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LOS CAMPESINOS CHINOS EN LA REPÚBLICA POPULAR

Por Cecilia Zabala

 

China tiene una larga tradición de movimientos campesinos. Toda la historia de la China imperial está jalonada de revueltas a la vez espontáneas  y a la vez mediadas por las sociedades secretas, discontinuas en el tiempo y en el espacio, fragmentadas, locales (excepto en algunos movimientos del siglo XIX como los T’aiping), y, sobre todo,  funcionales al orden social y político confuciano. Su papel más importante era contribuir a la caída de las dinastías: así actuaban como válvula de seguridad, restituyendo al mundo los beneficios del “mandato celeste”[1]. Además de cumplir esta función reguladora del Antiguo Régimen chino, las revueltas campesinas no atacaban sino los abusos del sistema, no sus bases, por lo que se situaban dentro de él.

No obstante, creaban un clima de permanente tensión y constante inseguridad para la clase dirigente. De ahí que Chesneaux señale que no es casual que el partido comunista que ha formulado más elaboradamente la teoría de la lucha armada como vía de acceso al poder, se haya formado y entrenado en un país en el que durante siglos la lucha armada, abierta o latente, había enfrentado a los campesinos con la clase dirigente.

De hecho, los comunistas chinos se han considerado herederos de esta larga tradición de luchas campesinas. Y es innegable que su ascenso al poder se apoyó en la movilización de las masas rurales. ¿Qué significó para los campesinos la revolución comunista? ¿Cuál fue la suerte de quienes, en definitiva, constituyeron su base social? ¿Qué lugar ocuparon, qué rol jugaron, y cómo fueron afectados por las transformaciones económicas, políticas, sociales e ideológicas ocurridas desde entonces?

De lo que aquí se trata es de recorrer el medio siglo de existencia de la República Popular con la mirada (de nuestros ojos occidentales) puesta sobre los campesinos. Que, no hay que olvidarlo, constituyen la inmensa mayoría de la población del país.

La intención es, entonces, recortar algunos elementos que sirvan para una reflexión sobre el rol del campesinado chino como actor social, su capacidad para generar experiencias históricas significativas, y más ampliamente, una reflexión sobre la relación entre gobernantes y gobernados.

 

LOS CAMPESINOS Y EL ASCENSO COMUNISTA

Cuando en 1949 los comunistas llegan al poder, su base social de apoyo está constituida fundamentalmente por campesinos. Desde la ruptura de la alianza con el Kuomintang, en 1927, el partido comunista, que hasta entonces orientaba su acción hacia la minúscula clase obrera, se había visto forzado a centrar sus esfuerzos en el campo: proscriptos y perseguidos por Chiang Kai-chek, y fracasados los levantamiento urbanos, los comunistas se vuelcan entonces el establecimiento de bases revolucionarias rurales. En 1931 fundan una “República soviética” en el sur de Kiangsi, en la que reparten las tierras entre los pequeños campesinos, y cuya autoridad reconocen otros focos rebeldes. Sin embargo, la relación con las masas no es sencilla: no lo es tanto, señala Hobsbawm, como lo sugieren las palabras de Mao de que la guerrilla es como un pez que nada en el agua de la población, porque los comunistas “descubrieron, con injustificada sorpresa, que convertir a su causa una aldea dominada por un clan ayudaba a establecer una red de ‘aldeas rojas’ basadas en clanes relacionados con aquél, pero también les involucraba en la guerra contra sus enemigos tradicionales, que constituían una red similar de ‘aldeas negras’”, lo que implicaba que “en algunos casos la lucha de clases pasaba a ser la lucha de una aldea contra otra”[2].

De manera que si bien los comunistas constituyen en estos años una amenaza al régimen nacionalista, no cuentan con la suficiente fuerza como para evitar un progresivo aislamiento luego de la derrota del Ejército Rojo y la “larga marcha” hacia el noroeste (1934-1935).

¿Qué es lo que va a otorgarles el apoyo de las masas campesinas y a posibilitar su llegada al poder? Interviene aquí un factor externo: la invasión japonesa de 1937. Los comunistas van a aprovecharse del estado de guerra, como dice Lucien Bianco, jugando la carta de la resistencia. A medida que el invasor avance, los comunistas van a alzar a los campesinos contra él practicando la táctica de la guerrilla en la retaguardia de las líneas japonesas, y, en esas circunstancias, les harán adquirir una conciencia nacional que hasta entonces era propia de las clases urbanas, especialmente de los intelectuales. Como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, entonces, surge y se desarrolla en el medio rural un “nacionalismo de masas” que los comunistas alientan y explotan. “Frente a los campesinos-dice Bianco- éstos se presentaron no ya como los partidarios e iniciadores de la revolución social, sino como los jefes naturales de una comunidad nacional amenazada. Así, para numerosos campesinos, el término ‘comunista’, nuevo para ellos, llegó a ser equiparado con el de ‘resistente’[3].

