Corella, Fiestas 1989

Memoria de una época de Corella
Antonio Marzo Almazán
A los corellanos que fueron a Europa
K. I.

Memoria de una época de Corella

Corría el año 20... y hoy todavía los corellanos frecuentan con agrado el Paseo de la Rambla. Este bonito y soleado rincón ha cobrado tintes más atractivos con balaustrada, pinos y rosales. En este florido lugar, la mocina de aquellos años festejaba el asueto del atardecer festivo mostrando las mozas la cara decorada con polvos de arroz, pañuelo en punta sobre los hombros, larga bata de percal, medias de algodón negro y alpargatas embadurnadas con Blanco-España; y los mozos blusa, y en la cintura, faja negra.

Así se endomingaba la juventud de aquellos años y las lavanderas con canasta de mimbre tendían al sol la colada lavada a puño en los manantiales de Balbiné, San Blas en el «Caidero» o en Cañete que atravesaba desnudo por el centro de la Ciudad.

La Calle Mayor es la primera que estrenó aceras.

Antes de que la electricidad iluminara la Ciudad, escasos faroles de queroxeno daban luz a las calles en penumbra y en las viviendas usaban candil de aceite, quinqué, carburo o velas de cera... Pero llegó el gran acontecimiento ¡Corella encendía bombillas! No había contadores y era un lujo tener un gramófono de cuerda.

Todo era a base de ejecución artesanal. El carpintero con formón, garlopa, etc. y el labriego con layas, azada, rusal y carro con llantas de hierro.

Eran tiempos en que la cigarra cantaba en el olivar, el grillo en la era y el segador con aperos de hoz, zoqueta, garrotilla y zagones afascalaba ceroyo el trigo en el espinoso rastrojo y el chiquillo de edad temprana, bajo los ardientes rayos del sol trenzaba de una en una el manojo de doradas espigas que escaparon a la pericia de su padre segador.

También había familias con niños que habitaban en cuevas como trogloditas en lúgubres agujeros.

Estas tiernas criaturas no tuvieron más que una vez al año, si eran niñas, una muñequita de cartón o alguna bisutería de escaso valor y si de niños se trataba, un caballito de ochena o un tambor de hojalata y una naranja que en la fría noche de Reyes, los Magos dejaron en sus diminutas alpargatas.

En el largo invierno, las vecinas del barrio trasnochaban en el cuarto bajo que lo apodaban cuartel, iluminado con una bombilla de 25 bujías que pagaban a escote y sentadas en el rastrojo, unas remendaban ropa o zurcían calcetines mientras contaban sus cosas y se enteraban de otras; y los maridos en la taberna del Octavio o en otras, medio tumbados en el rastrojo y rebozados en la manta hablaban de regaliz o barbecheras, mientras consumían el porrón de vino de Garnacha a cuatro perrillas litro y si hacían ensalada, el tabernero ponía la sal y el vinagre.

En el verano, las mozas sentadas en el portal con el mundillo apoyado en el delantal entrepolaban con destreza los bolillos, tejiendo caprichosos encajes para el ajuar de novia y en tiempo de trilla si les daban «tajo», con escobón y pañuelo en la cabeza, salían a la era a barrer la parva, sudando gruesas gotas en el empolvado ambiente y como salario un real.

La prisa que es hoy agenda apretada de citas no era tan agobiante como nos atenaza ahora porque aunque estaban desligados de cronómetros no los necesitaban para levantarse con el canto del gallo y trabajar de sol a sol; pero el dato curioso es, que en Corella había más relojes públicos que hoy. Cinco eran los «cuadrantes», así llamaban nuestros antepasados a los relojes de sol.

Y ahora dedicaremos un recuerdo a un objeto olvidado pero de gran protagonismo en el vivir de los corellanos. ¡La Fuente del Deseo!, Un ejemplo de buena corellana dio en su dilatada vida cuando carecían las viviendas de agua y alcantarillado y los corellanos, con los asnillos ataviados con anganillas de mimbre o esportizo tejido con esparto cargaban los envases de agua, o mozas con el cántaro de barro en la cabeza y chiquillos con rallo y «boteja» , en la alforja, renchían las tinajas de líquido fresco y cristalino que a borbotones soltaban sus diez caños limpios como el oro. En noches de calor agobiante, su entorno daba sensación de fiesta y verbena porque la gente acudía con vasos y azucarillos a refrescar con agua transparente y sin contaminar que ofrecía con toda pureza. ¡Qué bonito era, el canto del agua al golpear el pilón en un pueblo de mucha sed! Cuando calmabas la sed de tu pueblo chicos y mayores te rendían respeto, esta fuiste tú, popular fuente del Deseo. Tu vida fue sembrar mucho y recoger nada. El agua de Moncayo ha ocupado tu puesto. En el epílogo de tu larga existencia dejas permanentemente en Corella un importante capítulo de tu historia. Hoy eres una pieza para el recuerdo. Bendita tú que diste de beber a tu pueblo. Alabada porque apagaste la sed del viajero, generosa fuiste, magnífica, gigante y legendaria fuente del Deseo.

