PASEO POR UNA SINFONIA LLAMADA VETUSTA

Por LLORENC BARBER

 

Cada ciudad tiene su propio son, su propio cantar, su propio diríamos argumento sonoro. El de Vetusta es un monótono repetido, vulgar rumor. Un rumor tan gastado que deviene anónimo, o mejor neutro ( "ello dirá" se repite constantemente en la narración), pero sobre todo además cíclico, esto es un rumor o pedal mas o menos continuo que se desliza suave por entre minutos, días, semanas y estaciones que se suceden la una a la otra – con andares de gato las más de las veces – lo que a quienes la habitan les inocula "una pereza de vivir" que más parece sueño o sopor . O mejor "siesta" como de lejanos siglos y "digestión de cocido y olla podrida". Una siesta que se dormita "oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana del coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica".

 

También el tiempo es muy suyo. Y si en algunas ciudades salta y corre, y tanto que parece estar echándole carreras al propio tiempo, como diría Rulfo, en otras, como en Vetusta, se arremolina y amodorra en "la monotonía eterna de la ciudad triste". Una ciudad ésta en la que sobre todo por las tardes, o a lo largo de los mojados inviernos, nada parece mejor que " callar , vivir, sin hacer más que sentirse bien y dejar pasar las horas (...) por allí debía de irse a la muerte".

 

A quienes habitan la apagada y murmuradora Vetusta hay veces que les suenan "ruidos confusos de la ciudad con resonancias prolongadas melancólicas; gritos, fragmentos de canciones lejanas, ladridos . Todo desvanecido en el aire", o les llegan sin apenas querer " ruidos apagados de la calle; las ruedas de un coche que corría muy lejos , la voz de un mercader ambulante que pregonaba a grito limpio paños de manos y encajes finos", o " un rumor triste, lejano, apagado, donde había canciones de niñas, monótonas, sin sentido; estrépito de ruedas que hacen temblar los cristales, rechinar las piedras y que se pierde a lo lejos como el gruñir de las olas rencorosas ". Veces hay que la berlina de la marquesa va y viene " atronando al vecindario con horrísono estrépito de cascabeles, latigazos, cristales saltarines y voces y carcajadas que suenan adentro", eso sí "arrancando chispas por las mal empedradas calles de la Encimada". Es famosa la Encimada por " sus resonantes aceras gastadas y estrechas" donde de madrugada " los pasos de los trasnochadores retumbaban como si anduvieran sobre una caja sonora".

 

Cuenta Vetusta con dos paseos dos. El Boulevard y el Espolón que según las horas del día y la estación del año acentúan el gastado sucederse de los rumores con " el agua de las fuentes monumentales murmurando a lo lejos con melancólica monotonia en medio del silencio en que yace el paseo triste, solitario", o bién se pueblan de alegría exaltada, pues toda Vetusta industrial y obrera se dá "cita bajo las acacias del Triunfo y pasean allí una hora "arrastrando los piés sobre las piedras con estridente sonsonete". En efecto ayer " el estrépito era infernal; todos hablaban a gritos, todos reían, unos silbaban, otros cantaban". Y para sorpresa de los del Casino – santa casa como veremos y oiremos – en la algazara de aquellas turbas o chusma como les llama también Clarín, "también había cuchicheos secretos, al oido", como se dá entre los preclaros de Vetusta, esos que "se dan tono" y que perdonan todo menos "las apariencias", y que son los protagonistas, como veremos de esta historia y de esta ciudad.

 

 

Temblor de aires en Vetusta : las campanas

Para ordenar un algo tanto aburrimiento, tanta pereza de vivir, tantas ganas de " detener el tiempo", Vetusta cuenta con muchas y diversa campanas que " cantan la hora" ("pausadas, vibrantes, llenando el aire de melancolía"), se desperezan (" en aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezara, dio tres campanadas"), avisan al personal (" la torre de la catedral, que espiaba a los interlocutores de la glorieta desde lejos, entre la niebla que empezaba a subir por aquel lado, dejó oír tres campanas como un aviso (...) pero ellos no oyeron la señal de la torre que vigilaba") o juegan a contrapuntos metálico-rítmicos de exactitudes todavía no secularizadas del todo (" el reloj de la Universidad dio tres campanadas ¡ Tres cuartos de hora¡ andará adelantado...No... La Catedral, que era la autoridad cronométrica, ratificó la afirmación de la Universidad, por lo que pudiera valer, el reloj del Ayuntamiento, que no había podido secularizar el tiempo, vino a confirmar lo dicho lacónicamente por sus colegas, exponiendo su opinión con una voz aguda de esquilón cursi").

 

Cuando las campanas de Vetusta suenan, sobre todo cuando lo hace (cuando "posa", término este tan particular que debe ser un localismo de Vetusta) la Wamba, ese bronce grave que Bismarck el campanero interino, hace resonar "empuñando el cordel" y azotando "el metal con la porra del formidable badajo", toda Vetusta queda bañada por su resonante manto de bronce y plata. Recordemos la célebre siesta con que comienza la narración de la heroica y dormida Vetusta y su toque de laudes (precedido del aviso de ordenanza del esquilón reglamentario accionado desde el mismo lateral del altar mayor) y como con la acción del "formidable badajo" "tembló el aire y el delantero cerró los ojos, mientras Celedonio hacía alarde de su imperturbable serenidad oyendo , como si estuviera a dos leguas, las campanadas graves, poderosas, que el viento arrebataba de la torre para llevar sus vibraciones por encima de Vetusta a la sierra vecina y a los extensos campos, que brillaban a lo lejos, verdes todos, con cien matices".

 

Pero hay un dia al año en que las campanas son las protagonistas de la ciudad y sus entornos ("media legua larga se oye cantar la hora a la señora torre de la Catedral"), es allí cuando en Vetusta, con el mes de octubre muere también el buen tiempo y todos se aprestan a esa " vida submarina que duraba gran parte del otoño, lo mas del invierno y casi toda la primavera·. En efecto " todos los años, al oír las campanas doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde "( a la hora de siempre) todos se dan por enterados de que " otro invierno, húmedo, monótono, interminable" comienza "con el clamor de aquellos bronces".

 

Minimalismo concentrado, descomunal y expansivo "las campanas comenzaban a sonar con la terrible promesa de no callarse en toda la tarde ni en toda la noche (...) aquellos martillazos (...) aquella maldad impune, irresponsable, mecánica del bronce repercutiendo con tenacidad irritante, sin por qué ni para qué, sólo por la razón universal de molestar (...) no eran fúnebres lamentos, no hablaban de los muertos, sino de la tristeza de los vivos, del letargo de todo : ¡ TAN, TAN, TAN ¡ ¡Cuantos¡¡Cuantos¡¡Y los que faltaban¡ ¿ Qué contaban aquellos tañidos ¿ Tal vez las gotas de lluvia que iban a caer en aquel otro invierno (...) ¡ Y las campanas toca que tocarás (la Regenta) ya pensaba que las tenía dentro del cerebro; que no eran golpes de metal sino aldabonazos de la neuralgia que quería enseñorearse de aquella mala cabeza, olla de grillos mal avenidos (...) toda Vetusta se aburría aquella tarde (...) parecía que el mundo se iba a acabar aquel día, no por agua ni fuego, sino por hastío (...) ( causado por ) el silencio de muerte de las calles y el ruido necio de los campanarios..."

 

 

Oír el agua que azota los cristales allá afuera

Por pura analogía y como llamada por esa infatigable lluvia de badajazos , Vetusta entra en "la estupidez del agua cayendo sin cesar (...) por las goteras de los tejados, de monótono y eterno ruido acompasado al salpicar los guijarros puntiagudos".

 

Dos serán las sonadas consecuencias del llover y su llenarse Vetusta de paraguas que retumban y chorrean "con estrépito lúgubre". A saber, a) el refugiarse de los vetustenses en la iglesia " no a rezar, a estar allí, a soñar allí, a pensar allí oyendo la música del órgano y de nuestra excelente capilla. Capilla, tantas veces " reforzada por algunas partes rezagadas de la última compañía de zarzuela que había tronado en Vetusta". Y b) asistir al reverdecido esplendor de los murmullos y las tertulias. En efecto "en cuanto el tiempo se metía en agua (...) se murmuraba del mundo entero, se inventaban calumnias nuevas". Pero de ello ("ello dirá") hablaremos mas tarde, ues el hecho es que " en el campo la lluvia – se dice en Vetusta – es una música" y una música que alimentaba la vegetación vetustense ( " en Vetusta nadie pensaba, se vegetaba y nada más").

