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UNIVERSIDAD DE OCCIDENTE

Campus Mazatlán  

 

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

 

 Miguel Antonio Mora Jiménez

estudiante del 11° trimestre de la licenciatura en Psicología Educativa

Mazatlán, Sin., Abril de 2003

Índice

INTRODUCCIÓN

LA INTELIGENCIA

TEORÍA DE LAS INTELIGENCIAS MÚLTIPLES

TEORÍAS DE LA EMOCIÓN

    Aspectos fisiológicos de la emoción

    Teoría de James-Lange

    Aspectos cognitivos de la emoción

    Aspectos funcionales de la emoción

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

    Definición de inteligencia emocional

    Conocimiento de las propias emociones

    Capacidad de controlar las emociones

    Canalización de los impulsos

    Reconocimiento de las emociones ajenas

    Control de las relaciones

    Inteligencia emocional en la escuela

    Medición objetiva de la inteligencia emocional

CONCLUSIONES

REFERENCIAS

 

 

INTRODUCCIÓN

         En la actualidad, la complejidad del mundo industrial y tecnológico en el que vivimos, hace necesario un adecuado uso de todas nuestras capacidades para lograr un efectivo desempeño, y además, ser capaces de establecer relaciones que nos ayuden a realizarnos como personas.

         Desafortunadamente en la mayoría de los casos, las herramientas que utilizamos para lograr dichos objetivos no son las adecuadas y sólo conducen a hundirnos en una frustración, ansiedad y estrés, que sólo lleva a comportarnos, de nueva cuenta, de manera inadecuada, creando un círculo vicioso que desgraciadamente enseñamos a nuestros hijos.

         Muchos psicólogos infantiles se han percatado que una de las causas  de este fenómeno, es la poca atención que los padres y educadores prestan a las emociones, y como éstas pueden ser “educadas”.

Es en este escenario que surge el concepto de inteligencia emocional, un intento  esquemático y científico por reconciliar dos conceptos que se conciben desde origen separados: razón y emoción.

Comenzaremos el recorrido separando los términos inteligencia y emoción, presentado sus definiciones y teorías que pretenden explicarlas, para cerrar adentrándonos en el concepto en sí de inteligencia emocional, desgajándolo en sus partes para lograr una adecuada comprensión de sus potencialidades en muchos ámbitos de la vida moderna.

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LA INTELIGENCIA

           El uso del término inteligencia es muy común en nuestros días, sin embargo suele tener varias definiciones, dependiendo desde que rama epistemológica se le tome, por ejemplo, los educadores la consideran como la capacidad para aprender, los biólogos como la capacidad para adaptarse al entorno, los teóricos de la información como la capacidad para procesar información, y los psicólogos, como la capacidad para deducir las relaciones entre los objetos y eventos (Aiken, 1996). Spearman, uno de los primeros teóricos que trabajó con este constructo la definió como “la capacidad de crear información nueva a partir de la información que recibimos del exterior o que tenemos en nuestra memoria” (Pueyo, 1997).

         Además, al estudiar la inteligencia se debe tener siempre en cuenta las diversas vertientes que este atributo psicológico posee. Desde sus estudios pioneros ya se podía observar una dicotomía que sería (y sigue siendo, en algunos casos) fuente de conflicto: la inteligencia tiene una estructura unitaria o una estructura múltiple (Pueyo,1997).      

          En 1996, un equipo de expertos coordinados por Ulric Neisser realizó un informe para la Asociación Americana de Psicología (APA, en sus siglas en inglés) en donde se clarificaron y homogeneizaron las distintas visiones que sobre la inteligencia se tenían, estas son algunas de sus conclusiones (Colom y Froufe, s.a.):

1)  Ante la polémica de que existe una única inteligencia general (factor g) o múltiples factores relativamente independientes, se concluyó que los modelos más convincentes son los factoriales de tipo jerárquico[1].

