¡QUE VIENE EL LOBO!

 

Robert Bloch

 

 La luna acababa de elevarse. Bañaba de luz el lago, y a la entrada de Violeta puso aura de plata en sus cabellos.

Pero no era aquélla la luz que brillaba en la palidez de su rostro. Era miedo.

-¿Qué te ocurre? -le pregunté.

-¡Un hombre-lobo! -exclamó.

Dejé mi pipa, me levanté de la mecedora y fui a su encuentro. No dejaba de mirarme; inmóvil, con la vista fija, parecía una gran muñeca de porcelana con ojos de cristal.

La sacudí de los hombros. Parpadeó al fin.

-Ahora, dime -le pedí con calma.

-Era un hombre-lobo -repitió con un hilo de voz-. He oído cómo me seguía a través del bosque. Sus patas martilleaban la hojarasca a mis espaldas. Me daba miedo mirar atrás, pero sabía que estaba allá. Se acercaba cada vez mas, y cuando ha salido la luna ha aullado. ¡Me he echado a correr!

-¿Le has oído aullar?

-Estoy casi segura

-¡Casi!

Sus ojos fueron a ocultarse tras sus largas pestañas. Inclinó la cabeza y vi cómo el color encendía de nuevo su rostro. Asintió con la cabeza.

-¿Has oído aullar a un lobo cerca de la cabaña? -insistí.

-¿Tú no...? -logró decir entrecortadamente.

Moví la cabeza lenta, pero resueltamente.

-¡Por favor, Violeta! Seamos sensatos. Hemos hablado de esto más de media docena de veces la semana pasada, pero no me importa intentarlo de nuevo.

La tomé de la mano con dulzura y la llevé hasta una silla. Le di un cigarrillo y se lo encendí; sus labios temblaban y estuvo a punto de caérsele.

-Ahora, escúchame, querida -empecé-. Aquí no hay lobos. Que sean salvajes del Canadá o no, créeme, no se ha visto un lobo por estos parajes desde hace más de veinte años El viejo León, el del almacén, te lo puede confirmar.

»Y si por extraña casualidad, un ejemplar errante, procedente del Norte ha llegado hasta el lago sin ser descubierto, ello no significa que exista hombre-lobo alguno.

»Tú y yo tenemos suficiente sentido común para no hacer caso de semejantes supersticiones. Trata de olvidarte de tu ascendencia canuck y recuerda, por favor, que ahora eres la esposa de un experto en el terreno de las leyendas.

Esta observación acerca de los canuck era brutal, lo sé, pero quería sacarla a toda costa de aquel estado de ánimo.

Tuvo el efecto contrario. Violeta se puso a temblar.

-Pero, Charles, seguro que has tenido que oír algo -replicó entre suspiros. Me miraba con ojos implorantes y hube de volver el rostro.

-Nada -musité.

-¿Y cuando lo he oído rondando la cabaña por la noche, tampoco?

-Tampoco.

-Y aquella noche que te desperté, ¿tampoco viste su sombra en la pared?

Sacudí la cabeza y traté de forzar una sonrisa forzada.

-Lamentaría tener que pensar que has estado leyendo demasiadas cosas mías, querida -le dije-. Pero no sé cómo explicar tus..., hum..., equivocadas nociones.

Violeta aspiró profundamente de su cigarrillo, cuyo extremo se puso un instante incandescente; sus ojos, en cambio, seguían apagados.

-¿Nunca has oído aullar a este lobo? ¿Jamás te ha seguido en el bosque? ¿Ni siquiera cuando estuviste aquí solo? -añadió al fin en tono lastimero.

-Me temo que no. Vine aquí un mes antes que tú para escribir, y eso es lo que hice. No vi hombres-lobo, fantasmas, vampiros, trasgos, duendes ni nada semejante. Tan sólo indios, canuck y demás ciudadanos corrientes y molientes. Una noche, de regreso de Casa León, me imaginé ver un elefante rosa, pero fue un error.

Sonreí, pero no logré que me imitara.

-En serio, Violeta, me pregunto si no habrá sido una equivocación el traerte aquí. Ya sabes, pensé que te haría ilusión recordar los viejos tiempos. Después de todo, para una chica francocanadiense como tú, esta sociedad y tanta naturaleza habían de ser maravillosas. Sin embargo, ahora dudo...

-Dudas de mi salud mental..,

Las palabras salieron lentamente de sus labios.

-No -musité-. Nunca he dicho semejante cosa.

-Pero eso es lo que piensas, Charles.

-En absoluto... Todos pasamos por trances así. Cualquier médico te dirá que esos errores de percepción no indican necesariamente la presencia de un trastorno mental.

Hablé con gran resolución, pero me di cuenta de que no la había convencido.

-No puedes engañarme, Charles. Ni yo debo mentirme tampoco. Algo no anda bien.

-¡Tonterías, olvídalo! -Volví a sonreír, pero noté que resultaba forzado-. Después de todo, Violeta, yo debería ser el último en insinuar siquiera semejante posibilidad... Ya sabes, quien tiene el tejado de vidrio... ¿No te acuerdas, antes de que nos casáramos en Quebec, de cómo yo solía llamarte hechicera, la Hechicera Roja del Norte, y de que te escribía aquellos sonetos, que luego te susurraba al oído?

Violeta movió la cabeza de un lado a otro.

-Eso era diferente... Tú sabías lo que estabas haciendo. No veías ni oías cosas que no existen.

Me aclaré la garganta,

-Voy a hacerte una sugerencia, querida. No le has dicho a nadie, salvo a mí, lo que te ocurre, ¿no es verdad?

-No, no se lo he dicho a nadie.

-Y eso te viene ocurriendo desde hace, digamos, unas dos semanas, ¿no?

-Sí.

-Pues bien, no quiero que siga agobiándote. Me doy cuenta de que estás preocupada. Por esta razón y sólo por esta razón, recuérdalo, recomiendo que nos pongamos en contacto con el doctor Meroux. Sólo para una consulta, claro está.

»Tengo mucha fe en su capacidad, no sólo como médico general, sino como psiquiatra. Como sabes, la psiquiatría es la niña de sus ojos..., pura afición, desde luego, y no pasa de ser un amateur perdido por estos bosques; pero es un hombre serio y de excelente reputación. Estoy seguro de que sabrá respetar tus confidencias. Y puede que dé con un diagnóstico que nos aclare esta situación en un periquete.

-No, Charles. No se lo diré al doctor Meroux.

Fruncí el entrecejo.

-Como quieras. Pero me interesan tus ideas acerca de este hombre-lobo. Me gustaría saber qué oíste en tu infancia acerca de los loup-garous. Esa abuela tuya... era algo india, ¿no es así? ¿Y no sería posible que te hubiera llenado de horror el cuerpo con alguno de sus relatos truculentos?

Violeta asintió con la cabeza.

-Oui..., quiero decir, sí.

Observé su vuelta a la lengua de su infancia, pero fingí no haber reparado en ello.

-¿Te habló de los hombres-lobo, de los licántropos... que alteran su cuerpo con la luz de la luna y cruzan los campos a cuatro patas, aullando, como peludas sombras que rasgan la noche? ¿Te habló de cómo merodean en busca de presa que matar de dentelladas en la garganta, presa que a su vez resulta inoculada con el horrible virus del hombre-lobo?

-Sí. Me habló de esto muchas, muchas veces.

-¡Ah! Y ahora, cuando regresas a estos parajes solitarios resurgen tus temores infantiles. El hombre-lobo, querida, no es más que el símbolo de algo que temes. Alguna presunta culpa, quizá, resulta personificada en esta alucinación de una presencia bestial acechante y a la espera de revelarse.

