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miércoles, junio 08, 2005

El cassette y yo

Mi primera experiencia con un cassette fue en 1984, el año de Los Cazafantasmas, "We are the world", Los Pitufos y de Reagan vs. Andropov. En la radiograbadora de un tío que hacía compilados de Devo supe qué significaban "play", "rec", "ffwd", "rew" y "pause". Y todo un mundo se abrió para mí.

Ese mismo año compré mi primer cassette: Thriller de Michael Jackson, pirateado en una cuneta de Irarrázaval. La grabación era tan mala que a los dos meses la cinta se desgastó y empezó a sonar como transmisión AM. Luego me compré mi primer cassette original: la banda de sonido de la película Breakdance. Y más tarde, en diciembre, la iluminación fue completa: de regalo de Navidad recibí mi primer radiograbador, una Samsung portátil que tenía un solo parlante, pero que para mi entusiasta e inocente cerebro infantil era tan mágica y sofisticada como lo último de Bang & Olufsen.

Esa radio fue mi compinche en múltiples proyectos, tareas y juegos. Grabar temas de la radio, hacer radioteatros, escuchar Radio Moscú y otros sonidos extraterrenos vía onda corta en las gélidas noches del Cajón del Maipo... La Samsung tenía una gracia: si presionabas el botón de play hasta la mitad, la reproducción se aceleraba y podía escuchar a los hermanos Jackson cantando como Alvin y sus hermanos. Y como la maña también funcionaba al grabar, me escuchaba después a mí mismo hablando como Jabba el Hutt.

Como a mediados de los ochenta las radios con doble casetera no eran masivas, tenía que hacer unas verdaderas obras de ingeniería electrónica para copiar cassettes. Conectaba la salida de audífono de mi Samsung a la entrada auxiliar del muy setentero equipo Blaupunkt de mi papá y tenía que estar constantemente pendiente de nivelar los volúmenes y los niveles de grabación. Ahí supe lo que era "audio saturado". Usaba la misma técnica para grabar temas de programas de televisión (desde chico he sido fanático de la música de películas), pero cambiando la Samsung por la tele Antú blanco y negro de mi pieza y estando muy alerta a cuando los temas empezaban y terminaban. Al principio era entretenidísimo y hasta vanguardista, pero dejé de hacerlo porque terminó siendo demasiado engorroso y porque como la Samsung y la Antú eran mono, la grabación se hacía por una sola pista. O sea, todo se escuchaba por un solo parlante.

En la era del cassette aprendí muchas cosas, como que los más rascas eran los Sony, los Maxell eran promedio y los mejores eran los TDK; creé una técnica para dejar en blanco cintas usadas y así tenerlas listas para grabar más música; volteaba las cintas para buscar mensajes satánicos (sí, también lo hice con Xuxa); me diseñaba mis propias etiquetas y carátulas; me di cuenta de que para reemplazar una lengüeta que se había sacado para impedir la grabación era mucho mejor usar cinta adhesiva que un papel doblado; supe que la forma más rasca de escribir el nombre del artefacto era "caset", y pensé que un cassette gringo supuestamente era más top porque los nombres de las canciones venían impresos en la carcasa en vez de venir en una etiqueta pegada.

Y todo mejoró cuando la Samsung fue reemplazada en 1989 por una Moving Sound de Philips amarilla con doble casetera. De ahí no paré más. La magia de la doble casetera me permitía armar medleys con calidad (supuestamente) profesional, podía dejar grabando horas enteras de las radios Galaxia, Carolina, Concierto y Tiempo para después limpiar y ordenar a mi pinta las canciones que me gustaban. El mismo año llegó el primer walkman a la casa y se transformó en mi mejor amigo durante el viaje de estudios del colegio.

Y entonces apareció el compact disc.

Durante los dos primeros años de los 90 viví en la transición del análogo al digital, años en que alcancé a grabar los dos primeros Greatest Hits de Queen y el Past to Present de Toto en cassette de cromo. Y luego se acabaron las tardes de vigilia junto al parlante para esperar y grabar el tema de Cóctel, o el último de Debbie Gibson. Me volví repentinamente más refinado y encontré rasca e incómodo escuchar un cassette cuando podía tener la posibilidad (especialmente luego de que mi papá comprara el primer equipo con CD de la casa) de oír mi música favorita en el orden que quisiera y en la mejor calidad de audio. Recibía mejor mesada y ya podía comprar los discos en vez de pedirlos prestados y pasarlos a cassette. La tecnología de la cinta sirvió desde entonces sólo para grabar música para escuchar en el auto o para los trabajos de Periodismo en la universidad.

La Moving Sound ahora ameniza la cocina de la casa de una tía en San José de Maipo y está llena de choclo molido y reseco de cuando hacen humitas. La Samsung se la robaron. El walkman se cayó al suelo en la calle y murió. Y mis cassettes están juntando polvo en un par de cajas en la bodega de mi departamento. Todos, incluyendo algunas joyas y rarezas como el Victory de The Jacksons, el único álbum de QEP y un compilado casero donde Julián García Reyes menciona mi nombre al presentar "I’ve got my mind set on you".

Y ahora veo que el cassette es un símbolo generacional. Yo también usé un lápiz Bic para rebobinarlos, tal como en el comercial del pisco ése y en la presentación de Los Treinta (porque el Bic era el único que servía, tenía el tamaño exacto). Y de repente me siento tan viejo.

Pero no me voy a deshacer de mis cassettes. Soy nostálgico y además cachurero. Que sigan arrumbándose en la bodega, porque algún día mis hijos, nietos o sobrinos los van a descubrir y se van a maravillar de esas reliquias, tal como yo lo hice cuando encontré la colección de vinilos de mi papá, quien, por supuesto, nunca los quiso botar.
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