2)  Las puntuaciones de los test de inteligencia predicen moderadamente bien el rendimiento académico, con las calificaciones medias y un poco más con el nivel de escolarización alcanzado.

3)  La inteligencia es producto conjunto de las circunstancias ambientales y la dotación genética de las personas.

4)  No se observan diferencias importantes entre los sexos en las puntuaciones generales de los test, pero si aparecen ciertas diferencias en algunas aptitudes específicas.

5)  Existe una insuficiencia de los test estandarizados disponibles, en cuanto que no exploran todas las formas existentes de inteligencia, como la creatividad, el sentido práctico o la competencia emocional. Este punto es importante ya que resalta dos aspectos significativos, el déficit de pruebas estandarizadas y la aprobación de una serie de formas distintas de inteligencia, como la competencia emocional.

 

         A pesar de este informe avalado por la máxima autoridad en cuanto a Psicología  se refiere, subsisten otra serie de teorías que defienden la existencia de inteligencias múltiples, como el modelo de Howard Gardner, en el cual, él clasifica siete tipos de inteligencias, que son independientes entre sí y subsisten en mayor o menor grado en los individuos.

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TEORÍA DE LAS INTELIGENCIAS MÚLTIPLES

         La investigación de Gardner busca “romper la ortodoxia de los modelos psicométricos de la inteligencia (aquellos basados en la investigación factorial) e iniciar una investigación nueva que reconsiderara los avances realizados por las ciencias cognitivas” (Pueyo, 1997). La motivación esencial de su propuesta ha sido el fracaso relativo que en el campo de la educación han tenido los modelos conductistas del aprendizaje y la medición psicométrica de la inteligencia, ya que este tipo de teorías considera al individuo como un “ente pasivo, que solamente recibe estímulos a los que responde de acuerdo con su historia anterior de aprendizajes (visión conductista) y que (...) la inteligencia es una capacidad que se encuentra en el interior de la cabeza en una cierta cantidad y que además es fija (visión psicométrica clásica)” (Gardner, 1994).

         Gardner (1994) propone la siguiente definición de inteligencia: “es un potencial psicobiológico para resolver problemas o crear nuevos productos que tienen  valor en su contexto cultural”.

         Para Gardner existen siete inteligencias independientes y distintas que constituyen las formas como los individuos adquieren, retienen y manipulan la información del medio; las siete inteligencias son (Gardner, 1994; Pueyo, 1997):

1.  Inteligencia lingüística. Este tipo de inteligencia es la que se utiliza en la lectura de libros, en la escritura de textos y en la adecuada comprensión de las palabras, así como también en el uso del lenguaje cotidiano.

2.  Inteligencia lógico-matemática. Se utiliza en la resolución de problemas matemáticos y en las tareas que involucran la lógica inferencial.

3.  Inteligencia musical. Se utiliza al cantar una canción, componer o tocar instrumentos musicales, así como también al apreciar una pieza musical.

4.  Inteligencia espacial. Se aplica en la realización de desplazamientos por una ciudad o edificio, en el momento de comprender mapas y orientarse.

5.  Inteligencia cinestésico-corporal. Se utiliza en la ejecución de deportes, de bailes y en general en aquellas actividades en donde se necesite un adecuado manejo corporal.

6.  Inteligencia interpersonal. Se aplica en las relaciones con otras personas, para comprender sus motivos, deseos, emociones y comportamientos. Es la capacidad de entender y comprender los estados de ánimo de los otros.

7.  Inteligencia intrapersonal. Es la capacidad de acceder a los sentimientos propios, las emociones de uno mismo y utilizarlos para guiar el comportamiento y la conducta del mismo sujeto. Se refiere también, a la capacidad de cognitiva de comprender los estados de ánimo de uno mismo.

 

    Son fundamentalmente estos dos últimos tipos de inteligencia los pioneros en la creación del concepto de inteligencia emocional, y fundamentan la competencia del control de las relaciones, que más adelante se explicará.

