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Quién fue?
Bienvenido al Grupo Scout Francisco de Miranda #1750 con sede en Miami - Florida, es patrocinado por la Hermandad Venezolana Americana, y registrado en la Asociación Scout de Venezuela y en Boy Scouts of America

Welcome to Scout Group Francisco de Miranda #1750 with headquarters in Miami - Florida, chartered by Venezuelan American Brotherhood, and registered in Asociación Scout de Venezuela and Boy Scouts of America

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Day: Sunday
 
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Hour: 3:00 p.m.
 
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Biografía de Francisco de Miranda según el Diccionario Enciclopédico Interactivo Multimadia.

Miranda, Francisco: Prócer de la independencia venezolana. Nació en Caracas en 1750 y murió en San Fernando, España, en 1816. Hijo de un comerciante canario, estudió en Caracas. En 1771, en España, ingresó en el ejército. Luchó en la guerra de la independencia de los Estados Unidos de América. Pasó a Cuba y en La Habana fue acusado de traición y contrabando, y la Inquisición de Cartagena de Indias le condenó a diez años de destierro en Orán, por leer libros prohibidos. Consiguió refugio en los Estados Unidos de América y buscó ayuda para sus proyectos independentistas. Destacado masón, visitó las principales logias europeas para obtener apoyo para organizar la revolución en Hispanoamérica. En Londres no consiguió el respaldo de Pitt en 1790. Participó en la Revolución francesa y llegó a mariscal de campo. En 1797 se constituyó en París, bajo su presidencia, una Junta de diputados de México, Perú, Chile, La Plata, y Nueva Granada. Fundó en Londres la Logia americana, mantuvo correspondencia con Manuel Gual en 1797 y conoció a Bernardo O'Higgins. En 1805 Pitt le prestó ayuda ecomómica y se trasladó a los Estados Unidos de América donde logró ventajas del presidente Jefferson. En 1806 intentó desembarcar en, en Ocumare de la Costa, pero fracasó y tuvo que refugiarse en la isla de Granada y en Barbados; en agosto ocupó coro, pero ante la falta de recursos regresó a Gran Bretaña en 1808, donde se unió a Bolívar. Tras la revolución en Caracas en abril de 1810, regresó, junto a Bolívar, a su país, donde fue diputado constituyente y abogó por la independencia total el 5 de julio de 1811. Sometió a los realistas de Valencia en agosto de 1811. Nombrado generalísimo en abril de 1812 y dictador en mayo, no pudo, sin embargo, detener el ataque español y capituló en La Victoria el 25 julio de 1812, a cambio de que se respetara a los venezolanos. Los españoles violaron el acuerdo y sus compatriotas le acusaron de traición. Fue apresado por éstos en La Guaira y entregado a los realistas. Murió encarcelado en España, en el arsenal de La Carraca, en San Fernando.

 

Firma de Acta de la Independencia de Venezuela, el 5 de Julio de 1.811.

 

 

Biografía de Francisco de Miranda según la Enciclopedia Encarta

Francisco de Miranda (1750-1816), militar venezolano, 'precursor' de la emancipación hispanoamericana y creador de la bandera de Venezuela. Nació en Caracas el 28 de marzo de 1750. Después de estudiar el bachillerato en artes en la Universidad de Caracas, viajó a España (25 de enero de 1771).

Con el grado de capitán participó en la defensa de Melilla (9 de diciembre de 1774). En 1780 fue destinado a La Habana (Cuba), como capitán del Regimiento de Aragón y edecán del general Juan Manuel Cagigal. De allí escapó y, atraído por la independencia de las colonias inglesas, se refugió el 1 de junio de 1783 en Estados Unidos, donde se entrevistó con George Washington, con el marqués de La Fayette y con otras personalidades estadounidenses. Pasó a Londres el 1 de febrero de 1785 para presentar al gobierno inglés su proyecto revolucionario.

Miranda recorrió casi toda Europa con espíritu crítico. En Kíev conoció a la emperatriz Catalina II de Rusia (14 de febrero de 1787), quien le brindó toda clase de atenciones, autorizándole a usar el uniforme del Ejército ruso. De regreso a Londres (18 de junio de 1789), insistió en sus propósitos independentistas ante el primer ministro británico William Pitt (el Joven); pero las continuas excusas de éste molestaron a Miranda, quien se dirigió a París (19 de marzo de 1792).

Catalina II, La Grande

Ingresó en el Ejército francés con el grado de mariscal de campo. Se destacó en la victoria de Valmy, por lo que fue ascendido a general. Como jefe del Ejército del Norte tomó Amberes y Ruremonde, pero su jefe, el general Dumouriez, lo acusó de ser el responsable de algunos fracasos militares. Ingresó en prisión y después de un largo juicio fue declarado inocente el 15 de mayo de 1793, y al salir en libertad, el pueblo lo llevó en hombros. Acosado por los jacobinos, huyó de París y llegó a Londres (15 de enero de 1798), donde reanudó sus entrevistas con Pitt, quien ahora se decidió a apoyarle.