 

 

Un sapo que oye pensar

Vetusta aparece como arropada en La Regenta de un muy vivaraz coro de hojas

("temblorosas y resonantes"), brisas que hacen "resonar como castañuelas las hojas solitarias" y carreteras "orladas de árboles poblados de gorriones y jilgueros". En efecto, unos pájaros que en las abundantes huertas "mezclaban sus gritos garrulos y agudos al general estrépito" dando pié a "la cháchara insustancial y armoniosa", al "murmullo discreto del manantial y de la corriente que se precipitaba a refrescar los prados. Sobre las ramas del castaño saltaban gorriones y pinzones que no cerraban el pico y no acababan nunca de cantar formalmente, distraídos en cualquier cosa, inquietos, revoltosos y vanamente gárrulos". Además no sólo Quintanar tiene una pajarera que tantas veces le deja "arrobado oyendo el repiqueteo estridente , fresco, alegre del jilguero de sus amores", sino que hasta el señor Obispo, cuando era párroco de las Veguellinas se rodeaba de " jilgueros y alondras y hasta pardales (que) cantaban en los prados y silbaban en el coro y era una delicia oírlos".

 

En Vetusta "los sapos cantaban en los prados, el viento cuchicheaba en las ramas desnudas que chocaban alegres", sobre todo de los eucaliptos recién aclimatados por Frígilis, los cuales imitando a los vetustenses " se acercaban unos a otros, cuchicheando, como diciéndose discretamente lo que pensaban..." y así "seguían hablándose al oido, murmurando con todas las hojas".

 

Tanto y tan bien murmuran las brisas y las hojas que los vetustenses inventan ecos burlones como cuando el Magistral entró aquel día en el templo y "hubo un murmullo en los bancos de la plataforma, semejante al rumor de una ráfaga que rueda sobre las copas de los árboles". Léase la frase pausada y sonoramente notando el suave ritmo imbrincado y aéreo de dáctilos, troqueos y yambos . Otra vez: "rumor de una ráfaga que rueda sobre las copas de los árboles". Y éste espejearse sonoro de vetustenses ( animales árboles, brisas y humanos) va más allá de la "melancólica monotonía en medio del silencio del agua de las fuentes" para fundirse tantas y tantas veces en confesión como en el crepúsculo de aquel día en que el Magistral siente " el alma llena de pájaros que le cantaban como coros de ángeles dentro del corazón" y al mismo tiempo – polifonía coral digna del mejor Gabrieli – " un coro estridente de ranas despidió al sol desde un charco del prado vecino. Parecía un himno de salvajes paganos a las tinieblas que se acercaban por oriente. La Regenta recordó las carracas de Semana Santa, cuando se apaga la luz del ángulo misterioso y se rompen las cataratas del entusiasmo infantil con estrépito horrísono....un sapo en cuclillas miraba a la Regenta ... dio un grito, tuvo miedo. Se le figuró que aquel sapo había estado oyéndola pensar y se burlaba de sus ilusiones"

 

Mediante concentrada analogía – croar de sapos/ estrépito de carracas - Clarín esboza aquí la coribantiada ritual de los viernes santos en que la chiquillería de Vetusta – armada de carracas - ayudaba con estrépito ( la "esquellá" lo llaman aún los catalanoparlantes ) al tránsito fundamental del dios herido de muerte.

 

 

Sinestésia : una música de olores

Si el ruso y místico A. Scriabin – coetáneo de Clarín – llegó a concebir una música de colores, Clarín yendo mas lejos fundirá en sinestésia el son y el olor insinuando una música de olores, panteísta como aquella y mas armónica y orgánica. Imagíneselo el lector leyendo el cap. XXIII de La Regenta con la música de Messiaen a buen volumen y asistiendo con nosotros a la Misa del Gallo en la Catedral vetustense en la que el órgano " parecía que se volvía loco de alegría .. que perdía la cabeza y echaba por aquellos tubos cónicos , por aquellas trompetas y cañones, chorros de notas que parecían lucecillas (¡ sublime Scriabin¡) para alumbrar las almas .... la música alegre brotando de pilar en capilla, del pavimento a la bóveda, parecía iluminar la catedral con rayos de alba .... temblaba el alma.... no había allí barreras , en aquel momento, entre el templo y el mundo; la naturaleza entraba a borbotones por la puerta de la iglesia; en la música del órgano había recuerdos del verano, de las romerías alegres del campo, de los cánticos de los marineros a la orilla del mar; y había olor a tomillo y a madreselva, y olor a playa, y olor arisco del monte, y dominándolos a todos olor místico de poesía inefable... que arrancaba lágrimas".

 

 

Locus iste : las retóricas averiadas

En Vetusta se va a la iglesia " como quien vuelve a la patria" : los mas íntimos resortes del alma suenan y resuenan en empatía, pues el templo habla a los recuerdos de cada quién " con bóvedas, pilares, cristalerias, naves, capillas .... hablando con todo lo que contiene.

 

Todo en el templo se amplifica y solemniza. Así " sonaba y resonaba en la bóveda la tos de un viejo que rezaba en una capilla escondida; los pasos de un monaguillo irreverente retumbaban sobre la tarima de un altar, y como un refuerzo del silencio llegaba a los oídos un rumor tenue de los ruidos de Vetusta. Ana pedía a la soledad y al silencio perezoso de la iglesia algo como una inspiración o como un perfume de piedad (...) gastado por el roce de las oraciones y el humo de la cera".

 

Dos son los santuarios de lo inefable y de las calidades íntimas del son en los templos de vetusta, a saber el púlpito con su tornavoz y su paloma, y el cajón de los cuchicheos por excelencia, esto es, el confesionario. Los vetustenses viven ora en A, ora en B, preparando, alargando y reduplicando los truenos de uno , o los eternos silabeos del otro.

 

En efecto, en Vetusta había quien "predicaba a cañonazos" o quien lanzaba palabras y frases "como una granizada", y quien melifluo y afrancesado " pronunciaba el castellano con la garganta y las narices y hablaba de Gomogga", mientras la Regenta "oía el rum rum lastimero del púlpito rumor lejano de un aguacero acompañado por los ayes del viento cogido entre puertas. No oía al jesuita, oía la elocuencia silenciosa de aquel hecho patente, repetido siglos y siglos en millares y millares de pueblos".

 

Pero quien desde "la cátedra del Espíritu Santo" entusiasmaba a los Vetustenses era Fortunato, el Obispo. "Su elcuencia era espontánea, ardiente; improvisaba; era un orador verdadero (...) hablaba de repente (...) Fortunato poseía el arte supremo del escolofrío; si, los sentía el auditorio al oir aquella palabra de unción elocuente y santa (...) El Obispo hablaba con una voz de trueno lejano, sumido en la sombra del púlpito (...) describía el crujir de los huesos (...) con chasquidos sordos (...) A las pausas elocuentes, cargadas de efectos patéticos (...) contestaban abajo los suspiros de ordenanza de las beatas, plebeyas y aldeanas (...) eran los sollozos indispensables (...) mitad suspiros, mitad eructos de la vigilia".

 

Por el contrario el Magistral disparaba "sobre el argumento contrario, daba palmadas rápidas sin medida sobre el púlpito (...) y la voz se transformaba en trompeta desapacible y algo ronca". Por su parte, el padre Martínez, cuando ascendía al púlpito echaba "toda la retórica averiada de su oratoria de un barroquismo mustio y sobado".

El órgano y la misa de gallo en la catedral

"El órgano dejaba escapar unos diablillos de notas alegres, revoltosas, que luego llenaban los ámbitos oscuros de la Catedral, subían a la bóveda y pugnaban por salir a la calle, remontándose al cielo (...) empapando el mundo de música retozona (...) de repente el órgano soltó el trapo, abrió todos sus agujeros y volvió a regar la catedral con chorritos de canciones alegres; el fuelle parecía soplar en una fragua de la que salían chispas de música retozona ; ahora tocaba como las gaitas del pais, imitando el modo tosco e incorrecto con que el gaitero jurado del Ayuntamiento interpretaba el brindis de la Traviata y el Miserere del ´Trovador".

 

Tras provocar "cuchicheos", "risas comprimidas", y comentarios tales como "ese organista, borracho como ustedes probablemente : convierte el templo del Señor, llamémosle así, en un baile de candil.... en una orgía", a causa del pupurri político jocoso de su improvisado repertorio, el inmenso órgano acabó " callado como un borracho que duerme después de alborotar el mundo".

