UN INDUSTRIAL DE MURCIA

Agradezco Infinitamente a mi amigo "Full" quien escribió esta hermosa historia.

 

 

Sandalio Jofré había cerrado su tienda al caer el día, era un comerciante respetado, sin más defecto que una cirrosis hepática producto de sus muchas horas con la cognac y sin otra ilusión a sus años que la cháchara vespertina sobre los viejos tiempos, en la casa de la Quica, envuelta en las diarias experiencias promovidas por Perinche y el Ilusionista.

 

 -¡Demonio de ingeniero!

 

 Caminando despacio hacia su fuente de vino, se reía a soto barba reviviendo la noche anterior.

 

 El gitano y el ingeniero habían llegado juntos como todas las tardes, como todas las tardes parecía que vivían fundidos en un solo ser que se manifestaba al exterior a través de dos personas distintas. En el reducido espacio de la taberna reinaba sin querer la imagen enaltecida de la muñeca rubia, que con su ir y venir, ponía en jaque a los parroquianos más sedientos de su cuerpo que del vino que escanciaba generosa, las miradas de la chica se posaban con más frecuencia de lo razonable en el soltero de oro, al unísono con la agitación de sus senos, prestos a estallar bajo la blusa negra que aprisionaba sus carnes doradas.

 

Aquella noche, D. Fabián el médico, había llevado a la tertulia a un amigo suyo de Murcia, hombre de posibles que se dedicaba al comercio al por mayor, favoreciendo el intercambio entre los pueblos de la costa y los más deprimidos del interior de la comarca. A lo largo del día había conseguido cerrar uno de esos acuerdos ventajosos a los que los hombres de bien llaman negocios y que en el fondo no son más que operaciones depredatorias, se encontraba "en su salsa" y con ganas de agradar al personal, sin que ello supusiera perder una especial prepotencia que fluía de su natural como fluyen las gotas del rocío cuando la madrugada ordeña a los cielos sin coraje.

 

Todo lo que se beba esta noche es mío.- Exclamó con suficiencia ante la alegría de los asistentes.

 

Sandalio castigó a la Quica con un guiño y la experta tabernera cambió los vasos por los "pinkis" (botellas vacías de gaseosa de a litro), para que cada uno se administrara el vinazo a su comodidad, no siendo la cantidad que ingerían más que el resultado de la longitud del trago. La apacible tertulia se convirtió en un festín de Baco, en el cual el industrial de Murcia, flotando en el espacio al que dan lugar los delirios del borracho, tomó la manía de apagar la fiebre del vino en el río de una moza, con la pretensión vana de dar a su cuerpo un hueso, que difícilmente podría roer en las condiciones en que se encontraba.

 

El Perinche no podía reconocer que no tenían medios en su pueblo para satisfacer las apetencias de aquel corsario de las vegas y menos admitir las bromas sin hueso de un individuo que anunciaba, con más voz que razón, su intención de emigrar la noche, a un lugar más preparado donde resolver el problema que les estaba aguando la fiesta de vino en la que se encontraban inmersos. Ya metidos en copas, el murciano llegó a afirmar que en el pueblo no había más que esparto y estiércol; si las mujeres que demandaba como lógico final de su estancia peregrina, no se encontraban en el lugar sería porque tampoco había hombres que las necesitaran. La bronca fenomenal que se armó, no consiguió que llegara la sangre al río, pero las botellas de pinki danzaban en la mesa como un tente tieso y el vino alimentaba a la vez a los cuerpos y a la madera del suelo del local.

 

Fabián, ilustrado sin pretensiones, llegó a afirmar que su recién presentado tenía razón: El subdesarrollo secular de los pueblos del interior en cuestiones de sexo profesional, era una rémora para el comercio y la industria.

 

D. José el maestro, olvidado de su condición de alcalde, llegó al extremo de esbozar un requerimiento, "a quien corresponda", para reclamar una escuela de capacitación profesional que solventara en el futuro la falta de dotación de un pueblo tan abandonado por la autoridad competente.

 

La evidente sin razón de los contertulios cogió al Perinche a contrapelo, el cantaor de los campos no pudo resistirse, y como un barquichuelo que navega al amor de las olas, la ola de los desatinos lo lanzó en dirección de la furia de los vientos. Aceptado el reto, alzando su pinki en dirección de un póster que decoraba una de las frías paredes de la taberna con la gracia de una modelo desnuda sobre la arena bendita de una playa lejana de turismo y de pecado que recordaba la figura de la Quica, afirmó con voz ronca y gesto de hombre de bien que en el pueblo había preparada una diosa, mujer de tronío que no admitía favores de lugareños. Su capacidad para ocasiones como esta era la ideal, pero existía un gran problema: ¿ Un hombre que comercia con cagarruchas de animales podía ser tan potente como quería dar a entender a los allí reunidos?

 

El aludido se dirigió a D. José y con la pose petulante del inculto adinerado, le ofreció una aportación de un millón de pesetas al objeto de crear el organismo que introdujera al pueblo en la vida moderna. La condición que todos temían acompañó a la firma del cheque que extendió sobre la marcha.