»No, no soy siquiera un psiquiatra aficionado, como el doctor Meroux, pero creo que puedo asegurarte razonablemente que estas ilusiones tuyas no obedecen a nada que no sea totalmente natural. Ahora, si eres franca conmigo, puede que logremos comprender este oscuro componente de tu personalidad y llegar al terror real que se disfraza de monstruo aullante, de híbrido mítico que busca tu cuello entre la bruma del bosque...

-¡No! ¡Calla, por favor! Ahora no..., no puedo soportar que sigas hablando de eso ahora.

Violeta rompió en un agitado sollozo. La consolé, crudamente.

-Lo siento. Comprendo que estés nerviosa. Olvidémonos del asunto por el momento, querida, en espera de que te recuperes y de que podamos enfrentarnos serenamente con el problema. Será mejor que descanses.

Le di unas palmadas en el hombro y la acompañé hasta el dormitorio.

Nos desnudamos en silencio y nos metimos en cama. Apagué la luz.

La cabaña se encontraba totalmente a oscuras, salvo por el pálido reflejo de la luna en las copas de los árboles vecinos. El lago, a lo lejos, parecía encendido en plata; me di la vuelta y dejé que fuera rindiéndome el sueño.

Violeta seguía tensa a mi lado, aunque me di cuenta de que poco a poco parecía relajarse.

Dormimos.

No sé cuándo me desperté. Su mano había hecho presa de mi hombro y su entrecortada y áspera voz vibraba medrosa junto a mi oído.

-¡Escucha! -me dijo en un susurro.

Escuché.

-¿Lo oyes? Fuera de la cabaña..., ¿oyes cómo se arrastra junto a la puerta?

Negué con un movimiento de la cabeza.

-Despierta, Charles. ¡Has de oírlo! Ha estado merodeando todo el tiempo y ahora rasca con sus zarpas en la madera. ¡Haz algo!

Salté del lecho y la tomé del brazo.

-Vamos -le dije-. Echemos un vistazo.

Tropecé con una silla cuando buscaba la linterna.

-Se aleja -musitó Violeta- ¡Date prisa!

Asiendo firmemente la linterna con una mano arrastré prácticamente a Violeta con la otra en dirección a la puerta. Me detuve, la solté y abrí de golpe.

Nada. Enfoqué el haz de luz a un lado y otro. El claro aparecía completamente desierto; más allá, árboles. Nada más.

Iluminé el terreno a nuestros pies.

Violeta gritó estridentemente.

-¡Mira, Charles! ¡Ahí, en el suelo, junto a la entrada! ¿No ves las huellas... el rastro que lleva a la puerta?

Miré.

Claramente definidas sobre el terreno húmedo vi las marcas impresas por el paso de un lobo gigantesco.

Me volví hacia Violeta y la miré durante largo tiempo. Luego sacudí la cabeza.

-No, querida -musité-. Estás confundida. No veo nada. ¡No veo nada en absoluto!

 

 

La mañana siguiente se la pasó Violeta en cama y yo bajé al pueblo para encontrarme con Lisa.

Lisa vivía con su padre cerca del cruce de caminos. El viejo estaba paralítico y Lisa ganaba el sustento de ambos confeccionando abalorios y cestas para los turistas.

Así la había conocido, un mes antes, cuando vine solo. Me había detenido junto a su tenderete de la carretera para comprar un brazalete que enviarle a Violeta.

Luego vi a Lisa y me olvidé de todo lo demás.

Lisa era mitad india y mitad diosa.

Su cabello es negro. No se podía imaginar negrura más profunda y lustrosa hasta que no se veían sus ojos. Eran como dos ventanas ovales abiertas a la noche. Su rostro, su piel toda tenía un leve tono cobrizo. Su cuerpo era esbelto y fuerte, para deshacerse prodigiosamente en el abrazo.

Pronto descubrí este particular. A los dos días de haberla conocido, de hecho.

La verdad, no había pensado ser tan precipitado. Pero Lisa era mitad india mitad diosa.

Y enteramente maligna.

Mala como la noche que perfumaba el negro esplendor de sus cabellos..., mala como la sima de su mirada., y la misma perfección de su cuerpo no era sino instinto con esencia de pecado.

Me ofreció la agridulce corrupción de aquel fruto antiguo y prohibido que conociera Lilith. Vino hasta mí una noche sin luna, silenciosa cual súcubo, y me sacié de noche y oscuridad.

Con la llegada de Violeta se interrumpieron nuestros encuentros. Le dije a Lisa que debíamos ser cuidadosos, y ésta se echó a reír.

-Durante un tiempo, pues -convino al fin.

-¿Un tiempo?

Asintió con la cabeza, los ojos llameantes.

-Sí, tan sólo mientras tu mujer siga viva.

Lo dijo con toda naturalidad, Y al poco me di cuenta de que me parecía una observación efectivamente del todo natural. Porque era acertada, lógica.

Había dejado de querer a Violeta... Deseaba aquella otra cosa... aquello que no era amor ni lascivia, sino la unión de mi alma con una maldad suprema.

Y si quería conseguirla, Violeta habría de morir.

Miré a Lisa y asentí.

-¿Quieres que la mate? -pregunté.

-No. Hay otros modos,

-¿Magia india?

Tan sólo un mes antes me habría reído de semejante insinuación. Pero ahora, conociendo a Lisa, estrechándola en mis brazos, sabía que la sugerencia era perfectamente válida.

-No. No exactamente. Supón que tu mujer no muere, que ha de alejarse.

-¿Quieres decir, que se separe de mí..., que nos divorciemos?

-Veo que no me comprendes. ¿Acaso no hay lugares de reclusión para los dementes?

-Pero Violeta no está loca. Al contrario, muy equilibrada. Haría falta algo muy extraordinario para volverla loca.

-¿Como el ver lobos?

-¿Lobos?

-Un lobo seguirá a tu mujer. A todas horas; la plagará con su acoso, la atormentará, la acechará cuando se encuentre sola. Vendrá a ti en busca de explicaciones, de ayuda. Tú rechazarás sus cuitas, rehusarás creerla. Al cabo de poco, su mente...

Lisa hizo un gesto vago con los hombros.

No hice preguntas. Me limité a aceptar lo que me había dicho. Si acudía a los bosques para consultar a los chamanes o musitaba plegarias a oscuros dispensadores del destino es algo que no supe jamás.

Todo lo que se me alcanza es que un lobo empezó a seguir a mi mujer. Y yo fingía no enterarme, no ver nada, no oír. El resultado era tal como había augurado Lisa. Violeta se estaba volviendo loca. De algún modo había llegado a la conclusión de que su némesis era un hombre-lobo. Tanto mejor. Su mente se perdía a pasos agigantados.

La otra, entretanto, esperaba con una enigmática sonrisa en los labios.

Debía encontrarme con ella aquella mañana junto al pequeño tenderete que regentaba al lado de la encrucijada.

A plena luz, bajo aquel sol radiante, habríase dicho una simple artesana india. Sólo cuando su rostro quedaba en la penumbra pude ver sus ojos y el fulgor de sus cabellos, negros e inalterables como su secreto yo.

Me tocó el brazo y una corriente de hielo y fuego me recorrió la espina.

-¿Y cómo está tu mujer? -preguntó en un susurro.

-No muy bien. Anoche descubrió las huellas de un lobo junto a la puerta. Le dio un ataque de histeria.

Lisa sonrió.

-Cree que es un hombre-lobo, ¿sabes?

Lisa volvió a sonreír.

-Me gustaría que me dijeras la verdad, querida. ¿Cómo haces para que venga un lobo y la siga?

Sonrisa.

Suspiré.

-Supongo que no debiera ser tan inquisitivo.

