1964

ORIGEN, RECONQUISTA Y ANIVERSARIO DE CORELLA
LA VALENTIA DE LOS CORELLANOS
Por JOSE MARIA IRIBARREN

ORIGEN, RECONQUISTA Y ANIVERSARIO DE CORELLA

Si el lector tiene la paciencia de seguirme hasta el final, verá que trato de honrar al primero de los hombres importantes que aparece vinculado a la vida corellana; pero como la historia local aunque sólo es conocida a partir de la fecha solemne de la Reconquista (en la cual ganó el título de primer Sr. de Corella) tiene un origen anterior, perdido en la noche de los siglos, verá también que voy a empezar remontándome al pasado, no por lucir un afán de erudición barata, sino por justificar la primacía histórica de ese hombre y por afirmar de camino, que en ese pasado anterior hay atisbos de gloria que ciertamente nos pertenecen y luces de amanecer que algún día los investigadores podrán convertir en claridades definitivas.

Que a nadie extrañe, por tanto, si para llegar a la meta deseada, tomo el largo camino de la arqueología local; porque además venir solamente a decir de Corella que es lugar de historia abigarrada y cuna de ilustres personajes; o a anunciar que por aquí anduvieron muchas veces los Reyes, unas tronando sus cuernos de guerra y otras buscando salud entre el clima y la bondad de sus alimentos, es algo que tiene muy poca novedad; en cambio dialogar sobre quién le dio ser y nombre, deducir por qué extrañas razones de estrategia o de agricultura, de espada o de arado, vino Corella a sentarse en la geografía de España, es materia que siempre cautiva la curiosidad, y todos tenemos alma de descubridor: Todos (un día para hallar en la trastienda de un anticuario la pieza ignorada, otro para buscar en el fondo de la tierra el tesoro escondido u otro para descubrir en las páginas de un libro policíaco la pista del enredo) hemos practicado alguna vez el bonito deporte de la investigación.

Por eso voy a empezar estas líneas intrigando la curiosidad de los corellanos con el misterio de su propia historia fundacional, aunque sólo sea para acabar reconociendo que todo esto es demasiado oscuro y que sólo en el acontecimiento de la Reconquista se puede cimentar mi propósito.

Hay tres maneras de buscar el origen de los pueblos cuando no se tiene la suerte de saberlo con certeza; etimológica, arqueológica y heráldicamente; es decir, acudiendo al estudio de su nombre, explorando entre los vestigios distribuidos por la comarca, o buscando la interpretación gráfica de su escudo.

Indudablemente las tres se relacionan con la historia de la localidad, pero ninguna es infalible porque el nombre no nos habla de la fecha, las ruinas no nos dicen el nombre y el escudo refleja solo un aspecto importante de la historia local que puede estar o no relacionado con su origen: Sin embargo, son tres caminos positivos y a ellos hay que acudir a falta de otro mejor.

En Corella concretamente, el grupo etimologista es numeroso y los que tratan de dar a nuestra ciudad un origen romano, han seguido la idea lanzada por el canónigo de Tarazona, D. José María Sanz Artibucilla, para el cual Corella es la corrupción fonética de Gracurris venida a través de Gracurella, y convertida por apócope en Curella y luego en Corella.

Si esta teoría es aceptada, nuestra ciudad tiene un origen de conocida solvencia, porque efectivamente Tiberio Sempronio Graco, después de ganar para la causa de Roma a las tribus levantiscas de la Celtiberia, y de añadir a su territorio la parte de tierra Vascona situada a la derecha del Ebro, eligió un pueblo de esta comarca llamado Ilurce para fundar sobre él, bautizado con su nombre, la ciudad de Gracurris.

Gracurris, nacida así el año 179 antes de Jesucristo, fue una próspera población muy citada en los anales antiguos; gozó del Fuero de los Latinos viejos, fue Municipio y batió moneda propia; figura en la Geografía do Pto1omeo y se sabe por los Itinerarios de Antonino Pío que fue Mansión enclavada entre Cascante y Calahorra en la gran vía Militar que iba de Tarazona a Astorga.

