1953

CORELLA EN TIERRAS DE AMERICA
E. SERRA.
IN MEMORIAM: BLAS DE LA SERNA Y NIEVA
NATALIO RIVAS DE LA REAL ACADEMIOA DE LA HISTORIA

CORELLA EN TIERRAS DE AMERICA

Cara a este mar Cantábrico hecho de azul y de bravura, piensa uno que la hazaña de Colón no pudo ser continuada más que por hombres que nacieron a la orilla. Parece que sólo aquí puede sentirse el corazón marinero, y que sólo aquí los ojos se vuelven verdes de tanto mirar lejos, unas veces en espera de la vela que trae noticias del ausente y otras en el temor de la nube que aprieta el alma en un riesgo de tormentas.

Sin embargo, hay pueblos en la dormida España de la tierra adentro que han sabido establecer un puente misterioso y gigante desde su mar dulce de campos de mosto o de tierras de pan llevar, hasta la otra mar, la llena de sal y de aventuras. Corella es uno de estos lugares, nadie sabrá por qué desconocida ruta llegó hasta ella la llamada de los conquistadores, pero llegó.

Un día, la capital del Yucatán escuchaba voces corellanas por las cuatro esquinas de la ciudad. Allí estaba el Alférez Mayor de la Provincia y Alcalde de Mérida; el Comendador de Egil y Pencayut, don Juan de Argaiz y Peralta, el que envió tantos y tantos regalos de plata y oro a las iglesias de su pueblo natal. Allá fue también, mozo todavía de quince años, su sobrino don Miguel de Argaiz y Virto de Buitrago, que en 1619 era ya Gobernador y Capitán General de Mérida, después de haber levantado el cerco de San Francisco de Campeche y de haber vencido a los ingleses en el puerto de Cical. Allí don Juan de Argaiz y Argúelles fue nombrado, a pesar de su minoría de edad, Alférez Mayor de Yucatán, "en el buen recuerdo de don Miguel, su padre". Allí, por último, acabó sus días aquel Tristán Iníguez de Arellano, artillero de Su Majestad, pendenciero, fanfarrón, cargado de hijos y de pleitos y de años.

Fue su muerte en 1602, precisamente el mismo año que en Corella nacía don Juan de Echebarría y Castillo, que andando el tiempo habría de ser Sargento Mayor de Veracruz y Alcalde Mayor de Tehuacán, el cual estu. vo a punto de comprar, en 1643, la casa que yo habito a don Alonso de Peralta, Alcalde Mayor de Cuezcomatepec, hijo de don Ladrón de Peralta y Lizaur, el capitán que desde Corella vino también a probar la aventura gloriosa de las Indias.

Contemporáneos de los Argaiz fueron don Gracián de Beaumont y Robres, Señor de Santa Cara y Vizconde de Castejón, Gobernador de Chicuíto en el reino del Perú, y don Pedro Ruiz de Baigorri, Caballero de Santiago, Maestre de Campo, Gobernador y Capitán General de Buenos Aires, símbolo auténtico del siglo XVII, pecador y místico, que acabó sus días entre el ruido de las cadenas que le mandó poner la Reina Gobernadora y el susurro de los rezos que le dedicaron las Benedictinas del convento que en Corella levantó.

Más tarde, en 1614, nació en Corella don Francisco Gorraiz de Beaumont, Caballero de Calatrava, Maestre de Campo en las guerras de Cataluña y General de la artillería navarra, Gobernador y Capitán General de Nueva Vizcaya; y en 1693 vivía todavía en Nueva España su hijo don Teobaldo, Señor de Ciria y de Borobia, General de Caballería en la ciudad de Méjico.