 

 

El sancta sanctorum de Vetusta : el confesionario

Escuela de vetustanos de pro, y apoteosis del rumor y del escándalo de los oidos, el confesionario sí era emoción acendrada: cajón sagrado donde "escudriñar lo pasado y las turbaciones presentes con preguntas de microscopio", donde "cada palabra iba cubierta de un velo", donde " la voz del sacerdote vibraba, su aliento quemaba, y Ana creyó oír sollozos comprimidos.... cada vez con mas ardor en las palabras y en el aliento".

 

A veces " la madera del armatoste crujía " (....) "cuatro o cinco bultos negros llenaban la capilla. En el confesionario sonaba el cuchicheo de una beata como rumor de moscas en verano vagando por el aire (...) El confesor " oía distraído la cháchara de la penitente (...) la beata de la celosía continuaba el rum rum de sus pecados. El Magistral no la oía, oía los rugidos de su pasión que vociferaban dentro ( ...) el confesionario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos".

 

 

Vetusta , una ciudad de voces y murmullos

Si es verdad que "la gran orquesta de la humanidad sigue siendo la ciudad" ( Max Beckman,1918), esa orquesta llamada Vetusta está poblada de un ubicuo y monocórdico coro de murmullos, rumores, cuchicheos, gruñidos, disimules, rentintines, sonoros bostezos, etc. Trátase del "escándalo de los oidos", con todos sus diversos alardes de erotismo retórico, y los mas variados grados de inocencia o maledicencia, decires al oído del interlocutor, en voz baja, con misterio y hasta con escuchas detrás de la puerta, o incluso mediante espías y chivatos, comprados o no. Y todo ello – como estudiaremos en detalle – entreverado de silencios, mas o menos solemnes, y extrañas o familiares voces normalmente interiores.

 

En efecto, los vetustenses son gentes de extraños y muy sonoros recursos que para hacer notar sus deseos, envidias y anhelos. Y que quizás por ello con facilidad dicen de sí mismas frases o cosas como " soy tambor de marina", esto es que no saben callar sino proclamar cuanto creen saber, sospechar o haber inventado . Gentes que hablan con los ojos, que chisporrotean (" su ambición de joven chisporroteaba en su alma"), que gruñen continuamente y por los más diversos motivos (" hasta dejaban oír un gruñido, que bien interpretado podía tomarse por un saludo", " permitiéndose la audacia de gruñir un poco, entre dientes, cuando ya nadie le oía " o " se despedía con un gruñido cariñoso"), silban como si nada (" después de respirar fuerte, silbaba la marcha real y fingía..."), que dicen cosas con retintín (" vencía la elocuencia...del retintín manolesco con sus gestos y acento"), dan voces (" procuraba imponerse dando muchas voces y quedando siempre encima"), carcajadas (" se oyó una carcajada sonora, retumbante , que heló la sangre") aplauden (" si aplaudía su modelo aborrecido aplaudía él, pero pausadamente y sin ruido"), dan gritos (" en las alcobas sonaban a veces carcajadas, gritos comprimidos", " con una catarata de gritos guturales"), insinúan (" la elocuencia de Mesia, insinuante, corrosiva"), hablan de las más diversas y sonoras maneras (" le habló cantando entre los dientes", "se hablaba en voz baja, muy cerca uno del otro", "hablaba mucho, a gritos, con diez carcajadas por cada frase"), sonríen (" venía con cara de sonreir a sus ideas", o " en los labios le retozaba esta pregunta"), remachan el clavo (" con pataditas en el suelo, como llevando el compás"), suenan adentro de muy ricas maneras y timbres (" y dentro de la remotísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas. Parece que allá dentro se lamenta el amor", o " se me figuraba oír la sangre circular", o " sentía en las entrañas gritos de protesta", o "unas fibras del corazón que no sabía él como sonaban" ,o "como si sonara dentro del cerebro", o "como martillazos", o " sentía ella, mas y mas, gritos formidables de la naturaleza que la arrastraban"), sollozan y eructan (" palabras que más eructaba que decía", "los sollozos de los días de Pasión : mitad suspiros, mitad eructos de vigilia"), o les canta el alma – convertida en "pajarera donde gorjean alegres los dones del Espíritu" - , el alma o simplemente la voz interior, una voz que entra en discusión dentro de uno o, " severa y algo pedantesca" se pone a gritar dando lugar a " logomaquias de la voz interior", " de los adentros" ("discutía dentro de ella, inventaba sofismas sin contestación"..... "una especie de terremoto interior") en medio de los cuales " la pasión hablaba entonces con el murmullo ronco y gutural de la basura corriente y encauzada".

 

Los vetustenses además son inveterados maestros del tono, y lo cuidan y afinan, " en un ten con ten muy difícil de aprender" como si les fuese la vida. En efecto , todos son amigos " de darse tono y de que digan", de ser " de buen tono", y tener "timbre de nobleza" y a veces tomar "aire displicente y ese tonillo seco" o " afectando un tono algo desdeñoso". Y tal es el prestigio del tono y la clase, y el decoro y la sagrada apariencia que hasta "Dios y la religión es una señal infalible de buen tono".

 

Pero el pedal, el "leit motiv", el argumento sonoro – como decíamos al comienzo – de la gente de Vetusta es el cuchicheo y el murmullo, Un rico y triste arrullo que adquiere la fuerza mortal de un agente mítico, pero certero, como en la literatura rulfiana ( recordar el célebre y rotundo " me mataron los murmullos" de Pedro Páramo, verdadero acmé).

 

En efecto, en Vetusta había quien " parecía nacido para murmurar", y a todos les llegaba algo " de lo que se murmuraba", pues siempre había alguien que " murmuraba entre dientes postizos, como si rumiase negaciones". Así cuando aparecía un personaje bajo sospecha o polémica, ello se notaba " en los cuchicheos que dejaba detrás de sí como un estela... una sorda enemistad".

 

Y el murmullo, como la gente de Vetusta, no era arbitrario ni inocente y continuo, sino que cual música, sigue un ritmo, guarda querencias y atasques. En efecto " se murmuraba un poco pero con el mayor comedimiento, sobre todo si se trataba de clérigos, señoras o autoridades". También la murmuración era estacional, así decaía en verano, aunque " se murmuraba un poco de los ausentes", y " sólo Foja que no veraneaba por economía, procuraba mantener el fuego sagrado de la murmuración en el Casino, entre cuatro ó cinco socios aburridos". Tras el semiparéntesis estival comenzaban a llegar "murmuradores de refresco", que se sumaban a los "de depósito".....Todos ardían en el santo entusiasmo de la maledicencia. Los que venían de las aldeas y pueblos de pesca traían hambre de cuentos y chismes; la soledad del campo les había abierto el apetito de la murmuración (...) quiero murmuraciones dignas de mí. Aplastemos con la lengua al coloso (...) la animación de Vetusta crecía en cabildo ,cofradías ,casinos, calles y paseos cuando los del verano empezaban a aparecer. Las amistades falsas, gastadas hasta hacerse insoportables durante el común aburrimiento sin fin , ahora se renovaban ; los que volvían encontraban gracia y talento (...) todos reían los chistes y las picardías de todos. Poco a poco los círculos de la murmuración se animaban, la calumnia encendía los hornos, y los últimos que llegaban, los rezagados encontraban aquello hecho una gloria".

 

Hay murmuraciones que devienen "run run" que crece o mengua como la marea toda ella preñada de " oídos llenos de calumnias, de malicias, y el alma de sospechas, de miedos y apensiones...¡" Pero una sociedad tan finamente auscultadora como la que estamos estudiando no dejaba por ello de recurrir al ojo. En el fondo una singular y fina prolongación de la escucha. Así pues los vetustenses se espiaban. Todos espiaban palabras y murmuros y movimientos : " aplicó el oído al agujero de una cerradura (...) volvió a callar y a aplicar el oído (...) gracias al silencio de la noche, oía vagos rumores de la reyerta (...) siguió espiando el silencio. Nada, ni voces ni luz (...) se oyó el ruido discreto de un balcón...".

 

 

Un ruido de colmena : las olas de la música

Si en la Regenta hay pasajes donde lo acústico, lo aural adquiere no ya protagonismo, sino hondura y belleza, es en aquellos en que Clarín nos retrata el " ruido de colmena" de la muchedumbre amontonándose en un templo y coreando una ceremonia llamémosle litúrgica. Oigamos el agolparse de la multitud confusa : " de aquel fermento humano brotaban, como burbujas, gritos, carcajadas y un zumbido sordo que parecía el ruido de la marea de un mar lejano".