Decepcionado por la actitud inglesa, se trasladó a Nueva York (9 de noviembre de 1805) donde armó una expedición que hizo su primera escala en Haití el 18 de febrero de 1806. En aguas haitianas, a bordo del Leander, Miranda enarboló el 12 de marzo de 1806 la que se convertiría en la bandera de Venezuela. Allí se le unieron las goletas Bachus y Bee. Frente a Ocumare de la Costa, en Venezuela, la expedición fue rechazada (28 de abril); un segundo intento (del 1 al 4 de agosto) también terminó en fracaso.

Regresó a Londres el 1 de enero de 1808. Allí, en 1810, Simón Bolívar, que acababa de llegar en busca del apoyo británico, lo convenció de que tenía que regresar a Venezuela; antes de terminar el año, Miranda se encontraba ya en Caracas (13 de diciembre), donde se había constituido una Junta Suprema de Gobierno. Como diputado al Congreso constituyente, en el que se le eligió presidente, luchó ardientemente por la declaración de la independencia (5 de julio de 1811). El nuevo país nacía sumido en diferencias y enfrentamientos de facciones internas, que impedían su fortalecimiento. Ante el anuncio de la llegada de una expedición militar desde Puerto Rico, fue nombrado general en jefe y se le concedieron todos los poderes, pero incapaz de organizar un ejército disciplinado y eficaz, firmó una capitulación con el jefe realista Domingo Monteverde el 25 de julio de 1812. A punto de embarcarse hacia el extranjero, Miranda fue traicionado por los suyos y arrestado por los realistas. Enviado de una prisión a otra (Puerto Cabello, San Juan y Cádiz), murió en La Carraca, cerca de Cádiz, el 14 de julio de 1816. Sus restos fueron enterrados en una fosa común.

 

 

Biografía de Francisco de Miranda (1750-1816)
Por Marc AGI*


Tras haber participado admirablemente, en la década de 1780, en los primeros pasos de la democracia norteamericana y tras haberse convertido, en 1783, en uno de los insignes generales de la Revolución francesa -su nombre aparece grabado en el Arco del Triunfo de la Estrella en París-, ¿cómo no iba a soñar Francisco de Miranda con erigirse en el liberador de su propia patria?. Esto es precisamente lo que intentará ya después de haber cumplido los 60 años; pero tras 40 años de exilio existe cierto desfase entre sus ideas y proyectos y la realidad del país que él intenta emancipar.

Tan sólo días después de haber aceptado ponerse al servicio de la Francia amenazada, Francisco de Miranda dirige una carta con fecha de 30 de agosto de 1792 al Conde Woronzoff, a la sazón Embajador de Catalina II en Londres, de la que merece la pena destacar lo siguiente: "Héme aquí convertido en General del Ejército francés de la libertad y a punto de partir al mando de una división en la frontera. El que yo me haya unido a los defensores de la libertad no debe sorprenderos, pues ya sabéis que es ésta mi divinidad favorita y que me he puesto a su disposición bastante antes de que Francia pensara en ello... Pero lo que me ha inducido a ello aún con más fuerza es la esperanza de ser un día de utilidad a mi pobre patria, a la que no puedo abandonar."

Sin embargo, tendrá que esperar hasta el 31 de diciembre de 1810 y a la edad de 60 años para poder, tras cuarenta años de exilio y dos tentativas frustradas de desembarco, volver a su país y ponerse físicamente a su servicio. Pero no dudemos en admitirlo: probablemente fuera en este preciso instante cuando estuviera en posesión de su mayor audacia militar, del conocimiento más exacto del arte de la guerra, de una gran experiencia política y, al mismo tiempo, de la fama internacional más impactante de todos los latinoamericanos conocidos en aquélla época. Están además sus dosieres, todos los planes de gobierno y todos los proyectos de ley necesarios para el establecimiento de la independencia y la democracia en la América española. Bastaría con que en ese momento le fueran conferidos la confianza y el poder necesarios.

En su lugar, la falta de formación de las élites venezolanas, la falta de preparación política de la población, la preponderante influencia de la Iglesia católica que permanecía fiel a la legitimidad monárquica, la actitud egoísta de los pequeños terratenientes, la ceguera de los esclavos que se sublevan contra una república a punto de abolir la esclavitud, el terremoto sobrevenido, como a propósito, en el preciso momento en que la situación de los independentistas es crítica, la deserción de numerosos patriotas quienes, ante tanta adversidad, no comprenden ya dónde se encuentra su deber..., todo ello desemboca en una serie de obstáculos que terminarán siendo infranqueables. Desde entonces, Miranda parece envuelto en una especie de torbellino fatal que ineludiblemente le conducirá a la capitulación. 

De este modo, el 31 de julio de 1812, al alba, apenas dos años después de la proclamación de la independencia, el joven Bolívar, su compañero, junto con algunos otros patriotas que se sienten traicionados por este trágico abandono, lo aprehenden y entregan a los españoles.

¿Es que el viejo General, que hubiera luchado toda una vida hasta el límite de sus fuerzas por la liberación de su país, no era más que un traidor a su patria?. ¿O no sería más bien que el ardiente Coronel Bolívar procedió instintivamente, por decirlo de algún modo, a la eliminación del único hombre capaz de impedirle, dada su enorme reputación, de materializar sus ambiciones y convertirse en el único y verdadero liberador de la América española?. ¿O se trataba del choque patético, en la confluencia de civilizaciones y en el mismo despertar de nuestra época contemporánea, de dos concepciones diferentes de la liberación?. Una más universalista, más humanista, colocando al Estado al servicio del hombre, como deseaban los filósofos del siglo XVIII, la otra más nacionalista, más particularista, colocando al individuo al servicio del Estado, como desearán todos los libertadores del siglo XIX.