-En efecto, Charles. ¿No te basta con saber que nuestro plan va cumpliéndose? ¿Que Violeta se está volviendo loca? ¿Que pronto se habrá ido y que podremos estar juntos... para siempre?

La miré fijamente.

-Sí, es bastante. Pero dime, ¿qué ocurrirá ahora?

-Tu mujer verá el lobo. Lo verá de verdad. Se asustará terriblemente. Tú, claro, rehusarás creerla, como hasta ahora. Ella acudirá entonces a las autoridades, irá al pueblo y tratará de hacer que la crean. Todos pensarán que está loca. Y cuando te pregunten a ti: ¡no sabes nada! No habrá de pasar mucho tiempo y el médico se verá obligado a examinarla. Después de esto...

-¿Verá el lobo? -repetí-. ¿Lo verá de verdad?

-Sí.

-¿Cuándo?

-Esta noche, Si quieres.

Incliné la cabeza lentamente, De pronto me sobrevino una duda.

-Pero si ya está casi acabada. Tendrá miedo de salir al bosque.

-En este caso, el lobo irá a ella.

-Muy bien. Borraré las huellas, igual que hice esta mañana.

-Sí. Y mejor será que planees algo que te mantenga alejado de la cabaña esta noche. Eres una persona sensible, Charles. Te resultaría penoso el tener que soportar el terror de tu mujer.

La imagen de Violeta me vino a la mente..., el recuerdo de su rostro desencajado de miedo, con los ojos salientes y la boca curvada en un rictus de pánico al evocar la fantástica escena de un monstruo yendo hacia ella. Sí, así sería, ¡y muy pronto!

Sonreí.

Lisa me devolvió el gesto. Y cuando me alejaba pude oír aún su risa, en la que al pronto creí detectar algo fuera de lo natural.

Entonces, comprendí. Lisa no estaba cuerda del todo.

 

 

Aquel anochecer cenamos en silencio y cuando la luna se elevó por encima del lago, Violeta se dirigió a la ventana y corrió las cortinas al tiempo que no podía evitar una mueca de terror.

-¿Qué te ocurre, querida? ¿Es demasiado luminoso para tu vista?

-Lo odio, Charles.

-Pero es hermoso.

-No para mí. Odio la noche.

Podía permitirme el lujo de ser generoso.

-Violeta, he estado meditando sobre esto. Este lugar te está alterando los nervios, ¿No crees que sería mejor que regresaras a la ciudad?

-¿Sola?

-Yo podría reunirme contigo una vez diera fin a mi trabajo.

Violeta se apartó con un ademán unas mechas de la frente. Noté con sobresalto cómo se había ido el brillo de sus rizos. Su pelo parecía muerto y de color mate; el lustre había desaparecido. Igual que de su rostro; de sus ojos, también apagados y anodinos,

-No, Charles. No podría ir sola. Me seguiría.

-¿Te seguiría?

-El lobo.

-Pero los lobos no van a las ciudades.

-Los corrientes, no, pero éste...

-¿Por qué crees que este lobo que... ves no es corriente?

Observó mi vacilación, pero su desesperación pudo más que cualquier reticencia, Siguió hablando precipitadamente.

-Porque sólo viene de noche. Porque no hay lobos reales aquí. Porque puedo notar la malignidad de la bestia. No me acecha, Charles... me acosa. Y sólo a mí. Parece que espera que ocurra algo. Si me alejara, esa criatura me seguiría. No puedo escapar de ella.

-No puedes escapar de ella porque está en tu mente -repliqué-. Violeta, he sido muy paciente. He abandonado mi trabajo por cuidarte. Llevo ya semanas oyendo tus fantasías.

»Pero si no puedes superarlo por ti misma, otros tendrán que ayudarte. Esta tarde me he tomado la libertad de discutir tu caso con el doctor Meroux. Desea verte.

Se hundió físicamente ante aquella acusación y declaraciones mías tan directas.

-Entonces, es verdad -musitó con un hilo de voz-. Crees que... he perdido la razón.

-Los hombres-lobo no existen -dije-. Me parece más fácil creer en la presencia de una aberración mental que en la de un ser sobrenatural.

Me levanté.

Violeta me miró, sobresaltada.

-¿Adónde vas? -preguntó.

-Al bar de León -respondí-, necesito una copa. Este asuntto me está destrozando los nervios.

-Charles, no me dejes sola... esta noche.

-¿Miedo de lobos imaginarios? -pregunté suavemente-. Vamos, querida. Si quieres que conserve mi fe en tu estabilidad mental será mejor que por lo menos me demuestres que te puedo dejar sola unas horas sin que te derrumbes.

-Charles...,

Me dirigí a la puerta y la abrí. Violeta guiñó los ojos cuando la luna vino a reflejarse en minúscula laguna de luz en el umbral. Me quedé quieto un instante sonriéndole.

-Violeta, creo que en verdad he tenido mucha paciencia contigo. Pero si no quieres ver a un médico, insistes en quedarte aquí y rehúsas admitir que estás mentalmente trastornada, entonces ¡demuéstralo!

Me di la vuelta y salí dando un fuerte portazo antes de descender apresuradamente la senda.

Era una hermosa noche y respiré profundamente mientras me dirigía al cruce de caminos distante una milla de la cabaña.

La impaciencia me marcaba el paso. Tenía prisa por llegar a mi destino. En realidad, no tenía intención alguna de ir a la taberna de León.

Iba en busca de Lisa.

Su cabaña estaba a oscuras; me pregunté si se habría retirado. Su anciano padre dormía ya hacía mucho, lo sabía. No habría problemas por este lado.

Si Lisa dormía, la despertaría. Lo había decidido de antemano mientras salvaba la distancia que me separaba de ella. Una noche así no estaba hecha para el sopor.

Un súbito ruido hizo que me detuviera a poca distancia de la puerta, que se estaba abriendo lentamente. El instinto me hizo retroceder unos pasos en busca de la sombra cuando reparé en la presencia conocida.

-¡Lisa! -susurré.

Se volvió y vino hacia mí.

-De manera que has tenido la misma idea que yo -musité tomándola en mis brazos-. Vamos, alejémonos de aquí. Vayamos hacia la playa.

Silenciosamente caminó a mi lado mientras buscábamos el sendero que llevaba al borde de las aguas.

Contemplamos la luna unos instantes. Luego, cuando mis brazos se ceñían ya fuertemente en torno a su cintura, Lisa elevó su mirada hacia mí y movió la cabeza.

-No, Charles. Debo irme ahora.

-¿Irte?

-He de hacer algunas cosas en el cruce de caminos.

-Que esperen.

Tomé su rostro en mis manos y me incliné para besarla. Se alejó.

-¿Qué ocurre, Lisa?

-¡Déjame sola!

-¿Algo va mal?

-Nada. Vete, Charles.

Fijé mi mirada en ella y vi que su rostro aparecía ruborizado de manera poco natural, que sus ojos resultaban especialmente luminosos, que sus labios se abrían más en protesta que de pasión.

No me miraba a mí. Miraba a través de mí, a la luna, que se alzaba más allá. En sus pupilas descubrí dos diminutos astros que parecían expandirse, agrandarse para configurar luego dos rojas pupilas sobre llameantes globos plateados.

-Vete, Charles -musitó-. Vete..., ¡de prisa!

Pero no me fui.

No todos los días tiene uno la insólita oportunidad de presenciar el espectáculo de una metamorfosis licantrópica. Y yo era testigo de la transformación de mujer en lobo.

La primera indicación fue en forma de cambio en los movimientos respiratorios.

Su respiración se convirtió en jadeo; éste en una sucesión de violentos resuellos. Vi cómo subía y bajaba su pecho; subía y bajaba, subía y bajaba... y cambiaba.