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TEORIAS DE LA EMOCIÓN

Durante toda la vida del ser humano, las emociones ocupan un lugar primordial como principal fuente de experiencia y sensación en todas las actividades que éste realiza, brindándole un valor determinado a cada  conducta en cada momento. Sin embargo, ¿sabemos lo que realmente es una “emoción”?; cuando hablamos de este constructo debemos tomar en cuenta que nos referimos a un fenómeno multidimensional, es decir, a una respuesta biológica acompañada de reacciones fisiológicas que preparan al cuerpo para una acción adaptativa; también, a un estado afectivo subjetivo que aparece gracias a un proceso de cognición, además, la emoción es funcional, ya que posee un propósito determinado desde un punto de vista evolutivo, y por último, las emociones son fenómenos sociales que producen expresiones faciales y corporales características que suelen comunicar nuestra experiencia interna a los demás  (Reeve, 1994; Jáuregui, 2000).

Es esta combinación de reacción fisiológica, subjetividad cognitiva, funcionalidad y aspectos expresivos, la que hace que la emoción sea tan difícil de definir (Goleman, 1995; Shapiro, 1997).

Debido a esto, han surgido una variedad de teorías que intentan explicar cómo surgen las emociones, desde las enteramente biologístas, hasta las que pretenden una coherencia entre cada una de las dimensiones que la componen, comencemos con aquellas relacionadas a la fisiología de la emoción.

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Aspectos fisiológicos de la emoción

         Desde un punto de vista fisiológico, la emoción es “una reacción principalmente biológica” (Reeve, 1994), moviliza al cuerpo hacia una acción especifica, por ejemplo, con la ira, la sangre fluye hacia las manos y así resulta más fácil tomar un arma o golpear a un enemigo; el ritmo cardiaco se eleva y surge un aumento de adrenalina que genera energía para llevar a cabo una acción vigorosa; o con el miedo, aquí la sangre va hacia los músculos esqueléticos grandes, como las piernas, así resulta más fácil huir, y el rostro queda pálido debido a que la sangre deja de circular por él (Goleman, 1995; Shapiro, 1997; Reeve 1994).

         Estos cambios fisiológicos ocurren gracias a la intervención del sistema límbico, área específica del cerebro compuesta por la amígdala y el hipocampo, entre otras estructuras, que son los encargados de brindarnos las respuestas emocionales (Acosta, 2002).

         De esta concepción surge la teoría de James-Lange, primera teoría psicológica sobre la emoción.

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Teoría de James-Lange

         Esta teoría recibió su nombre gracias a los psicólogos William James y Carl Lange. Ambos propusieron que las experiencias emocionales son el resultado de la percepción de ciertos cambios corporales, esto es, al  presentarse un estimulo que nos ocasiona cierta reacción fisiológica (como un aumento o disminución de ritmo cardiaco y presión sanguínea) aparecerá una emoción (Reeve, 1994). Sin embargo, esta teoría no es concluyente en especificar si la activación fisiológica es generadora o solo sigue a la emoción, ya que otros investigadores, como Walter Cannon y Ekman, realizaron estudios en donde manipularon cambios corporales de manera artificial mediante la ingesta de sustancias en busca de una emoción, y sus resultados arrojaron a personas que se daban cuenta de sus cambios corporales, pero esto no los llevaba a experimentar alguna emoción especifica (Rodríguez, 1999)

         Actualmente, de acuerdo a Goleman (1995) los investigadores están de acuerdo en que la activación fisiológica acompaña, regula y establece el contexto de la emoción pero no la causa directamente, por lo tanto la atención se ha dirigido hacia aspectos cognitivos que complementen la visión biológica.

