POESIA |
Plegaria del marino
Busqué en el espacio
infinito del mar,
la línea recta a la que nunca se llega.
El viento en la cara, los cabos nudosos
endureciendo la piel y la sal de la mañana
brillando en la cubierta desteñida de los días.
Encontré tierras extrañas, con hombres umbríos,
sin más sueños que el próximo día.
Con dioses de pura piedra y ciegos ojos.
Escuché sus lamentos, oí el rumor de sus gritos
a la nada y el patético silencio de sus santos.
Asistí absorto a sus esperanzas insensatas,
A sus sueños de vida
en la muerte y sus dioses callaron lo que no podían dar.
Y mientras aún soñaba con el mar y con timones dóciles
en mis manos,
comprendí la verdad, el espanto, la risa de los reyes en sus tronos democráticos.
Entonces, una noche en que la luna gris se asomo indecisa sobre los oscuros
y altos edificios, supe que milugar no estaba allí, si no allá.
Y partí buscando la simple verdad de paz y tormentas, de agua y soles.
Sin más deseo que el viento y con la única sed de cielos y estrellas.
Una mañana de frió
invierno dejé atrás a los hombres,
Huí montado en las ásperas olas de julio, hacia el cálido
norte.
Al horizonte eterno que marca el fin inexorable de nuestros sueños.
Hacia la vida que no es otra cosa (libre de dioses y tiranos)
que la sucesión de días multitudinarios de gaviotas y delfines.
Ahora los vientos acarician las velas, mientras mi manos marineras
me llevan ,firmes al timón, hacia todas las estrellas que puedo ver.
Hacia tantos amaneceres como queden, hacia tantas noches en que
sueñe con otros días luminosos, mientras la ola,
en su juego de amor golpee con delicadeza mi nave blanca,
como un tambor cuyo sonido surja de los profundos abismos,
a los que un día partiré, entonces para siempre
y no habrá en ése tiempo falsos dioses de piedra,
ni lapidas para mi nombre, solo la ola inmensa
cubriendo la exhausta y atribulada
historia de los hombres.
Hombres engañados por otros hombres perversos.
Las jarcias silban el canto eterno de las sirenas
y entonces soy feliz
Germán Diograzia