Sin embargo, lo que esto explica no es tanto el por qué del apoyo de los campesinos como las ventajas que éste le otorgó a los comunistas en la pugna con los nacionalistas. Porque ¿fue realmente “la cuestión nacional” lo que movilizó a los campesinos? Lucien Bianco sostiene que no: si se dejaron movilizar contra el enemigo nacional, fue probablemente porque éste atentaba inmediatamente a su statu quo. Las atrocidades del ocupante los empujaron, como única salida, a apoyar al Ejército Rojo y a la administración resistente organizada por los comunistas, de la misma manera que en las zonas controladas por el gobierno nacionalista los campesinos adoptaron frecuentemente una “actitud antipatriótica”, intentando escapar al reclutamiento, o poniéndose al servicio del invasor, ya que para ellos la calamidad mayor no era el ejército japonés sino el propio ejército nacional, que trataba brutalmente a sus reclutas y llegaba a encadenarlos como prisioneros por miedo a que desertaran. Bianco subraya así una continuidad obvia en la actitud de los campesinos: la prioridad es la autoconservación, lo que buscan es sobrevivir y defenderse de un ocupante que, según los lugares, puede estar representado por el ejército japonés o por el de otra provincia china. Lo importante es que la originalidad de los comunistas, que explica la adhesión campesina, es de naturaleza social antes que nacional. Los comunistas resisten al invasor japonés pero sobre todo no maltratan a la población rural, y ésa es, desde el punto de vista de los administrados, la novedad fundamental. En suma, una nueva relación entre gobernantes y gobernados.

Pero esta nueva relación no se agota en el vínculo entre el Ejército Rojo y los campesinos. Teniendo en cuenta que la originalidad de los comunistas es de tipo social, la comprensión de la relación entre ambos no puede soslayar un elemento tanto o más importante que aquel: la reforma agraria.

El problema agrario es un problema de fondo, estructural, cuya urgencia se ve renovada por la guerra. Pero vencer la miseria y la opresión de las masas rurales es una tarea a largo plazo. Los comunistas denuncian la explotación de los campesinos por los terratenientes, pero esa denuncia, observa Bianco, es, si bien justificable, insuficiente: aún si esa explotación no hubiera existido, las condiciones objetivas hubieran bastado para condenarlos al hambre. El peso de la demografía, el retraso económico y las catástrofes naturales hacen que los frutos del trabajo de jardinería de los campesinos sean modestos y estén siempre amenazados. La estructura social agrava y perpetúa esas dificultades. El campesino, como señala Chesneaux, está sujeto a una triple dependencia: de la naturaleza, del terrateniente y del Estado. Mientras los pequeños propietarios tienen parcelas sumamente pequeñas y  están atados al pago de las contribuciones de la tierra, los campesinos que no poseen o poseen parcialmente la tierra que trabajan deben entregar casi la mitad de la cosecha en concepto de renta al propietario. Todos ellos están explotados: por el usurero del pueblo, por el recaudador de impuestos, y por los terratenientes que viven de la renta y monopolizan el comercio de granos, y que concentran el poder económico (modesto pero enorme para la pobreza china), el poder político y el prestigio intelectual (el monopolio de la educación).

Los comunistas consiguen, entonces, movilizar a las masas campesinas transformando relaciones sociales y políticas inamovibles desde tiempos inmemoriales, tal como señala Bianco. En 1946 se realizan las primeras confiscaciones de tierra a los grandes propietarios y desde entonces la revolución agraria se va imponiendo progresivamente, con retrocesos y desajustes según las regiones.

Hay una palabra que resume el sentido de los cambios: fanshen, “revolverse”, “realizar una revolución”. Así, dice Bianco, “para un campesino de las ‘regiones liberadas’ (las zonas controladas por los comunistas), fanshen significa concebir la vida y las relaciones sociales de una manera totalmente nueva. Significa no considerar ya que la sumisión al propietario, al usurero, al administrador es algo natural e inevitable. Y significa, en fin, recibir un lote de tierra y una parte de los ‘frutos de la lucha’ (instrumentos agrícolas, ganado, ropa y demás bienes confiscados a los ricos). Pero la revolución social se acompaña de una revolución en las costumbres. Y, para la mujer del campesino, fanshen significa probablemente no aceptar ya ser pegada por su marido…”[4].

