La obsesión del famoso editor Charles le llevó en cinco oportunidades a profanar la tumba del gran poeta Nimé sin conseguir jamás su objetivo y condenando a la muerte a igual número de infelices que por unas sumas importantes de dinero no trepidaron en cumplir el mandato de desvalijar el sepulcro del escritor. Todos los cadáveres fueron descubiertos ante la tumba con una indescriptible expresión de terror en el rostro, y aunque se sospechaba el motivo de las exhumaciones no estaba clara la causa de las muertes. El quinto fallecido se llamaba Cristian y era un antiguo empleado del poeta, y a partir de su deceso todo pareció volver a la calma. Sin embargo, el infame editor no había desistido de sus planes. Tenía la idea de que el manuscrito con el poema póstumo de Nimé había sido enterrado con él y recuperarlo era solo cuestión de tiempo. El modo era lo de menos. Pasados unos años volvió a la casa del antiguo sirviente entrevistándose con sus hijos. Convencerlos de una nueva profanación no fue impedimento, dinero mediante, y se fraguó un plan para llevar a cabo esta nueva tentativa. Las cosas fueron diferentes esta vez. Se descubrió un rudimentario mecanismo que hacía levantarse al cadáver cuando el ataúd era abierto, lo que produjo que los antiguos profanadores murieran de terror al contemplar el efecto. Pero el resultado fue decepcionante: el manuscrito que contenía el poema no se hallaba en el féretro.

Se optó por invadir la casa de Nimé resguardada por Honoria, el Ama de Llaves y amante del poeta desde que su esposa había enloquecido, pero la desusada impaciencia de Charles y su personalidad proclive al crimen ante la menor inconveniencia llevan a los protagonistas a un desenlace inesperado y brutal.