 

Es cuaresma, tras el sermón (" rum rum lastimero del púlpito" ), el órgano.... " Y después que el órgano dijo lo que tenía que decir, los fieles cantaron como coro-monstruo bien ensayado el estribillo monótono, solemne, de varias canciones que caían de arriba como lluvia de flores frescas. Cantaban los niños, cantaban los ancianos, cantaban las mujeres. Y Ana, sin saber por qué, empezó a llorar. (...) Cantaba un anciano...con voz temblorosa, grave y dulce... olvidado de las fatigas del trabajo...Cantaba todo el pueblo, y el órgano, como un padre, acompañaba el coro y le guiaba por las regiones ideales de inefable tristeza consoladora de la música."

 

(...) En aquel momento cesaron los cánticos del pueblo devoto; siguió silencio solemne; después hubo toses, estrépito de suelas y zuecos sobre la piedra resbaladiza del pavimento....., una impaciencia contenida. Hacia la puerta sonaba el tic tac, de las monedas con que Visitación y la Marquesa golpeaban la bandeja para llamar la atención de la caridad distraída. Rechinaban los canceles; había en el aire un cuchicheo tenue. En el coro daban señales de vida violines y flautas con quejidos y suspiros ahogados; se oía el ruido de las hojas de papel de música. Gruñó un violin. Cayeron dos golpes sobre una hojalata.....Silencio otra vez....Comenzó el Stabat Mater". (....) La Regenta " se arrojó a las olas de la música triste con un arranque de suicida....".

 

Oigamos otro ejemplo. Es Viernes Santo, la muchedumbre se apiña " codeándose, pisándose, estrujándose, los músculos del cuello en tensión, por el afán de ver mejor....al fúnebre cortejo". Es la procesión. Está " toda Vetusta", el pueblo entero con las almas asomándose a los ojos : " los tambores vibraban fúnebres, tristes, empeñados en resucitar un dolor muerto hacía diecinueve siglos; a don Víctor sí le sonaba aquello a himno de muerte; se le figuraba ya que llevaban a su mujer al patíbulo. El redoble del parche se destacaba en un silencio igual y monótono . (....) Aquella multitud silenciosa, aquellos pasos sin ruido ....... daban al conjunto apariencia de sueño." (....) " En aquel instante la charanga del batallón que iba de escolta comenzó a repetir una marcha fúnebre.... La marcha fúnebre sonaba a lo lejos. El chin chin de los platillos, el rum rum del bombo servían de marco a las palabras (...) ¡Chin,chin,chin¡, ¡bom,bom,bom ¡ (…) tengo ese bombo maldito dentro de la cabeza¡".

 

Imposible no recordar, oyendo esos ruidos de marea humana de Clarín, el ya cercano " "Manifiesto del Futurismo" de Russolo, que Gómez de la Serna traduce y publica en su " Prometeo" ( Madrid, abril, 1909) con su exultante modernidad coral del " cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer ó la rebeldía, las resacas multicolores y polífonas....... salvas de aplausos, salvas calurosas de cien muchedumbres".

 

 

De suavidades y silencios

Tan ricos y matizados como los cuchicheos, zumbidos, runrunes, retumbes y murmullos son las suavidades y los silencios de los vetustenses.

 

Unas veces el silencio es hijo de ese dormitar como de siesta – una siesta que en Vetusta es "digestión del cocido y de la olla podrida" – y que algunos en el Casino la "dormitan despiertos" o entre el "aburrimiento heredado" ("tres generaciones habían bostezado en aquellas salas"), otras veces como diría son Saturnino, trátase de un silencio " solemne y aristocrático", pero sobre todo, todas las conversaciones, especialmente las mas sabrosas " tienen su momento de silencio". Y unas veces el silencio indicaba " que se iba a tratar de algo grave", otras era un respiro provisional o como de descanso

 

("callaron, después de haber dicho tantas cosas"), o eran simples y estratégicas " pausas elocuentes, cargadas de efectos patéticos" como en los sermones del Obispo, o escenográficos arranques como de séptimo sello que preparan y orlan lo mejor :" callaron (...) aquel silencio era de esos que preceden a confidencias (...)", o son silencios cuidadosamente preparados para pasar desapercibidos :" procurando que sus botas no rechinasen, como solían (...) lo principal era no hacer ruido", o salir " sin ruido, como una gata" esto es o como gato bien educado".

 

Además en medio del silencio se oye y pasa de todo. Por ejemplo, se oye " la respiración agitada", o suena " claro (...) un beso bilateral" o comienza " la confesión que oían sus amigos con silencio de iglesia". En efecto hay silencios de iglesia como los hay enrabietados ("rabiar en silencio") o misteriosos ( como los que regían el antro que llamaban el tresillo, allá donde en el Casino la "Vetusta intelectual" contenía el ánimo), o contemplativos (" el Magistral oía recogido en un silencio contemplativo") y hasta místicos y panteistas (" he notado que esta mujer – la Regenta . en frente de la naturaleza, de la bóveda estrellada, de los montes lejanos, al aire libre, en suma, se pone seria como un colchón, calla y se sublimiza, allá a sus solas"), o sencillamente adolescentes y románticos ( como los de balcón y luna sintiendo "oprimido el pecho, al mirar la luna, al escuchar los silencios de la noche (...)", o por el contrario, silencios-moneda que bien administrada (" Paula sonreía..... sonreía y callaba", " cuando su madre callaba y se ponía parches de sebo, daba a entender que...", "Paula arrancó de una vez... el resto del precio que ella había puesto al silencio") daba derecho a "exigir que (...) continuase produciendo".

 

Hay veces en que Clarín se salta el minimalismo naturalista en que siéntese como en casa, para trenzarnos – muy a lo compositor – una polifonía de silencios, ruidos y rumores imbrincados, como la siguiente :

 

 

Aquelarre de retumbes (capítulo XV)

Nada hemos dicho, en efecto, de la técnica compositiva de Clarín. Pues bién, es la suya una manera de componer por yuxtaposición y montaje. El ensamblaje, lo es "a testa", esto es límpiamente y sin transición o puente entre tema y tema , ( o entre tempo y tempo). La temporalidad, pues da pequeños ( o grandes) saltos o "flashback" a los que el lector pronto se acostumbra.

 

Veamos con mas detalle, un solo ejemplo, el cap. XV. Un capítulo que podríamos analizar compuesto por seis temas y un coro final ( como en la ópera). Tratase de un nocturno, con lo que lo acústico adquiere mayor relieve.

 

Tema A. Doña Paula, "silenciosa, inmóvil", espera furiosa a su hijo. Cuando éste llegue comenzará, entre "parches y silencios" una serie de encontronazos o " truenos" hasta que " la tempestad" se deshaga " en lluvia de palabras y consejos".

Tema B. Largo flashback, o excursus sobre la historia de doña Paula "haciendo bolsón"(...) "entre los aullidos de borrachos y jugadores".

Tema C.El Magistral, enamorado, abre el blacón para " escuchar los silencios de la noche". " Los soplos suaves del aire le parecieron caricias" (...) Le embargan "afectos finos, sublimes (...)".

Intermedio (Tema D). De un balcón cercano "salían las notas dulces, lánguidas, perezosas de un violín". Toca motivos del Fausto ( tercer acto). El Magistral entra en sentimentalismos :" el oir con deleite, como oía, aquella música insinuante ya era molicie, ya era placer sensual , peligroso".

Tema E. Abajo, día de cuentas, asuntos de dinero, culto plutónico. El Magistral, en el balcón y enamorado "oía vagos rumores lejanos del chocar de los cuartos viejos, de la plata y el oro, de cristalino timbre. Aquellos ruidos apagados por la distancia subían por el hueco de la escalera, en el silencio profundo de toda la casa. El violín volvió a rasgar el silencio de fuera con notas temblorosas, que parecían titilar como estrellas. Ya no se trataba de las ansias amorosas de Fausto en la mirada casta y pura de Margarita; ahora el instrumentista arrastraba perezosamente por las cuerdas del violín los quejidos de la Traviata momentos antes de morir".