Sus hombros se inclinaron hacia delante. El cuerpo no se encorvó, pero pareció crecer hacia fuera oblicuamente. Diríase que los brazos iban encogiéndose en sus inserciones.

Lisa yacía ahora en el suelo: se agitaba, mitad en sombra mitad bañada por la luz de la luna. Pero ésta ya no brillaba al resbalar por su piel, que se estaba volviendo cada vez más oscura y basta, al tiempo que iba poblándose de pelos.

Fue la suya una agonía semejante a la del parto, y en cierto sentido tal era. Estaba dando a luz, no un nuevo ser sino a otro aspecto del propio. Aquella acción, aquella agonía era puramente refleja.

Era fascinante ver cómo cambiaba la forma de su cráneo, como si las manos de un escultor invisible estuvieran modelando aquella arcilla viva, forjando la estructura ósea en una nueva conformación.

La alargada testa apareció libre de rizos en unos momentos; luego brotaron los pelos y se desplegaron las orejas, cuyas rosadas puntas se inclinaron hacia el engrosado cuello.

Sus ojos parecieron resquebrajarse en una rendija vertical mientras los rasgos del rostro se estremecían antes de converger en un hocico prominente. El que fuera involuntario rictus se convirtió en bestial mueca reveladora de unos acerados colmillos.

Su piel oscureció notablemente, como si su imagen correspondiera a la de una copia fotográfica que ha permanecido demasiado tiempo en el baño de hiposulfito y, de pronto, «ennegrece».

Los vestidos de Lisa habían quedado amontonados de cualquier manera sobre la tierra, y aquel hecho me permitió observar la reconversión de sus miembros cuando se contraían, recubrían de pelaje y se flexionaban de nuevo. Las manos que habían arañado la tierra en agonía se convirtieron en zarpas.

La totalidad del proceso ocupó aproximadamente tres minutos y medio. Lo sé porque lo verifiqué con mi reloj.

¡Oh, sí! Tomé el tiempo cuidadosamente. Supongo que debiera haberme asustado, pero no le es dado a todo hombre la oportunidad de presenciar la transformación de una mujer en lobo. Consideré aquel fenómeno con lo que cabría decir interés profesional. La tremenda fascinación que ejercía sobre mí vetaba toda sensación de miedo.

La metamorfosis se había completado. El lobo me miraba fijamente, firme sobre sus cuatro patas y jadeante.

Claro que comprendí. Comprendí por qué Lisa tenía pocos amigos, por qué pasaba tantas noches sola y por qué me había instado vehementemente a que me fuera... No menos claro se me hizo el que pudiera predecir con tanta exactitud los movimientos del lobo fantasmal.

La miré y sonreí.

Aquella mirada primitiva buscó la mía implorantemente. Supongo que habría esperado ver en mí asombro, miedo o, por lo menos, repulsión.

Mi sonrisa era, pues, una respuesta inesperada. De su garganta brotó un extraño vagido, al que siguió una especie de ronroneo. Ella había recuperado la confianza.

-Es mejor que te vayas -musité.

Con todo, siguió vacilando. Me incliné y acaricié la testa lupina, húmeda aún de los esfuerzos de la transmutación.

-Está bien -dije-. Comprendo, Lisa. Puedes confiar en mí, lo sabes. Esto no cambia en nada mis sentimientos con respecto a los dos.

El ronroneo pareció ahondarse para vibrar en todos los espacios cerrados en el tórax de la bestia.

-Es mejor que te des prisa -insistí-. Violeta está completamente sola. Me prometiste sorprenderla.

La bestia gris dio la vuelta y fue a perderse en el bosque.

Descendí hasta el lago y contemplé el juego de la luna con las aguas quietas.

De pronto me sobrevino la tardía reacción emocional. Todo estaba claro..., demasiado claro.

Me había aliado con una chica, que no estaba del todo en sus cabales, para hacer perder la razón a mi mujer. Y ahora acababa de descubrir que la chica en cuestión era un licántropo. Puede que también yo estuviera un poco loco.

Sin embargo, ya estaba hecho. No cabía volver atrás. Todo debería seguir de acuerdo con el plan, y al final conseguiría lo que buscaba... ¿lo conseguiría?

De pronto rompí en sollozos.

No era remordimiento ni autoconmiseración, ni siquiera miedo. Meramente un súbito pensamiento: el de tener a Lisa entre mis brazos y vivir así su transformación; el de besar sus rojos labios y descubrir al pronto, prieto contra mi boca, el espumeante hocico de un lobo.

Un distante y burlón aullido procedente de lo más hondo del bosque me volvió a la realidad.

Me tapé los oídos con las manos y temblé irremediablemente.

Eché a correr por la floresta. No oía ya aullido alguno sino el sonido de mi entrecortado resuello, que parecía retumbar en mis oídos. Corrí locamente, ciego, ajeno a los obstáculos que ponían rasguños en mi rostro y manos.

Llegué a la cabaña; todo estaba oscuro. Me abalancé contra la puerta; estaba cerrada.

El alarido de Violeta fue horrísono, pero me alegré de oírlo..., por lo menos, ¡estaba viva!

Y es que la idea se había abierto paso poco a poco hasta mi conciencia...

Los licántropos no sólo asustan... matan.

Celebré, pues, sus gritos, y cuando se abrió la puerta, la recogí en mis brazos.

-Lo he visto -dijo con un hilo de voz-. Ha venido esta noche y ha mirado por la ventana. Era un lobo, pero sus ojos parecían humanos. Me miraba fijamente; eran unos ojos verdes, brillantes. Luego ha intentado abrir la puerta... aullaba... creo que he perdido el conocimiento... ¡Oh, Charles! ¡Ayúdame!... ¡Ayúdame!

Ya no me era posible soportarlo más. No podía seguir con mis planes ante la visión de su terror. La tomé en mis brazos y musité algunas palabras de consuelo.

-Sí, querida -le dije-. Sé que lo has visto porque igual me ha ocurrido a mí, allá en el bosque. Y le he oído aullar. Sé ahora que tenías razón... Un lobo merodea por aquí.

-Un hombre-lobo -insistió ella.

-Lo que sea. Y mañana volveré al cruce y levantaré una partida para dar caza a la bestia.

Violeta me sonrió entonces, aunque no podía controlar aún su temblor.

-No hay nada que temer, querida -le dije-. Ahora estoy contigo. Todo ha pasado.

Aquella noche dormimos abrazados, como niños asustados.

Y eso era en realidad lo que éramos.

Eran más de las doce cuando desperté. Violeta preparaba calmosamente el desayuno.

Me levanté y fui a afeitarme perezosamente. La mesa estaba preparada a mi regreso, pero no tenía apenas apetito.

-Hay huellas alrededor de toda la cabaña -dijo Violeta.

Su voz no tembló; mi fe le había dado fortaleza.

-Está bien -respondí-. Me voy al cruce ahora. Hablaré con León, con el doctor Meroux y con algunos de los chicos. Puede que me llegue hasta el cuartel de la Policía Montada si alguien me presta un coche.

-¿Quieres decir que te unirás a la partida?

-Desde luego. Quiero intervenir en esa caza. Es lo menos que puedo hacer por ti... De lo contrario nunca me perdonaría el haberte juzgado tan mal.

Violeta me besó.

-¿No tendrás miedo de quedarte sola ahora? -pregunté.

-No. Ya no.

-Bueno.

Dejé la cabaña.

Estuve pensando durante todo el trayecto. Mis meditaciones se vieron bruscamente interrumpidas cuando entré en la taberna de León. Pedí una copa.

El gordo León estaba hablando con el pequeño doctor Meroux a un extremo de la barra. Gesticulaba con sus brazos y sus ojos parecían dar vertiginosas vueltas en sus órbitas. Al verme había cesado de hablar para acudir a mi encuentro. Se apoyó en el mostrador y me miró fijamente.