Cuando a los veintiún años, en 1771, pone por primera vez el pie en Europa (justamente en Cádiz, donde sus conciudadanos le verán morir cuarenta años más tarde), percibirá de inmediato el estremecimiento de la Ilustración. La intelectualidad española no es la última en hacer circular, ocultamente, los autores prohibidos. El joven venezolano, sediento de conocimiento, devora con ansiedad las obras de Montesquieu, Rousseau, Voltaire,... Se apasiona por La Enciclopedia de Diderot y se cuenta rápidamente entre los innovadores para los que la respuesta a la miseria y a las calamidades se encuentra en los libros. Abraza la convicción de que sólo el saber puede resolver los problemas de la humanidad, incluídos el problema de la esclavitud y la dominación extranjera.

Desde el inicio de su carrera Miranda aspiró, pues, a convertirse en el combatiente de la libertad mejor letrado, más sabio y más hábil. Sus deseos coinciden con los de los espírutus más lúcidos de su tiempo: poner la fuerza -como en cierto modo ya había insinuado Pascal- al servicio del derecho y la justicia. Los pueblos que aspiran a la libertad no tienen, a su parecer, ninguna necesidad de militares cegatos ni de intelectuales ineficaces. Necesitan de soldados filósofos que no luchen más que por la conquista o la defensa de las libertades. Así como lee todo lo que encuentra, aprenderá a batiborrillo todo lo que pueda aprender: en primer lugar el francés, en cuanto lengua de las ciencias y de los derechos humanos; a continuación el inglés, después las matemáticas, la filosofía, el derecho de gentes, el arte de la guerra, la historia y las Bellas Artes.

Este joven oficial español adquiere rápidamente un saber casi enciclopédico, saber que él no cesará, a lo largo de su vida, de aumentar y perfeccionar. Además de todo esto, colecciona con minuciosidad todo documento a él dirigido o que cayera en sus manos: libros viejos y modernos, diarios, mapamundis, planos de batallas, invitaciones cotidianas, prospectos medicinales, proyectos de ley o de constitución, cartas de presentación, cartas de amor.

Caballero errante de la libertad

Este coleccionista es además un viajero infatigable, que no se desplaza, a pesar de la lentitud y dificultades del transporte, sino con las maletas llenas de sus libros y papeles; y ello por si en cualquier momento tuviera necesidad, para asegurar su credibilidad en cuanto caballero errante de la libertad, de hacer una consulta, de un documento, de una prueba. Recorre los Estados Unidos para ver personalmente cómo se extiende la democracia racional, viaja por Europa en búsqueda de la mejor forma de gobierno para su país, que él va a liberar en poco tiempo. Conoce todas las capitales, frecuenta los pensadores, los artistas y los reyes: habla sobre los derechos humanos con Thomas Paine o de filosofía con el Abate Raynal, toca la flauta con Joseph Haydn, o disfruta hablando de literatura con Gustavo III de Suecia. 

La presencia del viajero llega a ser disputada en los salones y las cortes. En estos lugares, Miranda habla de la América exótica, aviva los espíritus hablándoles de guerras de liberación, conquista los corazones bellos -tanto los fáciles como los más difíciles-, sus audaces ideas asombran a los hombres políticos más preparados, doblega el alma de los banqueros y de los ministros de finanzas: en efecto, es necesario subsistir y alimentar a los dos hijos que le ha dado una inglesa reservada y discreta.

Visita por el mundo todo aquello que merece ser visitado: museos, palacios, iglesias, bellas residencias, campos de batalla, los lugares que elevan el espíritu. No dejará de tomar nota, en el día a día, de todo aquéllo que le interesa, sea cual fuere la materia. De este modo, podemos encontrar indistintamentre, en este verdadero proceso verbal de la vida cotidina del siglo XVIII que constituye su diario, el testimonio de conversaciones, negociaciones diplomáticas, descripciones de paisajes, lugares urbanos, obras de arte, palacios imperiales, casas,...

El que despierta las conciencias

Este conspirador de la libertad teje en torno a su persona una gigantesca red de amistades entre todos aquéllos y aquéllas -emperatrices (Catalina II de Rusia) o doncellas (la madre de sus hijos)- en quienes supo despertar simpatía o interés por la liberación de su América natal. Este hombre de luces, más que un iluminado, es un verdadero despertador de conciencias.

Cuando deja Londres, donde reside desde hace tres años, para ir a París en la primavera de 1792, no es sólo la curiosidad turística la que le llama al país de la revolución y los derechos humanos. Quiere saber si ese país podía ayudarle o no, mejor que Inglaterra, a promover la emancipación de la América española, en la que viene trabajando desde hace ya varios años. Y son los franceses quienes, conociendo el papel que acaba de jugar en la guerra de independencia norteamericana, le proponen permanecer en Francia y combatir a su lado.