Tema F. Aparece Santos Barinaga que " venía hablando sólo, se detuvo y calló. (...) escuchó ( el violín) con aire de inteligente (...) conocía aquello, era la Traviata o el Miserere del Trovador (...) el violín calló y don Santos dio media vuelta, como buscando las notas que se habían extinguido".

Tema G. Entra en acción el sereno que trata de calmar los gritos del borracho Barinaga. Diálogo. "El sereno cantó la hora y siguió adelante (...) Don Santos volvió a su monólogo, a sus gritos :¡ que nos oigan los sordos, señor Magistral¡" El sereno ayuda a Don Santos a abrir la puerta de su casa, un "triste almacén donde retumban los pasos como bajo un bóveda"·.

Gran coro final. " Hubo gritos, llantos y trastos al aire. El Magistral, gracias al silencio de la noche, oía vagos rumores de la reyerta, que se alargaba como si no hubiera sueño en el mundo. (...) Los rumores continuaban. De vez en cuando se oía el ruido de un golpe seco. (...) El sereno cantó las doce a lo lejos. Poco después cesó el ruido apagado y confuso de voces. El Magistral esperó. No volvió el rumor. "ya no reñían". (...) El Magistral siguió espiando el silencio. Nada; ni voces ni luz. El sereno volvió a cantar las doce...más lejos. De Pas respiró con fuerza y dijo entre dientes: ¡ ya estará durmiéndola¡ Y se oyó el ruido discreto de un balcón que se cierra con miedo a turbar el silencio de la noche. Pisando quedo , entró Don Fermín en su alcoba. Detrás del tabique oyó el crujir de las hojas de maíz del jergón en que dormía Teresa, y después un suspiro estrepitoso. ( ....) Y dentro del cerebro, como martillazos, oía aquellos gritos de don Santos...."

 

 

El silencio, hablador ¡ importuno¡

Fue el compositor californiano John Cage quien en su radical propuesta 4’ 33" ( 1952) nos pintó en toda su crudeza y frialdad que el silencio no existe, o mejor que callarse

 

(palabra clave en "La Regenta") o simplemente "guardar silencio" no es cerrar, sino abrir puertas a lo inatendido, a lo otro, a lo azaroso, a lo cósmico....a lo monstruoso.

 

Así toda La Regenta está sembrada de lo que algunas veces Clarín denomina "elocuencia silenciosa", esto es, de los inauditos resortes acústicos que un silencio levanta, máxime si el drama ( o comedia) humano se desenvuelve en un entorno paisajístico todavía no contaminado por la basura decibélica, ubicua y ensordecedora, de una ciudad ya poblada por motores y constituida por "apartamentos", a su vez éstos invadidos progresivamente de pianolas, mas tarde fonógrafos, no hace mucho aparatos de radio, y ya hoy la ubicua TV.

 

Por el contrario, Vetusta todavía duerme siestas y descansa " oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana del coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre "

 

Pero atentos a escrutar los silencios de Vetusta y sus moradores..

 

Para la Regenta, muchas veces " el silencio era enjambre de ruidos interiores", o en las conversaciones que mantenía con el Magistral "algunos días había en sus diálogos pausas embarazosas ; el silencio se prolongaba molestándoles como un hablador importuno".

 

Suceden también silencios de taladro e inspección: "pero los dos callaban, no había mas que ciertas miradas mutuas (...) cavando cada cual en los ojos en el rostro del otro (...) pero nada de palabras".

 

Son muchas las veces que encontramos en Clarín un laconismo que llega a extremos de magia rulfiana como en la siguiente escena de la primera aproximación entre el galán y la Regenta: " Es tuya – le gritó el demonio de la seducción - ; te adora, te espera (...) siguió; dio tres, cuatro pasos (...) el demonio de la seducción se le burlaba con palabras de fuego al oído llamándole ¡ cobarde, seductor de meretrices (...)¡Atrévete, atrévete con la verdadera virtud; ahora o nunca...¡ "¡Ahora, ahora¡"- gritó Mesía con el único valor grande que tenía; y ya a diez pasos de la verja volvió atrás furioso, gritando : ¡ Ana¡¡Ana¡ Le contestó el silencio. (....) Esperó en vano. Ana, Ana – volvió a decir quedo, muy quedo ; pero sólo le contestaban las hojas secas, arrastradas por el viento suave sobre la arena de los senderos. Ana había huido".

 

Bueno será llamar la atención sobre éste pasaje. Obsérvese el juego reiterativo – diríamos musical, casi de formulación y eco, de sístole/ diástole, esto es de ansiedad y duda acabalgada ( el número dos es fundamental) – en que está compuesto el pasaje entero, ya desde el inicio: " Es tuya, le gritó.....te adora ,te espera. Pero no pudo (hablar), no pudo ( detenerse).......la virtud... aquella virtud ....... pasos.... pasos,.....atrévete ,atrévete........verdadera virtud; ahora o nunca...... ¡ahora,ahora¡.......Ana,Ana. Le contestó el silencio......Esperó en vano. Ana, Ana.....quedo ,muy quedo...... las hojas secas....".

 

El galán por dos veces grita "Ana, Ana". La primera, le contesta el silencio ( con un comentario sobre lo que se ve, esto es sombras). Espera en vano ( o sea, tiempo sin definir: pausa). Vuelve a decir ( que ya no gritar): "Ana, Ana" ( quedo, muy quedo: juego de espejos o ecolalia de su propia voz) y, ahora sí, llena de contenido sonoro el silencio que contesta a su vehemente llamada, esto es :"hojas secas, arrastradas por el viento suave sobre la arena de los senderos" ( Atención a la silabante onomatopeya de la frase).

 

Conclusión: como diría John Cage, no existe el silencio ( siempre hay algo que oir), lo que comúnmente llamamos silencio, es el cosmos que habla. Y el cosmos es sinestésico, y omniatentivo. Poner límites al individuo, a lo que llamamos "expresión", es abrir la espita de lo otro, lo inatendidamente "otro", el indeterminado, inagotable , musical azar.

 

La misma técnica del abandono, - del soslayo – de la voluntad en manos del reiterado – casual – repetido (casi) silencio se dará mas adelante (capitulo XIX). De nuevo la construcción a pares, por doses, esto es por llamada/respuesta, llena de ritmo binario la acción. :"Don Álvaro callaba y oía....... (Quintanar le agradecía en el alma) su silencio y atención......Mesía, callando, seguía a don Victor.......Pero ya estaba en casa.....Ana, sin sentirlo ( se lo encontró a su lado).......Pasaron dias.....no hacía mas que admirarla, amarla en silencio. Ni una palabra (peligrosa), ni gesto ( atrevido); nada de (acechar ocasiones), nada de ( buscar escenas).......¿Buscaba ella ( a Mesía)? No. ¿ Mandaba ella ( a Quintanar....)? No. Pues bastaba. (...) lo mejor era callar, estar alerta y .....gozar ( la tibia llama de) la pasión de soslayo".

 

 

Un acmé elusivo

El juego de elusión, escamoteo y silencio ( esto es de abandono y azar ) culmina en la "relación" más lacónicamente soslayada de toda la literatura que yo conozco. Toda una enorme novela de sutiles ( musicales) acercamientos y circunloquios y dilatadas esperas, finaliza (capítulo XXVIII) resolviendo en sólo dos palabras. Literalmente dos palabras. Todo lo demás es música, esto es imposible silencio. Pero veámoslo con detalle: " Una ráfaga de viento apagó la última luz (...) al abrirse la puerta se oyó a lo lejos el ruido de (...) carcajadas y el run run de ( una guitarra).....éste rumor se mezclaba con otro mas apagado (...) como murmullo (...) Don Álvaro ( se dejó caer) ..... soñoliento y soñador; no oía a don Víctor, oía la voz del deseo, ardiente, brutal, que gritaba: ¡ Hoy, hoy, ahora, aquí, aquí mismo¡ (....) salió Álvaro sin ser visto, por lo menos sin que nadie pensara en si salía o no (...) En la cocina, seguía la algazara. Lo demás todo era silencio. Volvió al salón. No había nadie. " No podía ser" Entró en el gabinete de la Marquesa...Tampoco vio entre las sombras ningún cuerpo humano. Todo era sillas y butacas. Sobre ellas ningún bulto de mujer. "No podía ser". Con aquella fe en sus corazonadas, que era toda su religión, Álvaro buscó mas en lo oscuro... llegó al balcón entornado: lo abrió. ¡Ana¡¡Jesús¡".