-Ah, míster Colby, es bueno verle otra vez.

-Gracias, León. He estado muy ocupado últimamente; me ha sido imposible venir más a menudo.

-¿En la cabaña..., es allí donde ha estado ocupado?

Nuevamente aquella mirada fija. Vacilé. Me mordí el labio. ¿Por qué dudé antes de responder?

-Sí. Mi mujer no se ha encontrado muy bien últimamente y yo me he pasado la mayor parte del tiempo a su lado.

-Es muy solitario aquello, ¿verdad?

-Bien puede decirlo -repuse, acompañando mis palabras de un gesto vago con los hombros-. ¿Por qué?

-Oh, por nada. Tan sólo que me preguntaba si por casualidad había oído algo raro estas noches.

-¿Algo raro? ¿Qué quiere que haya oído? Ranas y grillos y...

-¿Lobos quizá?

Parpadeé. El gordo León escrutaba mi rostro.

-¿Ha oído el aullido del loup? -susurró.

Negué con la cabeza. Esperaba que estuviera pendiente de mi rostro y no de mis temblorosas manos.

-Es extraño. Uno diría que a través del lago los gritos han de resonar con mayor potencia.

-Pero ¡no hay lobos por aquí...!

-¡Ah! -suspiró León-. Está usted equivocado.

-¿Cómo lo sabe?

-¿Se acuerda del gran Pierre, el guía..., ese moreno que vive al otro lado del lago? -preguntó León.

-Sí.

-El gran Pierre partió ayer con un grupo en dirección al río. Su hija Yvonne se quedó al cuidado de la cabaña, Estaba sola por la noche. Por ella sabemos lo del lobo.

-¿Les ha dicho algo?

-No, no nos ha dicho nada. Pero esta mañana el buen doctor Meroux pasaba casualmente por delante de su puerta y ha decidido detenerse un momento para darle los buenos días. Yacía en el patio. Le loup la había atacado por la noche. ¡Que descanse en paz!

-¡Muerta!

-Y tanto. No es agradable pensar en ello, El doctor Meroux ha seguido el rastro hasta el bosque. Pero cuando el gran Pierre vuelva dará caza a la bestia, ¡Puede jurarlo!

El doctor Meroux se nos acercó; la excitación erizaba su poblado bigote.

-¿Qué piensas de eso, Charles? Un lobo solitario, perdido en esta región. Un asesino. Voy a dar parte a la Policía Montada para que se dé la alarma, ¡Si hubieras podido ver el cuerpo de la pobre niña...!

Vacié mi copa de un trago y giré sobre mis talones.

-¡Violeta! -exclamé-. Está sola, Debo volver con ella.

Salí precipitadamente de la taberna de León y me eché a correr en plena calle.

Ahora sabía el destino de Lisa una vez que hubo dejado a Violeta. Sabía también que los licántropos hacen algo más que simplemente cambiar de forma.

Me encaminé hacia su puesto de venta. Estaba cerrado. Dejando a un lado toda precaución me precipité contra la puerta. La única respuesta a mis llamadas fue la ahogada murmuración del viejo paralítico.

Sin embargo, a punto ya de retirarme, crujió la madera. Allí estaba Lisa, haciendo guiños ante tanta luminosidad súbita. La vi pálida, cansada; sus cabellos colgaban lacios sobre su espalda desnuda.

-Charles..., ¿qué ocurre?

La arrastré conmigo a la sombra de unos árboles vecinos. Se quedó quieta, mirándome fijamente, con el rostro macilento y los ojos apagados de fatiga.

Entonces la abofeteé con fuerza. Se estremeció, trató de esquivarme, pero mi otra mano la asía fuertemente por el hombro. Le di de nuevo violentamente. Se puso a gemir suavemente, como un perro. Como un lobo.

La golpeé una vez más, con ira, con saña. Noté una sensación de ahogo en mi garganta; mis palabras surgieron confusa y entrecortadamente.

-¡Tú, pequeña insensata! -farfullé-. ¿Por qué lo hiciste?

Se echó a llorar. La sacudí furiosamente.

-¡Para ya! ¿Crees que no sé lo de anoche? Lo sé. Igual que todos por aquí. ¿Por qué lo hiciste, Lisa?

Entonces comprendió y supo que no lograría engañarme.

-Tuve que hacerlo -musitó-. Tú no sabes lo que es. Luego de dejar a tu mujer en la cabaña regresé rodeando el lago. Fue entonces cuando me sobrevino.

-¿Qué es lo que te sobrevino?

-El hambre.

Lo dijo así de sencillamente.

-No lo puedes entender, ¿verdad? ¿Cómo llega el hambre? Te roe el estómago y luego el cerebro. No puedes pensar, tan sólo actuar. Y cuando pasé por delante de la cabaña del grande Pierre, Yvonne se encontraba junto al pozo, sacando agua en plena oscuridad. Recuerdo haberla visto allá; luego... nada.

La sacudí hasta que le rechinaron los dientes.

-Nada, ¿eh? ¡La niña está muerta!

-¡Gracias sean dadas al bon Dieu! -exclamó Lisa con un hondo suspiro.

No pude evitar un sobresalto.

-Le das gracias a Dios..., ¿por qué?

-Desde luego. Porque si no hubiera muerto..., si hubiera sobrevivido a la mordedura de alguien como yo, ¡se hubiera convertido en un ser igual de desgraciado!

Oh! -exclamé ahogadamente.

-¿No lo comprendes? Lo que hago no es por voluntad propia. Es el hambre; siempre el hambre. Antes, cuando sentía que me sobrevenía el cambio, me alejaba para que nadie sufriera por ello. Pero anoche, ¡llegó tan de prisa! El hambre me acometió de improviso, no pude evitarlo. Con todo, es mejor que haya muerto, pobre niña.

-Eso es lo que tú te crees -repuse-. Salvo por un pequeño detalle: chafa todos nuestros planes.

-¿Por qué?

-Mi mujer ya no se asustará ante lo que hasta ahora creía alucinaciones de un lobo imaginario. Y cuando vaya al pueblo hablando despavorida de la bestia que la acecha, nadie pensará que está loca. Todos saben que hay un lobo suelto por ahí.

-Comprendo. ¿Qué propones que hagamos ahora?

-No propongo nada. Tendremos que abandonar nuestro plan.

Impulsivamente me echó los brazos al cuello y estrechó contra el mío su maltrecho rostro.

-¡Charles! -exclamó implorante-, ¿quieres decir que no estaremos juntos...?

-¿Cómo puedes esperar otra cosa, después de lo que has hecho?

-¿Ya no me amas, Charles?

Me besaba apasionadamente, y sus labios eran cálidos y suaves. No era beso alguno de lobo, sino vibrante expresión de una mujer maravillosa. De piel tersa. Al poco me vi respondiendo a su abrazo, cada vez más dominado por el paroxístico deseo que aquella mujer era capaz de despertar en mí. Y flaqueé.

-Pensaremos en algo -dije al fin-. Pero has de prometerme que... lo que ocurrió anoche no volverá a suceder nunca más. Y debes mantenerte alejada de mi mujer.

-Lo prometo -concedió con un hondo suspiro-. Pero es una promesa difícil de guardar. Sin embargo, lo intentaré. Te reunirás conmigo esta noche, ¿no? Estaremos juntos y tú me protegerás del hambre..., de mi hambre.

-Vendré a verte esta noche -dije.

Sus ojos parpadearon de repentino temor.

-Charles -susurró-, será mejor que vengas antes de que suba la luna.

 

 

Cuando llegué a la cabaña, Violeta me esperaba junto a la puerta.