El 24 de agosto de 1792, en una carta a Joseph Servan, a la sazón Ministro de Guerra, precisa las condiciones bajo las cuales acepta quedarse en el continente: "Consciente de la justicia y la magnanimidad con las que la Nación francesa defiende su soberanía y la gloria que alcanzarán quienes tengan el honor de unirse a ella en la defensa de la libertad, única fuente de la felicidad humana, consiento en combatir lealmente a su servicio. (...) Como la libertad de los pueblos es un objetivo que interesa igualmente a la Nación francesa (...), es necesario que Francia proteja eficazmente esta causa, ya que se trata de la causa de la libertad, y también es necesario que se me conceda autorización (en el momento en que se presente la ocasión) de dedicarme principalmente a su prosperidad, estableciendo la libertad y procurando la independencia de estos territorios - proyecto que me he propuesto voluntariamente..." Y Miranda añade a guisa de posdata: "Bajo estas condiciones expresas y en este ánimo me he puesto al servicio de la Francia libre".

Pronto es nombrado Mariscal de campo y se encuentra, desde el 10 de septiembre, al lado de Dumouriez, que le confía el ala izquierda de su ejército. Toma parte en la victoria de Valmy y en octubre es nombrado Teniente General. Su saber hacer, su lealtad, le valen una rápida ascensión. En noviembre está al mando del ejército del Norte, toma Anvers a los austríacos y se convierte en jefe del tal ejército. En febrero del 93, en contra de su parecer, Dumouriez le obliga a asediar Maastricht. Es un fracaso. Si bien vence en Tirlemont, fracasa en marzo en Neerwinden, frente a un enemigo bastante superior en número y armamento. El día 25 de ese mismo mes, Dumouriez, que ha decidido revertir las decisiones de la Convención "para restablecer la monarquía y la libertad", pide su apoyo a Miranda, quien se lo deniega contestándole: "Un cuarto de hora de vuestros caprichos y locuras no me hará renunciar a los principios a los que estoy unido a través de veinte años de estudios y de reflexión". Para vengarse, Dumouriez acusa a Miranda de sus propios fracasos. El venezolano es llamado a París de inmediato para personarse ante la Convención.

El primero de abril denuncia, a su vez, la traición de Dumouriez, quien, por otra parte, se pasa dos días más tarde al bando austríaco, entregándoles a su propio Ministro de Guerra y a los comisarios de la República que habían ido a aprenhenderle. Miranda es entonces acusado de complicidad con su antiguo jefe y los monárquicos. También se sospecha de él como espía de la Monarquía británica: ¿acaso no reside habitualmente en Inglaterra?. Además, no es más que un extranjero de los tantos que han entrado en Francia desde el 89 bajo todo tipo de pretextos más o menos confesables.

Luchador y filósofo

El 19 de abril Miranda es encerrado en la Conserjería (antigua prisión de París). Su proceso se celebra entre el 12 y el 15 de mayo, ante el Tribunal Revolucionario, en el que el temido Fouquier-Tinville acaba justamente de ser nombrado Fiscal. Éste último presenta un acta de acusación en la que por ninguna parte se reprocha al General la más mínima incompetencia militar. Es decir, que no se le imputa más que ser un enemigo de la libertad. No obstante, su pasado, la deserción de Dumouriez, la inconsistencia de los testigos de la acusación, el talento de Chauveau-Lagarde, su abogado, la sinceridad de sus propias convicciones, todo ello contribuye a crear una atmósfera dulcificadora, del todo inesperada, en un recinto donde se percibe sin cesar el macabro chirriar de la guillotina.

A medida que los testigos de la defensa van desfilando por el estrado, todos describen a Miranda como un amigo del género humano, un amante de la libertad, un combatiente del Nuevo Mundo, un luchador filósofo. Thomas Paine, ciudadano francés desde hacía poco, diputado en la Convención, va a testimoniar en persona.

El autor de la famosa obra "Los Derechos del Hombre" conoce a Miranda desde hace diez años, desde la época en que, en los Estados Unidos, ni Franklin, ni Jefferson ni el mismo Washington dudaban a invitar a su mesa al joven venezolano. "Es imposible que un hombre comprenda el corazón de otro hombre como comprende el suyo propio", expone el filósofo anglo-americano, "pero en razón de todo lo que yo sé del General Miranda, me resigno a creer que haya querido traicionar la confianza que la República francesa ha depositado en él, especialmente porque el destino de la Revolución francesa está íntimamente ligado al deseo favorito que alberga su corazón, es decir, la emancipación de la América española, pretensión ésta que le ha valido la persecución de la corte de España durante la mayor parte de su vida".

Es entonces cuando Chauveau-Lagarde, quien más tarde será el defensor de Marie Antoinette y de Charlotte Corday, interviene. Denuncia éste la flagrante contradicción que existe en el hecho de acusar a este defensor de la libertad precisamente de haber traicionado la libertad: "¡Es un destino bastante particular para un hombre que, en toda Europa, es conocido como uno de los más fervientes partisanos de la libertad (...), que durante toda su vida no ha hecho sino reflexionar, respirar, combatir por ella y sacrificarle cuantas fortuna y ambición hayan sido necesarias!". 