 

 

 

 

 

D. José y D. Fabián no salían de su asombro ante tan loca situación. De sobra sabían, tal vez por propia experiencia, que no había mujer en el pueblo que cumpliera los requerimientos del industrial. Querían creer en la inocencia de la Quica, cuando con cara de mosquita muerta se permitía un ligero coqueteo, al cambiar las botellas de vino de la mesa del murciano abrazada por las desaforadas miradas que este dirigía a todo su cuerpo cuando se volvía de espaldas. Los roces casi involuntarios en el trasiego de la pequeña taberna, sacaban de quicio al pagano invitado, que oidor de las palabras del Perinche, daba por supuesto que no podía ser otro el pastel que guardaban para ocasiones como esta, mientras el gitano, al que había costado muchos años de paciencia y buen hacer, conseguir el respeto de sus conciudadanos no se atrevió a dar marcha atrás en su osada propuesta.

 

El ingeniero se sentía como pez en el agua, la Quica acentuaba sus roces con el industrial, esperando sin desearlo una reacción del ilusionista que a todas luces no estaba en el guión de la noche.

 

Cuando comprobó el apuro real de su amigo Perinche, pasó de monaguillo a párroco, y propuso a voz en grito para marear la perdiz, la redacción de un convenio que plasmara el acuerdo que nadie había tomado.

 

La firma del escrito dio vigor a los asistentes que pudieron centrarse en otro objetivo, al menos de momento, distinto al que les producía los nublos que amenazaban cerrarles los ojos.

El documento recogió la entrega del millón de pesetas a cambio de albergar al industrial en las habitaciones que al afecto tenía la Quica en el piso superior de la taberna, el Perinche buscaría compañía al industrial toda la noche y la parte de día que este creyera conveniente, la cláusula final especificaba que si el donante no reclamaba antes de salir del término municipal se daría por realizado lo pactado y el pueblo podría disponer del dinero depositado para invertirlo en desarrollo.

 

Perinche vencido donde más duele, dejó hacer al ingeniero, sin saber como iba a acabar la función, pero manteniendo la espina tiesa de auténtico calé que se encuentra comprometido sin saber cuando hizo la promesa; la borrachera al salir a la calle, aún le permitía razonar: El gitano no había vendido a la Quica, ni iba a montar una casa de citas pero cualquiera convencía al opulento murciano de una realidad distinta de su realidad. Como no se apareciera la virgen, Perinche iba a quedar para el arrastre delante de todos los payos que hasta ahora lo habían respetado.

 

 

 

 

 

 

Para celebrar el buen fin de tan sutil escritura, decidieron tomarse unos cuba libres en el bar de la curva que les rebajara la borrachera al refrescar la garganta. De sobra sabían todos los asistentes, que la Quica no aceptaba tratos con su cuerpo aunque su caminar de reina hacía tintinear hasta las campanillas de las puertas, agradecía los piropos con una sonrisa pícara que dejaba mudo al piroparlante y en los bailes del pueblo era generosa con su delantera en las vueltas y revueltas a los sones de la orquesta pero nadie podía presumir de haberla tocado a fondo como no fuera con el pensamiento.

Si en sus vacaciones catalanas reeditaba pasadas aventuras de su época de emigrante antes de comprar la taberna, nadie del pueblo podía dar fe. Su vida actual era coqueta y recatada al mismo tiempo, criticada por la envidia y fiel a sí misma, como si se estuviera reservando para un especial.

 

En la obra de la carretera tenían un arreglaor, al que llamaban Bent, desde que estuvo trabajando con los yanquis en San Francisco, lo mismo reparaba un motor que zurcía un mono y tenía ese aire especial de los hombres guapos con aspecto equívoco como si hicieran a pelos y a lana. Era un gran admirador del ingeniero al que estaba muy agradecido por rescatarlo del castillo encantado del paro después de cuatro años en la modelo por un asuntillo entre locas que acabó con una muerte fortuita. El Bent haría cualquier cosa por el ingeniero, estaba enamorado de su sombra.

 

Cuando la patética congregación llegó al bar de la curva, encontraron a José el encargado medio dormido, escuchando al ilusionista que se afanaba en preparar los vasos que sirvieran de receptáculo provisional al petróleo ginebra que amenazaba con derramarse sobre los recién llegados.

 

Ingeniero de mierda, donde te metes. Creíamos que no eras capaz de tomarte la espuela.- Exclamó el amo de reunión tan notoria, visitante ocasional y vecino de Murcia.

 

A estas horas, el local de la curva de la carretera se encontraba en una semipenumbra dispuesta a adueñarse de las voluntades de los asistentes que no podían mantener sano su juicio, por el sueño, por el vino o porque el espíritu de mantenerse firme tiene que fallar de vez en cuando para que sea cierta tal pretensión.