-¿Has oído? -dijo.

-¿Cómo te has enterado? -repliqué.

-Ha venido a verte un hombre. Me lo ha dicho. Me ha preguntado sobre el lobo y le he contado lo que ha estado ocurriendo últimamente. Está dentro. Te espera.

-Se lo has dicho... y ¿quiere verme?

-Sí. Será mejor que entres solo. Se llama Cragin y pertenece a la Policía Montada.

No me cabía hacer otra cosa que entrar.

Nunca había visto a ningún miembro de la Policía Montada del Noroeste. Salvo por su uniforme, míster Cragin podía haber sido como cualquier otro funcionario de la ciudad; tales eran sus maneras y su mentalidad.

-¿El señor Charles Colby? -dijo, levantándose del sillón a mi entraada.

-Sí, señor. ¿Qué puedo hacer por usted?

-Creo que ya está enterado. Se trata de la muerte de la pequeña Yvonne Beauchamps, del otro lado del lago.

Suspiré ostensiblemente.

-Me lo han dicho en el cruce. Un lobo, ¿no? Querían saber si he descubierto las huellas o señales de alguno por aquí.

-¿Y...?

Vacilé. Fue un error. El grandullón de uniforme me miró y sonrió.

-No importa. Quienquiera que se tome la molestia de mirar alrededor de la cabaña verá lo suficiente. Por cierto, hay un rastro que lleva directamente desde aquí hasta la otra orilla del lago, justo al emplazamiento de los Beauchamps. Esta tarde lo he seguido desde allí.

No pude decir nada. Traté de encender un cigarrillo y deseé en seguida no haberlo probado.

-Además -añadió Cragin- he estado hablando con su esposa, quien parece estar muy al corriente de las andanzas de la bestia.

-¡Ah!, ¿sí? ¿Le ha dicho que vio un lobo anoche?

-En efecto. -Cragin había dejado de sonreír-. Por cierto, ¿dónde se encontraba usted anoche, cuando hizo aparición el lobo?

-En el pueblo.

-¿En la taberna?

-No. Tan sólo paseando.

-Paseando, ¿eh?

El diálogo era todo menos brillante. Pero mantenía mi interés. Me daba cuenta de que Cragin trataba de llegar a algún sitio. Y así fue.

-Dejemos este ángulo por un instante -sugirió-. Tengo ya todos los detalles deel caso. Contrastaba simplemente algunas cosas para ver si lograba descubrir los hábitos de ese renegado solitario. Estamos preparando una partida de caza, ¿sabe? Aunque no supongo que usted pueda estar interesado en ello; queda fuera de su línea, ¿no es así?

No dije nada.

-Bueno, ¿no es así? -repitió-. Usted es escritor.

Asentí con la cabeza.

-Me han dicho que escribe usted relatos sobre lo sobrenatural. Su esposa afirma que acaba de terminar uno en torno a un monstruo invisible o algo así.

Asentí de nuevo. En aquellos momentos me era más fácil que hablar.

Cragin se incorporó.

-¿Tiene usted alguna vez ideas raras? -me preguntó.

-¿Qué quiere decir?

-Me parece que un autor como usted tendría que ser naturalmente un poco... diferente. Perdóneme, pero yo diría que un hombre que escribe sobre monstruos debe tener una impresión muy particular sobre infinidad de cosas.

Tragué saliva con dificultad, pero disfracé el esfuerzo con una amplia sonrisa.

-¿Pretende insinuar que cuando escribo algo sobre un monstruo, ello es parte de mi autobiografía? -pregunté.

No era exactamente lo que habla esperado, de modo que seguí hincando.

-¿Pero qué le ocurre a usted? -exclamé en voz ronca-. ¿Acaso piensa que tengo aspecto de vampiro?

Cragin forzó una sonrisa.

-Es parte de mi oficio el sospechar de todo. Déjeme ver sus dientes antes de responder.

Abrí la boca y exclamé «¡ah!»

Tampoco le gustó eso.

Vi mi ventaja y me apresuré a valerme de ella.

-¿Adónde pretende ir a parar, Cragin? -pregunté-. Sabe que mi esposa ha visto un lobo por aquí. Sabe también que anoche apareció, que se fue y que, al parecer, rodeó el lago para dar muerte a esa niña antes de desaparecer por completo.

»Le hemos dado toda la información que deseaba. A menos, claro está, que abrigue la peregrina idea de que yo mismo pueda ser una especie de monstruo. Puede que su teoría de policía científico le apunte la noción de que me transformé en lobo, asusté a mi esposa y me dirigí luego en busca de mi víctima, a quien di muerte en plena oscuridad.

Lo tenía dominado.

-No estoy acostumbrado a sus personajes de los bosques, a lo Dick Tracy -continué-. Desde luego, no ignoro que allgunos de los mestizos de estos pagos creen en fantasmas, en hombres-lobo y en demonios, pero jamás se me ocurrió pensar que los miembros de la Policía Montada hubieran adoptado semejantes supersticiones.

-Pero, vamos, míster Colby, yo...

Había puesto ya mi mano en el pomo. Señalé la puerta al tiempo que esbozaba una apacible sonrisa.

-Mi consejo es, señor, que vaya usted a cazar su lobo a otra parte.

Me hizo caso y partió.

Fui a tomar asiento y me permití el lujo de sudar copiosamente entre suspiros hasta que Violeta hizo su entrada.

Por primera vez me conducía sensatamente. Mi ataque directo había dado al traste, a buen seguro, con cualquier idea extraña que Cragin pudiera haber albergado. Lo había avergonzado, ridiculizando el mínimo de fe que pudiera caberle en los presuntos elementos de verdad asociados a las murmuraciones sobre fantasmagorías.

Decidí seguir con mi política, haciendo otro tanto con Violeta. Sin demostrar especial interés, le conté los detalles de nuestra entrevista.

Me escuchó en silencio.

-Y ahora, querida, ya ves la verdad -concluí-. El lobo es real, pero no es más que eso: un lobo. Pensaste que podía ser algo más porque parecía mostrar cierta inteligencia. El doctor Meroux me ha dicho que los ejemplares renegados y solitarios como ése suelen hacerse pronto a la presencia humana y, por tanto, resultan mucho más astutos que sus congéneres.

»Pero cuando mató, lo hizo como un animal. Es un lobo y nada más. Esta noche le darán caza y podrás descansar tranquila.

Puso su mano en mi brazo.

-¿Te quedarás aquí? -preguntó.

Fruncí el ceño.

-No. Vuelvo al cruce para unirme a la partida de caza. Ya te lo dije anoche. Es una cuestión de honor para mí el intervenir en ello junto con los otros.

-Preferiría que no fueras. Tengo miedo...

-Cierra las puertas. Un lobo no puede con las cerraduras.

-Pero.

-Voy de caza. Créeme; estarás más segura si participo yo mismo en la batida.

 

 

La luna se hallaba casi en lo alto cuando fui a reunirme con Lisa bajo los árboles que rodeaban su casa.

Me esperaba en las sombras, y no pude evitar que se me hiciera un nudo en la garganta cuando me di cuenta, con un suspiro, que era en efecto una mujer y no un lobo quien me aguardaba.

Su sonrisa me tranquilizó del todo, al igual que sus agitadas caricias.

-Sabía que vendrías -dijo-. Ahora podemos estar juntos. Oh, Charles, tengo miedo.

-¿Miedo?

-Sí. ¿No te has enterado? Ese Cragin, el policía montado, ha estado hablando por ahí. Ha venido a verme hoy y me ha preguntado si sabía algo del lobo. León, el de la taberna, ha estado murmurando como una vieja sobre mi costumbre de salir de noche. Y no quieras saber cuánto ha dicho sobre monstruos y demás.