En 1662 fueron nombrados para sus respectivos cargos en Indias dos personajes ilustres en el campo de las leyes: don Francisco Enríquez de Ablitas, Oidor de Granada y Valladolid, Alcalde de la Corte Mayor de Navarra, del Consejo de Su Majestad y su plenipotenciario en las cuestiones fronterizas entre Fuenterrabía y Hendaya, que marchó a las Indias como Visitador General de la Audiencia, Tribunales y Cajas Reales de Lima; y don José de Luna y Peralta, Teniente General de la Yola de Tenerife, Juez de Contrabandos, Auditor del Capitán General de las Islas Canarias, Alcalde del Crimen de la ciudad de Sevilla y Gobernador ilustre de las Indias, según el P. Argaiz. Por cierto que este don José -yendo de biaxe a las Indias de Su Majestad a negozios de su real Serbicio - cayó cautivo de los moros y fue llevado a la ciudad de Argel de donde tuvo que ser rescatado por su mujer doña Ana María Manrique de Lara y Enríquez de la Vega.

Viene después otra serie de corellanos ilustres cuya fama llenó el amanacer del continente americano: don Pedro de Sada y Valles (nacido en 1621 en la casa que está frente a San Miguel), Caballero de Santiago, Gobernador de San Salvador de Guatemala y luego Gobernador también de Piura y Paeta en el reino del Perú; don Jerónimo de Marquina y Arévalo, bautizado en 1638, que siendo Capitán de don Pedro en el puerto de Santa Ana de Guatemala, fue llamado el azote de los corsarios, porque barrió a los muchos que infestaban la ciudad de Segovia en la provincia de San Miguel; don Jerónimo de Gurpide y Laínez, Gobernador del Perú, y el Sargento Mayor don Gregorio de Pertus (nacidos respectivamente en 1640 y 1641); don Miguel del Vayo y Díaz de Fuenmayor, nacido en 1646, Corregidor de Chancai, cuñado del Oidor de Lima y padre del Conde de la Vega del Pozo, don Francisco López de Dicastillo; y, por último, don Pedro Martínez de Arizala y Sánchez, hijo de corellana, nombrado en 1720 Oidor de la Audiencia de Quito.

Todos éstos llegaron a sus puestos de gobierno por el hilo de las armas o de las leyes, pero hubo además infinitos soldados, hombres de hierro y de lucha, sin otra vocación que la aventura ardiente del vivir al día sobre el polvo de los caminos. Con ellos fueron gloriosos capitanes como don Fortuno Escudero y Serrano (sobrino de los Caballeros de Malta don Diego y don Antonio), que murió en Méjico a los 28 años, y don Miguel de Muro y Virto de Lorea (cuñado del Sargento Mayor de Veracruz don Juan de Echebarria), y don Domingo Segura y Virto del Espinal (pariente del Gobernador don Pedro de Baigorri), y aquel otro don Juan Silverio Bardaxi y Luna, que dejó el brillo de las armas por el humilde sayal de capuchino y marchó a Cumaná de Venezuela, donde se distinguió por sus virtudes, según Ballesteros.

Ya en los albores del siglo XVIII, coincidiendo con la muerte en Corella del Sargento Mayor de Cartagena de Indias, don Diego José de Rada, nace don Manuel de Agreda y Narváez, Gobernador de Puerto Cabello, y poco después don Fermín Delgado y Peralta, Corregidor de la provincia de Huaylas.

Más tarde, en 1715, don Miguel de Sesma y Escudero, Caballero de Santiago, Sargento Mayor de Veracruz y, luego, Corregidor de Méjico. Este don Miguel afincó en Orizaba, donde casó con doña Antonia de Láncaster y Noroña, Marquesa de Sierra Nevada, y fué padre de don Antonio de Sesma y Láncaster, Ministro contador de la Real Casa en la Puebla de los Angeles (de donde fué Obispo el venerable Palafox, natural de Fitero), y, luego, Intendente General de los Ejércitos. Entre los muchos nietos que tuvo (enlazados todos con la nobleza de Nueva España) hay uno particularmente interesante, Ramón de Sesma, héroe nacional de la independencia mejicana, cabecilla de la insurrección derrotada en San Esteban por el Virrey y Capitán General don Juan Ruiz de Apodaca, en 1817.