Durante el alegato, las lágrimas empiezan a deslizarse poco a poco por el rostro de los presentes. La emoción culmina cuando el mismo Miranda toma la palabra. Como buen militar, se esfuerza sin embargo por guardar la calma y ceñirse al terreno de los hechos: "Los romanos fueron derrotados bajo César y las tropas de Federico el Grande lo fueron por los rusos, que no eran más que brutos en comparación con aquéllas; pues del mismo modo no se puede acusar de criminales a quienes, siendo osados, no han resultado victoriosos al no contar con ventaja sobre el terreno".

Los miembros del jurado se doblegan ante tal derroche de sinceridad. Ante el aplauso general del auditorio y del mismo Fouquier-Tinville -cosa que no se volvería a repetir-, el venezolano es absuelto. La mayoría de los testigos de la acusación se empeñan en retractarse para así poder sumarse al entusiasmo colectivo. Al día siguiente, el 16 de mayo, Miranda es llevado triunfalmente por la multitud que le esperaba al salir de la prisión.

10.000 piedras de chispa y 5 toneladas de plomo

Dejando aparte el breve momento de euforia y de generosidad, único en la historia de la humanidad, en que los hombres de acción y gobierno (los de la Revolución y Miranda con ellos) creen sinceramente en la posibilidad, de un solo salto, de librar a la tierra entera de las fauces del absolutismo y la arbitrariedad, dejando aparte pues este breve momento, el cinismo político escala rápidamente posiciones y, finalmente, Miranda no obtiene ningún tipo de apoyo de la Francia revolucionaria, y, mucho menos del imperio napoleónico.

Esto le reafirma en su obstinación, a pesar de veinte años de espera y retrasos, de no dejarse cerrar la única puerta política todavía entreabierta y de continuar presionando asiduamente al gabinete británico. No se da cuenta en cambio de que él es tan sólo un juguete en manos de los ingleses, una especie de espantapájaros exótico del que se sirven a su voluntad bajo la mirada de los españoles. Comete el error de creer que un hombre como William Pitt tiene sensibilidad, y que es posible pedirle a la mayor potencia imperialista del mundo (que además acababa de desembarazarse definitivamente, en 1783, de sus trece colonias americanas) que contribuya a la implantación de la justicia universal otorgando a los pueblos sojuzgados las armas de la libertad.

Es por lo que, de puro agotamiento, Miranda decide precipitar los acontecimientos tomando él mismo entre manos los intereses de su país. Habiendo reunido todos sus ahorros, parte a finales de 1805 para los Estados Unidos con el objetivo de procurarse lo nesecario para hacer saltar, de una vez por todas, la guerra de liberación. El inspector del puerto de Nueva York (su amigo el Coronel Smith, que había sido su compañero de viaje en Europa), le presenta a un adinerado idealista, Samuel Ogden, quien le ayuda a adquirir y armar un viejo velero, al que bautiza con el nombre de su primer hijo, Leandro, y a bordo del cual hace cargar en secreto 687 sables y machetes, 613 fusiles, 34 cañones, 6.500 cartuchos, 10.000 piedras de chispa y 5 toneladas de plomo. El Coronel recruta para él, en calidad de voluntarios, varias decenas de matones de puerto, estudiantes ociosos y de marinos en paro a los que, en principio, no les es revelada la meta final de la expedición. El Gobierno americano hizo oídos sordos a estos preparativos, seguidos muy de cerca en cambio por los espías españoles. El Leandro sale finalmente del puerto de Nueva York el 2 de febrero de 1806. Cuando, en el amanecer del 3 de agosto, tras una primera tentativa frustrada y un desembarco bastante agitado, Miranda llega por fin a plantar en la costa venezolana la bandera de la libertad, esta costa está desierta y se encuentra solo a la cabeza de unas fuerzas de liberación heteróclitas y ridículas. Sus compatriotas han huido al acercarse este liberador de opereta, condenado por la Iglesia a causa de sus lecturas y por el Rey de España a causa de sus conspiraciones.

El anciano indómito

No importa. Resulta tentador imaginar a este gran anciano indómito, sobre el puente de su maltrecho velero, hablando durante horas a los miembros de su armada, contándoles sus sueños y proezas, afanándose por comunicarles su fuerza de espíritu y haciéndoles comprender, a ellos que se tenían por menos que nada, que eran los verdaderos combatientes de la libertad. Verdades de este género acaban transformando a cualquiera. La fiebre sube y se organizan. La sensación de estar protagonizando una epopeya se apodera de la modesta tropa. Miranda tuvo la previsión de cargar con él una vieja imprenta. Las órdenes circulan entre los marinos, como si de un verdadero Estado Mayor se tratara, así como las proclamas y los llamados a la población que serán pronto distribuídos y pegados por todas partes. Estos dosieres contienen, además de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, varios proyectos de ley, uno de ellos sobre la libertad de prensa y otro sobre la abolición de la esclavitud. 

Pero la población no acude a la cita. Sus emisarios vuelven con las manos vacías. Los pueblos están vacíos. No hay nadie que lea los anuncios de las puertas: los compatriotas de Miranda no querían comprender que la libertad era posible, que su liberador había llegado, que bastaría con que se levantaran y cogieran el pico y la pala y le siguieran. En lugar de ello, en Caracas se puso precio a su cabeza; su efigie y su bandera son quemados en la Plaza Mayor; se lanza una convocatoria nacional para armarse en su contra. Al cabo de varios días, sin agua, sin apoyos, sin libros, Miranda y los suyos se ven obligados a embarcarse de nuevo. La tripulación se dispersa y el viejo general, hasta arriba de deudas, se ve constreñido a volver a Inglaterra.