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Aspectos cognitivos de la emoción

         Para Magda Arnold (Jáuregui, 2000), la emoción no se puede presentar sin antes haberse producido una evaluación (cognición) del acontecimiento-estímulo, dicha evaluación colocaría una etiqueta de “bueno” o “malo” sobre éste fundamentada en la propia experiencia. De allí se desencadenará un cambio fisiológico en el cuerpo, que, anexándolo a la evaluación primaria ocasionará una emoción, misma que tenderá hacia la aproximación o evitación del acontecimiento-estímulo (Jáuregui, 2000).

         Richard Lazarus amplió el concepto de Arnold proponiendo “que las personas no sólo evalúan un objeto del ambiento como malo (o bueno) sino que también lo evalúan como un cierto tipo de malo – como amenazante, repulsivo, frustrante, etcétera. Este tipo de evaluaciones más específicas producen emociones igualmente específicas” (Reeve, 1994).

         Bernard Weiner agregó el principal postulado del enfoque atribucional[2] al estudio de la emoción, ya que él afirmaba que las personas llevan a cabo dos y no sólo una evaluación – una antes de interactuar con el estímulo, y otra después del resultado que se produce en el ambiente (Jáuregui, 2000; Reeve, 1994). Esta teoría se considera cognitiva ya que las atribuciones son procesos mentales que median entre los resultados vitales y las reacciones emocionales, por lo tanto, para Weiner la atribución es la causa directa de la emoción.

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Aspectos funcionales de la emoción

         Se pueden clasificar dos tipos principales de función de las emociones: función adaptativa y función social. (Goleman, 1995; Shapiro, 1997)

         En cuanto a la función adaptativa, Robert  Plutchik planteó “ocho propósitos distintos: protección, destrucción, reproducción, reintegración, afiliación, rechazo, exploración y orientación” (Jáuregui, 2000), esto significa, que la función de la emoción es preparar al animal (en este caso, al ser humano) a dar una respuesta conductual apropiada a la situación, por lo tanto, desde este punto de vista funcional, no se puede hablar entonces, de emociones “buenas” o “malas”, sino que todas cumplen un propósito en especifico para la mejor adecuación del individuo a su medio ambiente.

         Además de facilitar la adaptación de la persona a su entorno físico, la emoción también facilita la adaptación del individuo a su entorno social. Izard realizó una lista de cuatro funciones sociales de la emoción (Elias, 2002):

1)  Las emociones facilitan la comunicación de los estados afectivos a otras personas.

2)  Las emociones regulan la manera en que los otros reaccionan ante nosotros.

3)  Las emociones facilitan las interacciones sociales.

4)  Las emociones promueven la conducta prosocial.

 

Tomando esta perspectiva funcional de las emociones y anexando el componente que Gardner (1994) llamó inteligencias personales (interpersonal e intrapersonal), podemos crear el espacio en donde embona la teoría de la inteligencia emocional.

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

          Los estudios realizados acerca del cerebro humano en la última década  han puesto de manifiesto que poseemos “dos cerebros”, o en otras palabras, dos hemisferios cerebrales, y cada uno de ellos suele estar destinado a actividades específicas, que actúan de manera propia,  distinta y diferenciada, dando como consecuencia dos tipos de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional (Shapiro, 1997).

         La influencia del hemisferio derecho nos lleva a conducirnos, o a ser dirigidos de una manera emocional; si, por el contrario, mostramos en nuestros actos una conducta racional, seguramente nuestro hemisferio cerebral predominante es el izquierdo.  Por lo tanto, cuanto mayor sea el grado de influencia de un determinado hemisferio cerebral seremos tanto más racionales o más emocionales (Goleman, 1995; Jáuregui, 2000).