Antiguamente siguiendo a Ambrosio Morales se decía que Gracurris era la actual Agreda, pero esto quedó eliminado al estudiar la calzada romana y al comprobar que en tiempo de Gracurris, la ciudad vecina se llamaba Arecratoks y luego Aregrada, con cuyos nombres ibérico y romanizado, aparece en las muchas monedas que por entonces batió: Hoy está fuera de toda duda la adjudicación de Gracurris a nuestra comarca y fueron Fernando Guerra y Saavedra los primeros en demostrarlo, situándola entre Alfaro y Corella.

El grupo arqueológico entró con ellos en acción y se puso a estudiar sobre el terreno el curso de los Itinerarios, puesto que una Mansión Militar tenía que estar sobre la calzada: Pero por desgracia esta calzada a su paso por Corella tiene dos trazados posibles: uno el cruce sale de Cascante por la carretera general hasta encontrar la que va de Tudela a Corella, y cruzando ésta, sigue hasta Sta. Lucía: Otro el que viene directamente de Cascante por el llamado camino viejo, que cruzando los Montes de Cierzo, pasa entre la Torrecilla y la estación de ferrocarril y entra en Corella por el acceso actual; este camino sale por la calle del Laurel y siguiendo por el término de Mélida coincide en absoluto con el camino viejo de Corella a Rincón de Soto y por tanto con la carretera que actualmente se está construyendo.

Si aceptamos el primero de los trazados, Gracurris pudo estar en los Montes de Sta. Lucía donde estuvo Araciel: Si por el contrario consideramos el segundo como más directo, Gracurris estaría, bien en la Torrecilla o bien en el mismo emplazamiento de la Corella actual.

En todos estos sitios se han encontrado vestigios capaces de conducir a cualquiera de las hipótesis: Miñano, en su famoso Diccionario, habla de unas losas sapulcrales encontradas en la Dehesilla y yo mismo hallé en aquel paraje y conservo en casa, cuatro molinos de la época: De la Torrecilla tengo el fuste de una columna, varias tégulas, ánforas vinarias, y gran cantidad de Terrae Sigillata que en parte ha sido publicada por la actual Directora del Museo de Navarra Mª Angeles Mezquíriz: De Corella, donde lógicamente las sucesivas construcciones han ido destruyendo lo anterior, tengo una moneda de Gracurris hallada en el movimiento de tierras que se hizo en el Porque de María Teresa; y en el camino viejo de Rincón escavé en 1947 una villa romana con suelos de argamasa y arranques de muro decorados en estuco, de donde recogí numerosos restos entre ellos un plato de bronce que presenté a la Exposición que en l953 se celebró en Madrid con motivo de la primera Asamblea Nacional de Comisarios de Excavaciones.

Si admitiéramos que los problemas de geografía pueden ser resueltos por el camino de la lógica aceptaríamos la ubicación de Gracurris en la Torrecilla por dos razones bastante convincentes: Una, la riqueza impresionante de restos encontrados en su paraje que contrasta con la escasez de Sta. Lucía donde por el contrario abunda la cerámica árabe y medieval y donde además la riqueza extraordinaria de arqueolitos indica la presencia de una importante estación prehistórica: Otra, la derechura del segundo trazado, que viniendo por aquí, una en línea recta la Mansión de Cascante con la de Calahorra de acuerdo con la preocupación seguida en las vías militares de Roma de tener muy en cuenta la economía de distancias.

Pero no todos los etimologistas, ni el mismo Sanz Artibucilla, defienden su tesis con ahinco, porque reconocen que habiéndose perdido la pista de Gracurris en el siglo VI (es en la Geografía Ravenense de Castorius donde por última vez se le cita con el nombre de Gracuse) y no apareciendo Corella hasta su reconquista, parecen demasiados 600 años de vacío para mantener la identidad. Por ello son muchos

los que renuncian a su entronque con Roma y piensan que pudo nacer en tiempo de los Godos con el nombre de Corila, como Tudela (a la cual también se la creyó romana por su parecido fonético con Tutellam) parece venir de Totila o Todila; y muchos también los que poniendo menos abuelos a nuestra ciudad la consideran árabe, con fundación vinculada a su huerta y a sus aguas, nacida por tanto para el quehacer bucólico de la agricultura.