No bastaba pues con decirles a los hombres: "Sóis libres", para que lo fueran. La idea de la libertad no es una lámpara mágica que se pasea por los caminos y que dispersa ante ella las tinieblas del obscurantismo. Más bien al contrario, se trata de una pequeña llama, que hay que cubrir, alimentar, proteger y propagar. La libertad no es una poción que se administre in extremis a los difuntos. Tampoco es una recompensa que se conceda por buena conducta. La libertad no se otorga. Se toma.

Si la naturaleza conspira con el despotismo...

Y esto es precisamente lo que harán cuatro años más tarde, si bien tímidamente al principio, los ciudadanos de Venezuela, el 19 de abril de 1810, cuando renuncien a la tutela del Regente instaurado en el trono de España por Napoleón, al tiempo que declaran su fidelidad al rey legítimo, Fernado VII, hecho prisionero por el Emperador. La primera Junta Suprema de Gobierno proclamada en Venezuela observa por lo tanto, para empezar, una actitud particularmente prudente, si bien se atreve a lanzar un llamamiento inmediato a todas la municipalidades de la América española para que se constituyan con ella en federación; paralelemente, envía una delegación a Londres con la finalidad de informar al Gobierno británico de su acto de rebelión y solicitarle su apoyo. Esta delegación, encabezada por Bolívar, llega a Inglaterra el 10 de julio y será de inmediato colmada de atenciones por la sociedad y la Corona británicas. A pesar de los prejuicios de la Junta de cara a un encuentro con Miranda, Bolívar se pone en contacto con él y reconoce sobre la marcha en el viejo General al verdadero fundador de la naciente patria. No concibe que el país pueda progresar sin él en el camino de la independencia. De este modo, le sugiere que vaya poniendo término a su exilio y que vuelva a Venezuela.

Un bello caballo blanco espera a Miranda a su llegada al puerto de la Guaira, el 31 de diciembre de 1810. Inmediatamente después es elegido diputado del Pao y funda con Bolívar un club de apoyo a la revolución, la Sociedad Patriótica de Caracas, donde los dos hombres defienden la causa de la independencia sudamericana hasta que ésta se consiguió. El 5 de julio de 1811 se proclama por fin la independencia.

Pronto estalla la guerra con los monárquicos. Miranda, nombrado General en Jefe, los empuja a Valencia y en agosto solicita autorización para continuar su avanzada hacia Coro y Maracaibo. Pero el Congreso, temeroso de sus victorias, le detiene en pleno avance y le ordena volver a Caracas, lo que, obviamente, otorga tiempo al enemigo para rehacer sus fuerzas y contraatacar victoriosamente. Desde ese momento, la joven República pierde toda posibilidad de vencer.

En febrero de 1812, los monárquicos reciben refuerzos de Puerto Rico conducidos por Monteverde, quien emprende inmediatamente la ofensiva. Los independentistas tiene mala suerte. Pareciera que el mismo Dios quisiera tomar partido: el 26 de marzo, un Jueves Santo, y, lo que es más, día del aniversario de la toma de poder por parte de la Junta, un espantoso terremoto sacude todo el país, afecta a todas las ciudades y causa 20.000 muertos, la mitad en Caracas. Una especie de histeria religiosa se apodera entonces de la población. Los seguidores de la Iglesia, sobrecogidos por el horror, recorren las ruinas rogando a los fieles que se sometan y se arrepientan. La catástrofe es un castigo del Señor, cuya furia ha sido desatada por la impía sublevación contra el Rey de España. Presa del pánico, el pueblo se confiesa en voz alta en medio de los escombros e implora la misericordia divina. Los que viven en concubinato se casan a toda prisa por temor a ser lanzados a los infiernos por nuevas sacudidas. El delirio colectivo alzanza su paroxismo cuando se hace circular el rumor de que sólo las fuerzas monárquicas no se han visto afectadas por el seísmo. Un sacerdote iluminado anuncia el final del mundo. Entonces aparece Bolívar con la espada en la mano. No duda en empujar al sacerdote poseído y se pone, por su parte, a arengar a la multitud: Dios no puede estar sino del lado de la libertad. "Si la naturaleza conspira con el despotismo lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca".

Venezuela herida de corazón

En el mes de mayo, cuando la situación se hace desesperada, se hace entrega a Miranda de todos los poderes: "Estoy escargado de presidir en los funerales de Venezuela", manifiesta. Se proclama la ley marcial y se dicta una reglamentación militar draconiana. Miranda se apoya cada vez más en los oficiales europeos que están de su parte y que le parecen más curtidos en la guerra y más fiables. Pero estas medidas parecían vejatorias a ojos de los patriotas y las deserciones se multiplicaban. Miranda promete entonces la libertad a los esclavos que se incorporen al ejército de la República; pero a su vez esta promesa no hace sino atizar el odio de los grandes propietarios criollos. Todo el país parece revolverse contra la idea republicana.

