Usted y yo sabemos que este no puede ser un cuento triste.
Usted y yo, al fin y al cabo, hemos tenido las risas, el estrecharnos la mano, presentarnos de vez en cuando, señora de tal, encantada.
Usted y yo nos hemos aupado por turnos para jugar a robar las manzanas (las cerezas) que asomaron por sobre el muro un día sí y otro también y eso no lo sabe el miserable del hortelano.
Usted dejó atónito a yo con esa forma de pisar a fondo todo recto mientras me quedaba solo girando a la izquierda.
Usted y yo jugamos en bandos diferentes, lo cual me dio alguna oportunidad de ayudarla, así lo espero, con una aplicación más allá de la mera rutina, con esa satisfacción quinceañera y Tom Sawyer con la que se hacen estas cosas.
Yo, si me permite, tuve la terapia del nombre de usted, encontrarme con la boca llena de flores cada vez que había que decirlo. Y no pude ver aquellas ballenas de que me habló pero me dejó su deseo de mostrármelas algún día, lo que me basta para un par de siglos. Usted y yo entonamos canciones a coro, lo que no es poco y, en fin, usted y yo tuvimos los ojos de usted que no dejaron de provocar el asombro sincero y cómplice de algunas aves de paso, que fueron bienvenidas ya sólo por eso.
Un día usted se fue y así yo le pude escribir este parrafito que no podrá ser (nunca) un cuento triste ni, probablemente, de los otros.
No quisiera dejarlo sin aprovechar la ocasión que por fin se me brinda para, siempre en la medida de mis fuerzas, tratar de saldar esa deuda que, en palabras del amigo Augusto, contrajimos todos un día con el cosmos, con los cielos y las tierras, con usted, en fin y conmigo mismo. Intentarlo, al menos, sólo por si las moscas, la cosa de no ir dejando cabos sueltos.

 
 
 
a casa

 
Habrá público escarmiento (y fuego eterno) para quien no respete este © Copyright Nannicantipot 2000.

 
Hosted by www.Geocities.ws

1