G.H. El paradigma bioético JURGEN HABERMAS.

El positivismo se presenta con las características de la ideología cuando acepta con fervor dogmático la inmediatez de la relación sujeto-objeto, a partir del deslindamiento bien definido entre uno y otro. Adolece, pues de un realismo ingenuo y de bajo voltaje: no sólo apuesta por las apariencias, sino que se le pasa por alto que el conocimiento es contemplación interesada. La desaparición de la Teoría del Conocimiento en beneficio de la Teoría de la Ciencia, bajo el supuesto de la coextensión entre el término 'conocimiento' y el saber alcanzado y caraterístico de una época (saber positivo ); el olvido del carácter activo que el idealismo atribuye al sujeto cognoscente; la declaración de nulidad de toda cosmovisión abastecedora de sentido; la orientación del conocimiento hacia la resolución de problemas técnicos que consoliden actitudes de poder: todo ello revierte en un propósito de racionalización impostora del capitalismo, basado en la productividad y obcecado en la ganancia, reificador del hombre y enemigo de la libertad.

Sobre su extendida declaración general de que el conocimiento se acompaña de intereses, establece Habermas la distinción entre interés técnico, interés práctico e interés emancipativo . El primero de ellos habita en el trabajo, a cuyo través el hombre ejerce su imperio sobre la naturaleza; tiene que ver, pues, con las fuerzas productivas, y da fe de existencia en las ciencias empíricas. El lenguaje es el 'locus' del interés práctico, a cuyo través se desnuda la tradición cultural, requerida por las ciencias hermenéuticas, ocupadas de la relación entre el hombre y la sociedad. Razón instrumental y comprensión hermeneútica aúnan sus esfuerzos hacia la liberación del hombre, auspiciada por el interés emancipativo que enraíza en el medio social del dominio y tiene su aplicación en el orden de las legitimaciones. El saber crítico, a cuyo modelo atiende la teoría crítica de la sociedad, satisface al impulso del interés emancipativo. La forma en que se desencadena la emancipación es la auto-reflexión , a cuyo reclamo se desprenden las máscaras de las alienaciones que asaltan al hombre, ser histórico aquien se le oculta la propia consistencia. La superación de ideologías alienantes, entre ellas el positivismo afincado en la exclusividad de la razón instrumental y del saber tecnológico, abre el camino de la autoliberación del hombre (en sintonía con el modelo terapéutico freudiano, donde el reconocimiento de la experiencia traumática supone un salto cualitativo en el proceso de curación).

 

En Ciencia y tecnología como 'ideología ' abunda Habermas en los mismos planteamientos. Adorno, Marcuse y Horkheimer comparten el supuesto de la estrecha relación entre el acontecer objetivo mundano y el discurrir de la conciencia del sujeto. La irracionalidad dominante en nuestra cultura produce un tipo humano alienado doblemente: un hombre alienado con respecto a la propia alienación. El paraíso del progreso auspiciado por los avances de la técnica empuja a la identificación de valores técnicos y valores humanos, y a interpretar la racionalidad técnica como forma única de racionalidad; una noción de racionalidad que, olvidada de la vicisitud que le dio origen, detenta con engaño la neutralidad por atributo. La categoría de progreso es una herencia ideológica de la Ilustración y la técnica y ciencia modernas son 'falsa conciencia' que no abandona el campo de la ideología.

El concepto de hombre como ser natural-cultural y la distinción entre manipulación técnica y manipulación simbólica de que se sirve G.Hottois pueden sernos aquí de gran utilidad para acercarnos al pensamiento de Habermas. "Por 'hombre natural-cultural' -escribe Hottois- conviene entender la definición de hombre como ser vivo (animal) consagrado al lenguaje (al símbolo y, por ello, a la cultura), capacidad lingüística que constituye su diferencia específica, es decir, su esencia. Produciendo al hombre, la evolución genética natural ha producido un ser vivo destinado a la evolución histórico cultural: 'un animal simbólico' " (El paradigma bioético , p.63).

A partir de la evolución biológica del homo sapiens , las culturas son productos evolutivos constituidos en sistemas de signos o conjuntos simbólicos, de base lingüística esencialmente. Las filosofía y religiones hay que situarlas en la línea de esa esencialidad simbólica que singulariza al ser humano. Por eso, "aunque el hombre es el ser vivo consagrado al lenguaje, la consciencia filosófica, y también la consciencia común más extendida, no tolerarán más que manipulaciones e intervenciones simbolicas de y en lo humano, entre las cuales las más corrientes son las lingüisticas: en primer lugsr y fundamentalmente, la educación y la aculturación lingüística del niño, y también -y a título de ejemplo- la propaganda, los discursos políticos, las ideologías, la influencia de los mass-media. En cierta forma, la ciencia y la técnica encuentran su lugar en este concierto simbólico ya que ellas segregan ideologías. Pero este tipo de intervención ideológica no pertenece específicamente a la tecnociencia. La manipulación de lo humano propia de esta última no tiene paralelo con otras formas simbólicas de formación e intervención en el hombre". ( El paradigma bioético, p.64 ). La manipulación tecnocientífica no asume los límites de una 'naturaleza' humana: tiene del hombre una comprensión meramente biológica. La manipulación biológica, no sometida a una mediación simbólica que respete las referencias esenciales del signo -hombre natural-cultural- pone en peligro el carácter entitativamente autónomo y consciente del hombre y de la propia realización humana.