En otros campos distintos tenemos al cantero Francisco Erausquin, nacionalizado y casado en Corella, que marchó a las órdenes del Obispo Nimbela para trabajar en la Catedral de Panamá. Don Miguel de Arrieta, Secretario del Santo Oficio de la Inquisici6n del Perú. Don Juan Enriquez, que en 1721 escribió desde Santa Fe de Indias enviando a la iglesia de San Miguel el atril de carey y plata que todavía existe; carey que "muchos años ha saqué de Barbacoas", y, por último, fray José de Zemborain, criado en Corella, que encontró el camino de la santidad en el convento Dominico de Buenos Aires y cuya causa de beatificación se trata ahora de introducir.

Corellanos por afinidad fueron muchos de los más altos personajes de las Indias: una hermana del ya citado Virrey de Méjico, Conde de Venadito, doña María Teresa Ruiz de Apocada se casó con el Almirante corellano don Baltasar de Sesma y Zaylorda. Doña Jacinta de Bayetola, viuda del Capitán General y Gobernador de Chile don Vitoriano Esmir, se casó en 1653 con don Miguel Escudero y Muro, Oidor de la Real Cancillería de Granada y hermano de don Gaspar, el Capitán que estuvo en las Indias a las órdenes de don Pedro de Ursúa, y fué abuelo del Gran Prior de Navarra don Antonio Escudero, Almirante de Flota de Malta, encargado de reprimir el contrabando en las Antillas. Otro corellano, don Lucas Miñano y Altabas casó con doña Rosa de Arche y Cabriada, hermana del Capitán General y Gobernador del Tucumán don Félix. Don Miguel de Ustáriz, Capitán General y Gobernador de Puerto Rico, casó en el Rosario de Corella, en 1775, con doña María Arauz y Martínez de Arizala. El Virrey del Perú, Marqués de Castellfuerte, enlazó con el Marqués de San Adrián, de arraigada familia corellana, donde nacieron su abuela, doña Ana María de Magallón y Beaumont, y su bisabuelo, don Pedro, Señor de San Adrián y de Monteagudo.

Otras muchas cosas podría contar de la presencia corellana en la apasionante epopeya americana, tantas que estoy preparando un libro sobre el tema; pero en un programa de fiestas, no; un programa de fiestas es algo ligero, alegre, sencillo; lo que en él cabe, y a ello sólo aspiro, es crear en el ánimo del que lo lea el orgullo de un pasado glorioso que sirva de aliciente al resurgir actual; es arraigar en las mentes de hoy que los héroes de ayer fueron de nuestra misma raza, de nuestros mismos apellidos, de nuestras mismas familias, y que para ser como ellos no hace falta salirse de la ruta personal de cada uno, basta con llevar el paso dispuesto siempre a la voz del ángel.

E. SERRA.

IN MEMORIAM: BLAS DE LA SERNA Y NIEVA

Ha tenido José Luis de Arrese la felíz inspiración de emplear su inteligente actividad en rememorar el nombre

De los hijos gloriosos de Corella, su ciudad adoptiva.

Si todos los que pueden hacerlo imitaran su patriótica conducta, no quedarían olvidados los muchos españoles

que en la Ciencia, las Artes o las Letras honraron y enaltecieron a la patria. Yo puedo hablar así porque he procurado en multitud de mis trabajos históricos realizar esa labor, que sobre ser curiosa es ante todo justa y merecida.

Por esa razón, quiero contribuir con la mínima parte que corresponde a mi modesta personalidad a glorificar al Insigne músico corellano Blas de la Serna.

