La carátula es gentileza de nuestro amigo Marcelo

28 de mayo de 1969
Pronto caerá la tempestad sobre la vieja capilla, mientras la tétrica campana da las doce de la noche... ¡Nadie sabe!... ¡Nadie supo!... La verdad en el terrible caso de... "LA CABEZA SONRIENTE". Es una historia de espanto que nos reconfortará esta noche...

Un inesperado error de cálculo bastó para que la poderosa anaconda se enrollara brutalmente en el cuerpo de Sir Cedric Harbin, destrozándole de inmediato tres costillas. La expedición que él comandaba en busca de un templo perdido en medio de la selva era cubierta por los indios Chavantes, cuyo guía era Mario, un joven nativo conocedor experto de la zona. Gravemente herido, fue trasladado al lugar que le servía de habitación. Vendado fuertemente, debería pasar al menos ocho noches sin movimiento. Contrariado ordenó al guía que viajara en compañía de su esposa “La Rissante” al pueblo de Matura, ubicado a pocos kilómetros del lugar, para que ésta se comunicara con las autoridades informándoles de su estado y en busca de ayuda médica. Dicho viaje debía realizarse por el Río Das Mortes, denominado así por el sangriento degollamiento de portugueses por parte de los indios lugareños acaecido en ese sitio. Extrañó a Sir Cedric la partida al alba de su esposa sin haberse despedido y más aun al enterarse por un nativo que el trayecto que habían tomado era hacia Goyas, camino contrario a Matura. La duda se hizo en su cerebro. Nunca había confiado plenamente en Mario. Interiormente sentía celos de su juventud alegre y comenzó a culparse por haberlos enviado en busca de socorro. La prisa es mala consejera, sobre todo si se está inmóvil y herido. Por el Jefe de la Tribu Chavante se enteró de la existencia de un conocido brujo de nombre Muritka y lo llamó a su presencia. De boca del hechicero se fue enterando de los pasos de “La Rissante”. Era tan exacta la descripción que éste mencionaba de los dos fugitivos, que Sir Cedric no salía de su asombro. Sin embargo, su cerebro afiebrado no le permitía discernir las razones que pudieran haber inducido a su esposa para tomar tal determinación. Tomó una drástica decisión: envió a tres indios portadores, Urubúes, para que rastrearan a la pareja y, una vez hallada, se deshicieran del joven guía y regresaran con su mujer. Lo que olvidó el humillado expedicionario fue que los indios designados para dicha misión eran “cazadores de cabezas”.

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