 

 

 

 

 

En una esquina de la barra, la más oscura, se perfilaba la figura de la muñeca rubia que no parecía la misma de hacía pocas horas. La mirada de la Quica no era tan sensual, su cabellera más suelta, más inflada era más insinuante. Ahora sí, ahora parecía lo que tenía que ser, con los senos más rotundos, su cuerpo no pedía aplausos era una amenaza de sexualidad, los tirantes de la blusa descolgados del hombro, la barriguita algo tripona y sobretodo el aire caliente que la rodeaba presagiaba un final de tormenta, al que ayudarían sin dudarlo unos músculos más tensos que de costumbre, una mayor dureza en los rasgos de la cara, y la fuerza de las manos que la noche había agrandado y alargado sobremanera.

 

El Industrial, medio loco, no quiso seguir con los cuba libres, no quería nada, sólo apagar la sed de vino en el mármol de aquella Quica trasformada.

 

-¿ Vamos ya?

 

Que te aproveche señorito de penumbras, experto de la nada, investigador de lo ya investigado.

 

Al salir por la puerta la pareja mal avenida, con una voz que parecía brotar de una caverna, la Quica ocasional gritó al aire, despidiendo a la sorprendida cofradía de mal intencionados nocturnos que no entienden nada :

 

Por ti Ingeniero, por el Ilusionista que saca conejos de las chisteras y Quicas de cada casa de vinos, porque no te falten nunca ni mujeres ni amigos.

 

Al día siguiente la habitación sobre la taberna de la muñeca rubia estaba vacía, nadie reclamó el talón que presidiría el desarrollo sobre el que asentar el futuro del pueblo y el Bent había tomado unas osadas vacaciones para arreglar una situación dudosa en Barcelona según rezaba el parte en la oficina de la constructora.

 

-Demonio de ingeniero.-

 

Se repetía Sandalio al entrar en la consulta para recoger a D. Fabián, que había presumido de ser medio socio de aquel industrial de Murcia del que nadie pondría en duda que era un macho celtibérico sin doblez ni engaño.

 

- Sandalio, ni una palabra, no me fío ni de mi padre.-

 

Con este recibimiento, el médico resolvió su caso de conciencia, a la vez que recogía su abrigo y su sombrero.

 

No estaban los cuerpos para bromas esa noche, pero la expectación era muy grande, esperando la llegada del Perinche o la de su socio de copas porque rara vez se dejaban ver juntos como no fuera a la distancia del camino de la cuevas.

 

Los clientes de la taberna que no eran habituales de la tertulia atendían ansiosos al desenlace de los hechos de la noche anterior que se habían convertido en la comidilla de medio pueblo. Había versiones de todos los tipos, pera la más extendida era que los dos colegas conocían la debilidad sentimental del extraño y se habían aprovechado de su descubrimiento para realizar la mejor faena de la feria de Navidad.

 

Con todo, la persona más excitada de los presentes era la Quica, que tenía el gesto del chiquillo mimado al que le han robado su juguete preferido.

 

Quica, dos vasos de blanco que parece más digestivo para los cuerpos muy trabajados.

 

Recitó el Ingeniero, nada más sentarse mirando socarrón hacia la muchacha sin querer creerse su enfado sin razón.

 

- D. José rompió el hielo dirigiéndose al ilusionista

 

¿ Qué va a pasar con el dinero?

 

¿ El dinero? Pregunte mejor que vamos a hacer con el afortunado convenio que firmamos ayer, yo creo que el amigo de D. Fabián es un hombre como Dios manda que ha decidido poner la primera piedra del desarrollo de este pueblo, devolviendo parte de lo que nos saca con sus tratos en lugar de gastar un caudal tan bien ganado con cualquier pelandusca.

 

La Quica nunca se sentaba ni entraba en tertulia, sus palabras eran las obligadas: Buenas noches, ¿qué queréis? ... Esa tarde, espetó al que hablaba de golpe y porrazo:

 

¿Es verdad que le has prestado al Bent al ricachón de Murcia?, eres un sinvergüenza y un cabrón.

 

El aludido sin inmutarse contestó muy suave.

 

Lo que hubiéramos dado Perinche y yo por no usar tretas con buenas personas.

 

- ¿Buenas personas? Esos dos son unos mariconazos como tú, y bebed rápido que hoy se cierra pronto.

 

Qué vida esta, quién seremos las personas para opinar sin ver, para juzgar sin pruebas, para deambular en una medio verdad, medio mentira que hunde los sentimientos nobles en el pozo de la estulticia de los más mediocres. Lo probable es que el Bent no tuviera que desarrollar sus artes, que a buen seguro existían, con aquel odre de cien kilos en que se había convertido el Industrial por el efecto de los vapores de la casa de la Quica.

 

Los contertulios camino de sus casas, envueltos en el frío de Enero, no sabían que pensar de la situación. Los hombres son criaturas extrañas que suelen tener reacciones más violentas de lo esperado, la mujer debía estar feliz porque nadie la había molestado gracias al ingeniero, pero tenía una pose de ofendida como si fuera la víctima de la noche anterior.

 

Mujeres, mujeres.- Recitaba el Perinche, dando a su amigo una palmada en la espalda cuando se perdían entre las nubes bajas de la subida hacia las cuevas.

 

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