UNAM, SANCTAM, CATHÓLICAM, ET APOSTÓLICAM ECCLESIAM


DIA DE CLAUSURA
(Se comenzará por rezar la oración de todos los días y terminada que sea, se hará con el mayor fervor posible la siguiente)

CONSAGRACIÓN ENTERA Y PERPETUA A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARIA

Al terminar ¡oh María! el bello Mes que, llenos de amor y de alegría, hemos consagrado a vuestro culto, no podemos menos de venir a vuestras plantas a ren­diros el último y más valioso homenaje de nuestro amor filial, consagrándonos ente­ra y perpetuamente a vuestro servicio. Bien escaso valor tendrían ante vuestros ojos ¡oh María! los obsequios con que hemos procurado honraros, si ellos no fueran la expresión del deseo de serviros, de ama­ros y de honraros mientras nos dure la vida. Permitid, pues, que antes de sepa­rarnos de vuestro santuario querido, antes que se despoje vuestro altar de las flores que lo embellecen, antes que cesen de su­bir al cielo las nubes de incienso con que hemos perfumado vuestra imagen, os hagamos en presencia del cielo y de la tierra una consagración pública y solemne de cuanto somos y tenemos en correspon­dencia a vuestras amorosas finezas. Os consagramos ¡oh Madre querida! nuestra alma con sus potencias, nuestro cuerpo con sus sentidos, nuestro corazón con sus afectos y nuestra vida con sus goces. Sois ¡oh María! nuestra tierna Madre, y los hi­jos todo lo deben a aquellas de quienes recibieron el ser. Pobres son las ofrendas y humildes los obsequios que, llenos de complacencia, os consagramos en este día, el último de esta hermosa serie en que he­mos sido tan favorecidos por vuestra maternal bondad. Pero si esos obsequios son pobres, atended ¡oh María! a que ellos son todo lo que tenemos y a que es grande la voluntad con que os los ofrecemos.

Queremos en adelante perteneceros co­mo un hijo pertenece a su madre, como un siervo pertenece a su señor, como un súb­dito a su reina. Nada habrá en nosotros de que Vos no podáis disponer: si queréis nuestro corazón, aquí lo tenéis dispuesto a consagraros sus más puros y encendidos afectos. Ya las criaturas y los falsos bie­nes de la tierra que por tanto tiempo nos han seducido, no debilitarán el amor que os debemos; ya la tibieza con que, hasta hoy os hemos servido, se convertirá en solicitud asidua y ardiente por vuestra gloria y vuestro culto; ya, en fin, los vo­tos de nuestro agradecimiento os harán olvidar nuestra pasada ingratitud.

Acoged benigna esta consagración que hoy os hacemos con el corazón lleno de amor y de alegría; dignaos bendecirla y hacerla fecunda en gracias y mercedes; haced que perseveremos siempre en esta resolución, y que el último aliento de nuestra vida sea también el postrer suspi­ro de amor que hacia Vos exhale nuestro corazón. Esta es ¡oh Madre! la gracia que con más fervor os pedimos al terminar es­te Mes de bendición, y esta resolución que hacemos en presencia de los ángeles y bienaventurados, será también la flor más preciosa que coronará el ramillete místico que hemos procurado formar con nuestros actos de virtud. Levantad ¡oh María! vuestra mano y bendecidnos, y haced que esa bendición sea para vuestros hijos prenda de eterna felicidad en el cie­lo. Amén.

Aquí se hará una breve pausa para pedir a la Santísima Virgen la gracia que se desea conseguir, y después se terminará con la siguiente:

 

ORACIÓN PARA TERMINAR LOS EJERCICIOS DEL MES


¡Oh María! se acerca el fin de este bello Mes que nuestro amor os ha consagrado, y ya vemos concluir el último de sus días; pero jamás nos abandonará el recuerdo de los goces que en él hemos experimentado; guardaremos con sumo cuidado las bendi­ciones y gracias que habéis derramado so­bre nosotros, permaneciendo fieles a los santos juramentos que tantas veces hemos renovado al pie de este altar. Ya no nos reuniremos diariamente en este piadoso santuario para cantar vuestras alabanzas y expresar los votos de nuestros corazones; pero volveremos aquí a repetiros que os amamos y que queremos amaros siempre. No veremos ya este trono de flores que nuestras manos os han preparado y desde donde os dejáis ver con vuestros brazos abiertos, inspirando la más tierna confian­za. Muy luego van a desaparecer y á mar­chitarse las bellas flores que os adornan; pero sabemos que hay otras que jamás se secan y cuya belleza puede saciar vuestras miradas y su perfume subir hasta Vos: és­tas son las que os prometemos conservar en nuestros corazones.

Sí, el fervor, la piedad, la inocencia, la caridad, la dulzura son los lirios y rosas que os agradan; nos reputaríamos felices si siempre os los pudiéramos ofrecer. ¡Oh María! en este último momento recibid los postreros votos de vuestros hijos; pros­ternados a vuestros pies al concluir este día, bendicen por última vez vuestras mi­sericordias y se consagran a Vos de nuevo y para siempre; ponen en Vos toda su confianza, ya en el tiempo como en la eterni­dad que jamás concluye: ¡no permitáis que os seamos infieles! Que mediante vuestro socorro se concluya este año en el fervor y en el más exacto cumplimiento de nues­tros deberes. Cuando se acerque la hora del peligro, cuando el mundo nos presente sus falsos placeres, recordadnos los goces de estos días felices y las promesas que tantas veces os hemos repetido, y que entonces os invoquemos triunfantes.

¡Adiós, Mes dichoso de María! ¡adiós, bellos días que nos habéis deparado tan dulces goces! ¿Por qué, decidnos, habéis transcurrido tan pronto? -Tan dulce como nos era celebrar a nuestra Madre y presentarle diariamente el tributo de nuestras oraciones y de nuestro amor. ¡Bellos días! ¡felicísimos días! ¡no deberíais haber con­cluido!... ¡Ah! ¡no veremos ya levantarse vuestra aurora sobre nuestro horizonte!

¡Santuario querido, donde se elevaban nuestras oraciones con el perfume de las flores hacia el trono de María! no resona­réis ya con nuestros cantos de alegría. Bien pronto habrá desaparecido toda esta piadosa magnificencia con que nuestra mano había embellecido el altar de la Rei­na de los cielos; no veremos ya esas guir­naldas suspendidas en torno de su imagen querida. No podremos venir a sus pies, al fin de cada día a cantar sus alabanzas y a escuchar la voz amiga que nos cuenta sus grandezas y bondades. ¡Oh! amables reu­niones de la tarde, ¡cuántas veces habéis enternecido nuestros corazones! Angeles y Santos, sin duda que entonces bajaríais de los cielos a participar de nuestra dicha y alegría, y a honrar a nuestra Reina y a nuestra Madre.

¡Adiós, pues, y por última vez adiós! ¡oh hermosos días! ¡Adiós, feliz Mes de María! ¡Adiós, delicias puras que aquí gustaban nuestros corazones! ¡Horas afortunadas, días de paz y de inocencia, adiós! -¡Bien pronto no seréis para nosotros más que un dulce y lejano recuerdo!

 


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