Yo no me juzgo perito suficiente para hacer la crítica de una obra musical. La música la siento, me conmueve, me entusiasma; pero desconozco los para mí misteriosos secretos del contrapunto que otros afortunados poseen. Pero esa ignorancia, que confieso, no excluye que mi espíritu disfrute de la belleza artística como los aficionados más competentes. Todas las bellas artes han sido definidas con más o menos acierto, pero la música es indefinible. Ya lo dijo de manera perfectísima, como nadie, el gran poeta Adelardo López de Ayala en una décima que conocerán algunos de mis lectores; pero quiero reproducirla para que los que la ignoren puedan darse el gusto de saberla. Dice así:

Es la música el acento
que el mundo arrobado lanza,
cuando a ser forma no alcanza
a su mejor pensamiento.

De la flor del sentimiento
es el aroma lozano,
y del bien más soberano
presentimiento suave,
y es todo lo que no cabe
dentro del lenguaje humano.

Omito cuanto pueda decirse sobre tema tan importante y voy a recordar cómo llegó a mi conocimiento el mérito de Blas de la Serna, el célebre tonadillero navarro.

En los últimos años de la pasada centuria, nos agrupábamos alrededor del inolvidable y llorado amigo Agustín Lhardy, uno de los hombres más caballerosos que he tratado en mi larga vida, una serie de personas a quienes nos vinculaba estrecha amistad. En nuestras frecuentes reuniones en el famoso restaurante que era de su propiedad y llevaba y sigue llevando su nombre, tratábamos de cuestiones literarias, artísticas y de las corridas de toros, de cuyo espectáculo nacional éramos partidarios incurables. De aquellas felices horas que pasaron para no volver, yo soy el único superviviente. Eramos Mariano Benlliure, Félix Borrell, Valentín Gayarre, Luis Mazzantini, Pepe Sabater, Félix Arteta, Joaquín Menchero (al que todo Madrid conocía por "el alfombrista", porque poseía un rico almacén de alfombras situado frente a Lhardy) y algún otro que lamento no recordar.

Sería tarea interminable relatar incidentes, episodios, discusiones, discursos de aquel regocijado y fraternal cenáculo; pero en obsequio sólo me ocuparé de lo que se refiere al ilustre músico corellano.

Recuerdo perfectamente que un día Félix Arteta nos hizo el elogio de su paisano. El era también de Corella, como lo fué su padre Fermín Arteta, ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas del gobierno que presidió Bravo Murillo en abril de 1851. Su navarrismo - perdóneseme el neologismo - era como se dice ahora cien por cien, porque no sólo llevaba el apellido Arteta, netamente navarro, sino que un anejo del Ayuntamiento de Ollo se nombra Arteta.

Era Félix entonces coronel de ingenieros militares -cuando murió ya había ascendido a general - y de los miembros más prestigiosos de su cuerpo.

Su conocimiento de la música era excepcional. Sus juicios y apreciaciones sobre obras y autores las oíamos con singular atención y religioso silencio, y él nos ilustró de lo que fué el gran músico. Por él supimos la labor colosal del maestro, que por lo intensa parece fabulosa. Las tonadillas que compuso pasaron de seiscientas y los sainetes y comedias excedieron el centenar.

En el mundo artístico disfrutaba Arteta de una autoridad indiscutible, que acrecentó y completó, fundando la "Sociedad Filarmónica" de Madrid, si no recuerdo mal, en 1901.

A algunos les extrañaba que un hombre como Félix Arteta, cuya profesión, estudios y vocación eran los números y el cálculo matemático, pudiera adaptar su intelecto a una disciplina como la música, todo sentimiento y lirismo. A mí no me sorprendía el fenómeno, porque no olvidaba que una vez escuché de los labios autorizados de un sabio eminente - Rodríguez Carracido, que me honró con su íntima amistad -, que «la ciencia es la matemática pensada; y el arte en todas sus manifestaciones la matemática sentida».

Y nada más, sino que estos renglones míos tan mal pergeñados, pero tan sinceros sirvan no sólo para admirar al gran artista corellano de fines del siglo XVIII, sino de recuerdo entrañable para Félix Arteta, al que tanto quise.

NATALIO RIVAS DE LA REAL ACADEMIOA DE LA HISTORIA

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