         Ante esta explicación, la mayoría de las personas se puede preguntar: ¿existe una oposición entre razón y sentimientos?, y la posible respuesta es NO, ya que sabemos que “estas dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental” (Goleman, 1995).   Ambas mentes  tienen que ser atendidas en toda situación de la vida que se trate de educar, esto es, no debe haber predominio ni oposición, en todo momento se debe buscar el equilibrio, ya que “los sentimientos son indispensables para la toma racional de decisiones, por que nos orientan en la dirección adecuada para sacar el mejor provecho a las posibilidades que nos ofrece la fría lógica” (Colom y Froufe, s.a.), por lo tanto, ambos componentes de la mente aportan recursos sinérgicos: el uno si el otro resultan incompletos e ineficaces.

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Definición de inteligencia emocional

         El concepto de inteligencia emocional fue mencionado por primera vez a principios de los 90’s, por Peter Salovey y John Mayer, estos la describen como “un tipo de inteligencia social consistente en la aptitud para controlar las emociones propias y de los demás, discriminar entre ellas y emplear esta información para guiar nuestro pensamiento y acción” (Goleman, 1995). Según estos autores, la inteligencia emocional posee las siguientes competencias (Goleman, 1995; Shapiro; 1997; Pueyo, 1997; Colom y Froufe, s.a.):

1.     Conocimiento de las emociones propias.

2.     Capacidad de controlar las emociones.

3.     Canalización de los impulsos.

4.     Reconocimiento de las emociones ajenas.

5.     Control de las relaciones.

 

    A continuación se explicará cada una de ellas.

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Conocimiento de las propias emociones

         Esta competencia se puede resumir con la antigua frase de Sócrates: “conócete a ti mismo”.  Goleman (1995), utiliza la expresión conciencia de uno mismo (self-awareness), en el sentido de una atención progresiva a los propios estados internos, es decir, en esta conciencia autoreflexiva la mente observa e investiga la experiencia misma, incluida las emociones.

         Esta conciencia de uno mismo parece exigir una actividad en la corteza cerebral, sobretodo en las zonas del lenguaje para identificar y nombrar las emociones que surgen, por lo tanto esta actividad mental hace que los circuitos neocorticales controlen de manera activa la emoción, lo que sería un primer paso para alcanzar cierto control, mismo que es la base fundamental sobre la que se construyen las demás competencias (Shapiro, 1997; Goleman, 1995). 

         Según Goleman (1995), John Mayer realizó una clasificación de los estilos característicos que la gente suele adoptar para responder y enfrentarse a sus emociones:

·        Consciente de sí mismo.  Estas personas poseen cierto control con respecto a su vida emocional.  Son independientes y están seguras de sus propios límites.  Cuando se ponen de mal humor, no se obsesionan al respecto y son capaces de superarlo enseguida.

·        Sumergido. Son personas que a menudo se hunden en sus propias emociones y son incapaces de librarse de ellas.  Son volubles y no muy conscientes de sus sentimientos, por consiguiente, hacen poco por librarse del mal humor y sienten que no controlan su vida emocional.

·        Aceptador. Estas personas suelen ser claras con respecto a lo que sienten, también tienen tendencia a aceptar sus humores y no tratan de cambiarlos; en este tipo se encuentran las personas depresivas que están resignadas a su desesperación.

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Capacidad de controlar las emociones

         La idea fundamental de esta competencia no es reprimir las emociones, si no lograr lo que ya Aristóteles señalara en su Ética a Nicómaco: “Cualquiera puede ponerse furioso...eso es fácil.  Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta...eso no es fácil” (Shapiro, 1997), es decir, un equilibrio o templanza;  ya que cuando las emociones son demasiado apagadas crean aburrimiento y distancia, cuando están fuera de control y son demasiado extremas y persistentes se vuelven patológicas, como en la depresión inmovilizante, la ansiedad abrumadora, la furia ardiente y la agitación maníaca.

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Canalización de los impulsos

         Un requisito fundamental de logro dentro de la inteligencia emocional, es la capacidad de diferir la gratificación y controlar el impulso. Esto queda reflejado en un experimento que Shapiro (1997) nos describe, llevado a cabo por el psicólogo Walter Mischel dentro de un jardín de infantes, con niños de cuatro años.

