ACERCA
DE LA UNIDAD
El Señor
Jesús, cuando entró a Jerusalén, por última vez, antes de ser capturado y
muerto. Dijo:
“Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, ¡¡cuántas
veces quise juntar tus hijos!! Como la gallina junta a sus polluelos debajo de
sus alas y no quisiste” Mateo
23: 37; Lucas13: 34
Estas
palabras expresan una profunda tristeza, un lamento, pero no por lo que iba a
padecer, sino porque muchas veces ya había intentado reunir a sus hijos, en el
antiguo testamento, y los compara con “polluelos”.
Antes
de haberse encarnado, cuando estaba con Dios y era Dios, con esa intención
protectora, maternal de la gallina, quiso juntarlos, por medio de los profetas y
apóstoles (enviados), esas son “sus alas”, pero no quisieron.
Lo
mismo encontramos en su oración en Getsemaní:
“Ruego...para
que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí y yo en ti...para que el mundo
crea que tú me enviaste”. Juan
17: 21
El
mismo, personalmente ahora, procurando reunir en uno a todos los hijos de Dios,
él si tenía que lograrlo, esa era la misión, reunirlos en sí mismo.
Cuando
muere en la cruz, sentó la base de la unidad de su pueblo, porque todos los que
invocan su nombre tienen que ver con su muerte. La iglesia fue formada de su
costado, de la sangre que brotó de su cuerpo de carne.
Podemos
retroceder en el tiempo y recordar a Elías, que fue enviado a las tribus
separadas de Jerusalén, que habían dejado totalmente la Ley de Moisés y que
habían establecido una adoración a su manera, y adoraban al mismo tiempo a
Baal.
Dios
los seguía viendo como su pueblo por amor a Abraham.
Cuando
le tocó hacer el sacrificio después que los 450 profetas de Baal habían
fracasado, Elías hizo un altar con 12 piedras conforme al número de las tribus
de Israel, porque él entendía bien que para Dios seguían siendo uno sola
cosa. Luego en su oración delante de toda la multitud del pueblo, pidió que
Dios enviara su fuego demostrando así que él le había enviado y que todo esto
lo había hecho por su mandato, porque Dios quería que el corazón de su pueblo
volviera hacia él.
Sobre
ese altar cayó el fuego del cielo.
Así Jesús juntó 12
piedras vivas, sus 12 apóstoles, que
en el día de Pentecostés eran 120 y sobre ellos descendió literalmente llamas
de fuego sobre sus cabezas.
En
este tiempo, Dios no ha cambiado de intención y propósito. El dijo:
“Por
tanto, he aquí, yo envío a vosotros profetas, sabios y escribas y de ellos a
unos mataréis y crucificaréis y a otros de ellos azotaréis en vuestras
sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad”. Mateo
23: 34; Lucas 11: 49.