 

Poco antes también la conclusión de la "relación" entre el Magistral y la Regenta, quedaba plasmada por doble salida de silencio tras la sonora explosión ( el trueno) del desencuentro (Él: "Vetusta entera se ríe de mi a carcajadas". Ella:" Una idea con todas las palabras había sonado dentro de ella, cerca de los oídos")..

 

Pero oigámoslo en detalle: "...lo oí yo...¡Oigámoslo todos¡ (...) Ana dio un paso atrás. Silencio... no hay que gritar... no hay que hacer aspavientos... (..) Vetusta entera se ríe de mí a carcajadas...(...) El Magistral se sacudió dentro de la sotana, como entre cadenas, y descargó un puñetazo... se obstinó en callar.... se detuvo, escuchó...Nada, no le llamaban (....) Ana, inmóvil,...sin valor...sin fuerzas para llamarle. Una idea con todas sus palabras había sonado dentro de ella, cerca de sus oídos. (...) Todo esto que había oído sin entenderlo volvía a su memoria....aquel silencio...sintió asco, vergüenza y corrió a buscar la puerta. Salió sin despedirse."

 

 

El aliento de los abanicos: sonidos de salón y seda.

Pero volvamos a Vetusta. Decíamos antes que el templo, y dentro del templo, el confesionario era el "sancta sanctorum". Pero ¿ y fuera? Fuera del templo el corazón, o mejor , las viseras de la sociedad vetustense – de la sociedad occidental del siglo XIX – es el salón. En efecto , el salón es corazón y metáfora de una sociedad, gastada y elusiva, de una sociedad que se dota de un entorno – el salón – de tal apagamiento que se pueda sentir, sí sentir " el aliento de los abanicos" en el oído, en los calientes, recalentados, oídos.

 

Toda la narración de La Regenta queda sembrada de "pasos apagados en la alfombra", "gritos comprimidos", sinuosos andares "de faldas sonoras", taconeos de botas imperiales " color bronce debajo de la falda corta y ajustada; el estrépito de la seda frotando las enaguas; el crujir del almidón de aquellos bajos de nieve", búsquedas a tientas " entre la hojarasca de las enaguas", y un largo y suculento etcétera.

 

Repasemos con el oido atento el inicio del capitulo XIII y atendamos la descripción del aristocrático salón amarillo , un salón epicentro de esta historia y del que " salían corrientes de alegría, carcajadas que iban a perder sus resonancias por las calles solitarias de la Encimada, ruido de faldas, de enaguas almidonadas, de manteos crujientes, de sillas traídas y llevadas , de abanicos que aletean.... se disputaba a gritos.....se discutía a gritos, entre carcajadas ....con frases inveteradas (...) acompañando la acción con una catarata de gritos guturales con que significaba su inmensa alegría (...) en los murmullos de las damas había súplicas en quejidos, coqueterías sin sexo, otras con él, aunque honestamente señaladas (...) Todo era contento: allá en la huerta rumores de agua y de árboles que mecía el viento, cánticos locos de pájaros dicharacheros; de las ventanas del patio venían perfumes traídos por el airecillo que hacía sonajas de las hojas de las plantas Los surtidores de abajo eran una orquesta que acompañaba al bullicioso banquete...".

 

O aquella otra ( capitolo VIII) , también del mismo salón, en que todo invita a un compadreo de silenciosas complicidades y secretos compartidos: "en la época en que venían las sobrinas, había además de tertulia, concierto, comidas ,excursiones (...) y hasta en las alcobas.... sonaban a veces carcajadas, gritos comprimidos, (....) cada mueble le contaba una historia en íntimo secreto ; en la seriedad de las sillas....encontraba una garantía del eterno silencio que les recomendaba. Parecía decirle la madera de fino barniz blanco :" No temas; no hablará nadie una palabra". En el salón amarillo veía el galán un libro de memorias, de memorias dulces y alegres, no cuando Dios quiera, sino ahora y siempre; las prendas por su bien halladas eran los tapices discretos, la seda de los asientos, basteada, turgente, blanda y muda; la alfombra tupida que se parecía al mismo Mesía en lo de apagar todo rumor que delatase secretos amorosos".

 

Pero el salón " resonante bajo las pisadas" ( o como se dice mas adelante " por las tablas templonas del salón") no quedaría bien leido si no nos detuviéramos a escuchar el " enfático sonsonete rítmico del manteo ampuloso" de los inevitables clérigos al deslizarse " por las tablas templonas" "" haciendo rechinar el piso". En efecto ya al comienzo del capítulo I, el afilado oído de un acólito reconoce – sin verlo – el sonar del manteo, pues " el roce de la tela con la piedra producía un rumor silbante, como el de una voz apagada que impusiera silencio".

 

No me resisto a comparar los sutiles sonares hijos y hermanos del mas rico silencio en el que hasta se percibe el "silbar dulcemente al correr sobre el papel satinado" de una pluma al redactar una perfumada carta, con los " rechinantes" sonidos del encuentro "amoroso" con una aldeana:" "Y allí fue la batalla . Y don Álvaro, como si lo estuviera pasando todavía, describía la oscuridad de la noche, las dificultades del escalo, los ladridos del perro, el crujir de la ventana del corredor al saltar el pestillo; y después las quejas de la cama frágil, el gruñir del jergón de gárrulas hojas de mazorca, y la protesta muda pero enérgica, brutal de la moza...".

 

 

El baile : orgasmo de pensamientos

Y un salón adquiere todo su esplendor cuando se llena de etiqueta, sedas y música, y los cuerpos de ellos y ellas se funden en el baile.

 

Asistamos al baile del Casino. Un baile que llevará los deseos acumulados por los protagonistas y por la Vetusta toda a lo largo del inmenso, proceloso relato al...."desmayo".

 

Clarín compone éste baile ascendiendo por un gradual estrecho que acaba en polca esto es en "pulka", palabra checa que significa "mitad", y que hace referencia al medio paso o saltito que se da al bailarla .Auténtica joya de las elegantes y sencillas danzas decimonónicas de salón, la loca polca de envolvente y casi frenético ritmo binario "animado, ardiendo de voluptuosidad fuerte y disimulada" como dice ensoñando "la pobre Ana". Sigue la polca al Wals, baile de un paradigmático ritmo ternario, con el que superar, dice Clarín "el ridículo placer de dar vueltas por allí como una peonza...para nada".

 

Así, esta es la ascensión de la velada. Del tres al dos, y del dos al...."caía", al "se detuvo", al "desmayo". Y Clarín nos lo compone cual sabio Verdi, en un balanceo continuo de palabras enlazadas como los protagonistas de esta historia, unas veces en grupos de tres, otras en grupos de dos. Pero oigamos: dos ( como en el aire, como en un rapto), tres ( macizo, ardiente, de curvas dulces), tres ( no veía, no oía, no hacía ), dos (como cuerpo muerto, como en una catástrofe), tres ( la virtud, la fe, la vergüenza), dos ( estaba perdida, pensaba vagamente), dos ( ¡ Es mía¡ Es mía), tres ( primer abrazo,... abrazo disimulado.... pero un abrazo para Anita¡).

 

Pero la música – Clarín lo sabe muy bien – es recuerdo y preparación de : aquí se repite y en binario el " es mía", contestación o eco apagado y lejano de aquel "¡Es tuya te adora, te espera" que "le gritó el demonio de la seducción" - triple choque diente/lengua – de la primera escena de luna y balcón que ¡como no¡ acabó también en huida. Aquí todo es más rotundo, y la escena concluye en caída. La misma acción, el mismo verbo que triplicado coronará en el último no-encuentro, el desmayo final, del relato.

 

Pero atención que el baile comienza:"Anunciaba la orquesta un rigodón. Y no fue vana su amenaza; a los dos minutos aquellos violines y violas, clarinetes y flautas, a quien acompañaba en su laboriosa gestación armónica un piano Erard, comenzaron a llenar el aire con sus acordes.(...) Después del rigodón vino un wals.... el baile animado, ardiendo de voluptuosidad fuerte y disimulada, era..(...) la zumbaron los oídos, el baile se transformó de repente para ella en una fiesta nueva, desconocida (...) Y entre un torbellino de faldas de color y de ropa negra, oyendo a lo lejos la madera constipada de los violines, y los chirridos de bronce, que a ella se le antojaba música voluptuosa, pudo comprender que la arrastraban fuera del salón. Gritaba la Marquesa, reía a carcajadas Obdulia, sonaba la voz gangosa de una hija del barón...y atrás quedaba el ruido del wals que comenzaba.

