"...PATRIA..."

 

Por Álvaro Pacheco Seré

Montevideo. República Oriental del Uruguay

"Ama siempre a tus prójimos; y más que a tus prójimos, a tus padres; y más que a tus padres, a tu Patria; y más que a tu Patria, a Dios" (San Agustín)

PATRIA Y REVOLUCIÓN

La custodia y garantía del patrimonio espiritual común en peligro fue misión providencial y razón de ser del Carlismo. Los Principios adversos de la Reforma y de la Revolución atacaban la Cristiandad. En Francia, el grito rebelde se hizo himno: "Allons, enfants de la Patrie!". En su nombre se extermina en la Vendée. ¿Quiénes eran los patriotas? ¿Quiénes asumían la defensa de la Fe católica, de la tradición, de lo común?

La consagrada unión del Rey y el Reino es trocada por "l’amour sacré de la patrie", "erigiendo así —reflexiona hoy un pensador francés— un altar a la devoción de la Ciudad, más allá de toda moral, propiciando una agresividad tribal contra las naciones extranjeras"(1).

La orgullosa pretensión de universalidad de 1789 agrede otros Reinos, proclama "derechos del Hombre", destrona soberanos. Cuestiona la ley natural y la Ley divina. En España, producidos los primeros nefastos efectos, se siente la necesidad de invocar la Patria. Es la voz y el derecho del Carlismo. El "¡Santiago y cierra España!", que unía en el combate contra el infiel, se manifestaba trágicamente incapaz de ser interpretado por la comunidad nacional, penetrada por otro Enemigo que subvertía y dividía, que no era la Verdad.

Ante la Revolución, la Patria está ordenada después de Dios en el lema carlista que define a España, desde lo Alto y desde la historia. Es un recurso a las fuentes: "Los intereses de la gens y de la patria, del príncipe y del reino, se identifican y superponen en numerosas leyes de la época. La unidad esencial de los pueblos de Hispania, idealmente conseguida tras el Concilio III de Toledo, se expresaba en la sentencia ‘una fides, unum regnus’, principio axiomático de la doctrina política de la España del siglo VII"(2). España ya era nación. El magisterio de San Isidoro determinó que en los concilios toledanos se mencionara reiteradamente la patria o gothorum patria. En 1492 es una unión de Reinos, no de "nacionalidades", la que sella la Reconquista de los Reyes Católicos.

Se incendian iglesias, se asaltan las torres defensoras y "los muros de la Patria mía". Las logias masónicas internacionales abren brechas, mediante todas las armas, para entronizar el dogma republicano. Ni Dios, ni Patria, ni Fueros, ni Rey.

El mar océano no fue obstáculo para la rebelión. Llegaron con sus símbolos —estrellas, soles, triángulos, gorros frigios— para sustituir la Cruz y la Corona. Desconocieron las leyes indianas y usurparon históricos poderes. Declararon pretensiosas independencias que, en los hechos políticos, supusieron el desconocimiento de juntas, cabildos y caudillos que, como en la Península, habían surgido por la invasión napoleónica. Juraron luego constituciones, copiadas de las asambleas revolucionarias francesas, para forzar la ilegítima transformación del régimen indiano fundador en otro, contradictorio en sus fundamentos e introductor de sus poderes.

La masonería predominante, bajo la forma de sociedades secretas que sugestivamente denominó "patrióticas" y distinguió con nombres precolombinos, intentó crear patrias, aunque sus principios internacionalistas, liberales y laicos excluyesen, en definitiva, ese concepto, que estaba indisolublemente unido a la Cruz. La "democracia universal" imperante ha revelado, muy recientemente, que no resultaba viable sostener tradicionalismo alguno si se legitimaban la acción y el espíritu revolucionarios orientados al abandono del patrimonio común.

Las potencias angloamericanas son los agentes visibles que, antaño y hogaño, invaden, intervienen, socavan, dominan. Su legado son las guerras civiles, la sedición, los magnicidios, los inexplicables exilios. Las estructuras reales de su poder, desde la reforma protestante, nunca fueron públicas ni nacionales. Son las mismas que se fueron apropiando del Reino de Indias. Su patria es la libertad del Hombre. En los Estados Unidos de América, la judicatura ha eximido de pena la quema de la bandera, basada en que es el símbolo de esa Libertad, que los motiva a constituirse en una suerte de "Estados Unidos del mundo".

