Selección poética.

ÁLVAREZ ORTEGA



    HAY UN REINO SOSTENIDO POR EL LLANTO

Hojas, polvo y lluvia acaso son aquí las palabras:
dura tierra que bebe su copa de sangre más amarga.
Suenan los huesos. Cae la noche. Rotos llantos
se alargan entre los troncos que saben su materia,
su savia pregonada por cien manos dichosas,
como una anunciación, un gozoso alarido que clavara
la cruel sombra del día y su destino.

Duele saber que el hombre es solo niebla, un río
que pasa preguntando a su oscura conciencia
por cosas irremediables, por fugaces sonidos.
Que en su cuerpo letal habita ya un imperio
de mordidos gusanos y lluvias tristes. Que la muerte
es su larga residencia, su escombro, y su memoria
la tragedia de un dios que canta mientras juzga.

Pero es el día la cabeza extinguida de un relámpago
que alumbró con sus dientes tanta vida desierta,
el origen tristísimo de un mundo que enloquece
pegado a sus consignas, ardiendo entre maderos,
levantando sus máscaras podridas en el alcohol
de las viejas costumbres, soberbias religiones, leyes
de un huracán que sólo puede calmarse incendiándolo de azufre.

Hay un reino perdido entre los muertos. Lo sabemos.
Pero abrimos despacio sus tiernos dormitorios,
apartamos llorando la sal de sus cristales, bebemos
su luna arruinada y sus insectos, y caemos
entre dos luces que saben nuestra fuerza
abrazando una noche, un fuego inevitable que defiende
nuestra piedra, nuestro luto solitario para siempre.

Dios de un día, 1954.

    EL HUMO DE LOS AÑOS.

Quiero, con amor reconocido, tocar la piedra hasta el delirio,
hacer de este pueblo que antaño iluminaste un nuevo reino,
desterrar las lágrimas que coronan tu pasada leyenda
entre libros, flores, hilos pequeñas cosas como muerte:
el polvo de una edad que olvida en la marea su entrega,
tanto amor como la vida prolongándose en nuestro cuerpo hizo.

Aquí quiero escribir: noche, tierra mía, madre, patria sola.
Llorar en tu ventana de sal dulce y lluvia mortuoria, abrir
el fuego de mi piel salpicada de lutos a tu sueño, tocar
la gloria de tu escombro coronado el invierno, la resina
de un martirio que ha ido dejando sus sílabas ardientes
sobre mi corazón traspasado de marina pesadumbre.

Pero, ¿quién podría devolver a esta ribera el humo de los años
que en torno a tu estatura se congregaron para amarte?
¿Quién abriría tus ventanales mojados de luz triste y sombra,
cuando el invierno llora entre hogueras y pájaros ciegos
la total destrucción de un patrimonio que fecundó con sangre
la delgada, oscura, multiplicada anatomía de tu sexo combatiente?

Diosa de adorable cintura, germinal tierra: quiero mi muerte
plantar en tu ladera, navegar por tu arteria de amor sostenido,
crear mi territorio de nostalgia y llanto planetario a solas,
renacer a otro mundo en tu noche de eterno manantial fundido:
quiero tener mis manos mojadas en la tristeza de tu cuerpo
y cantar en ese suelo de vida paralela con tu boca bajo la mía.

Invención de la muerte , 1960-61.

                V

Este lecho de mármol, ¿qué fue? Esta rama
de flores que el gas de las lámparas
marchita, ¿dónde su savia desintegrará?
¿En qué espacio celeste, hoy desierto,
el hilo, la aguja, el bastidor, la tela
guardan su permanencia para otra máscara?
Hemos venido a tu hogar, hemos tocado
el polvo de los años. Todo está intacto.
Y como un alba que no se atreve a despertar,
nuestra resignación, por ti, ha escrito
el nombre que llevas hacia la muerte.

                VI

En un parque otoñal he visto pasar la sombra
de una gacela herida, huir los pájaros
mientras el poniente arrojaba los cirios
del sol, lejos de la mansión. Luego, no pude
verte más. Tu cabello era la noche, emergía
de un abismo lunar, rostro ausente, nada.
Eurídice en mi infierno, todo el fuego
se volvió hacia mí. Y oculto quedé en la ola
de tu voz: un cuchillo que consistió ver
lo que hasta ahora sólo había sido delirio.

                VII

Sucede que no es verdad este día, que no
nos podemos salvar de este mar que unirá
tu ceniza a mi ceniza. Vienes, y el tiempo
se apaga. Amar es una contemplación. Tocar
el umbral de lo que no existe o se niega
en la impaciencia de la noche. Toda verdad
tiene el sabor de la muerte y nos entrega
a un país que nunca nos ha sido revelado.

Lilia culpa, 1962.

     SÓLO TÚ OYES CRECER EL MAL

Sólo tú oyes crecer el mal, te defiendes de sus hilos, a golpes de luto señalas el lugar adonde nunca volverás.

Dices la noche y en ella te sumerges. Árboles de niebla te rodean. Pájaros de sal cantan en tu oído.

Un espejo de escarcha refleja tu soledad creciente. Nadie te puede salvar. Esa es tu hora. Vive entonces tu negación, disuélvete en el tiempo,

pues nadie, ningún ángel o demonio, jamás compartirá contigo la eternidad.