Se colocaba a un niño dentro de una habitación y se le presentaba un bombón, el investigador le aclaraba al niño que tenía que salir por unos minutos a realizar otras tareas, y se le decía al niño que podía comer el dulce, pero que si él deseaba esperaba su regreso sin haberlo devorado, se le compensaría con dos bombones. La elección que hizo el niño constituyó una prueba reveladora, ya que se mantuvo un seguimiento de ellos hasta la escuela secundaria y se observó que los que habían resistido la tentación y controlado su impulso natural a los cuatro años, como adolescentes eran más competentes en el plano social, más capaces de enfrentarse a las frustraciones de la vida; sin embargo, aproximadamente la tercera parte de los chicos que se quedaron con el bombón compartían rasgos psicológicos más conflictivos durante la adolescencia, tendían a ser tercos e indecisos, y aun después de todos esos años, seguían siendo incapaces de postergar la gratificación.

La capacidad de controlar el impulso es clave cuando una persona se propone un objetivo a largo plazo.

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Reconocimiento de las emociones ajenas

         Las emociones de la gente rara vez se expresan en palabras; con mucha mayor frecuencia se manifiestan a través de otras señales. La clave para intuir los sentimientos de otro está en la habilidad para interpretar los canales no verbales: el tono de voz, los ademanes y la expresión facial (Shapiro, 1997; Elias, 2002). A esta capacidad se le conoce como empatía, y se construye sobre la conciencia de uno mismo; cuanto más abierto estamos a nuestras propias emociones, más hábiles seremos para interpretar los sentimientos (Elias, 2002).

         Los psicólogos del desarrollo han descubierto que la empatía inicia de una manera tácita en los niños, incluso antes de darse cuenta de que existen como seres separados de los demás (Goleman, 1995), y  se ve reforzada cundo la disciplina de los padres incluyes notorias llamadas de atención sobre la aflicción que su mala conducta provocaba en alguna otra persona (Elias, 2002; Colom y Froufe, s.a.).

         De esta manera, la empatía potencia el altruismo y la ética, ya que la persona que la maneja es capaz de ponerse en sintonía con alguien que sufre un dolor, un peligro o una privación y su aflicción mueve a la gente a actuar para ayudar (Goleman, 1995).

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Control de las relaciones

         El arte de las relaciones sociales se basa, en buena medida, en la competencia para expresar los sentimientos propios y empatizar con los ajenos (Colom y Froufe, s.a.).

En esta competencia resalta la inteligencia interpersonal que Gardner mencionaba en su teoría de las inteligencias múltiples.  Así como también, este autor señaló cuatro capacidades que conforman dicha inteligencia (Goleman, 1995).

·        Organización de grupos: esencial en un líder, esta habilidad incluye esfuerzos iniciadores y coordinadores de un grupo de personas.

·        Negociación de soluciones: es el talento del mediador, que previene conflictos o resuelve aquellos que han estallado.

·        Conexión personal: es el talento de la empatía y la conexión.  Hace que resulte fácil participar en un evento o reconocer y responder adecuadamente  los sentimientos y las preocupaciones de la gente.

·        Análisis social: supone ser capaz de detectar y mostrar comprensión con respecto a los sentimientos, los motivos y las preocupaciones de la gente.

 

Tomadas en conjunto, estas habilidades son la materia del refinamiento interpersonal, son los ingredientes necesarios que hacen ser a una persona encantadora, carismática.

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Inteligencia emocional en la escuela

         En su libro, Goleman (1995), menciona una frase que bien podría justificar este apartado:  “¿Quién no recuerda la escuela, al menos en parte, como un interminable desfile de horas de aburrimiento puntuadas por momentos de gran ansiedad?”. Esta percepción sugiere la implementación inmediata de técnicas que sirvan para contrarrestar la sensación de aburrimiento, misma que de ninguna manera facilita los procesos educativos dentro del salón de clases.

