HAY UN REINO SOSTENIDO POR EL LLANTO
Hojas, polvo y lluvia acaso son aquí las palabras: dura tierra que bebe su copa de sangre más amarga. Suenan los huesos. Cae la noche. Rotos llantos se alargan entre los troncos que saben su materia, su savia pregonada por cien manos dichosas, como una anunciación, un gozoso alarido que clavara la cruel sombra del día y su destino.
Duele saber que el hombre es solo niebla, un río que pasa preguntando a su oscura conciencia por cosas irremediables, por fugaces sonidos. Que en su cuerpo letal habita ya un imperio de mordidos gusanos y lluvias tristes. Que la muerte es su larga residencia, su escombro, y su memoria la tragedia de un dios que canta mientras juzga.
Pero es el día la cabeza extinguida de un relámpago que alumbró con sus dientes tanta vida desierta, el origen tristísimo de un mundo que enloquece pegado a sus consignas, ardiendo entre maderos, levantando sus máscaras podridas en el alcohol de las viejas costumbres, soberbias religiones, leyes de un huracán que sólo puede calmarse incendiándolo de azufre.
Hay un reino perdido entre los muertos. Lo sabemos. Pero abrimos despacio sus tiernos dormitorios, apartamos llorando la sal de sus cristales, bebemos su luna arruinada y sus insectos, y caemos entre dos luces que saben nuestra fuerza abrazando una noche, un fuego inevitable que defiende nuestra piedra, nuestro luto solitario para siempre.
Dios de un día, 1954.
EL HUMO DE LOS AÑOS.
Quiero, con amor reconocido, tocar la piedra hasta el delirio, hacer de este pueblo que antaño iluminaste un nuevo reino, desterrar las lágrimas que coronan tu pasada leyenda entre libros, flores, hilos pequeñas cosas como muerte: el polvo de una edad que olvida en la marea su entrega, tanto amor como la vida prolongándose en nuestro cuerpo hizo.
Aquí quiero escribir: noche, tierra mía, madre, patria sola. Llorar en tu ventana de sal dulce y lluvia mortuoria, abrir el fuego de mi piel salpicada de lutos a tu sueño, tocar la gloria de tu escombro coronado el invierno, la resina de un martirio que ha ido dejando sus sílabas ardientes sobre mi corazón traspasado de marina pesadumbre.
Pero, ¿quién podría devolver a esta ribera el humo de los años que en torno a tu estatura se congregaron para amarte? ¿Quién abriría tus ventanales mojados de luz triste y sombra, cuando el invierno llora entre hogueras y pájaros ciegos la total destrucción de un patrimonio que fecundó con sangre la delgada, oscura, multiplicada anatomía de tu sexo combatiente?
Diosa de adorable cintura, germinal tierra: quiero mi muerte plantar en tu ladera, navegar por tu arteria de amor sostenido, crear mi territorio de nostalgia y llanto planetario a solas, renacer a otro mundo en tu noche de eterno manantial fundido: quiero tener mis manos mojadas en la tristeza de tu cuerpo y cantar en ese suelo de vida paralela con tu boca bajo la mía.
Invención de la muerte , 1960-61.
V
Este lecho de mármol, ¿qué fue? Esta rama de flores que el gas de las lámparas marchita, ¿dónde su savia desintegrará? ¿En qué espacio celeste, hoy desierto, el hilo, la aguja, el bastidor, la tela guardan su permanencia para otra máscara? Hemos venido a tu hogar, hemos tocado el polvo de los años. Todo está intacto. Y como un alba que no se atreve a despertar, nuestra resignación, por ti, ha escrito el nombre que llevas hacia la muerte.
VI
En un parque otoñal he visto pasar la sombra de una gacela herida, huir los pájaros mientras el poniente arrojaba los cirios del sol, lejos de la mansión. Luego, no pude verte más. Tu cabello era la noche, emergía de un abismo lunar, rostro ausente, nada. Eurídice en mi infierno, todo el fuego se volvió hacia mí. Y oculto quedé en la ola de tu voz: un cuchillo que consistió ver lo que hasta ahora sólo había sido delirio.
VII
Sucede que no es verdad este día, que no nos podemos salvar de este mar que unirá tu ceniza a mi ceniza. Vienes, y el tiempo se apaga. Amar es una contemplación. Tocar el umbral de lo que no existe o se niega en la impaciencia de la noche. Toda verdad tiene el sabor de la muerte y nos entrega a un país que nunca nos ha sido revelado.
Lilia culpa, 1962.
SÓLO TÚ OYES CRECER EL MAL
Sólo tú oyes crecer el mal, te defiendes de sus hilos, a golpes de luto señalas el lugar adonde nunca volverás.
Dices la noche y en ella te sumerges. Árboles de niebla te rodean. Pájaros de sal cantan en tu oído.
Un espejo de escarcha refleja tu soledad creciente. Nadie te puede salvar. Esa es tu hora. Vive entonces tu negación, disuélvete en el tiempo,
pues nadie, ningún ángel o demonio, jamás compartirá contigo la eternidad.
