este particular puede verse el excelente artículo de Don Curzio Nitoglia "La vita di Pio Edgardo Mortara, ebreo convertito": Revista Sodalitium , edición italiana, Nº 44, pág. 16.

    4 Cfr. Daniel - Rops: "La Iglesia de las Revoluciones", Editorial Luis de Caralt, Barcelona (1962), pág. 433.

    5 "Questions Actuelles", T. CXIV, Nº 24 (1913), pág. 769.

    6 ) ibid., pág. 773.

    7 Dom Chamard: "Histoire Universelle de l’Eglise Catholique de Rohrbacher continuée sous la forme d’Annales Ecclésiastiques", Gaume et cie., Paris (1893), T. I (1869-1873), pág. 414.

    8 Juan José Franco SJ: "Los Cruzados de San Pedro. Historia y escenas históricas de la guerra de Roma del año 1867" , Imprenta de la Viuda de Aguado, Madrid (1870), T. I, pág. 65.

    9 Cfr. Dedicatoria de José María Carulla a S.A.R. el príncipe Don Alfonso de Borbón y Austria Este de la traducción al español de la obra del Padre Franco SJ., T.I, pág. 12.

    10 Cfr. Juan José Franco SJ: "Los Cruzados de San Pedro ...", Apéndice al Tomo IV, pág. 272.

    11 Dom Chamard: "Annales Ecclesiastiques", T. I, pág. 415.

    12 Ibid., pág. 418.

    13 Ibid., pág. 420.

    14 Op. cit., pág. 273.

    15 "Carlos VII, Duque de Madrid", pág. 60.

    16 ) "Questions Actuelles", T. CXIV (1913), Nº 21, pag. 683.

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