 

En Ciencia y tecnología como 'ideología ' avisa Habermas sobre la incidencia creciente y poderosísima de las tecnologías de inducción y control. Sea en los dominios de la vigilancia, en el ámbito de la educación, en la amplitud y eficacia de los recursos de orden propagandístico, en las intervenciones inmediatas sobre el cerebro y el penetrante estudio de las reacciones comportamentales consiguientes, en la estimulación o inhibición por vía farcológica de sensaciones y sentimientos, en los acontecimientos de cambio de sexo, en el área apenas estrenada de la manipulación genética. etc... lo cierto es que la suerte futura del hombre se ve amenazada por el abandono de pautas de evolución pertenecientes al orden de lo sistemas simbólicos. Con la fatal consecuencia, de no agilizar con urgencia los remedios, de que el sujeto humano sea objetivado, desencializado y finalmente sustituido tras la integración, por vía tecnológica, del hombre en sistemas aotorregulados. Si no se invierte el proceso, la atrofia de las configuraciones simbólicas conduciría naturalmente al modelo del hombre máquina.

Una conciencia tecnocrática, que se autoubica más allá de cualquier ideología, tiende a imponer de modo exclusivo su modelo cibernético 'de autoestabilización de sociedades'; y reclama, para en adelante y para el hombre, la pertinencia del paradigma de tecnoevolución autónoma, que incluya , por la ausencia de criterios restrictivos tachados de falseadores, unas determinaciones ideológicas caracterizadas por la deslegitimación de cualquier clase de simbolismo. Expoliado del léxico y ausente ya el sentido, el hombre se proyecta en función, ser funcional. "La autoobjetivación del hombre se habría completado bajo la forma de una alienación planificada en que los hombres harían su historia voluntariamente, pero no conscientemente" (Ciencia y tecnología como 'ideología '.106 )

No otra es la lógica del progreso tecnocientífico. Una lógica poco proclive a la democracia - reflexión, argumentación, discusión- . Una lógica que sueña para el hombre la fria y predecible exactitud de la máquina. Planteado el hombre en los términos sucesivos de bioevolución / logoevolución / tecnoevolución (la primera, amoral; la segunda, declarada finalmente prescindible, y la tercera, por el imperativo técnico que la define, también amoral), abandonado el hombre a la consciencia tecnocrática, queda despojado de su esencialidad simbólica. Como señala Habermas, la tecnociencia sin freno, no enmarcada, trasciende todo cuestionamiento moral.

Cabe, empero, reconducir el imperativo técnológico, ordenarlo y someterlo a los cánones de un diálogo que no anule, sino que potencie una realización más plena del hombre integral.

 

Habermas propone una crítica de la razón técnica, que la reduzca a sus límites y la reordene hacia las prioridades de la razón emancipativa. De una parte, la acción técnica comporta un tipo de conocimiento, el conocimiento científico, guiado por el interés técnico; de la otra, el conocimiento nomológico llevado del interés comunicativo propicia la acción comunicativa. La actividad racional sobrepasa así la esfera de la conservación y se orienta por el interés emancipativo que la reflexión posibilita. La negación de la reflexión, la consagración del abismo entre filosofía y ciencia, la reducción de la razón práctica a mera razón técnica o razón instrumental, la ideologización de la ciencia y de la técnica una vez desvinculadas del sujeto y del ámbito histórico-social, y, por último, el hecho de concebir la racionalidad como algo acabado y definitivo, constituyen las lacras más alarmantes del positivismo.

La crítica de la razón técnica , allí donde la teoría del conocimiento se resuelve con Habermas en teoría crítica de la sociedad, supera el reduccionismo empobrecedor que subyace a la interpretación de la Teoría del Conocimiento como Teoría de la Ciencia. La racionalidad, por su condición historizante, es proceso incompleto, nunca acabado.

Pero tampoco es la racionalidad el resultado pasivo del orden tecnológico. El comportamiento del universo tecnológico despierta complejas reacciones en virtud de la ambivalencia de sus efectos: abastece de instrumentos de dominio, pero también de útiles que propician la emancipación. Capacita para solucionar problemas que genera.

 
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