Pero otros, que solo se rinden a la verdad incuestionable de la historia y ponen interrogaciones a todo lo que no venga respaldado por la evidencia, dejan a un lado el camino de la etimología e incluso de la arqueología y comienzan las cosas en el primero de los hechos conocidos: Desde este punto de mira, no cabe duda que Corella nace en la Reconquista; porque todos sabemos que la Ribera del Ebro desde Nájera a Zaragoza fue incorporada definitivamente al cristianismo por Alfonso VIII y que uno de los caballeros que más ayudaron al Rey Batallador fue su primo (sus madres fueron Felicia y Beatriz de Roucy) el Conde de Percha Rotrou Il el Grande (comúnmente llamado Rotron): Sabemos también que en prueba de gratitud este caballero francés recibió en 1115 el señorío de Corella en una escritura que por su importancia la di a conocer en mi libro «Arte religioso en un pueblo de España».

Para estos rigoristas de la historia, basados en la fluidez de fronteras que durante un siglo (del año 914 al 1115) mantuvo a la comarca pasando sucesivas veces de manos sarracenas a manos cristianas, Corella fue sólo un Castillo alrededor del cual, como era costumbie en los tiempos medievales, se apiñó el modesto caserío de unos pocos moradores; y basan este supuesto en dos hechos importantes; primero que la escritura de donación habla ciertamente de «castillo y villa», pero en cambio al reseñar sus tierras dice solamente «del cual Castillo, estos son sus términos», como si la villa fuera cosa secundaria; segundo que hasta 1389 no tuvo alcalde propio, es decir, no fue verdadero municipio.

Entonces, y aquí aparece el grupo de los interpretativos heráldicos, este hecho importante de la reconquista final sería también el de su verdadera fundación y el escudo sería algo así como su partida de nacimiento, porque en esta partida de nacimiento no se habla ciertamente de «corre él corre ella» como cierto etimologista desgraciado pretendió descubrir, sino de algo que aluda al hecho de su reconquista; el águila es la divisa del Conde de Perche como Señor de L'Aigle y el conejo es el símbolo de España que en tiempos de los fenicios recibió el nombre de Isphaim en recuerdo de los muchos conejos que tenía: Según esto la posición del águila atrapando al conejo representa al Señor de L'Aigle conquistando un trozo de España.

Puestas así las cosas la verdad es que Rotrou o Rotron es el primero de los hombres históricamente vinculados a Corella, porque la reconquista es un hecho que podrá o no estar relacionado con la fundación, pero ciertamente es el primer suceso de verdadera comprobación histórica: Corella podrá ser la antigua Ilurce continuada luego en la romana ciudad de Gracurris (desde el punto de vista arqueológico es indiscutible que en nuestra comarca aparecen vestigios abundantes de población romana y que según los Itinerarios de Antonino Pío una de estas poblaciones pudo ser Gracurris), pero el hecho cierto de su presencia en la historia lo tenemos sólo a partir de la Reconquista y el primer personaje que aparece directamente implicado en ella es el Conde Rotron. Si algún día queremos hacer un homenaje a Tiberio Sempronio Graco lo podemos hacer, con bastante razón por cierto, pero con «toda la razón», con toda la seguridad de los hechos probados, solo lo podemos dedicar a Rotron de Perche.

Esto servirá o no para aclarar la fundación de nuestra ciudad, pero en este pequeño trabajo planteo las cosas con menos ambición y me sirve (ahora que poco a poco se va haciendo cierto aquello de «ya no existen Pirineos» que tal vez prematuramente dijo un Rey francés en la Isla de los Faisanes) para aclarar este artículo lanzando una idea que desde luego no aspira a ser original porque ya se puso en marcha en otras ciudades: El año que viene se cumplen 850 años de esta reconquista y su conquistador y primer Señor de Corella fue Rotron II el Grande, Conde de Perche y tío de Margarita de L'Aigle Reina de Navarra por su matrimonio con García Ramírez el Restaurador.

