He amanecido alguna vez entre las voces
He amanecido alguna vez entre las voces de una antigua patria, he ido a lo largo de un arrabal de nubes implacables y tiernos caimanes, bordeando laderas silbantes, saltando archipi�lagos mojados de caliente luna, cayendo en pozos de noche gastada por el insomnio, he vivido como una ameba complaciente que simula la paz de una familia.
He bebido el tiempo en unos labios gastados por el �cido del hast�o, mendigo de lascivia y vino en un �mbito de hogueras y corrientes, he puesto la semilla del terror en un alba llena de canciones y s�banas perezosas, turbi�n cegador de antiguas idolatr�as, matarife paciente de hermosos plenilunios, cruel compilador de un p�nico que la muerte diviniza.
He hallado el pa�s inhabitado, el clima impreciso donde, entre la palma y la intemperancia, la lujuria sonr�e con l�cida grandeza, he pisado la costa inestimable donde la m�scara del amor y su resina mal�fica humilla la paz de los cuerpos con su inocencia.
He sido dios de un d�a inacabable, guerrero abierto a la ruina y la expiaci�n, macabro heredero de un patrimonio donde la dicha es apenas m�s vieja que la vida, momia sin edad en una tierra ingrata, semilla que deja pasar su sombra entre monstruos y p�jaros, or�culo de una costumbre que niega su potestad al escalofr�o.
He muerto en el sonido de un aguacero tropical, una noche de mulatas y confesiones, al beber la sal de un sexo cuyo umbral s�lo se entreabre a la ceniza.
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