En Hispanoamérica, los veinte Estados emergentes exaltan esas patrias "construidas" en el siglo XIX y las identifican con repúblicas democráticas. Para ello hubieron de reconocer, contra la continuidad, esencia del concepto, dos patrias a sus pobladores. Nuestros antepasados criollos fueron así españoles hasta 1810; luego, tuvieron "otra" patria. Es la ilógica consecuencia de negar nuestra identidad originaria que, más que española, es la España misma. "Todas las nacionalidades hispanoamericanas —es afirmación rotunda de Gonzalo Fernández de la Mora— son invenciones decimonónicas" (3). Con anterioridad, recordaba el influyente intelectual: "España había hispanizado y, por lo tanto, unificado la mayor parte del variopinto Nuevo Mundo desde California al estrecho de Magallanes. Los protagonistas de su posterior segregación no fueron los amerindios, ni siquiera los mestizos, fueron españoles: Artigas, Bolívar, Hidalgo, Miranda, San Martín o Sucre no eran étnica ni jurídicamente menos españoles que los virreyes contra los que se alzaron". (4)

Si el considerado libertador era tradicionalista, al menos en lo religioso y lo cultural, hubo cierta continuidad; si era logista, "regular" o "irregular", sólo hubo revolución y anarquía. Esta fue la tendencia que prevaleció y culmina en el triste e indignante 1898. Severo es el juicio de Pemán: "Esta ha sido la base de toda esa conciencia revolucionaria americana, antiespañola, extranjerizante, doctrinaria. Todavía, ayer, José Martí —tan interesante

figura humana, en otros aspectos—, decía, en un discurso, en los primeros albores de la independencia de Cuba: ‘Sentina fuimos, crisol comenzamos a ser’. Estaba tan seguro de nacer de nuevo en aquellos días, que no tenía miedo de que aquella ‘sentina’ fuera considerada su cuna. El no tenía cuna: él acababa de nacer, mitológicamente de una Idea"(5).

Análogas etapas desintegradoras se generalizan y suceden contra el despectivamente denominado "colonialismo", hasta que éste es formalmente condenado en una de las primeras decisiones de las Naciones Unidas, que desde luego incrementará sus miembros en número insospechado. Ironiza Rafael Gambra: "Si los Capetos tardaron ocho siglos en formar lo que llamamos Francia, en el siglo pasado un Bismarck o un Cavour realizaron esa misma obra en diez años con Alemania e Italia; y hoy, en no más tiempo que el empleado para redactar una ley, se pretende crear el Congo como nación, pasando su población del Neolítico y de la antropofagia al sufragio universal en un régimen democrático y constitucional" (6).

Razones profundas para esta "construcción" de patrias descubre el filósofo ruso N. Berdieff: "Es el problema de la opresión, y no el de la nacionalidad, el que os interesa. Habéis proclamado el derecho a la libre determinación de las naciones, pero no en su propio interés. Tenéis necesidad de ese principio como medio de lucha de vuestros ideales políticos y sociales, no por ningún ser nacional concreto y su expansión"(7).

El Papa Pío VII advirtió el peligro y, en cuanto la independencia americana se inspiraba en las ideas revolucionarias que condenó en Francia, siguió hasta 1820 designando Obispos "a nombre del Rey de España", aunque ellos no pudieren llegar a sus Sedes .

EL INDIGENISMO

Las ideas independentistas procuran afirmarse acudiendo a la exaltación de las razas precolombinas en detrimento de la España católica. Contestan Maeztu: "la raza, para nosotros, está constituída por el habla y por la fe, que son espíritu, y no por las obscuridades protoplasmáticas"(8): y Pemán: "el primer indio idealizado y literario, lo elaboramos nosotros con Ercilla, muchos años antes que Chateaubriand o Fenimore Cooper hicieran los suyos, románticos y simpaticones. Por dejarles de todo, les dejamos hasta ese supremo lujo del ‘indigenismo’. Les dejamos a España, y hasta las armas para volverse contra ella"(9).

Un indigenismo grotesco es hoy utilizado por las corrientes más revolucionarias, pero ya en 1811 Castelli exhortaba a "vengar las cenizas de los incas"(10). Vegas Latapie combatió con sarcasmo la prédica del Padre Las Casas, que pretextó la "leyenda negra": "fue el primer enemigo de España y, por lo tanto, el primer enemigo de los indios"; "basado en

la teoría liberal de la bondad del hombre, hubiera deseado la conquista de América como una campaña electoral y que la Religión fuera aceptada por un plebiscito de salvajes..."(11).

Profundiza al respecto Fernández de la Mora: "la América precolombina era una realidad meramente geográfica, sin ningún tipo de realidad ni racial ni lingüística, ni política ni religiosa. Tampoco poseía homogeneidad cultural, salvo la de encontrarse ya en el neolítico, ya en la edad del bronce. Desconocían el alfabeto, el hierro y la rueda, había numerosas poblaciones antropófagas, y las más evolucionadas practicaban sistemáticamente los sacrificios humanos"(12).

El indígena civilizado y cristianizado —ejemplarmente en las misiones jesuíticas— fue, él y luego en el mestizaje, un español. El Padre Lira refiere a la "superioridad decisiva de que pudo disponer siempre y en todo caso frente a las seudo culturas indígenas" la cultura española (13).