-No tienes por qué preocuparte -la consolé.

Brevemente le repetí lo más esencial de mi entrevista con Cragin.

-Pero van a dar una batida esta noche -insistió Lisa-. León ha cerrado el locall y la mayoría de los hombres se unirán a Cragin. Se fueron con el ocaso para rodear enteramente el lago. Empezarán desde la cabaña del gran Pierre e intentarán seguir el rastro del lobo.

-¿Por qué habría ello de preocuparte? -respondí-. No habrá lobo alguno. Esta nooche, tú y yo estaremos juntos.

-Está bien -respondió Lisa-. Estaré a salvo mientras sigas a mi lado.

Con un ademán me señaló un claro entre los árboles.

-¿Quieres que nos sentemos allí y hablemos? -sugirió-. León ha cerrado, pero fui antes, a primera hora de la tarde y compré algo de vino. Te gusta el vino, ¿no, Charles?

Me mostró una jarra y ambos nos acomodamos sobre la hierba.

El vino era dulce, pero fuerte, Al beber vi cómo ascendía la luna por el este.

De repente me asió fuertemente del hombro.

-¡Escucha!

A lo lejos, muy distante, posiblemente del otro lado del lago, llegaba el griterío de voces humanas entremezcladas con los estridentes y monótonos ladridos de los perros.

-Están cazando, y tienen sabuesos.

Lisa se estremeció. Bebí un largo trago y la estreché contra mí.

-No hay nada que temer -la consolé.

Sin embargo, al mirar al cielo experimenté un miedo creciente; sentimiento que progresaba con el clamor que llegaba a mis oídos desde la distancia.

Estaban cazando un licántropo.. y ella se hallaba en mis brazos.

El arrogante perfil de Lisa quedaba perfectamente recortado contra la faz pálida y rasgada de la luna.

Luna y muchacha, dos rostros frente a frente, y yo contemplándolos ambos.

Cuando ascienda la luna, así se intensificará la lacra maldita que corre por tus venas, hombre-lobo...

-Lisa -susurré-, ¿Estás bien?

-Claro, Charles. ¡Toma, bebe!

-Quiero decir, no tienes la sensación de que va a ocurrirte algo..., ¿verdad?

-No, esta noche no. Estoy bien. Estoy contigo ahora.

Se echó a reír y me besó. Bebí para ahogar el miedo que no lograba alejar de mi mente.

-No volverás a molestar a Violeta, ¿eh? Dejarás de merodear de noche hasta que pase todo esto, ¿verdad?

-Sí, por supuesto.

Me ofreció nuevamente la botella.

-¿Tendrás paciencia? ¿ Podrás esperar hasta que se me ocurra otro plan?

-Lo que tú digas, amor mío.

La miré a los ojos.

-Puede que lleve tiempo. Quizá no podamos estar juntos tan pronto como habíamos pensado. Es posible que tengamos que recurrir finalmente al divorcio. Violeta es muy estricta en lo que a estas cosas se refiere y no me cabe duda de que se opondrá. Puede que la solución del aspecto legal del asunto lleve varios años, y yo no seré libre hasta entonces. ¿Serás capaz de esperar tanto tiempo?

-¿Divorcio? ¿Años?

-Has de prometerme que esperarás. Que no causarás ningún daño a Violeta ni... a nadie. De otro modo, no podremos estar juntos.

Me miró fijamente; su rostro quedaba en la sombra. Luego se inclinó y buscó mis labios.

-Muy bien, Charles; si es éste el único camino, esperaré. Puedo hacerlo.

Bebí de nuevo. Todo se me antojaba muy claro. Luego pareció rodearse de bruma. Aclaró otra vez. El jadeo de los sabuesos atronaba mis oídos; se perdía ahora en la distancia. El rostro de Lisa fue haciéndoseme más grande... desapareció al fin.

Era el vino, pero no me importaba. Tenía la promesa de Lisa y sus labios. No podía soportar aquella tensión más tiempo. Los últimos días habían sido una auténtica pesadilla. Ansiosamente busqué mi ración de labios y vino.

Al poco me quedé dormido.

-¡Despierte!

La voz arañó bruscamente mis tímpanos. Me vi sacudido violentamente.

-¡Despierte, Colby! ¡ De prisa!

Abrí los ojos y traté de incorporarme con gran esfuerzo. La luna estaba en todo lo alto y su pálido fulgor iluminaba el rostro de quien tan expeditivamente me urgía: el doctor Meroux.

-Durmiendo -farfullé- ¿Dónde está Lisa?

-¿Lisa? Aquí no hay nadie más que tú. ¡Despierte, hombre! ¡Venga conmigo!

Me levanté, di un traspié, pero recobré mi equilibrio.

-¿Está bien?

-Sí, doctor. ¿Qué ocurre?

-No sé si..

Percibí la indecisión en su voz, amén de una leve nota de mal reprimido pánico. Aquello me serenó de golpe.

-Dígame, doctor, ¿qué ha ocurrido?

-Su esposa -dijo lentamente-. El lobo fue a su cabaña esta noche mientras usted estaba ausente. Yo pasé por allí y me detuve para comprobar si estaban bien. A mi llegada, el lobo ya había partido, pero...

-¿Sí?

-¡Había hecho presa del cuello de Violeta!

Corrimos alocadamente en la oscuridad, con la noche negra por fuera y el miedo por dentro.

Lisa habla mentido. Me habla emborrachado, y cuando me hubo dormido, atacó...

No se me ocurría otra explicación.

Llegamos a la cabaña. El doctor Meroux se arrodilló junto al lecho de Violeta. Ésta se volvió hacia mí y me sonrió débilmente.

-¡Aún está viva! -exclamé.

-Sí. Fue mordida en la garganta, pero llegué a tiempo de detener la hemorragia. No es demasiado grave, aunque está muy asustada. Que no se mueva en un par de días.

Me arrodillé junto a mi mujer y estreché mis labios contra su mejilla por encima del vendaje.

-¡Gracias sean dadas a Dios! -musité.

-No le haga preguntas -añadió Meroux-. Que descanse ahora. Es evidente que mi llegada se produjo inmediatamente después del ataque. El lobo debe haber entrado por la ventana. Verá los vidrios rotos. Al acercarme saltó de nuevo y se perdió en las sombras. Sus huellas se ven por doquier.

Le acompañé hasta la puerta. Era tal como había dicho.

-Los batidores llegarán de un momento a otro. Creo que podrán seguir el rastro con facilidad.

Asentí con la cabeza.

Los ladridos de los perros y las voces desaforadas de los hombres interrumpieron nuestra conversación.

El doctor Meroux se atusó el bigote y giró sobre sus talones.

-¡Deben haber dado con él! -gritó-. ¡Escuche!

Gritos y mascullaciones. Ruido de ramas y maleza desgajada y pisoteada. Un grito estridente. Luego...

¡Una descarga de fusilería!

-Nom de Dieu! ¡Lo tienen! -exclamó el doctor, exultante.

Nuevamente el aullido de los sabuesos, cada vez más cerca. Pasos precipitados, ramitas quebradas, maleza atropellada. Las voces se oían cada vez más claras.

De pronto, del calvero que se halla en frente de la cabaña surgió la forma lupina, rota, desmadejada.

La gran bestia gris jadeaba penosamente. Estaba exhausta. Arrastró su cuerpo por aquel espacio abierto dejando un gran reguero de sangre. La enorme cabeza oscilaba de un lado a otro; las fauces abiertas, incapaces de contener por más tiempo aquella espuma sanguinolenta que las colmaba.

Meroux extrajo un revólver; lo amartilló.

Le así la mano.

-¡No! -musité-. ¡No!