Y ahora ponemos en pantalla a la nueva generación.

¿Jóvenes corellanos! Vosotros que disfrutáis de vivienda digna, rodeados de comodidad, bien vestidos, mejor alimentados y con electrónicos y sofisticados juguetes, T.V. en color, vídeo y con ordenador aplicado a la enseñanza. ¿Ponéis en duda la penuria del lejano pasado? Así era Corella en aquel desconocido vivir para la juventud de hoy. ¡ Ahí queda la flecha clavada !.

Esta regalada vida que hoy gozáis la modelaron con privación y sacrificio personas llegadas a la madurez, arrugadas y encanecidas pero que antaño estuvieron llenas de vitalidad como vosotros. ¡Dales mucho cariño porque ellas por ti, todo lo dieron ya en la vida! Ya ves que todo pasa y queda poco del ayer, pero sé que tenéis el corazón abierto a todos los amores y lo entregáis el día dedicado a ellos. Y desconectado el pasado de la Ciudad miramos desde otro perfil a Corella hoy que está plena de vida por el prodigioso milagro de la naturaleza.

Las hermosas calles ajardinadas huelen a limpias y las perfuma el bello y acogedor parque de María Teresa y les dan gala escudos, placas, palacios y casonas de sonoros apellidos en la historia de Corella.

Y con agrado entramos en... la calle Mayor es el barrio de plata que siempre encuentras al llegar a Corella y parece que todo está servido pero camina y tendrás el placer de dialogar con sencillas gentes y admirar templos donde está vivo el arte del bello Barroco.

Las torres tienen el atardecer cuando los rayos del sol besan los campanarios, la exquisitez pura de su secular estilo.

Corella es un pueblo con sus espinas y dolores de siglos pero sufrido, caliente y hondo que ríe, llora o canta según los avatares de la vida.

Sí, Corella es antigua estrella en la ribera de Navarra y en una madrugada del año 1711, el rey D. Felipe V, de origen francés, con su augusta esposa Dª. Mª. Luisa Gabriela de Saboya y el príncipe de Asturias, luego Luis I, que por cierto cumplió en Corella sus cuatro años de edad, el día 25 de agosto del año arriba mencionado, en los cuatro meses y pico de permanencia de la familia real en la casa de las Cadenas, salieron al balcón y el monarca exclamó entusiasmado: Corella, cierto es que eres pura, sana y bella como sueño de amor!

Esta es tu etiqueta, eres aroma, feria, alegría...                             Antonio Marzo Almazán

A los corellanos que fueron a Europa

Doce estrellas conforman la bandera
cerrando, en su estructura
a Europa, que así se configura
en apertura, sin vallas ni fronteras.


Y vienen a la mente los recuerdos,
cuando contemplo el símbolo
que abre España a otros pueblos,
pensando que Corella
se adelantó a tratados y congresos.

Corella se hizo Europa
con sus gentes,
que salieron en busca de sustento,
llevando una maleta de ilusiones
y el corazón apretado,
en sufrimiento.

Gente joven, que se entregó
en su empeño
de mejorar su suerte y la de aquéllos
que quedaban a la espera acá,
en el pueblo.

Su ingenio, iniciativa, los esfuerzos,
al servicio de dueños europeos;
sudores y lágrimas que quedan
en Francia y Alemania, en Bélgica
y en Suiza... silencios y desgarros
de nuestros corellanos pioneros.

Son doce las estrellas... y más
inmensamente más, las lágrimas
de los que fueron lejos.

Son más las luchas, desconciertos,
la incomprensión y contratiempos...
Barreras de silencio,
por no saber hablar
idiomas tan diversos.

Corazones que sufren la rotura
de amores que murieron.

He vuelto la mirada
desde el ángulo opuesto
y he visto las estrellas
con otro brillo, intenso,
con otra perspectiva
de los que a Europa fueron.

En muchos corellanos se fundieron
tradicionales, idiomas y culturas...
y han sentido el orgullo
de vencer a lo adverso,
de triunfar, a costa del esfuerzo.

Hogares esparcidos por Europa
que siguen manteniendo
el amor a la jota,
unos ajos en ristra, la foto del Villar
y los recuerdos...

Cuando ahora se habla tanto
de sentirse europeo
yo creo que Corella se adelantó
a su tiempo
y se puede afirmar,
que en este pueblo
no es sentimiento nuevo.

K. I.

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