Hay nuevas prácticas: el Ejército Rojo, con el objetivo de desarrollar la conciencia de clase de los campesinos, organiza “exposiciones de agravios” en donde se identifica y denuncia a los terratenientes locales que han abusado de sus privilegios. Cada unidad del Ejército, además, funciona como “una escuela, un teatro, un círculo de trabajo cooperativo y político”[5], e impulsa así la integración entre el partido y el pueblo. O la integración entre los aspirantes al gobierno y los gobernados.

Para vencer, en definitiva, la revolución tuvo que echar raíces en los pueblos, tuvo que volverse un asunto de campesinos: éstos tuvieron que participar de una empresa comenzada y guiada por los dirigentes del partido comunista, pero que inevitablemente se vio enredada en la complejidad de la vida cotidiana y las particulares condiciones y conflictos de la sociedad campesina.

 

LOS AÑOS DE MAO ZEDONG

En 1949, tras una breve guerra civil, los comunistas llegan al poder y fundan la República Popular, que se constituye inicialmente como gobierno de “las cuatro clases revolucionarias”: campesinos, obreros, pequeña burguesía y burguesía nacional. Hobsbawm señala que se convierten así en el gobierno legítimo de China, en los verdaderos sucesores de las dinastías imperiales tras 40 años de interregno, reconocidos y aceptados como tales porque están en condiciones de desarrollar una política de gobierno desde el centro hasta las más remotas aldeas, respondiendo así a la forma en la que la mayoría de los chinos esperaba o concebía que debía ser gobernado. Para esa mayoría, plantea el autor, esta revolución “significa ante todo una restauración: de la paz y el orden, del bienestar, de un sistema  de gobierno cuyos funcionarios reivindicaban a sus predecesores de la dinastía T’ang, de la grandeza de un gran imperio y una civilización”[6]. Al menos en los primeros años, podemos decir. De todas maneras, cabe la pregunta de hasta dónde esta era una concepción o una experiencia compartida por la generalidad de los campesinos, teniendo en cuenta los múltiples cambios que, aunque graduales y en tensión siempre con resistencias y continuidades, cuestionaban el orden social tradicional.

La reforma agraria se extiende paulatinamente al conjunto del país, multiplicando las “exposiciones de agravios” y los juicios públicos de algunos grandes propietarios. Las asociaciones campesinas redistribuyen la tierra y los bienes confiscados. Todo ello contribuye a desarrollar la conciencia de clase de los campesinos. Es importante también la ley sobre matrimonio de 1950, que, inscribiéndose en la línea de la revolución contra la sociedad tradicional iniciada en la época del 4 de mayo de 1919, combate el noviazgo de niños, los matrimonios impuestos por los padres, y otras prácticas cuya prohibición apunta a romper el patriarcalismo de la sociedad confuciana y hacer progresar la igualdad de la mujer, lo que encontró serias resistencias en la sociedad campesina.

En cuanto a la reforma agraria, de una etapa transitoria de apropiación privada de la tierra por familia, se pasa en 1952 a la organización de equipos de ayuda mutua, que buscarán inculcar a los campesinos la práctica de la cooperación, y que serán el primer paso en la vía de la “transición al socialismo”.

En 1955 se pone en marcha el primer plan quinquenal, que, siguiendo el modelo soviético, impulsa la colectivización y prioriza la industria pesada. La colectivización agrícola se lleva a cabo intentando evitar los aspectos más dramáticos de la llevada a cabo en Rusia, transformando gradualmente los equipos de ayuda mutua en cooperativas de producción en las que hacia 1956 ya se han integrado las nueve décimas partes de los hogares campesinos[7]. Pero muchos campesinos se ven arrojados del campo y, atraídos por la industrialización, migran hacia las ciudades, contribuyendo a agravar allí los problemas provocados por la rápida urbanización.

Así, los campesinos y la agricultura han sido sacrificados por la planificación. Relegada en la distribución de las inversiones, desorganizada por la colectivización, la producción agrícola se estanca y compromete la industrialización, haciendo impostergable un cambio en la estrategia económica.

Esta necesidad explica en gran parte el “Gran Salto Adelante” que Mao promueve en 1958 con el objetivo de acelerar el desarrollo agrícola. Es una estrategia que no puede verse en primera instancia  sino como absurda, dramáticamente absurda, y que no puede entenderse sin tener en cuenta la intensa propaganda y el elevado culto a la personalidad de Mao. La fe voluntarista del líder suponía que, dado que la industria pesada seguía estando primera en el orden de prioridades y, por lo tanto, no podían desviarse inversiones de allí a la agricultura, el entusiasmo y el esfuerzo de las masas reemplazaría el retraso técnico y la falta de capitales. El objetivo era incrementar la producción de acero y granos, los “dos generales” que según Mao podía hacer que China se modernizara, alcanzara y superara a los países más avanzados, y entrara antes que ningún otro en la etapa final del comunismo. En el intento de sacar a los campesinos de sus creencias (supersticiones) tradicionales, Mao difundió las teorías pseudo-científicas de los soviéticos, y el partido creó miles de institutos en los que los campesinos llevaban adelante la “investigación científica”, mientras los verdaderos expertos eran encarcelados o enviados al campo a realizar trabajo manual[8].