 

(...) El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino , el café...el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar...

 

(...) Don Álvaro habló de amor disimuladamente ...ella no hablaba, pero oía. Los pies también seguían su diálogo; diálogo poético... se oía a lo lejos la música del salón...Ana había olvidado la polca; Mesía la llevaba como en el aire, como en un rapto (...) Ana callaba, no veía, no oía, no hacía más que sentir un placer que parecía fuego...se dejaba llevar como cuerpo muerto ,como en una catástrofe....estaba perdida. (...) Es mía, es mía...Este es el primer abrazo...un abrazo disimulado.... pero un abrazo.... estaba desmayada".

 

 

Como pluma al viento : la opera y la zarzuela en la Vetusta de la Regenta

El arte social y decimonónico por excelencia es la ópera. Para muchos de los pensadores de la época, auténtica encarnación de lo que se entendía verdaderamente por música : las mejores cantinelas y los más robustos pliegues del carácter de alguno de sus héroes eran tan populares que invadían las reuniones de salón, o incluso los momentos más sublimes de las ceremonias religiosas de la época. De todo ello se hace eco y de manera muy sutil y musical La Regenta.

 

Nos dibuja además La Regenta situaciones de amor (divino/humano, duda/celos) en conflicto, o simplemente de larga , sostenida/contenida seducción que son pura traslación o re-creo de algunas célebres situaciones de eros-thanatos tantas veces enfatizadas por la ópera o como diría de J.Lavelli por la " mise a mort" por excelencia.

 

Lógico es que Clarín, motee aquí y allá citas clave para un lector que , medianamente informado , sabrá se supone inferir el resto.

 

Igualmente, las ceremonias mundano-religiosas " de Catedral y gran ocasión", reflejan en La Regenta lo que entonces se vivía por doquier, y algunos todavía hemos conocido: el infiltrarse de referencias mundanas ( muelles o tétricas, según la ocasión) en las músicas que llenaban las naves de los templos.

 

Escuchemos bien que someramente, las referencias a la ópera ( o similar) que encontramos en La Regenta:

 

 

1) Tras abundante comida, "los acordes de la marcha real...en un piano desafinado" dan cierto aire de solemnidad a la alegría de los postres a los que por cierto, se suman "los pájaros de la huerta mezclando sus gritos gárrulos y agudos al general estrépito".

 

2) El Magistral, sentimental y enamorado, abre el balcón. "Los rayos pálidos de la luna y los soplos suaves del aire le parecieron caricias". De repente comienza a escuchar "notas dulces, lánguidas, perezosas de un violín que tocaban manos expertas. Se trata de motivos del tercer acto del Fausto".

Tratase del Fausto de Charles Gounod, en cuyo tercer acto ( en un cuadro) Mefistófeles seduce a Margarita con joyas y Fausto le declara su amor, igualmente bajo la luz de la luna. Por supuesto, aclara Clarín que el Magistral , como buen clérigo, no debe conocer los detalles de la acción pues la mundanidad del teatro y sobre todo la opera estaba "oficialmente" vetada a los clérigos: era música manifiestamente sensual y por lo tanto peligrosa.

Así lo escribe Clarín: "El oír con deleite, como oía, aquella música insinuante ya era molicie, ya era placer sensual, peligroso: pero...¡ decía tan bien aquel violín las cosas raras que estaba sintiendo él¡ (...) Se tuvo una lástima tiernísima; y mientras el violín gemía diciendo a su modo: Al pálido chiaror / chen vien degli astri d’or / dami ancor contemplar il tuo viso...

El Magistral lloraba por dentro, mirando a la luna....".

De pronto el violinista ( Agustinito) cambia de repertorio y suena algo que el señor Barinaga no sabe muy bien que es : " Conocía aquello, era la Traviata o el Miserere del Trovador, pero en fin cosa buena".

Aunque ambas dos referencias posibles son hijas del mismo compositor, del celebrado Verdi, adivino aquí una buena carga de ironía, pues resulta difícil para un mediano aficionado confundir pasaje alguno del amoroso drama la Traviata

(extraído de "La dama de las camelias" de A. Dumas hijo) con el Miserere del cuarto acto (El suplicio) del Trovador, una pieza esta de sonidos sombríos tan característicos que la escucharemos mas tarde – como era usual – en los oficios de Viernes Santo. Posiblemente es un juego de antinómias para acentuar el poco discernimiento de los vetustenses, especialmente en las ocasiones en que la mente quedaba afectada por el alcohol, como aquí la del señor Barinaga.

Aunque cabe una lectura más sutil cuando ya se conoce el tema y desenlace de La Regenta, pues "Il Trovatore", con su juego de rivalidades amorosas por Leonora, calca las situaciones que se viven ahora en Vetusta. Y esta lectura queda reforzada por dos hechos: a) que el eco del Trovador aparece de nuevo en el capítulo XIX cuando Quintanar, asustado, vuelve ante su enferma esposa y deja " caer al suelo su impermeable, como Manrique arroja la capa en el primer acto del Trovador", y b) que volvamos a escuchar el Trovador, en su patético Miserere del cuarto acto, en la Catedral.

 

3) La siguiente alusión es a unas zarzuelas (El Relámpago, o Los Magyares) totalmente desconocidas y tras las cuales don Víctor se atreve a cantar " a su modo" el "spirto gentil" o " la casta diva".

Queda confirmado el refuerzo analógico de las alusiones musicales con respecto a los personajes y las situaciones que se narran aquí. Para comenzar, don Víctor que es quien recuerda o canturrea estas melodías, juega el rol de inconsciente atizador, o al menos inocente comparsa del agónico conquistar a dos (el Magistral y Mesía) a la aparentemente inexpugnable Regenta. Su blando y equívoco actuar miope, quedará saldado a lo Trovador, esto es bañado en reto y muerte. Por su parte "spirto gentil" pertenece al cuarto acto de La Favorita de G.Donizetti, y es la gran aria de Fernando, el novicio que desea a Leonor ¡ Oh pecado de la carne¡, Y "casta diva", es una dulce, inspirada arenga contra la inconstancia. A la postre, los temas cruzados que tienen a Vetusta por encandilada escena.

 

4) De nuevo la noche y su luna ( inconstante como la fortuna, pero imprescindible y puntual, al parecer, en ciertas escenas). Don Víctor, entre campanada y campanada ( "llenando el aire de melancolía") canta un fragmento del aria de Raúl de Los Hugonotes de G. Meyerbeer. Un amor imposible en medio de una sangrienta tragedia: la conocida noche de san Bartolomé.

Don Víctor, " satisfecho, sujetó mejor el brazo de su mujer que colgaba del suyo, y la tomó como un tenor de ópera. Y cantó: "Lasciami,lasciami / oh lasciami partir...". Calló y se detuvo. Un rayo de luna le alumbraba las narices. Miró a su esposa... ¿ Te gustan los Hugonotes ¿ Te acuerdas? Qué mal las cantaba aquel tenor de Valladolid...Pero oye...mira que idea...hermosa idea...Figurate aquí, en medio del vivero, ahí, junto al estanque, figurate a Gayarre o a Masini cantando....en esta noche tranquila, en este silencio.... y nosotros aquí, debajo de esta bóveda.... oyendo...oyendo.... Las óperas deberían cantarse así.... ¿Qué nos falta a nosotros ahora? Música; nada mas que música.....El panorama hermoso....la brisa...el follaje...la luna...pues esto con acompañamiento de un buen cuarteto...y ¡ el paraíso¡".

 

5) Tras ello un nuevo recuerdo a la zarzuela , pero a una zarzuela de la que no se acuerda el autor ( " un académico" dice) pero sí recuerda la anécdota de un cuchillo que alguien toma para mondar una manzana, y el susto que el arma genera en un tal Bertrand, pero también en la orquesta que " se eriza de espanto con todos sus violines en trémolo y pitando, con todos sus clarinetes".

Por cierto que, en el capítulo XIX Clarín hace que don Víctor opine de la zarzuela " que era un género híbrido, " y añade que "empezaba a saborear las bellezas suaves y sencillas de la zarzuela seria, y había encontrado noches pasadas cierto color local en Marina y sabor de época en El Dominó Azul, sin contar con los amores contrariados del Juramento, que eran cosa delicada". Como se ve todo un ramillete de propuestas zarzueleras que resumen una "poética".

 

6) También la heroína de esta historia, la Regenta, cuando entre en eufória corre al "salón a tocar casta diva o la donna é mobile, con el dedo índice, mi único dedo músico....¡ una dama que no sabe tocar el piano más que con un dedo¡".

