Dentro de la casa el frío se hacía sentir. No escap� a la mirada de Isabel la actitud como en trance de Jovita, pero la atribuy� a su reciente pérdida. Se le antojaba que su cuerpo era deslizado a través de las piezas de un museo y la inquietud que la acompañaba se hacía más presente. El viejo Andrés estaba acostado en una ruinosa cama. Temblorosa, se acerc� para brindarle los primeros auxilios. A primera vista el viejo le pareci� un agonizante. Le quedarían como mucho tres o cuatro días de vida. El anciano parecía sufrir intensamente y entre lágrimas le solicit� se quedara un tiempo para cuidarlo. Más por obligación que por humanidad, Isabel acept� quedarse por unas horas y fue trasladada por Jovita a una habitación que le serviría para tomar un descanso y a la vez estar a la expectativa ante cualquier imprevisto. La sirvienta le obsequi� con galletas y leche, alimentos que fueron consumidos a desgano. Al cabo de algún tiempo su visión se torn� borrosa. Comprendi� que había sido narcotizada. Se sinti� trasladada por unas manos fuertes que la llevaban a través de largos corredores. De poder haber visto los lugares por los cuales atravesaba se hubiese horrorizado. Al fin llegaron al cuarto maldito. La cabeza de Griselle, como siempre, se mantenía dentro del cofre. Adivinando la presencia de su esclavo, de sus labios surgi� el siniestro silbido. La bruja pedía un cuerpo y eso era justamente lo que le proporcionaría Andrés. Mureaux le enseñó la que sería su nueva envoltura física y Griselle sonri� satisfecha, gozando anticipadamente de su triunfo. Seguidamente deposit� el cuerpo de la doctora sobre una tarima y al costado el cofre que contenía la cabeza de la bruja. El evento que tan bien conocía se repiti� nuevamente. Una llama azul que abandona un cuerpo introduciéndose en otro. A los pocos minutos, Isabel había dejado de existir. Muy de tarde, Jovita se hizo presente en la casa de la fallecida doctora llevando una supuesta nota escrita por ella. Antonia ley� con desconfianza la misiva, advirtiendo que la caligrafía no correspondía a la de su ama. En ella se manifestaba la justificación de su no asistencia sin mencionar en qu� lugar se encontraba. Los vecinos se fueron enterando y de la impaciencia se pas� a la acción. Estaban seguros de que se encontraba plagiada en la mansión siniestra, con fines inconfesables. El mismo Darío Colbert trataba de calmar a la turba que, descontrolada, intentaba quemar la casa. Por último consigui� una tregua de media hora para investigar. Pasado ese lapso, todo quedaba en manos de los lugareños. Entr� por una ventana situada a un costado y penetr� en el tétrico edificio.