¿Cuál es la experiencia más significativa para los campesinos en esos años? Sin duda la creación de las comunas populares. Cada una de ellas reúne cerca de 30 cooperativas agrícolas (cuya reducida dimensión no hacía posible la organización de los grandes trabajos proyectados: cada comuna reúne entonces de 4 mil a 5 mil hogares campesinos)[9]. Es, además, una unidad administrativa y militar, que crea sus escuelas y entrena a sus milicianos al tiempo que desarrolla su agricultura, su industria y su comercio. Bianco señala que es un centro de experimentación social sin precedentes a esta escala, con el que se intenta colectivizar la vida cotidiana, para completar y facilitar la militarización del trabajo. Guarderías y servicios gratuitos liberan a las mujeres y las hacen disponibles para el trabajo productivo (en el que son más necesarias en tanto la mano de obra masculina se ve en gran parte alejada de los campos por los requerimientos de la industria pesada y las grandes obras), a la vez que imponen un relajamiento de los lazos familiares tradicionales (confucianos), socavando el patriarcalismo. Se espera, en definitiva, que la comuna acelere la transición hacia una sociedad comunista.

Pero el Gran Salto termina en tragedia. Las nuevas prácticas de siembra tupida, labranza profunda, control de plagas, fertilización, irrigación, etc., sumadas a condiciones climáticas desfavorables, hacen que las cosechas resulten desastrosas, especialmente la de 1960. El retraso técnico y el fracaso de los altos hornos caseros contribuyen a agravar la crisis agrícola (a la que sigue la crisis industrial). El resultado más terrible es sin dudas el hambre. Pero hay otra consecuencia a largo plazo: así como Mao rehusó aceptar que había escasez, también se negó a limitar el crecimiento demográfico, convencido de que “con cada estómago viene otro par de manos”, temiendo incluso un problema de escasez de mano de obra.[10]

Indudablemente, algo se rompe en la relación entre gobernantes y gobernados. La crisis promueve el descontento de las masas. Ya durante el delirio del Gran Salto muchos campesinos se habían resistido a poner en práctica en gran escala métodos de cultivo que eran evidentemente peligrosos. Muchos funcionarios del partido y cuadros locales habían reconocido, sino lo absurdo, sí al menos lo riesgoso de ciertos experimentos, pero no hay lugar para la crítica ni la oposición. En ocasiones en que Mao recorría los campos, por ejemplo, los cuadros y campesinos trasladaban plantas desde campos lejanos para dar la impresión de un cultivo abundante: “toda China fue escenario, todo el pueblo actores en una farsa para Mao”[11]. Por debajo, el apoyo popular se había resquebrajado y el consenso interno del partido se había roto.

 

 

LA “DESMAOIZACIÓN”

Desde 1962 se imponen los críticos del concepto maoísta de desarrollo económico. Ahora la agricultura está a la cabeza del orden de prioridades, se produce el desmantelamiento de las comunas, y toda una serie de cambios con los que se lleva a cabo un proceso de reestructuración agraria y privatización de la economía.

Pero el abandono de los principios de Mao no se produce sin idas y vueltas. Así, en el debate en trono a la agricultura de 1971, Lin Biao (designado sucesor de Mao, aunque enfrentado coyunturalmente con el grupo maoísta) impulsa el movimiento para el “estudio de Dazhai”. En esta campaña, orientada a la movilización de la población rural según un comportamiento político “ideológicamente correcto”, se coloca como modelo el sistema dazhai, según el cual la distribución de los salarios debe ajustarse a criterios de lealtad política. Al mismo tiempo, se insiste en la independencia de la brigada de producción con respecto a las inversiones estatales, y el desarrollo por el propio esfuerzo y el sacrificio de los campesinos, que era lo que se consideraba prototípico en el modelo maoísta de la brigada de producción Dazhai. Lo que intenta Lin Biao, además, es impedir el surgimiento de un sentido de propiedad de los campesinos sobre las parcelas que se les han asignado para cultivo privado, y, a la vez, elevar nuevamente el nivel de colectivización desplazando el peso de las relaciones de propiedad de los grupos a las brigadas de producción. En muchas provincias, los campesinos respondieron con protestas a estas iniciativas, que exigían incluso que se entregase más grano a las organizaciones estatales.