¿No cabe pedir que nuestro alcalde se ponga al habla con el alcalde francés de Nogen Le Rotrou, Capital del antiguo Condado de Perche para establecer entre ambas localidades la relación de gratitud y coincidencia que nos une a través del común personaje?

 

 LA VALENTIA DE LOS CORELLANOS

Por JOSE MARIA IRIBARREN

Cuando hace unos diez años estaba yo escribiendo la historia de Eleuterio Ochoa, "el moro corellano" aquel mozo valiente que se perdió por una navajada dada a un paisano suyo que trató de buscarle la boca y las cosquillas; y cuando estaba describiendo el ambiente de criminalidad -el peor de toda España- que padeció Navarra en los años siguientes a la primera guerra civil, estuve a un tris de contarle al lector un episodio que me había contado Baleztena y que tenía relación con esto.

Después de muchas dudas, resolví descartarlo de mi libro. Pero ahora lo voy a referir. Resulta que a finales del siglo pasado o principios de éste, Ignacio Baleztena conoció en la Universidad de Deusto a un estudiante vallisoletano. El cual, sabedor de que Ignacio era carlista, le contó un episodio, ocurrido en Valladolid por los años 1841 o 42, del que su abuelo había sido testigo presencial.

Fueron protagonistas del suceso unos cuantos mocicos navarros, los primeros que «sirvieron al rey» en tierras de Castilla.

Todos sabemos que, con arreglo a los Fueros de Navarra, los navarros estaban exentos del servicio de armas fuera de su región. Pero cuando en 1839 terminó la primera guerra civil con el abrazo de Vergara, nuestro pueblo (carlista en su mayoría), al resultar vencido, tuvo que aceptar las condiciones del vencedor. Y ocurrió que la Ley modificativa de nuestros Fueros (la famosa Ley Paccionada de 16 agosto 1841), en su artículo 15, impuso a los navarros el servicio militar fuera de su país y les sometió a quintas.

Pues bien, y a lo que voy. Los primeros quintos navarros que fueron destinados a «hacer la mili» en Valladolid llegaron a la capital castellana, acompañados por dos o tres sargentos. Eran una docena de mozos, casi todos de la Ribera. Vestían a la moda de entonces: un pañuelo o zorongo en la cabeza, una faja de color en el vientre, pantalones de pana ¡ nuy anchos !, y alpargatas valencianas.

Su paso por las calles fue acogido con una mezcla de curiosidad y animadversión. La gente les llamaba «los carlistas», y algunos liberales les silbaron.

Cuando el grupo de los que "iban a entregarse" entró en la calle de Santiago (la principal de Valladolid), mucha gente, agolpada en las aceras, y varios liberales y antiguos milicianos les hicieron objeto de burlas:

-¡ Eh, los del pañuelico, los del pañuelico ! -les decían aludiendo al zorongo.

-¡ Carlistones ! ¡ Facciosos !

¡ Ay, Dios ! A los navarros se les iba «engangrenando» la sangre. Estaban recomidos de rabia y sus ojos echaban chispas como la rueda del afilador. Pero no les quedaba más remedio que «aguantar la ruciada». Los sargentos les arropaban como los mansos a los toros bravos.

Los abucheadores, viéndoles aguantar el chaparrón, se engallaron:

-¡ Carcas ! ¡ Hijos de cura ! -les gritaban ahora.

De una de las aceras se destacó hasta la calzada un viejo miliciano, de grandes bigotazos y aire feroche, alto como la caña de la doctrina. Aquel hombre, que muy posiblemente las habría pasado moradas peleando en Navarra contra nuestros carlistas, desfogó su furor en los «quintorros» y les gritó:

-¡ Cobardes !..

Dice Navarro Villoslada, el de Viana, que lo que peor soporta un navarro es que le motejen de «falso», es decir, de cobarde o gallina. Esto mismo les pasó a nuestros mozos.

