DLP: el hombre, el sueño

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martes, mayo 25, 2004

Vida entre tetas

Blogs he visto varios. Algunos buenos, otros que son un asco (como éste, ouch). Pero hay otros que son increíbles, como el que ocupa el espacio de hoy: Life at TJ's Place. Lo escribe un tal Kevin (nombre falso), que administra un bar topless en Estados Unidos. El tipo, que escribe excelente, cuenta cómo es ganarse la vida en un lugar como ése, tarea que en teoría es el sueño dorado de cualquier macho. Kevin pinta con colores todos los aspectos de existir en tal ambiente: los clientes habituales, los menores de edad que intentan entrar a la mala, el veterano bouncer que con un giro de muñeca es capaz de dejar llorando a un hombre adulto, las bailarinas que se creen divas, las que le tiran los cagados, las que son amigas de todo el mundo y las perras odiosas. Y, de paso, Kevin aclara que, a la larga, trabajar entre minas que pasan todo el día en pelota no tiene nada de excitante.

De eso deberían tratarse los blogs que se publican en la red. Nada de diarios de vida de niñitas de quince años donde cuentan qué película fueron a ver o cómo estuvo el carrete del sábado. Un blog público debería contarte la vida de tipos que salen de lo común, para que se sepa cómo es la experiencia de caminar en sus zapatos. Un blog debería ser un testimonio de una vida, si no extraordinaria, inusual. Buenos blogs serían los de un corresponsal de guerra, un investigador submarino, un trotamundos, un roadie o, en este caso, el de un administrador de un bar topless.
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miércoles, mayo 19, 2004

La mano que da de comer

¡Hey! Se me había olvidado mencionar que el lunes partí con pega nueva. ¡Yupi! ¡Plata! Entré a la Biblioteca del Congreso y estoy trabajando en Valparaíso. Un amigo que vive ahí me está alojando por unas semanas, para no desgastarme viajando a Santiago en estos días clave. Después, ya veremos. Por mientras, he ahí el sitio.


http://www.bcn.cl/

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lunes, mayo 17, 2004

Electrízame, quémame, fulmíname

Una cosa que siempre me ha fastidiado de la columna de minas que mi amigo Pancho Ortega tiene en Sobras es que a veces me las gana. Cada vez que nos juntamos a conversar hablamos de cómics, de cine, de animaciones, del próximo proyecto de Alex Ross, de lo increíble que es que Joss Whedon escriba X-Men, qué putos extras van a tener los DVDs de La Guerra de las Galaxias y otras pelotudeces. Pero nunca de minas. Jamás he verbalizado en su presencia que Jennifer Connelly es la mujer perfecta ni que Catherine Zeta-Jones tiene un rostro florentino que aparece una vez cada cinco siglos. Nunca le he mencionado que a Uma Thurman se le ve una pechuga en la versión widescreen de Las Aventuras del Barón Munchausen, que Mia Kirshner siempre me ha puesto nervioso ni que me casaría con Emily Watson. Nada de eso.

Y por eso pasa que cuando pienso que he "descubierto" a alguna mina rica en la TV o en el cine, que he hallado una belleza oculta que a nadie le parece obvia, sale este victoriano anteojudo con su columna, la zalamea, la ensalza, la languetea con palabras, le hace el amor con verbos y páfate, queda como el descubridor de las minas del futuro ante los ojos de sus pendejos lectores que creen que la Sita Jeannette es lo mejor de la nación. Aparece como el dueño de la patente de algo que yo había encontrado antes que él. O al mismo tiempo.

¿Para qué esta latosa introducción? Pues para que antes de que Ortega me la gane (y aprovechando que anda paseando su sureña ñoñez por Nueva York), voy a clavar mi bandera en la imposiblemente hermosa humanidad de Alexa Davalos.

¿Y quién es Alexa Davalos? Buena pregunta, porque como nadie va a leer este pobre artículo, no me preocupé de hacer mayor investigación periodística sobre ella. Sólo sé que nació en Francia, que fue modelo (era que no), que va a salir en The Chronicles of Riddick, la continuación de Pitch Black con el hipertrofiado Vin Diesel y que me robó el corazón en Angel.

En Angel, Alexa aparece de vez en cuando en el personaje de Gwen Raiden, una chica que, haciendo honor a su mortalkombatiano apellido, tiene poderes eléctricos. Ella es capaz de propinar golpes eléctricos como un desfibrilador humano y de lanzar relámpagos por los dedos como el Conde Dooku. Sólo que dichos rayos en vez de salir de Chrisptopher Lee, que ya pasó los 80 años, salen del cuerpo de una exquisita muñeca de curvas remarcadas, atributos bien puestos, melena castaña salvaje y agreste, piel lechosa y un rostro de muñeca enigmática. Y para rematar y llevar a esta chiquilla a mi Top 5, unos ojos azules extraterrenos que son más que inquietantes.

Esta chica eléctrica es de ésas que, si te las topas en algún cumpleaños, siempre estará conversando con su grupete de amigas, sin pescar a los veintitantos tipos que están lelos babeando y preguntándose de dónde diablos salió, quién es, con quién vino, quién la conoce. Es de esas mujeres a las que no te atreves ni a mirar porque ni para eso eres digno. Es una deidad en el plano terrenal, tu perdición personificada, la garantía del odio universal masculino para cualquier hombre que se atreva a tocarla, la mujer que, ahora y siempre, estará fuera de tu alcance y que consumirá tu psiquis con sueños ansiosos y fantasías imposibles.

Alexa Davalos tiene que quedarse allí, en la pantalla, donde podamos verla tranquilos sabiendo que no habrá posibilidad alguna de que entre a nuestras vidas reales y nos rompa el corazón con su obvia indiferencia. Esta supercargada moza de 1,70 sólo debe existir en nuestra imaginación, en la que entra a tu pieza contoneándose con esos pantalones apretados de cuero rojo, su peto de vinilo que apenas contiene todo el poder de su pecho, su cabellera que fluye como parte de su sensualidad animal y esa mirada hechicera por la que veinte mil griegos se trenzarían en combate por su favor. Se acerca a ti, se saca esos guantes largos que dejan a Rita Hayworth como una monja, pone sus manos sobre tu pecho y te da una, dos, tres descargas eléctricas que te dejan como piltrafa y que te recuerdan que nadie le pone un dedo encima a Alexa Davalos.

Ortega, supera eso.

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