Tras la caída de Lin Biao, entre 1971 y 1973, se establece un nuevo rumbo en la política económica y social. Si Mao propugnaba la centralización de la industria moderna junto con la descentralización de la agricultura y las industrias locales a nivel de las comunas, ahora se les va a conceder a las direcciones regionales bastante autonomía en la planificación y administración. Si Mao ponía el centro de gravedad en la comuna, es decir, en el nivel superior de colectivización, ahora éste se va a desplazar a la unidad más pequeña, el grupo de producción. Si Mao y Lin habían intentado limitar las actividades privadas y secundarias de los campesinos, ahora se les va a garantizar la posesión de una pequeña parcela privada y se van a estimular la ganadería y las actividades industriales secundarias orientadas a obtener ganancias adicionales a través de la comercialización de estas producciones en los mercados locales. Y además, entre otros cambios, la remuneración de los campesinos va a basarse ahora exclusivamente en el criterio del rendimiento en el trabajo y no ya en consideraciones políticas.

La cuestión de cuánto margen de iniciativa económica individual podía concederse a los campesinos y hasta dónde podía reforzarse  la posición de los pequeños grupos de producción frente a las unidades mayores, es el eje de la controversia que desde 1976 enfrenta a Deng Xiaoping, aspirante al poder cuya posición política viene fortaleciéndose, y Hua Quofeng, el primer ministro sucesor de Mao.

Hacia 1979 se abandonan finalmente las concepciones maoístas de política agraria. Ello se acompaña de una relativización de la figura de Mao, que ya no es el “gran timonel” sino simplemente un camarada, lo que viene a reconocer públicamente y a nivel oficial un desprestigio del líder y un alejamiento de sus apoyos sociales que no son nuevos, y en cuya explicación hay que tener en cuenta tanto el fracaso del Gran Salto Adelante como la violenta experiencia de la Revolución Cultural.

 

LOS AÑOS DEL REFORMISMO: ¿UNA SEGUNDA REVOLUCIÓN?

¿Cómo interpretar el sentido de las reformas económicas promovidas por Deng Xiaoping en los años ’80? Hay quienes hablan de una “segunda revolución”. Si lo fue, ¿qué significó para los campesinos?

Queda dicho que desde 1979 la estrategia de planificación privilegia a la agricultura y a la industria de bienes de consumo, que se pone fin a la experiencia de las comunas populares, que se vuelve a la producción familiar con el “sistema de responsabilidad por hogar” (o “sistema de contratos” entre el grupo de producción y la familia), y que se vuelve a las producciones secundarias y al mercado. Es un conjunto de reformas de enorme éxito, ya que logran incrementar la producción y el ingreso de los campesinos. Las reformas, hay que tenerlo en cuenta, se llevan adelante también en la industria y en la apertura al comercio, la tecnología y las inversiones occidentales (y hasta a la cultura y las ideas de Occidente, según señala Fairbank en su análisis de la masacre de Tienanmen).

¿Constituyen estas transformaciones una “segunda revolución”? ¿En qué sentido?

Quizás antes de avanzar en esta cuestión sea oportuno ensayar un balance de la “primera revolución”. ¿Qué significó para los campesinos la revolución comunista? Fairbank sostiene que el cambio se produjo en la mentalidad, el comportamiento y las oportunidades del campesinado: la doctrina del igualitarismo les otorgó una nueva visión de sí mismos y de sus potencialidades, y Mao les abrió las puertas a la educación básica, la salud pública y ciertas mejoras tecnológicas, según este autor.[12] Como ya señalamos anteriormente, desde antes de asumir el poder, los comunistas habían impulsado en las “zonas liberadas” nuevas prácticas, nuevas ideas, y una serie de cambios que pueden resumirse en la palabra fanshen.  Con la reforma agraria de los años ’50, probablemente la experiencia más significativa haya sido la de la colectivización y la creación de las comunas populares. Pero hasta los ’60 la agricultura es postergada, subordinada a la industrialización, con lo que se consuma la traición del campesinado. Al dar prioridad absoluta al desarrollo industrial y urbano, los dirigentes comunistas traicionan deliberadamente a los campesinos, que habían constituido la base social de la revolución. El campo es sacrificado, la población rural es explotada y paga el costo social del desarrollo económico y la acumulación de capital[13]. Podemos ver que esta traición tiene expresión en la misma Constitución de la República Popular, en la que la clase trabajadora industrial es reconocida como la “clase dirigente” o “clase vanguardista”, gozando de un status social y político que los campesinos no alcanzaron, a pesar, repito, de haber constituido la base del ascenso de los comunistas al poder.