         Una de éstas técnicas es agregar experiencias emocionales y vívidas que logren favorecer una educación completa, es por eso que la inteligencia emocional no puede seguir alejada de los centros de enseñanza (Elias, 2002).

         Una de las premisas necesarias para promover que los alumnos desarrollen su inteligencia emocional, es que el docente desarrolle también su propia inteligencia emocional, esto es congruente, ya que no se puede enseñar lo que no se sabe.

         La inteligencia emocional del profesor constituye una de las variables que mejor explican la creación de un aula emocionalmente inteligente.  El profesor no debería negar sus emociones, sino ser capaz de expresarlas de un modo saludable dentro de la comunidad que construye con sus alumnos (Rodríguez, 1999), ya que se tiene que recordar que los niños son “esponjas emocionales”, también se le debe proporcionar al alumno un vocabulario preciso mediante el qué expresarse, especialmente en lo relativo a las sensaciones negativas que, por alguna razón, suelen ser más difíciles de comunicar de un modo respetuoso (Shapiro, 1997).

         Si el profesor enseña usando su razón, con respeto y empatía, eso es lo que el alumno aprenderá a valorar con mayor probabilidad.  Profesores y alumnos deben (Goleman, 1995):

1.  Aprender a etiquetar las sensaciones, no  a las personas o las situaciones.

2.  Analizar sus propias sensaciones, en lugar de las acciones o los motivos de los demás.

3.  Acostumbrarse a preguntar a los demás cómo se sienten.

4.  Tomarse tiempo para reflexionar sobre las propias sensaciones.

5.  Identificar los deseos y temores.

6.  Identificar los deseos emocionales.

7.  No hay que esperar que los demás le hagan a uno feliz.

8.  Ser responsable de sus emociones y de su felicidad.

 

En este sentido, desarrollar la inteligencia emocional de los alumnos no es igual a enseñarles a multiplicar, ya que esta actividad exige emplear unas aptitudes y adquirir unos determinados conocimientos, pero la aptitud para gestionar inteligentemente las emociones supone algo sustancialmente distinto a las operaciones implicadas en la multiplicación (Elias, 2002). Esta dificultad quizá sea una de las razones por las que los profesionales de la educación pocas veces se han puesto a trabajar en programas de investigación masivos dirigidos a estudiar las variables implicadas en la inteligencia emocional. Con todo han existido excepciones a esta tendencia, como se menciona a continuación.

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Medición objetiva la inteligencia emocional

         Tal vez el punto más frágil de la teoría de la inteligencia emocional es su poca capacidad de ser evaluada de una forma objetiva y que resista el rigor científico, ya que la mayoría de los rasgos sociales y de personalidad, tales como la amabilidad, la confianza en si mismo o el respeto por los demás son totalmente subjetivos y experimentados de manera muy personal e individual (Jáuregui, 2000).

         A pesar de esto, han existido intentos por realizar dicho propósito, como la investigación que llevaron a cabo Chiriboga y Franco (s.a.), quienes crearon un test para medir el nivel de inteligencia emocional en niños de 10 años. Los resultados que obtuvieron fueron alentadores, ya que de su muestra, el 75% de los niños resultaron con valores normales y el resto mostró un déficit en su inteligencia emocional. Sin embargo, estos autores remarcaron en sus conclusiones, el hecho de que su prueba era incapaz de especificar en cual área era necesaria una estimulación.

         Otros investigadores que se han interesado en la medición de este constructo por medio de una prueba escrita fueron Mestre y sus colaboradores (s.a.), ellos utilizaron como referencia la teoría de  Salovey y Mayer sobre inteligencia emocional y sus competencias, así como también la teoría de Gardner acerca de las inteligencias múltiples. Desafortunadamente, sus resultados no alcanzaron los rangos de validez necesarios; sin embargo, eso sólo significó que  la inteligencia emocional no puede medirse mediante pruebas escritas.

