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LA LEYENDA DEL CERRO LARGO
Introducción
Conocí las décimas hace mucho tiempo, allá por la
ciudad de Melo, no recuerdo si en la voz de Tabaré Etcheverry o
en la de Amalia de la Vega:
En mi pago hay una sierra
Que no es sierra sin embargo
Sino que es un cerro largo
que le da nombre a mi tierra...
y luego sigue diciendo la canción
que el Cerro Largo es en realidad el cuerpo yacente de una india muerta
por los suyos, por haber hecho el amor con un conquistador. Pero la letra
aclara que no se trataba de una traición a su comunidad sino de
un amor verdadero:
...
la india se enamoró
su inocencia de torcaza
se encandiló en la coraza
de un oficial español...
¿India arachana o charrúa?
No importa. Probablemente fueron muchas en varios parajes de este suelo.
La leyenda se repite en cada rincón americano narrando casos semejantes.
No es el caso de una muchacha violada por un conquistador, que siempre
va a ser protegida por la comunidad junto a sus hijos.
Tampoco es el caso de Malinche o Malintzin, la mujer que entregó
los secretos de los aztecas a Hernán Cortés porque su propio
pueblo, oprimido por los aztecas, aborrecía a éstos. Malinche
se hace amante de Cortés para participar en el exterminio a los
aztecas. Malintzin no es una traidora de cultura meshica; es una oprimida
que se alía con un conquistador nuevo contra el otro más
antiguo. Si hubo en ella fascinación por el poder eso fue secundario;
lo esencial es que el dolor de los oprimidos lleva al odio contra los
opresores y entonces toda arma parece valedera, hasta el pacto con el
mismísimo diablo barbudo. Los imperios engendran esos odios, esa
potencialidad de enfrentamiento desde la desesperación, que siempre
los hace vulnerables.
Las comunidades charrúas o arachanes no vivían esa experiencia
de opresión; eran culturas fraternas y libres.
Entonces en el caso de la muchacha india de Cerro Largo hubo amor.
Pero los mitos indígenas previenen contra las formas engañosas
del amor que debilitan los sentidos y la vigilancia hasta tal punto que
en su nombre se introducen las trampas sutiles de los espíritus
malignos.
Amor verdadero, insisten los abuelos, es asumir el riesgo de involucrarse
perdidamente y luego comprender que se debe renunciar al objeto amado
por el bien de éste o de la comunidad. Amor y egoísmo son
incompatibles. La comunidad debe ayudar a un justo contrapeso del amor
y sus peligros
Cuando amor y cordura no son compatibles, la locura del amor sólo
puede ser controlada por otro amor más fuerte, regido por el juego
de lealtades a los suyos cuando éstos, integrantes de la comunidad,
no operan por reglas arbitrarias sino por necesidad de supervivencia.
En general los pueblos libres no se oponían a la unión de
pareja de sus hijas con extranjeros, a menos que fueran enemigos. El control
arbitrario de la sexualidad femenina sólo lo ejercen aquellos grupos
de poder que temen compartir con herederos extraños sus fortunas
o sus posiciones de privilegio. Por eso inventan dioses que castigan la
libre opción de pareja y el respeto a la libre decisión
de cada uno de sus componentes.
Pero hasta la inocencia de torcaza puede ser culpable cuando una memoria
comunitaria agoniza. El amor de esta muchacha es expresión de un
débil lazo con el amor comunitario y ésta es la causa de
su muerte - castigo en situación de peligro excepcional para todos.
Ninguna situación puede idealizarse. Los mitos nos recuerdan que
es difícil enamorarse sin buscarse conflictos, aún en una
buena época.
Y en cuanto a la muchacha arachana o charrúa del Cerro Largo...
¿la comunidad tenía derecho a castigarla? Que cada uno juzgue.
Yo creo que no.
La leyenda
La muchacha nunca había
visto algo así. El cuerpo de aquel hombre cubierto de metal reflejaba
destellos hirientes del Sol que nacía más allá de
la Laguna Pequeña, del Sol que aparecía cada día
sobre el misterioso confín del mar.
Se aproximó con curiosidad y le sonrió. El extranjero -
joven, alto, de intensa palidez- le devolvió la sonrisa. Quizás
venía de las lejanas montañas del Oeste, donde se extrae
metal resplandeciente desde la entraña de la tierra y eso explicaría
el brillo de su atuendo luminoso; pero no lucía el poncho multicolor
de los collas ni tenía sus rasgos físicos. Entonces la muchacha
se puso en guardia.
Pensó por un momento que quizás aquel joven fuera de los
nuevos invasores de los que se hablaba con preocupación; pero se
tranquilizó porque, se dijo, un invasor puede mirar con codicia
o deseo, pero no sonreír de esa forma.
Ella le ofreció frutos y harina de pescado y él le acarició
la mejilla con una mano tan pálida como su rostro. Ella le dejó
hacer, entre sorprendida y complacida. Después volvió corriendo
a la aldea, pero no dijo nada. Debía hacerlo, pero no contó
nada.
Al día siguiente él todavía estaba allí. Había
construido un pequeño refugio, las piezas de metal de su vestidura
descansaban junto al fuego.
Ella lo invitó a la aldea, pero él dio señales de
no comprender sus palabras. Repitió la invitación en guaraní,
que es la lengua más universal, y entonces él pareció
comprender y se negó sonriendo.
Comieron juntos y ella volvió a alejarse.
Esa noche la muchacha preguntó a los ancianos cómo eran
los invasores que venían del otro lado del mar. Le explicaron que
la piel era muy pálida, y que tenían en el rostro un espeso
vello que les cubría la boca y el mentón. Esto último
la tranquilizó: su amigo desconocido era pálido, pero tenía
un rostro sin vellos.
El quinto día de sus encuentros secretos él la tomó
entre sus brazos y la besó en los labios. Ella había entrecerrado
sus ojos y después del beso los abrió con una intensa expresión
de felicidad. Pero - todavía muy próxima al rostro del hombre-
observó con horror que cerca de los labios y en el mentón
del fascinante extranjero se podía advertir el nuevo brote de un
vello espeso y negruzco que seguramente el joven había quitado
antes de su primer encuentro con ella.
"¡Los invasores!" pensó, mientras se apartaba bruscamente.
De pronto, el joven dejó colgar sus brazos junto al cuerpo. Miraba
al cielo y se tambaleaba, alcanzado en el corazón por una flecha.
La muchacha sintió un crujir de ramas a su espalda, se volvió
y se encontró con el viejo cacique que ya levantaba su maza de
piedra para matarla.
Cuando ella cayó al suelo, mortalmente herida, la tierra se estremeció
y bramó de dolor. La felicidad, tan reciente, no tuvo tiempo de
alejarse del horror recién nacido. El cuerpo que ya moría
no soportó el choque de sentimientos tan intensos y se rasgó
hasta las entrañas con un ruido horrísono de trueno.
El cielo se oscureció y temblaron el palmar y el monte nativo,
mientras los pájaros alzaban vuelo bruscamente gritando asustados.
Temblando, estremeciéndose, la tierra se tragó a la muchacha.
Relámpagos ininterrumpidos daban al ocaso una claridad espectral
mientras una cortina de lluvia hacía invisible el horizonte.
Cuentan que al amanecer la tierra se había elevado en suaves colinas
que daban forma a un inmenso cuerpo de mujer yacente.
Dicen que así nació el Cerro Largo.
Material extraído del libro" Leyendas, mitos y tradiciones
de la Banda Oriental" del historiador Gonzalo Abella Betum San Ediciones
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