El resultado fue el estancamiento a largo plazo del desarrollo rural. Los campesinos sin duda habían visto transformada sus condiciones de existencia y vivían algo mejor que en el antiguo régimen, pero su pobreza crónica no había sido solucionada. De ahí que Liu Chun sostenga que no hubo nada que lamentar en la disolución de las comunas populares, ya que “allanaron el camino para la segunda liberación de los campesinos”[14] La reforma agraria consecuente, dice, los sacó de una vida pobre y estancada porque invirtió el proceso de acumulación primitiva a través del empobrecimiento del campo. No obstante, el autor subraya una cuestión que me parece aún de mayor importancia: el papel activo de los campesinos en estas reformas. Ellos fueron los artífices reales del cambio, afirma Liu Chun.  Los campesinos mismos iniciaron la descolectivización a fines de los ’70, ellos crearon el sistema de contratos y la producción por familias, expandieron las empresas locales, y hasta empezaron a invertir en la construcción de nuevas ciudades en el sudeste. Los campesinos “tomaron las riendas desde el principio en la reforma actual de China en pos de la modernización”, tanto como la burguesía europea, en busca de beneficios, revolucionaba constantemente la producción y las relaciones sociales. Fueron vanguardia del movimiento histórico, desafiando la definición de muchos marxistas de la clase campesina como clase conservadora, “transformándose a sí mismos conciente y voluntariamente”. Pero, no obstante el énfasis del autor en la iniciativa de los campesinos, hay que considerar que esos cambios también fueron posibles porque evidentemente la dirigencia del PCCh los acompañó y alentó. Por otro lado, si los campesinos actuaron concientemente como clase, esa conciencia era sin duda tributaria de ciertos esfuerzos iniciales de los comunistas, ya mencionados.

Como parte de esta transformación, muchos campesinos dejaron de serlo: emigraron a las ciudades (tendencia que no era reciente), se proletarizaron, o se volcaron a actividades industriales, comerciales y de servicios. Otros dejaron de trabajar los campos para ocuparse en empresas rurales (organizadas de diversas formas: empresas individuales, cooperativas, municipales, locales). Así, se eliminó una parte importante de la masiva mano de obra rural excedente, a la vez que se incrementó la eficacia agrícola. La reforma rural elevó el nivel de vida de muchos campesinos y redujo la desigualdad entre ciudad y campo. Por esta razón, Liu Chun sostiene que, como resultado de las reformas, China aparece como “un ejemplo de transformación del sistema desde un poder centralizado” (sería más exacto decir una economía planificada) “a una economía de mercado”, lo que realiza “sin terapia de choque alguna”. Esta visión optimista minimiza el hecho de que no todos los campesinos prosperaron. Un análisis más cuidadoso debe tener en cuenta que las reformas no produjeron beneficios de forma universal y homogénea: existe una diversidad de situaciones y desequilibrios que las reformas no modificaron o a los que dieron lugar.

Estos elementos sí son tenidos en cuenta por Fritz Vorholz, que también habla de una segunda revolución generada por la irrupción en la economía de mercado. Coincide, además, con Liu Chun en destacar que esta segunda revolución, como la de 1949, se originó “en incontables pueblos anónimos”, en los que los campesinos jugaron un papel activo en la puesta en marcha de “un boom sin precedentes”[15]. Pero no todos los campesinos se beneficiaron, o no todos lo hicieron duraderamente. “Desde mediados de los ’80 la reforma empezó a llegar a las ciudades y produjo un incremento en los ingresos de sus habitantes. Un número cada vez mayor de mercancías, cuyos precios habían sido controlados anteriormente por el Estado, comenzaron a poder ser vendidas libremente en los mercados. A fin de que los habitantes de las ciudades no manifestaran su descontento ante la subida de los precios, las empresas estatales aumentaron los salarios de tal modo que la distancia entre los ingresos de los habitantes de las ciudades y los de los habitantes de las zonas rurales volvió a incrementarse. A comienzos de los ’90 el abismo que los separaba era de nuevo tan profundo como al inicio de las reformas”[16].

Pero si ésta era la situación que afectaba a los campesinos ocupados en las nuevas empresas, más grave era aún la de todos aquellos que siguieron siendo campesinos, cuyos ingresos perdían poder adquisitivo mientras crecían los costes de producción (abonos, insecticidas, combustible). Estas dificultades explican en parte el hecho de que muchos probaran suerte en las ciudades, contribuyendo a la aparición de una enorme masa de población “flotante” que vaga y se hacina en los grandes núcleos urbanos.

Tales son los efectos de la segunda revolución. La “economía socialista de mercado”, según la pragmática definición oficial de los ’80; “economía de mercado socialista” en los ’90. “El salvaje Este”, según Vorholz.