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CONCLUSIONES

          A pesar de lo relativamente nuevo que el concepto de inteligencia emocional es, su influencia se puede extender a casi todos los ámbitos de la vida actual, desde la familia hasta el ambiente laboral. Sin embargo esto no ha ocurrido en su totalidad en nuestro país, ya que su utilización dentro de la crianza de los hijos, así como en la escuela aun no es muy clara. Este fenómeno puede darse ya que no existe un organismo que se encargue de su divulgación e instrucción de manera formal y estructurada.

         Dentro de las escuelas se han empezado a manejar textos que propicien la conducta emocionalmente inteligente, sin embargo, los profesores no lo enseñan con el ejemplo, y sus instrucciones son un mensaje doble que en los niños genera mayor confusión.

         Por lo tanto la instrucción debe iniciar, en un primer momento con los responsables de la crianza de los niños, es decir, padres y maestros. Sin esta primera etapa, cualquier intento por enseñar estas técnicas a los menores será desgastante y quizá, en vano.

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REFERENCIAS

Acosta Cervantes, Leobardo (2002), Manual de Psicología fisiológica, Universidad de Occidente, México.

Aiken, Lewis R. (1996), Test psicológicos y evaluación, editorial Prentice Hall, 8ª edición, México.

Chiriboga Zambrano, Rubén Darío y Jenny Elizabeth Franco Muñoz (s.a.), Validación de un test de inteligencia emocional en niños de 10 años de edad, en Médico de Familia, número 91, http://www.infomedonline.com.ve/medifami/medf91art2.pdf

Colom, Roberto y Manuel  Froufe (s.a.), Inteligencia emocional: cómo aplicarla en la práctica docente, en Cuadernos Educativos Santillana,Indexnet Santillana, programa de apoyo al profesorado,  http://www.indexnet.santillana.es/rcs/_archivos/primaria/biblioteca/cuadernos/comoap~1.pdf

Elias, Maurice J., Steven E. Tobias, y  Brian S. Friedlander (2002), Educar con inteligencia emocional, editorial Plaza Janés, 6ª  edición, México.

Gardner, Howard (1994), Estructuras de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples, Fondo de cultura económica, 2ª edición,  México.

Goleman, Daniel (1995), La inteligencia emocional, editorial Punto de lectura, 1ª  edición,  México.

Jáuregui, José Antonio (2000), Cerebro y emociones, editorial Oceano, 1ª edición, México.

Mestre  Navas, José Miguel, María del Rosario Carreras de Alba y María del Rocio Guil Bozal (s.a.), Una aproximación a la evaluación de la inteligencia emocional como constructo teórico,  en Portal de recursos para estudiantes, http://members.fortunecity.es/robertexto/archivo05/intelig_emocio.htm

Pueyo, Andres A. (1997), Manual de psicología diferencial, editorial McGraw Hill, 1ª edición, España.

Reeve, Johnmarshall (1994), Motivación y Emoción, editorial McGraw Hill, 1ª edición, España.

Rodríguez Delgado, José M. (1999), La mente del niño, editorial Aguilar, 1ª edición, México.

Shapiro, Lawrence E. (1997), La inteligencia emocional de los niños, editorial Punto de Lectura, 1ª edición,  España.

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NOTAS

[1] En estos modelos se postula la existencia de una serie de factores primarios, en donde cada uno de ellos refleja los contenidos de varias pruebas psicológicas diferentes. A su vez, el análisis de las correlaciones entre esos factores da lugar a un número más reducido de factores secundarios más amplios, pero que siguen resumiendo la información contenida en los primarios (Gardner, 1994).

[2] El principal postulado de la teoría de la atribución es que las personas buscan descubrir por qué ocurren los acontecimientos (Reeve. 1994).

 

 
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