El 5 de julio, día del primer aniversario de la independencia, Bolívar, traicionado por uno de sus oficiales, inmerso en la tristeza y la vergüenza, no tiene más remedio que evacuar Puerto Caballero, arsenal y plaza fuerte cuya defensa le había sido confiada por Miranda. El viejo luchador se siente estremecido: "Venezuela está herida en pleno corazón", afirmará. Al mismo tiempo, los esclavos de Barlovento se sublevan. Miranda convoca a su cuartel general. Los patriotas no tienen más armas. No se puede esperar ningún refuerzo del extranjero. El generalísimo no quiere la independencia a costa de la destrucción del país. Es necesario de momento detener las efusiones de sangre, tapar las brechas y dar a la población tiempo para vendar sus heridas y reflexionar. Es necesario, pues, emprender de nuevo el camino del exilio para después volver, pero esta vez después de haber preparado mejor el terreno psicológico y político y de haberse asegurado una ayuda exterior más importante y masiva.

Un libertador que se anticipa a la liberación

Se toma entonces la decisión de solicitar una tregua a Monteverde con el fin de discutir las condiciones del armisticio. Miranda designó como negociador al Marqués Casa de León, quien, al cabo de algunos días no duda en traicionar a la República y en pasarse al enemigo. Miranda consigue no obstante, a condición de rendirse, que las vidas y bienes de los patriotas sean respetados. Se equivoca sin embargo al pensar que Monterverde es un hombre de honor y que mantendrá sus promesas.

Existe una especie de desafortunado desfase entre la idea que Miranda se ha forjado de su país en cuarenta años de exilio y la realidad. Este asiduo de las antecámaras ministeriales y los deslumbrantes salones europeos parece haberse olvidado un poco de la miseria efectiva de sus compatriotas, su dramática ignorancia, su falta de disciplina y de sentimineto nacional, su intolerancia de casta, su carencia de madurez política y de preparación democrática, en definitiva, de la imposibilidad en que se encuentran todavía para tomar las riendas de su destino. 

Después de cuarenta años de ausencia, es como si se hubiera convertido en el representante de una Amércica imaginaria que se asemejaría bastante a Eldorado de Voltaire y cuyos habitantes serían los bons sauvages de Rousseau. Él había elaborado para ellos el mejor régimen político posible, sin percatarse en realidad de que su puesta en práctica seguía siendo aún, cuando poco, prematura. Miranda es un libertador, pero un libertador que ha ido más rápido que los suyos, un libertador, por así decirlo, que se anticipa a la liberación.

Cuando el 25 de julio de 1812 acepta la capitulación, Miranda no se considera en absoluto un traidor a su patria. Por el momento pone término a una guerra fratricida que considera inútil; se retira, por así decirlo, como antes en Maastricht o en Neerwinden, o como, más recientemente, en una playa desierta de Venezuela. Su espíritu está en paz. Sabe de sobra que la causa que defiende es justa y que no se trata más que de una cuestión de tiempo y medios.

El 30 por la tarde, en lugar de embarcar en el navío inglés que le espera, encontrándose ya a bordo sus libros, papeles, dinero y también el tesoro de guerra que le permitirá continuar la lucha (1.200 onzas de oro y 22.000 pesos), decide pasar una última noche de libertad sobre su tierra natal.

Sin embargo, otros patriotas, probablemente mal informados de sus verdaderas intenciones, se enfurecen cuando se enteran de que Miranda pretende abandonar el país antes de asegurarse de que Monterverde respetará efectivamente los términos del acuerdo de capitulación. Y en efecto, no solamente los patriotas no son respetados, sino que se convierten en el blanco de una sangrienta represión. Monteverde aprehende 1.500 independentistas en menos de una semana y se ensaña contra ellos con toda clase de exacciones y torturas, en contradicción sin embargo con las muy liberales disposiciones de la nueva Constitución española de 1812. De ahí la ira extrema de los republicanos todavía libres, entre ellos Bolívar, que denuncian la traición. El viejo Miranda se convertirá entonces en el chivo expiatorio.

Ciudadano del mundo

Cuando Bolívar y los suyos vienen a arrestarlo al amanecer del 31 de julio, una enorme lasitud se apodera del General, que critica duramente a sus antiguos compañeros murmurando: "Tumultos, tumultos, tumultos...esa gente no sabe hacer más que tumultos". La suerte del viejo conspirador quedará sellada de aquí en adelante. Es arrastrado de prisión en prisión hasta terminar en la de la Carraca en Cádiz, donde morirá cuatro años más tarde, el 14 de julio de 1816. Durante ese tiempo, Bolívar habrá decretado La guerra a muerte y comezado su admirable campaña.

En el Panteón nacional de Caracas, a la derecha de la tumba venerada de Simón Bolívar, se encuentra un cenotafio erigido en memoria de Miranda. Esta tumba, vacía, ha sido esculpida entreabierta, como si el artista hubiera querido reflejar sobre el mármol la esperanza de que un día las desaparecidas cenizas del precursor vuelvan a su lugar y puedan así recibir los honores que merecen. A decir verdad, los restos de Miranda nunca han podido ser identificados. Se sabe solamente que fueron arrojados a la fosa común del cementerio de la Carraca.