Hay otra dimensión del cambio que merece atención, y que es lo verdaderamente revolucionario para Liu Chun: la “revolución cultural” que en poco más de una década transformó profundamente los modos de pensar y actuar de los chinos. “Valores, creencias, gustos, perspectivas, actitudes, la retórica y las metáforas, la política, la ética, lo social y lo personal, todo se ha transformado dramáticamente, y la transformación continúa”[17]. Esta “revolución cultural”, profunda en términos psicológicos y significativa en términos políticos, consiste en la ruptura de la dependencia: tras un entusiasmo evidentemente materialista e individualista, lo que se revela es la idea de que ahora todos se sostienen o deben estar preparados para sostenerse por sus propio medios. Se trata de un debilitamiento de lo que el autor llama socialismo patriarcal, unido al fetichismo de la mercancía, que encuentra su base material en el rápido crecimiento de las fuerzas de mercado. El dinero disuelve la comuna, sintetiza Liu Chun.

 

LAS PERSPECTIVAS ACTUALES

Tras 25 años de reformas, en los que China se ha ido haciendo capitalista (proceso susceptible de periodización, en el que se pueden marcar diferentes etapas, en las que las políticas y, más lentamente, los discursos, se han ido alejando del socialismo[18]), los campesinos tienen la “libertad” del mercado, pero han sido abandonados a su suerte. La polarización social y el desarrollo desigual se han acentuado. Además, el reciente ingreso de China en la OMC probablemente agrave la crítica situación de los campesinos, al permitir la entrada al país de importaciones baratas que harían disminuir sus ingresos.

Por otro lado, las reformas han sido acompañadas por fuertes medidas represivas: el PCCh ha reprimido todo movimiento de masas y ha sesgado cualquier intento de participación popular. Con un miedo crónico hacia la actividad autónoma de las masas, la burocracia del PCCh (que se conforma como nueva burguesía), cree encontrar la estabilidad en la dictadura de partido único y en la disciplina del mercado capitalista[19].

¿Cuáles son las perspectivas actuales? Para Qin Hui la cuestión que hoy se plantea es “cómo dividir el patrimonio familiar”. En la interpretación de este autor, de la década de 1950 a la de 1970, China puede ser representada como una gran familia patriarcal: el Estado lo controlaba todo bajo la dirección del partido; en la década de 1980 se hizo inevitable la división del patrimonio de esta “familia” que ya no podía permanecer unida, y lo que hoy se discute no es si esta división debe hacerse o no, sino cómo hacerla. Por lo tanto, el debate no es si capitalismo o socialismo, sino cuál de las dos vías posibles debería tomar la China rural: lo que Lenin llamaba la vía americana o la vía prusiana al capitalismo. Es decir, el surgimiento desde abajo de pequeños y medianos agricultores independientes, o la expropiación de los campesinos desde arriba, por parte de los grandes terratenientes o las grandes empresas. Es la segunda vía la que debe ser evitada. Qin Hui defiende la privatización de la tierra, más por su importancia política que económica: sería un modo de aumentar la eficacia agrícola, pero, por sobre todo, sería la única forma de proteger a los campesinos de la expropiación estatal de sus tierras para el desarrollo comercial. La distribución de tierras entre los campesinos como propiedad privada debería funcionar como una línea de defensa frente al Estado. Por eso la privatización es inseparable de la democratización: ésta es una condición necesaria, aunque no suficiente, para que aquella se realice con la mayor justicia posible. El problema es que la privatización se está produciendo antes de la democratización. En las circunstancias actuales, dice Qin Hui, el slogan “ningún gravamen sin representación”, si bien es utópico, tendría mucha fuerza para los campesinos chinos.

La discusión por cuál de aquellas dos vías adoptar, divide a China en dos bandos: por un lado, los que quieren recuperar las tradiciones colectivas para resistir a la extensión del individualismo de tipo occidental, a los que Qin Hui llama populistas y que suelen ser calificados de nueva izquierda china, y, por otro, los oligarcas que quieren saquear los bienes del Estado, que se califican de liberales. Para el autor, ninguna de esas dos posturas es una alternativa. El problema, dice, es que el Estado chino, cuya legitimidad no se basa en el principio de un contrato social, disfruta de enormes poderes y acepta muy pocas responsabilidades: “en esta situación, la exigencia socialdemócrata de aumento de las responsabilidades del Estado está en armonía con la reivindicación liberal de restricción y reducción de los poderes del Estado, ya que esto establecería un equilibrio mayor entre ambos elementos. En la China de hoy en día, tenemos que circunscribir los poderes del Estado y ampliar sus responsabilidades. Sólo la democracia permitirá conseguir este doble cambio”[20].

En cuanto a los campesinos, también aparecen falsas alternativas: si en Europa la derecha aboga por el laissez faire y la izquierda por un Estado de bienestar, dice Qin Hui, los campesinos chinos, carentes tanto de libertad como de seguridad, “necesitan, de una vez y al mismo tiempo, más laissez faire y más apoyo asistencial”. Si se les niegan las libertades de los ciudadanos modernos, impidiéndoles disfrutar de igualdad de derechos y competir en igualdad de oportunidades, y si no perciben la justicia ni las ventajas de las reformas, señala este autor, se estará empujando a los campesinos a la reacción.