El Conquistador español procedió según el mandato evangélico, las bulas pontificias, las leyes de Indias y las órdenes de todos los Reyes Católicos a catequizar a los indios, épica empresa conjunta de la Espada y la Cruz. Así pudo sostener Zorrilla de San Martín: "Somos la tradición de los conquistadores, no de los conquistados". "Fue un verbo español el que estuvo en el principio"(14).

Estas consideraciones no impiden, por otra parte, exaltar como principio general la contribución genética hispánica originaria. Decía poéticamente Borges que España estaba "inseparablemente en nosotros, en los íntimos hábitos de la sangre". Y Juan Valera, en su "Juicio crítico" al "Tabaré" de Zorrilla de San Martín, refiere a "la sangre europea, donde van infundidos los refinamientos de una educación de dos mil años, transmitida por herencia".

Igual recurso a los orígenes precristianos se utiliza también en Francia. Lo refuta Y. M. Adeline: "la ruptura política, y por lo tanto también histórica, introducida por los principios de 1789, condujo necesariamente a dividir a los franceses sobre las fuentes de su identidad. Para obviar este inconveniente la República Francesa recurrió al recuerdo de los ‘ancestros galos’, pero este salto a la antigüedad no resolvió el problema de fondo: son referencias demasiado antiguas que no podrían en ningún caso hacer comprender la historia política comenzada en 496 con el bautismo de Clodoveo, fundador de la dinastía".

"Existe, de 496 a 1789, una continuidad, un bloque histórico que ha determinado la identidad francesa, y que se distingue de nuestros dos últimos siglos, a fortiori de la antigua Galia pre romana o romanizada"(15)..

EL CRISOL

Otro expediente es usado para denigrar el descubrimiento, la conquista, la evangelización, la civilización, la población y el gobierno de la infelizmente llamada América. Desde que, en palabras de Maeztu, "no hay en la historia universal obra comparable a la realizada por España", se propicia extender el concepto norteamericano del crisol de razas a las naciones de la Hispanidad. Se adopta su lema "e pluribus unum", con el relativismo político, filosófico y religioso que él contiene.

No se trata del enriquecimiento aportado por las inmigraciones que se integran a las que el Padre Lira considera "entidades nacionales perfectamente estructuradas ya en su esencia". Lo que se procura es un resultado imprevisible, sustitutivo del ser nacional preexistente, en lo genético y en lo cultural. Se desdibuja, y finalmente se niega, el concepto de nación como realidad política fundamental desde que a los inmigrantes se les confieren "derechos" a ser protegidos en sus creencias y en sus costumbres. Amparo que alcanza a la lucha por sus ideales y, aun, a cualquier tentativa de arrebatarnos la Patria cristiana.

Este proceso universal causa perjuicios más graves que los derivados de la aceptación del materialista "ubi bene, ibi patriæ". Conduce a abjurar del sentimiento patriótico, "necesidad misteriosa" en la expresión de Michelet, y de la máxima "salus patriæ, suprema lex" de los romanos imperiales.

 

LA PATRIA CATOLICA

La propia España sufre en sí el peligro del disgregamiento, ficticio e intencionado. El desgarro de sus Indias le ha alcanzado. Su constitución democrática prevé la existencia de "nacionalidades" y, desde ellas, vascos y catalanes antipatrióticos amenazan la unidad . Fue la preocupación del testamento de Franco: "Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria". ¿La Corona, el Ejército, constituyen obstáculos suficientes a un eventual engendro de "patrias" separatistas? El drama de las "dos Españas" del verso de Antonio Machado arriesga convertirse en otro mayor: saber si existe España.

En Europa se escribe ya, en publicaciones independientes del "sistema", sobre "la fin des nations" y del "Finis Hispaniae". Han obtenido la victoria terrenal y destruyen todo poder y marginan todo pensamiento que estiman perturbador. En términos jurídicos, la Revolución ha consumado el delito de lesa Cristiandad. El Hombre "liberado" es el "plebeyo de satánica grandeza" de Donoso, "sin vínculos, temores ni deberes", en la apreciación de Gambra. Ahora "puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe suicidarse, y hasta si existe Dios o no existe", como denunciaba José Antonio Primo de Rivera (16).

En tiempos recientes, Hispanoamérica se planteaba a sí misma la cuestión trascendente de su identidad. Las interpretaciones tradicionalistas pugnaban por redescubrirla en la España de 1492. Pero se observaba asimismo que, desde el poder político, se pretendía y se pretende entregar la obra fundadora a lo que Jean Ousset estimó, con alcance general, "el yugo de la Revolución universal". Una "potencia anónima, ideológica, desencarnada, despersonalizadora" bajo la cual "el Estado absorbe la Patria"(17).