SEPARO PENUMBRA, ATRAVIESO LA MUERTE
Separo penumbra, atravieso la muerte, doy mi palabra a un imperio de urgentes confesiones.
En vano quiero saber el lugar, la hora que arrastra hacia su fin el mito revelado.
Nacerás el día último, símbolo de otra edad: conocerás la gloria de ser sólo ausencia en una tierra desconocida.
CONDUCIDO A OTRO LUGAR, DONDE NO LLEGA
Conducido a otro lugar, donde no llega la luz y el cuerpo en su llama interior se desenvuelve, inventas el país.
Vastísima es la noche. Una gota continua dice la hora. La ceniza dicta su verdad.
De ahí no saldrás. Piénsalo. El único triunfo será habitar un lúcido cadáver,
efímero ejemplo de tu majestad.
Génesis, 1967.
«WEST END BLUES« EN LA NOCHE
Concertado el trueno y el relámpago,
¿cuál de estos rojos cometas, lágrimas de litoral, sabría rehacer la imagen de tu destierro?
¿Con qué materia oída al fin la luna reveladora de tu gracia, humo inmortal, te sustentaría?
Y si tal fulgor consistiera semejante traslación, aligerada de súplicas la dársena que envuelve el alma, ¿acertaría a colocar tu vano corazón en su sitio?
Hoy vuelves a mi casa: el piano, los saxos y las trompetas huelen el gas de las lámparas, el hollín de los años escribe su verdad, oigo tu cabeza apuntalada por los signos, el seno abierto en medio de las fábulas que conciertan la edades.
A punto de morir, la noche en su oscuro hotel se descalza, el mar es una libélula ciega que quema los colores de sus alas, conjuro el muelle, caz de tiza el adarve.
Pero tú, orfeo intemporal,tejes las sedas para otro disfraz más duradero, larva de un misterio mayor, voz inhabitable.
Concédeme antes tu aliento, dioscuro alucinante, haz de esta hora una visitación que me deslumbre, ceda el invierno su luto imaginario, toque yo tu antigua dicha, cima o nada.
Si no vale un viejo blues esta noche, lejos del paraíso y sus lúcidas vírgenes, grata me fuera la muerte.
Carpe diem , 1969.
HE AMANECIDO ALGUNA VEZ ENTRE LAS VOCES
He amanecido alguna vez entre las voces de una antigua patria, he ido a lo largo de un arrabal de nubes implacables y tiernos caimanes, bordeando laderas silbantes, saltando archipiélagos mojados de caliente luna, cayendo en pozos de noche gastada por el insomnio, he vivido como una ameba complaciente que simula la paz de una familia.
He bebido el tiempo en unos labios gastados por el ácido del hastío, mendigo de lascivia y vino en un ámbito de hogueras y corrientes, he puesto la semilla del terror en un alba llena de canciones y sábanas perezosas, turbión cegador de antiguas idolatrías, matarife paciente de hermosos plenilunios, cruel compilador de un pánico que la muerte diviniza.
He hallado el país inhabitado, el clima impreciso donde, entre la palma y la intemperancia, la lujuria sonríe con lúcida grandeza, he pisado la costa inestimable donde la máscara del amor y su resina maléfica humilla la paz de los cuerpos con su inocencia.
He sido dios de un día inacabable, guerrero abierto a la ruina y la expiación, macabro heredero de un patrimonio donde la dicha es apenas más vieja que la vida, momia sin edad en una tierra ingrata, semilla que deja pasar su sombra entre monstruos y pájaros, oráculo de una costumbre que niega su potestad al escalofrío.
He muerto en el sonido de un aguacero tropical, una noche de mulatas y confesiones, al beber la sal de un sexo cuyo umbral sólo se entreabre a la ceniza.
Escrito en el Sur, 1977-78.
CUANTAS VECES HAS VISTO MORIR LA NOCHE
Cuantas veces has visto morir la noche desde ese balcón de tristeza marítima, tu vida abierta al delirio venial de las barcas, reina de una constelación paralela al curso de los astros.
Ajena a los recursos del hastío, envuelta en pergaminos y paños de luto, ¿podría imaginar la vejez que dentro de tal casa, cerradas las puertas y ciegos sus habitantes, sucedería tan nocivo desconcierto?
Disipado apenas el sobresalto, leído el edicto y conocido el reo, antes de la culpa y la pesadumbre, en el fúnebre altar, ¿estaba dispuesto el veneno o el conjuro para un castigo tan duradero?
Hora es ya de que aparezcas con tus hábitos carnales, seas, más que afrenta, infortunio de un litoral desierto o una tumba de profundos sueños,
cuando el alma, olvidada en su tránsito, ante el milagro de la mañana, deja de ser una sombra disuelta entre retratos antiguos y muertos venerables.
Oh, aparta la oscuridad, ábrete a la alabanza del día, pues donde tu cuerpo, virgen del mal, convoca tu nacimiento, con tu misma identidad, otro cuerpo se extermina.
Gesta, 1982-83.
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