Me dirigí hacia el lobo. Su mirada encontró la mía, pero no había en aquélla la menor señal de reconocimiento; tan sólo un vidrioso fulgor de muerte.

-Lisa -susurré-. No pudiste esperar.

El doctor no oyó mis palabras, pero el lobo sí. Elevó la cabeza y por un instante pareció surgir un murmullo sibilante de aquella garganta rota. Luego, el animal murió.

Lo vi morir. Fue bastante simple. Sus patas se pusieron rígidas, la testa se venció de lado, y el cuerpo todo se quedó inmóvil contra la tierra. Pude resistir aquel trágico desenlace. Lo que siguió no fue tan fácil de soportar.

Y es que Lisa había muerto también.

Cuando fui testigo del cambio de mujer a lobo, friamente comprobé su duración con mi reloj. Ahora, presenciando la transformación de lobo a mujer no pude hacer otra cosa que estremecerme y llorar.

El cuerpo se expandió, se agitó y se dobló. Las orejas desaparecieron en el cráneo. Las extremidades se alargaron, revelando carne nueva y blanca. El doctor Meroux gritaba a mi lado, pero yo no oía sus palabras. Había quedado totalmente absorto por aquel proceso increíble de la desaparición del lobo y nacimiento de Lisa, cuya desnuda belleza pareció abrirse ante nuestros ojos como un capullo en flor, pálido lirio de muerte.

Hela allí, una muchacha muerta, a la luz de la luna. Sollocé de manera irreprimible y volví el rostro.

-¡No..., no puede ser!

La ahogada exclamación del doctor hizo que volviera sobre mis pasos. Con mano temblorosa aquél señalaba hacia la forma blanca que yacía a nuestros pies.

Miré, ¡y vi... otro cambio!

Pero, no puedo soportar el describirlo. Ahora recuerdo tan sólo que Lisa jamás me había dicho cómo o cuándo había caído víctima de la licantropía. También que la horrible dieta del hombre-lobo proporciona una juventud sobrenatural.

Pues la mujer yacente envejecía a ojos vistas.

De mujer a lobo es una transformación horrible de ver. Pero lo era más aún esta abominación final. La maravillosa muchacha se estaba convirtiendo en una anciana llena de arrugas.

Y aún peor.

Al final no quedaba más que algo inerte, infinitamente viejo y desgastado; algo contraído y rechupado que oponía a la luna la terrible mueca de una momia.

Lisa, al fin, había asumido su forma auténtica.

 

 

El resto debió suceder con gran precipitación. Llegaron los hombres con los perros. El doctor Meroux se inclinó sobre aquello que habla sido lobo y mujer, y que ya no era nada. Yo perdí el conocimiento.

Al despertar, a la tarde siguiente, el doctor Meroux estaba cambiándole el vendaje a Violeta. Esta se encontraba lo suficientemente recuperada para abandonar el lecho. Me trajo un tazón de sopa. Volví a dormirme.

Con el nuevo día apareció nuevamente Meroux. Yo me sentía ya casi normal; me senté en mi lecho y empecé a hacerle una pregunta tras otra. Su informe me tranquilizó.

Al parecer, había sido muy prudente. Confirmó la historia de licantropía, pero no identificó a la criatura muerta como Lisa. Con la ayuda de Cragin el asunto iba siendo tapado. Después de todo no procedía seguir investigando, y para bien de todos era mejor olvidarse de lo ocurrido.

Violeta había vuelto a ser casi la misma.

Anoche se lo confesé todo.

Ella se limitó a sonreír.

Puede que cuando se haya recuperado por completo vuelva a la ciudad y solicite el divorcio. No sé. No me ha ofrecido perdón ni comentario alguno. Parece un tanto inquieta, perturbada.

Hoy ha salido a dar un paseo.

Yo me he pasado la tarde pasando a máquina este relato. Supongo que ella no tardará en regresar; el sol ya se ha puesto. Claro que quizá haya decidido partir sin más para la ciudad. Aunque, con esa herida a medio cerrar no es prudente ni probable, creo, que lo haga.

La luna empieza a elevarse por encima del lago, pero no deseo verla. No puedo sufrir nada que me recuerde lo ocurrido, y espero que el escribir estas líneas me ayude a liberarme de tantas imágenes horribles como plagan mi memoria.

Quizá logre algo de paz en el futuro. Estoy convencido de que Violeta me odia; obtendrá el divorcio y yo seguiré mi vida.

Sí. Me odia porque envié contra ella un hombre-lobo. Lo he leído en su mirada...

Pero estoy desvariando. No debiera pensar en eso. No.

Sin embargo, en algo he de ocupar mis pensamientos. No quiero dejar de escribir aún. Me vería obligado a permanecer sentado sin nada que hacer mientras la noche extiende su negro manto sobre una tierra tan silenciosa como si estuviera muerta.

Sí, tendría que oír el silencio; y ver cómo sube la luna por encima de las aguas, en tanto espero el regreso de Violeta.

Me pregunto adónde habrá ido hoy. Con esa herida en la garganta no es bueno que salga.

La herida de la garganta, sí..., donde Lisa la mordió.

Hay algo que trato de recordar al respecto de eso. Pero no logro dar ilación a mis ideas. Sin embargo, sé que se trata de algo que tiene que ver con la herida y con mi súbito temor a la luna y a la soledad.

¿Qué será?

¡Ahora recuerdo!

Sí, ¡lo sé!

Y rezo para que Violeta se haya ido para siempre, para que no vuelva jamás.

Se la veía nerviosa hoy, y se ha ido sola al bosque. Y yo sé por qué.

La herida está actuando.

Recuerdo lo que me dijo Lisa cuando le participé la muerte de la pequeña Yvonne. Había dado gracias a Dios... porque si la niña hubiera sobrevivido a su mordedura se habría convertido también en...

Violeta fue mordida. ¡Violeta no murió! Y la herida está funcionando. La luna está en lo alto e ilumina todo el lago. Violeta, corriendo por la fronda, es un...

¡Allí! ¡La veo por la ventana!

Lo veo.

Se arrastra hacia la cabaña. Lo veo claramente a la luz de la luna; bajo ese fulgor pálido que arranca destellos del pelaje que cubre su alargado dorso; que ilumina su negro hocico y hace brillar sus agudos colmillos.

Violeta me odia.

Y regresa. Pero no como mujer.

¡Un momento! ¿He cerrado la puerta? ¡ Sí!

Bien. No puede entrar. Mira cómo da zarpazos contra la madera, cómo la araña, mientras un profundo rechinamiento se forma en lo más hondo de sus entrañas, presto a salir por sus fauces. Por estas fauces..., ¡por estas mandíbulas!

Puede que Cragin aparezca por aquí; o el doctor Meroux. Si no, pasaré la noche sentado y vigilante. Con el alba se irá. Y cuando vuelva haré que se la lleven.

Sí, esperaré.

¡Cómo aúlla! Me destroza los nervios. Sabe que estoy aquí. Puede oír el tecleteo de mi máquina de escribir. Lo sabe. Y si pudiese llegar hasta mí...

Pero no puede. Estoy a salvo aquí dentro.

¿Qué intentará ahora? Ha dejado la puerta. Oigo sus pesados pasos alrededor de la cabaña... junto a la ventana.

La ventana.

El vidrio se hizo pedazos la otra noche, cuando Lisa entró. ¡No hay cristales...!

Está aullando. Va a saltar. Sí.

Lo veo..., el cuerpo de un lobo recortándose en el aire contra la luz de la luna.,. Violeta..., no..., Vio...

 

¡Que viene el lobo! Robert Bloch

The man who cried wolf! Trad. Carlos M. Sánchez-Rodrigo

Horror selección 6. Libro amigo 431

Editorial Bruguera, 1976

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