Hoy el gobierno de Hu Jintao declara que su prioridad es otorgar mejoras al campesinado. Así, por ejemplo, se intenta igualar los derechos de los millones de inmigrantes rurales con los de los residentes urbanos con una “Ley para la protección de los derechos e intereses de los campesinos”, contemplando la seguridad personal y laboral, la equiparación de salarios, la educación y la formación profesional estatal. Para ello se ha incrementado el 7% del presupuesto anual, a la vez que se ha invertido un 20% más que en 2003 en el mundo rural[21]. ¿Indican estos datos un rumbo decisivo hacia la solución de los problemas campesinos? No lo sabemos. ¿Sería errado concluir que, si no es así, el descontento de los gobernados amenazará otra vez la estabilidad de los gobernantes? No parece. Pero son preguntas que quedan abiertas, para un proceso que sigue su curso.

 

 BIBLIOGRAFÍA

. BECKER, Jasper, Hungry ghost, China’s secret famine, John Murray, Londres, 1997, capítulo 5: “Falsas ciencias, falsas promesas”, traducción de Luis César Bou.

. BIANCO, Lucien (comp.), Asia Contemporánea, Historia Universal Siglo XXI, volumen 33, Siglo XXI, México, 1980.

. BUSTER, G. El PCCh y la transición al capitalismo, en www.rebelion.org

. CHESNEAUX, Jean Movimientos campesinos en China, Siglo XXI, Madrid, 1978, capítulo 1.

. El Siglo XX, III. Problemas mundiales entre los bloques de poder, Historia Universal Siglo XXI, volumen 36. Capítulo 5. (¿está bien citado? Además faltan datos de lugar y fecha de la edición)

. FAIRBANK, John, China, una nueva historia, Andrés Bello, Barcelona, 1996, capítulo 21.

. HOBSBAWM, Eric, Historia del siglo XX, 1914-1991, Crítica, Buenos Aires, 2003.

. LIU CHUN, China hoy: el dinero disuelve la comuna, Revista Debats, Nº 47, 1994.

. MAMANI, Ariel, China: ¿capitalismo o socialismo?, Observatorio de Conflictos, http.://ar.geocities.com/obserflictos

. QIN HUI, Dividir el gran patrimonio familiar, en www.newleftreview.net

. VORHOLZ, Fritz, China en transformación, Revista Debats, Nº 47, 1994.

. www.prensa.com (7/3/2004)

. www.sun-sentinel.com (13/7/2004)



[1] Chesneaux, Jean, Movimientos campesinos en China, Siglo XXI, Madrid, 1978, capítulo 1.

[2] Hobsbawm Eric, Historia del siglo XX, 1914-1991, Crítica, Buenos Aires, 2003, p.88

[3] Bianco, Lucien (comp.), Asia Contemporánea, Historia Universal Siglo XXI, volumen 33, Siglo XXI, México, 1980, p. 116-117.

[4] Ibid., p. 125.

[5] Citado en Bianco, op. cit., p. 127

[6] Hobsbawm op. cit., p. 463.

[7] Bianco, op. cit., p. 213.

[8] Me remito al texto de Jasper Becker, Hungry ghost, China’s secret famine, John Murray, Londres, 1997, capítulo 5: “Falsas ciencias, falsas promesas”, traducción de Luis César Bou.

[9] Bianco, op. cit., p. 220.

[10] Becker, op. cit.

[11] Citado en Becker, op. cit.

[12] Fairbank, John, China, una nueva historia, Andrés Bello, Barcelona, 1996, capítulo 21.

[13] Liu Chun, China hoy: el dinero disuelve la comuna, Revista Debats, Nº 47, 1994, p.22-23.

[14] Ibid, p. 23. La cursiva es mía.

[15] Vorholz, Fritz, China en transformación, Revista Debats, Nº 47, 1994, p. 30. Ver allí los números que indican la magnitud del éxito de las reformas.

[16] Ibid., p. 30

[17] Liu Chun, op. cit., p.20.

[18] Ver la propuesta de Buster, G. El PCCh y la transición al capitalismo, en www.rebelion.org

[19] Mamani, Ariel, China: ¿capitalismo o socialismo?, Observatorio de Conflictos, http.://ar.geocities.com/obserflictos

[20] Qin Hui, Dividir el gran patrimonio familiar, en www.newleftreview.net

[21] www.prensa.com (7/3/2004); www.sun-sentinel.com (13/7/2004)

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