Historia carlista

Perfil Humano de Carlos VII

Por José María de Domingo-Arnau y Rovira.

Vicepresidente de la Hermandad Monárquica del

Maestrazgo. Madrid. España.

La figura de Carlos VII produjo extraordinaria admiración entre sus partidarios e incluso en sus opositores, lo cierto es que pocos Príncipes han expresado mejor el ideal de la realeza.

Carlos VII fue el abanderado de la Tradición y considerado el prototipo de la generosidad y de la gentileza, situado siempre a la cabeza de los caballeros sin tacha. En su estancia en Vevey consultaba a los suyos, convirtió su palacio de Loredán en santuario de la Patria, y rehusó los ofrecimientos de Prim y de Sagasta por no manchar con una arruga su bandera.

Era Carlos VII prototipo del español del siglo XVI y encarnación de su espíritu, con los defectos de una sociedad gloriosa, que también los tenían D. Fernando el Católico, Carlos V y D. Juan de Austria, pero ahogados en excelsas cualidades que le hacían modelo de gran señor, por los impulsos propios, siempre generosos, las ideas levantadas, como quien mira los hombres desde principios que los dominan, y por aquella bondad efusiva y sencillez ingenua que anulaba la majestad con la llaneza en el trato, y que atraía hacia sí el afecto de cuantos le hablaban con el imán de una soberana cortesía.

Don Carlos era un gran señor, aun prescindiendo de la realeza que llevaba como estampada en su persona; porque hay reyes que, naciendo bajo dosel y entre armiños y viviendo y muriendo sobre el Trono, no pierden la triste condición plebeya que la misma herencia contraria no puede vencer. Merecerían que la Corona bajase desde su frente a su cuello.

Carlos VII -decía Vázquez de Mella- "es el prototipo de esa raza de hombres que tienen un nivel moral mucho más alto que su siglo. La fe religiosa más ardiente, el amor a la Patria llevado hasta el delirio, la veneración más rendida a las grandes instituciones de los grandes siglos, la admiración inteligente y sincera de todos los esplendores de la ciencia, la industria y las artes de los tiempos modernos; el conocimiento de los pueblos del viejo y nuevo Continente, aprendido en la Historia y en el estudio incesante de viajes, sabiamente combinados para que muestren la realidad de la vida social por todos sus aspectos, los espectáculos más sorprendentes de la naturaleza y los ejemplos de heroísmo y grandeza moral más altos de este siglo; fragor de las batallas, la vida agitada del soldado y las más tiernas intimidades del hogar, odios inextinguibles y amores delirantes, ingratitudes sin nombre y lealtades sin medida, expatriaciones, destierros y aclamaciones frenéticas de millares de soldados; la vida humana por todos sus aspectos, con todas sus sombras y todas sus claridades, han pasado alrededor de esa figura, delineando los contornos del primer caballero, no sólo por la alcurnia de sus blasones y la progenie ilustre de su Casa, sino por aquellas excelsas cualidades que la mano de Dios y los hechos de la Historia han ido derramando sobre un hombre que puede decirse que, para forjar su carácter y darle temple de acero, para que no se quiebre al luchar cuerpo a cuerpo con la Revolución, se han dado cita todas las grandezas de la naturaleza y del alma, todas las tristezas del corazón y los odios sañudos de las pasiones adversas irritadas". (O.C. Tomo XVI, p.136).

Añadamos a este cuadro las pinceladas esparcidas en otros lugares, el ardiente patriotismo de Don Carlos, su caridad inagotable, los ejemplos de religiosidad delante de sus tropas, su lealtad inquebrantable a los principios católicos y tradicionalistas, su mismo estilo mayestático, y difícilmente encontraremos vasallo alguno, no aún de los favorecidos por las dádivas regias y de los acostumbrados a poner en su pluma las burbujas de la adulación, que haya descrito con tanta galanura al Monarca de la Tradición.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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