La mayoría de ellos eran de regular estatura. Pero en primer lugar iba un tipo chaparro, de los de «pucherico pequeño, pronto se sobra». Al oír el insulto de «cobarde», el hombre «se sobró». Y, erigiéndose en cabeza de todos, les dijo, muy resuelto:

-¡Venga! ¡A por ellos' ¡Que no se diga!

Se echó mano a la faja; extrajo de ella una navaja de un palmo de largo; la abrió rápidamente (clas-clasclas), y, arremetiendo como un toro contra el gigante, le arreó un puñalón (un punchazo que diría su autor), tan repentino y seco, que el atroz miliciano no tuvo tiempo de reaccionar y, echándose las manos al vientre, corrió, dando alaridos y pidiendo médico, hacia la botica más próxima.

Mientras tanto, nuestros mocicos la emprendienron contra los más audaces y, después de una breve reyerta a puñetazo limpio, despejaron aquel trozo de calle y se hicieron los amos del cotarro.

Entonces, el abuelo del estudiante de Valladolid presenció algo que le llenó de asombro. El navarrico pequeñajo y ardiente que acababa de tumbar al Goliath de los liberales, al ver la calle limpia de enemigos, se plantó en medio de ella, erguido y retador "pidiendo guerra"… Y al ver que nadie se atrevía con él y con los suyos, se fue a la acera, se arrimó a una pared, dobló su pierna izquierda, puso el piè sobre su rodilla derecha, limpió con tres pasadas la sangre que llenaba su navaja en la suela de la alpargata, y tranquilo, inmutable, como si allí "no hubiera pasau nada", fue al centro de la calle, cerró pausadamente su navaja de tres muelles (cla-clas-clas), se la metió en la faja, y, reunido con sus compañeros, les dijo, sacudiendo la cabeza:

-¡ Tira ¡ ¡ Pal cuartel ¡

Los sargentos se quedaron "de un aire"; no sabían qué hacer. El testigo de esta escena les decía a sus nietos que la pelea de los navarros, la puñalada del mozo chiquitico y su modo sereno de limpiar y cerrar su navaja fue algo tremendo, escalofriante.

…………………….

En más de una ocasión, recordando esto, llegué yo a preguntarme: ¿ De qué pueblo sería aquel mocico que tiró de navaja y envió al hospital a su insultador ¿ ¿ De Cáseda ¿ ¿ De Ujué ¿ ¿ De Olite ¿ ¿ De Mañeru ¿ … Y, yo no sé por qué, se me figura siempre que el quinto de esta historia sería de Corella, paisano y conocido del Eleuterio Ochoa, el mozo bravo y de sangre ardiente, un poco fanfarrón y un mucho noble, incapaz de aguantar el insulto de "falso" y capaz de encajarle un cuchillazo al lucero del alba.

Y es que Corella fue siempre patria de hombres de pelo en pecho y de mozos de lucha.

La cosa, para mí, tiene solera y viene de avenicio (es decir, de ab-initio), como le oí decir a un corellano viejo, de apellido Arigita, alhablarme de un mozo de su pueblo que, a pies juntos, se saltaba el rio Cañete que atraviesa las calles corellanas.

Veréis. El escritor madrileño don Pedro de Madrazo, en su obra en tres tomos Navarra y Logroño (Barcelona, 1886) dice –copiando a Yanguas- que Corella, como pueblo frontero con Castilla, estaba expuesto a guerras, talas y robos de agua por parte de los castellanos. Y que para evitar que se despoblase (es decir, para reforzar a los valientes que, pese a todo, seguían en Corella tan ternes) nuestros monarcas le otorgaron muchas franquicias. La más señalada es la de Carlos el Malo, que en 1364 (cuando la entonces villa tenía 75 vecinos) constituyó a Corella en asilo seguro de delincuentes (como en 1129 había hecho con Cáseda el Rey Alfonso el Batallador), «concediéndole que todo hombre o mujer malhechor, los que hubiesen hecho monopolios, los que hubiesen cometido delito de lesa majestad, y los culpantes en falsa moneda, ya fuesen de Aragón, Navarra o de otros reinos, que viniesen a vivir en dicho pueblo, fuesen salvos y seguros en todo el reino».