La ausencia de este cuerpo constituye sin embargo a nuestros ojos una especie de símbolo, como si fuera normal que las cenizas de este ciudadano del mundo se hubieran en cierto modo desvanecido en la naturaleza, como si el homenaje que le hubiera de ser dispensado debiera revestir un sentido menos localizado, más universal, como si llegara, más allá de su muerte, a personificar, mediante esta extraña ausencia póstuma, la idea misma de la libertad y la independencia.

Bolívar, en cambio, será el héroe de carne y hueso, el que no se detendrá frente a nada. Su grandeza se la debe a la grandeza de su ideal, a la sinceridad de su sacrificio. Al contrario que Miranda, estará dispuesto a pagar la libertad sea cual fuere el precio.Frente a él, Miranda, treinta y tres años mayor, aparece más bien, a pesar de sus locos proyectos -tal vez precisamente a causa de los mismos- como un héroe más intelectual, por así decirlo. La emancipación de la América española constituye para él una necesidad tanto humana como filosófica, y no únicamente una liberación nacional. Es esto precisamente lo que le reprochará Bolívar seis meses después de su capitulación en su famoso "Manifiesto de Cartagena", donde se esfuerza por analizar las razones del fracaso de la 1ª República: "El error más grave que cometió Venezuela cuando apareció sobre la arena política fue sin duda el hecho de adoptar el régimen fatal de la tolerancia (...). Nuestros magistrados no consultaban los códigos que hubieran podido mostrarles la ciencia práctica del gobierno, sino tan sólo ciertas obras de osados iluminados, quienes, blandiendo al aire su república, han dado por supuesta la perfección del género humano y buscado la perfección en la política. Tanto es así, que en lugar de jefes, tuvimos filósofos y en lugar de táctica, dialéctica. En medio de tal caos de principios y realidades, el orden social sufrió graves transformaciones y el Estado corrió a pasos agigantados hacia una disolución universal que no tardó en llegar. Asistimos entonces a la permanente impunidad de los crímenes contra el Estado cometidos descaradamente por los descontentos, particularmente por nuestros enemigos natos e implacables, los españoles de Europa, que permanecieron aquí con la mala intención de fomentar continuamente los problemas, de tramar cuantos complots nuestros jueces hacían posibles, puesto que les eran siempre perdonados, fuera cual fuese el calibre de sus atentados contra la salud pública. La doctrina que albergaba esta conducta había tomado cuerpo en las máximas filantrópicas de algunos escritores, según los cuales, nadie tiene derecho a privar a un hombre de su vida, incluso aunque fuere culpable de un crimen de traición a la patria. A tenor de esta piadosa doctrina, cada complot iba seguido de un perdón, y cada perdón provocaba un nuevo complot, que era nuevamente perdonado, puesto que la clemencia es lo propio de los gobiernos liberales. Clemencia criminal que contribuyó más que nada al desmoronamiento del edificio que aún no habíamos terminado". 

Decir Bolívar contra Miranda equivale a decir la patria en peligro contra la Declaración de Derechos del Hombre, sería un poco como decir Robespierre contra Montesquieu, pero un Montesquieu que ha devenido soldado.

El Don Quijote que hay en Miranda

Como acertadamente percibió Bonaparte, hay evidentemente algo de Don Quijote en Miranda. Lo que le convierte en un héroe interesante no son, paradójicamente, sus éxitos, sino más bien sus fracasos. Si Bolívar aparece como el estratega intrépido, el libertador de sangre fría, el que lleve a la victoria a los pueblos de América Latina, Miranda aparece en cambio como un General humanista que usa la razón como arma para ganar la guerra y con el menor número posible de víctimas. Bolívar es un hombre cuya vida podría contarse como se cuenta una canción de gesta. Profundamente enraizado en la tierra de sus ancestros, encarna el ideal de la liberación popular. Miranda, al contrario, es más un héroe del espíritu, un patriota ausente de su patria, un General para quien la guerra es más ideológica que nacional, un militar que combatirá con todas sus fuerzas contra los enemigos de la libertad, pero que sabe aceptarlos como amigos en cuanto cambian de opinión. 

Lo que pierde a Miranda y lo eleva a nuestros ojos, es su humanidad. Batirse en pro de la libertad no quiere decir para él abstenerse de respetar los derechos fundamentales del ser humano. Se aleja de Robespierre precisamente porque no acepta que se pueda matar a sangre fría, ni siquiera en nombre de la libertad. Quiere sustraer a España sus colonias pero evitando traicionarla; podría decirse que lo que quería era más bien liberar a España de sus colonias. La grandeza de Miranda reside en realidad en el hecho de que él no es un héroe mítico. Él es para nosotros tanto más fuerte cuanto más frágil se nos revela, más lleno de contradicciones.

Este héroe secundario es más grande que los grandes a causa de sus escrúpulos, de sus dudas, de su compasión por los hombres que sufren. Para él nada es fácil. A diferencia de a otros, a él no le sonrieron las circunstancias; siempre ha de nadar contracorriente, en lo hondo de la ola. Su heroísmo reside en su obstinación, en su insensata testarudez por hacer avanzar las cosas. No hay nada en él de maquiavélico, como sucede con la mayoría de los grandes héroes, para quienes el negro es negro y el blanco, blanco. Miranda, en lo que a él se refiere, sabe bien que en realidad el mundo es gris.

 

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