 

7) Otras referencias operísticas las protagonizan primero el Magistral cuando de nuevo trae a colación a Mefistófeles seduciendo – incluso con joyas – a la virginal Margarita en el ya mencionado tercer acto de la ópera de Gounod : " Vestía el Provisor balandrán de alpaca fina con botones muy pequeños, de esclavina cortada en forma de alas de murciélago. Tenía algo su traje del que luce Mefistófeles en el Fausto en el acto de la serenata." Y segundo, tras una sonada tormenta ( con truenos y rayos) sale la luna y el escogido grupo de vetustenses que rodean a la Regenta comienzan a cantar " Paco , con regular voz de barítono, cantó pedazos de Favorita y de Sonámbula y Joaquín salió por malagueñas como él decía; en su voz había una tristeza que contrastaba con la alegría que le brillaba en los ojos (...) Don Víctor, que se aburría abajo, oyó cantar el Spirto gentil y subió. Le daba ahora por la música. Cantar óperas a su modo, y oír cantar a los que afinaban más que él era su delicia por aquella temporada, y su todo esto se hacía a la luz de la luna, miel sobre hojuelas. Todos en un grupo, respirando el fresco de la noche, contemplando la luna que salía por la bóveda desgarrando jirones de nubes de forma caprichosa, cantaban a la vez o por turno y hablaban en voz baja, como respetando la majestad de la naturaleza dormida, con languidez del cuerpo y del alma".

Recordar que La Sonámbula, es un melodrama de V.Bellini que nos canta la tierna sencillez rústica de la inocente Amina quién sin nadie saberlo era sonámbula, y por ello genera situaciones ambiguas y arriesgadas, que finalmente se aclaran.

 

8) Sarcasmo e ironía distanciadora, y hasta cruel tiene el hecho de que don Víctor, sueñe el Barbero de Sevilla en versión de cuervos con todo su hilarante patetismo, justo cuando ya sabe que le crecieron los cuernos igual que al tutor de Rosina, al doctor Bártolo quien por mas que se esfuerce no puede evitar que la juventud de Almaviva conquiste a su pupila del alma, a Rosina. En efecto ésta ópera, paradigma bufa de realismo burgués triunfante se tituló originalmente " Almaviva, ossia l’Inutile Precauzione".

Clarín nos canta así, en pesadilla las similitudes : " Cerró los ojos, tapó el rostro...El tren volvió a moverse. El ruido del hierro y de la madera y la trepidación uniforme eran como una canción que atraía el sueño. Quintanar, sin pensar en ello, media el ritmo de las ruedas pesadas y crujientes con el compás de una marcha que cantaba su tordo, aquel tordo orgullo de la casa... Después midió el paso del tren con los de cierta polca....y después se quedó dormido. (...)

Había soñado mío disparates inconexos; El mismo, vestido de canónigo con traje de coro, casaba en la iglesia parroquial del Vivero a don Álvaro y a la Regenta.... Después los tres juntos se habían puesto a cantar el Barbero, la escena del piano; él, don Víctor, , se había adelantado a las baterías para decir con voz cascada: "Quando la mia Rosina...." el público de las butacas había graznado al oírle como un solo espectador... Todas las butacas estaban llenas de cuervos que abrían el pico mucho y retorcían el pescuezo con ondulaciones de culebra...." Una pesadilla", pensó Quintanar".

 

9) Eros clamó por Thanatos y se está a punto de poner en escena, en duelo, el rito de la muerte por honor. Áparece Ana, la Regente y a su " trádito" esposo, le parecerá ya la moribunda "traviata", esa extraviada que, tocada por el mal, lo esparce multiplicado y blanco por doquier.

 

Así lo oye Clarín en el gran y operístico final de su también traviata Regenta :" Don Victor no hablaba. Gruñía , arrimado a la pared, en un rincón... (...) Se abrió la puerta y entró la Regenta. Venía pálida, vestía un peinador blanco y no hacía ruido al andar. Sus ojos parecían mas grandes que nunca y miraban con una fijeza que daba escalofríos. A lo menos los sintió don Víctor, que dio un paso atrás y tuvo terror, como en presencia de un fantasma. (...) No le pareció su mujer a don Victor, le pareció la Traviata en la escena en que muere cantando. Sintió el pobre viejo una compasión supersticiosa: aquel ser vaporoso que se le aparecía de repente en silencio, pisando como un fantasma, lo quería él en aquel instante con amor de padre que teme por la vida de su hija, y lo temía al mismo tiempo como a cosa del otro mundo....

 

 

El sonido de lo abismal y lo sublime

Toda la Regenta es pues un juego de rumores que acaban en disoluciones y desmayos, lo que antes llamábamos elusiones. Ana la Regenta vive ensayando y repitiendo acercamientos y desmayos, esto es saliendo y entrando en el imposible silencio. Un silencio acompañado, o quizás empujado por el sonar, por un inestable ponerse en pié y caer.

 

Asistamos, por último con nuestros oídos al primer y al último "desmaye" de Ana la Regenta. Veremos como las dos situaciones presentan esa rara comunión sonido-silencio que encontramos a lo largo de éste largo relato : " ya no pudo hablar... se doblaron las rodillas" en el primero, y "quiso gritar y no pudo....cayó" en el último. Pero oigámoslo con todo detalle :

A) Primer desmaye. La niña Ana pasea sola por la hondonada de los pinos. " El mar, deshacía su cólera en espuma con bramidos que llegaban a lo alto como ruidos subterráneos. (...) el viento imitaba como un eco la queja inextinguible del océano (...) desde allí las olas no parecían sacudidas violentas de una fiera enjaulada, sino el ritmo de una canción sublime, vibraciones de placas sonoras, iguales, simétricas (...) No había allí ruido que recordara al hombre....Estaba segura de su soledad. (...) Se puso en pié, quiso hablar, gritó; al fin su voz resonó en la cañada; calló el supuesto ruiseñor, y los versos de Ana, recitados como una oración entre lágrimas, salieron al viento repetidos por las resonancias del monte. Llamaba con palabras de fuego a su Madre Celestial. Su propia voz la entusiasmó, sintió escalofrios, y ya no pudo hablar: se doblaron sus rodillas, apoyó la frente en la tierra. Un espanto místico la dominó un momento (...) Sintió ruido cerca, gritó...vió un pájaro oscuro salir volando de un matorral..".

 

B) Elusión final. Despreciada y abandonada por todos, la Regenta vuelve a la catedral., al confesionario que " crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos", quería "el castigo de sus pecados, si más castigo merecía que aquella oscuridad y aquel sopor del alma" (....) Pero el confesionario callaba. La mano no aparecía, ya no crujía la madera (...) Ana, ante aquel silencio, sintió un terror extraño...Pasaban segundos, algunos minutos muy largos (...) se puso en pié con un valor nervioso (...) Entonces crujió con fuerza el cajón sombrío. (...) El Magistral dio un paso de asesino hacia la Regenta (...) Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo. Cayó (...) vencida por el terror cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido. La catedral estaba sola."

 

 

Formidable baile de sonidos y silencios en ascensión rimada, la no conclusión que Clarín nos canta-calla en esta escena final: silencio, doble no, terror extraño, ponerse en pié, crujires, brota "una figura negra" y "Ana quiso grita, pedir socorro y no pudo".

 

A partir de aquí, triple caída :" cayó sentada...cayó de bruces....cayó sin sentido".

 

Atención porque también el antagonista, el Magistral, convertido aquí en bulto negro, cae en el silencio: " No podía hablar, ni quería".

 

Soledad y tinieblas.

 

Notemos que, circularidad del son, lo último que se escucha en este relato de la Regenta, de Vetusta, el último avatar acústico, es el mismo ( el mismo referente, la mima palabra) que escuchábamos al inicio, al comienzo de esta gran sinfonía de silencios y ruidos : un rumor.

 

"Un rumor, como un quejido débil, como un suspiro" para concluir, un " rumor estridente de los remolinos de polvo, trapo, pajas y papeles" en medio de la célebre "siesta" para como obertura.

 

Igual que el rumor de los humanos es, o puede ser, un azaroso híbrido de verdad y mentira, el rumor acústico, como han ilustrado infinitas propuestas del minimalismo – o de tantas instalaciones sónicas de los últimos decenios – es un extraño híbrido de silencio y ruido.

 

Campello. Primavera 2001

 

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