De aquella semilla ha quedado en Corella un carácter valiente y enérgico, a la vez que honrado y noble, pues --como dice Madrazo- "la fortaleza y virtudes de los indígenas hizo buenos a los malos que a la sombra de aquellos privilegios se vinieron a morar con ellos».

Por su parte, el tudelano Yanguas y Miranda, en su Diccionario de Antigüedades, nos habla de las luchas entre los de Corella y los de Alfaro en los siglos XIV y XV, por causa de las aguas del Cañete o de las guerras contra Castilla, y transcribe el terrible cartel de desafío que el Alcalde y Jurados de Corella dirigieron a los de Alfaro en el año 1319.

«Sois traidores -les decían a éstos- y quebrantadores de treguas, por las muertes de Domingo Hermoso y de su hijo Juan, falsamente y a traición. Y por ello os pondremos las manos encima y os lo haremos decir, por vuestras falsas gargantas, diez hombres a caballo de los nuestros contra diez de los vuestros, y más contra más si quesiereis. Y os mataremos y os haremos salir del campo de batalla».

Yo me digo: ¿ Tendrá que ver el hecho de haber sido Corella en la Edad Media el pueblo fronterizo con Castilla y el derecho de asilo concedido a Corella por nuestros reyes en el carácter indomable, valiente y aguerrido de sus hijos ?

Pues... yo creo que sí. Hay cosas relativas al carácter de un pueblo o de una raza que no cambian apenas a lo largo, de cinco o de seis siglos.

De todas formas (y allá cadauno con su cadauna) es un hecho evidente, para mí y para muchos (navarros y foranos) la valentía «supernavarra» de los corellanos.

Corellana tiene que ser la jota que en los Sanfermines de 1922 cantaron en la Plaza del Castillo los joteros de Peralta, y que al escritor Francisco Grandmontagne le entusiasmó, por lo que tiene de «coraje hecho reto musical, de desplante lírico de los jaquetones»:

Ya no hay quien a mí me tosa
en Tudela ni en Alfaro
en llegando a la taberna
todos me alargan el jarro.

Me acuerdo de los años recientes para mí, de la República. La República laica inició sus tareas "regeneracionistas", suprimiendo en España las procesiones. Y todos nuestros pueblos españoles hubieron de plegarse -¡ qué remedio ¡- a esta prohibición a rajatabla. Todos…. ¡ menos Corella ¡, que en plena fiebre republicana y laica se empeñó un año en sacar a la calle la procesión, y la sacó -¡ pues no faltaba más ¡- contra viento y marea. No sé que procesión; ya no me acuerdo; pero da lo mismo. Me contó el episodio un corellano de los castizos, de los de raza, cuando yo vivía en Tudela.

-Salimos –me decía- resueltos a todo y a darles cara a los que se empeñaran en impedirla.

Y añadía esta frase, gráfica y estupenda, que nunca olvidaré:

-El párroco se temblaba como un cascabel.

(Se temblaba de emoción y a la vez de temor de que se armase "la de Dios es Cristo", porque veía a sus feligreses dispuestos a jugarse la vida).

…………….

Pocos años más tarde, tres o cuatro, estallaba la guerra civil. Y en la guerra -¿ qué os voy a descubrir ¿- los corellanos pusieron por las nubes el nombre de su pueblo y el temple bravo de sus valientes.

¿ Cuántas veces, conversando con unos y con otros de cosas de la guerra, he oído decir:

-Teníamos un cabo de Corella, que era más valiente que el Cid..
-Una vez, un soldado de Corella, que era el más bravo de mi compañía….
-Todos eran valientes, pero había tres corellanos que se comían el mundo…

Es la raza, la saangre "que no es agua". Y es –diría yo- la Historia.