Enseña Blas Piñar que el "patrimonio-tradición que la Patria supone" puede ser vulnerado en su estructura "por querer ser otro, es decir, por un fenómeno de despojo de la originalidad nacional"; lo cual constituye "un ataque a la unidad de destino" (18). Así fue que se disolvió el católico Reino de Indias.

En este estado, es consecuencia inevitable el debilitamiento —sin conciencia, sin reacción— del amor natural debido a la Patria que, como adoctrinaba León XIII en la "Sapientiae christianæe" de 1890, procede del mismo principio eterno que el amor sobrenatural a la Iglesia: su autor es Dios. "La Religión, recordaba Azorín, era la verdadera Patria".

Mayores y maestros transmiten un patrimonio cada vez más disminuído, vaciado de fundamentos verdaderos. El liberalismo y la laicidad son causa de ese empobrecimiento de valores y principios que eran la riqueza cultural de las Patrias cristianas. Las democracias se agrupan en "mercados" supranacionales; sus Ejércitos son orientados a defender profesionalmente intereses del poder mundial. Quedan sólo el terruño natal y la nostalgia de una herencia común dilapidada.

El internacionalismo proclama, con sus poderosos medios, una sociedad pluriétnica, multicultural, democrática, apátrida. Se ha sofocado toda eventual manifestación de la identidad nacional originaria. Es una cuestión de creencias, de principios, y de poder. El mundo presencia, aún sin plena conciencia, la imposición de las ideas del protestantismo, de la masonería, del judaísmo internacional, a expensas de un catolicismo que se había identificado con las Naciones y las Patrias por él conformadas. "Si el catolicismo fuera enemigo de la Patria, no sería una religión divina", pontificó San Pío X en 1909.

La Patria, concebida como hija de una idea revolucionaria, no es viable. Ha sido diluída en el internacionalismo negador contemporáneo. En este entendido, es de evidencia que no hay lugar a "patrias grandes" ni a "patrias chicas" americanas y que hasta resulta impropio el nombre, afectivo pero supletorio, de "Madre Patria". Nuestra Patria es la originaria, hispánica y católica, sin rupturas. Continúa; se expresa, aún sin poder que la sustente, en el concepto de Hispanidad, comunidad espiritual, religiosa, de idioma, histórica, de destino.

Será sólo mediante la intervención de Dios que renacerán las Patrias de la Cristiandad. Lo accesorio y humano será determinar sus formas políticas. La Iglesia, entonces, no arriesgará confundir su voz con las de quienes obedecen al Adversario. Los Reyes, con su poder consagrado y nacional, asegurarán su unidad, defensa y conservación.

Hay un poder implacable y universal con inimaginables revelaciones y consecuencias. Deben asumirse, en el tiempo y en el lugar disponibles, su consideración y estudio para la previsión del futuro.

Este poder exhibe hoy una tácita confesión: construyó patrias revolucionarias y transitorias, previendo su disolución en una República Universal. La amenaza pesa sobre "este destierro", pero el diabólico designio pretende arrebatarnos la Patria celestial.

El lema carlista, indisoluble, proporciona la doctrina segura. Su cumplimiento está prometido: es Ley divina y natural. En su hora, alcanzará la victoria en una definitiva guerra carlista.

 

(1) Yves-Marie Adeline, "Le Pouvoir légitime", Paris, 1997, p.110.

(2) José Orlandis: "La proyección del Concilio III de Toledo", en "Razón Española", nº 36,            Julio-Agosto 1989, pág.11.

(3) "Allende el Estado moderno", en "Razón española", Nº 93, enero-febrero 1999, p.13.

(4) "Universalismo y particularismo de España", en "Razón española" Nº 26, Nov-dic, 1987, p.286.

(5) "El Paraíso y la serpiente". Madrid, 1942, p.182

(6) "El Silencio de Dios", Madrid, 1998, p.101

(7) "Ensayos", Emecé, Buenos Aires, 1948, p.277.

(8) "De l’ inégalité", Lausanne, 1976, p.73.

(9) Ob. cit., p.47.

(10) "Castelli, el adalid de Mayo", J. C. Chaves, Buenos Aires, 1957, p. 259.

(11) "Memorias políticas", "Planeta", 1983, p.254.

(12) "Universalismo y particularismo de España", ob. cit., p.276

(13) "Hispanidad y mestizaje", Sgo. de Chile, 1985, p.53.

(14) Dicurso pronunciado en el Teatro Colón de Buenos Aires el 12 de octubre de 1918, en "Juan Zorrilla de San Martín en la Prensa", Montevideo, 1975, p. 285

(15) Ob. cit., p.157

(16)Discurso de 1933, en "Obras completas", Madrid, 1945, p. 29.

(17) "Patria, Nación, Estado", Buenos Aires,1980, p. 139.

(18) "Curso breve de formación política", Madrid, 1991, p. 32.

 

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