    SEPARO PENUMBRA, ATRAVIESO LA MUERTE

Separo penumbra, atravieso la muerte, doy mi palabra a un imperio de urgentes confesiones.

En vano quiero saber el lugar, la hora que arrastra hacia su fin el mito revelado.

Nacerás el día último, símbolo de otra edad: conocerás la gloria de ser sólo ausencia en una tierra desconocida.

CONDUCIDO A OTRO LUGAR, DONDE NO LLEGA

Conducido a otro lugar, donde no llega la luz y el cuerpo en su llama interior se desenvuelve, inventas el país.

Vastísima es la noche. Una gota continua dice la hora. La ceniza dicta su verdad.

De ahí no saldrás. Piénsalo. El único triunfo será habitar un lúcido cadáver,

efímero ejemplo de tu majestad.

Génesis, 1967.

    «WEST END BLUES« EN LA NOCHE

Concertado el trueno
y el relámpago,

            ¿cuál de estos rojos cometas,
lágrimas de litoral, sabría rehacer
la imagen de tu destierro?

                   ¿Con qué materia
oída al fin la luna reveladora
de tu gracia, humo inmortal,
te sustentaría?

            Y si tal fulgor consistiera
semejante traslación, aligerada
de súplicas la dársena que envuelve el alma,
¿acertaría a colocar tu vano corazón
en su sitio?

       Hoy vuelves a mi casa: el piano,
los saxos y las trompetas huelen
el gas de las lámparas, el hollín de los años
escribe su verdad, oigo
tu cabeza apuntalada por los signos, el seno
abierto en medio de las fábulas
que conciertan la edades.

                 A punto de morir,
la noche en su oscuro hotel
se descalza, el mar es una libélula ciega
que quema los colores de sus alas,
conjuro el muelle, caz de tiza
el adarve.

        Pero tú, orfeo intemporal,tejes
las sedas para otro disfraz
más duradero, larva de un misterio mayor,
voz inhabitable.

                Concédeme antes tu aliento,
dioscuro alucinante, haz
de esta hora una visitación que me deslumbre,
ceda el invierno su luto
imaginario, toque yo tu antigua dicha, cima
o nada.

    Si no vale un viejo blues esta noche,
lejos del paraíso y sus lúcidas vírgenes,
grata me fuera la muerte.

Carpe diem , 1969.

HE AMANECIDO ALGUNA VEZ ENTRE LAS VOCES

He amanecido alguna vez
entre las voces de una antigua patria, he ido
a lo largo de un arrabal
de nubes implacables y tiernos caimanes,
bordeando laderas silbantes,
saltando archipiélagos mojados de caliente luna,
cayendo en pozos de noche
gastada por el insomnio, he vivido
como una ameba complaciente que simula la paz
de una familia.

        He bebido el tiempo en unos labios
gastados por el ácido del hastío,
mendigo de lascivia y vino
en un ámbito de hogueras y corrientes, he puesto
la semilla del terror en un alba
llena de canciones y sábanas
perezosas, turbión cegador de antiguas idolatrías,
matarife paciente de hermosos
plenilunios, cruel compilador de un pánico
que la muerte diviniza.

        He hallado el país inhabitado,
el clima impreciso donde, entre la palma
y la intemperancia, la lujuria sonríe
con lúcida grandeza, he pisado la costa inestimable
donde la máscara del amor y su resina maléfica
humilla la paz de los cuerpos
con su inocencia.

        He sido dios de un día inacabable,
guerrero abierto a la ruina y la expiación,
macabro heredero de un patrimonio
donde la dicha es apenas más vieja que la vida,
momia sin edad en una tierra ingrata,
semilla que deja pasar su sombra
entre monstruos y pájaros, oráculo de una costumbre
que niega su potestad
al escalofrío.

        He muerto en el sonido de un aguacero
tropical, una noche de mulatas
y confesiones, al beber la sal de un sexo cuyo umbral
sólo se entreabre a la ceniza.

Escrito en el Sur, 1977-78.

CUANTAS VECES HAS VISTO MORIR LA NOCHE

Cuantas veces has visto morir la noche
desde ese balcón de tristeza marítima, tu vida
abierta al delirio venial
de las barcas, reina de una constelación
paralela al curso
de los astros.

          Ajena a los recursos del hastío,
envuelta en pergaminos
y paños de luto, ¿podría imaginar la vejez
que dentro de tal casa,
cerradas las puertas y ciegos sus habitantes,
sucedería tan nocivo desconcierto?

                   Disipado
apenas el sobresalto, leído el edicto
y conocido el reo, antes de la culpa
y la pesadumbre, en el fúnebre altar,
¿estaba dispuesto el veneno o el conjuro
para un castigo tan duradero?

                     Hora es ya
de que aparezcas con tus hábitos
carnales, seas, más que afrenta, infortunio
de un litoral desierto o una tumba
de profundos sueños,

                  cuando el alma, olvidada
en su tránsito, ante el milagro
de la mañana, deja de ser una sombra disuelta
entre retratos antiguos
y muertos venerables.

                  Oh, aparta la oscuridad,
ábrete a la alabanza del día,
pues donde tu cuerpo, virgen del mal, convoca
tu nacimiento, con tu misma identidad,
otro cuerpo se extermina.

Gesta, 1982-83.

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