……………

Siempre me acuerdo de lo que hace veinte años me contaba el que fue alcalde de Estella, Ricardo Polo. Ricardo había pasado varios años en Filipinas, y en la isla de Ilo-Ilo oyó hablar muchas veces, como de un héroe legendario, de un fraile de Corella, fornido y corpulento como un roble, que se llamaba el padre Joaquín.

No sé a qué orden pertenecía. Es posible que fuera capuchino. La cosa es que este hombre, simpático y «machote» que diríamos hoy, era el amo de su comunidad y el más famoso en toda la comarca cuando en 1898, derrotada nuestra escuadra en Cavite, los españoles de la isla de Luzón tuvieron que entregar a los yanquis el dominio de las Filipinas.

Y aquí viene el asunto. Fue a poco del Desastre y antes de que las fuerzas norteamericanas desembarcaran en IloIlo. Los nativos de la isla se sublevaron contra los españoles, y un día los rebeldes del poblado más próximo a la residencia del padre Joaquín resolvieron asaltar por sorpresa el convento y pasar a cuchillo a sus moradores.

Algún alma de Dios les dio el soplo a los frailes cuando éstos se encontraban en los postres de la comida, y en vista del peligro que les amenazaba, huyeron con lo puesto. El único que recibió la noticia de la conjura, tan terne y tan sereno, fue (podéis suponerlo) el corellano.

-Huid todos -les dijo a los frailes-. Yo, aquí me quedo, pase lo que pase. A mí esos «chongos» no me roban la siesta.

Y en su celda, durmiendo a pierna suelta, le sorprendieron los asaltantes.

Lo primero que hicieron con él fue amarrarlo con cuerdas desde el cuello hasta la cintura. Luego lo condujeron al poblado y lo ataron a un árbol de la plaza. El cabecilla de los insurgentes, un tipo bajo, chato, de tez canela y ojos achinados, se acercó a él y se lió a insultarle, rodeado de los suyos, que iban armados hasta los dientes.

Y ¡aquí viene lo gordo! El fraile de Corella, sin temor ni respesto ninguno al cabecilla indígena, ahogaba sus insultos con otros más atroces, dichos con voz de trueno. Llegó a llamarle muchas veces «chongo» (que significa mono y es el peor insulto para los filipinos) y, en el colmo de su indignación, le arreó una patada que lo tumbó en el suelo.

Todos estaban aterrorizados, absortos ante -el temple de aquel hombre, que, teniendo su vida en el aire, reaccionaba tan corajudamente.

El cabecilla no se atrevió a matarle. Le temía. Y mandó conducirlo a no sé qué prisión que distaba de allí varios kilómetros. Pues bien; en el camino, escoltado por doce vigilantes, les hizo detenerse varias veces... ¿Para qué? Para «echar un cigarro», que uno de sus guardianes tenía que encenderle y arrimarle a la boca, porque él seguía atado. Si le tendrían miedo!

Pasaron unos días. El ejército yanqui desembarcó en la isla y -hay que reconocerlo- restableció la paz y el orden. Por mandato de los jefes americanos, todos los españoles encarcelados fueron puestos en libertad. Entre ellos el padre Joaquín.

Y ¡ calculad qué miedo le tendrían a este hombre los insurrectos que lo habían detenido y qué influjo ejercía el valor de aquel fraile ¡, que todo el poblado, huyó al monte al saber que el padre Joaquín había salido de la prisión.

Temían su venganza. Pero el padre Joaquín no se vengó de nadie. «La venganza es pasión de cobardes», diría el corellano. Y prosiguió su vida conventual, su cura de almas y su apostolado no sé por cuánto tiempo.

Esto es lo que oí de él. ¿ Se quedó en Ilo-Ilo ? ¿ Regresó a España ? ¿ Qué fue de nuestro fraile en los años siguientes ? ¿ En qué convento terminó sus días ?

Yo sólo sé lo que me contaron y lo que acabo de referir. Y sé, también, que al cabo de los años el recuerdo del padre Joaquín perduraba en Ilo-Ilo como el de un héroe de leyenda.

¡ La valentía de los corellanos ! Habría tema para escribir un libro.

Pamplona, septiembre, 1964.

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